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En las zapatillas de mi entrenador

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Tengo una relación particular con mi coach. En un principio, yo era un alumno más, de esos que arrancan desde el fondo y se mueren cuando dan la primera vuelta al lago (2 km). Son muy pocas las cosas en las que destaqué en la vida, y correr no era una de ellas.

Pero yo ya sabía que se podía progresar en esto, que mi cuerpo podía cambiar, y decidí dedicar un año a entrenar todos los días (al menos en su momento creía que tenía que ser siete días a la semana), reflejando todo el proceso en un blog. Se lo conté tímidamente a mi entrenador, Germán, y él me sorprendió con su oferta de ayudarme y absolutamente gratis. Eso, por supuesto, cambiaba mi posición en el running team. Iba a entrenar, que me gustaba (aunque era muy inconstante) y encima tenía la atención del coach, olvidándome de la cuota por 52 semanas.

Germán apostó por mí, porque nada le garantizaba que yo iba a durar, y ese modesto plan cambió mi vida por completo. No quiero hacerme el falso modesto, me siento orgulloso de haber visto que esto también impactó en quienes me rodean, tanto amigos que empezaron a correr inspirados en mi blog, mis compañeros de entrenamiento que veían con sus propios ojos cómo cambiaba mi cuerpo, y también en Germán, que terminó siendo mi asistente cuando todo este cambio de hábito bloguístico nos llevó a correr los 246 km del Spartathlon, hoy inmortalizado en un tatuaje en mi brazo izquierdo.

Siempre fui de los que preguntaban e intentaba absorber absolutamente todo. Aprendí mucho de los corredores más experimentados, y gracias al blog me dediqué a googlear cosas que no sabía. Mis propios errores fueron duras lecciones que me educaron mucho en esta actividad, pero sin dudas quien más me hizo crecer en estos años fue Germán.

Tengo poca memoria para algunas cosas y mucha para otras. Lo que aprendí del running y la preparación física se quedó en el centro de mi cerebro. Recuerdo prácticamente todo lo que fue abriéndose paso en mi cabeza durante los últimos 5 años. Mi relación con Germán se transformó de ser su alumno a ser su amigo, y hoy su socio en proyectos relacionados con entrenamiento y motivación. El espaldarazo más importante que me dio él fue soltarme y salir a averiguar qué tenía que hacer. Si me hubiese dado directivas, siempre lo hubiese necesitado para resolver cualquier cosa.

Germán ha faltado poco y nada a los entrenamientos. Rara vez se cancela, solo si hay alguna situación que ponga en riesgo nuestra integridad física, como una sudestada o una imprevista lluvia de meteoritos. Cuando estuvo de vacaciones en Brasil, a principios de este año, nos repartimos funciones de coordinación con otro compañero, el Gato, y él se llevaba a los más experimentados para torturarlos un poco y yo hacía lo propio con las chicas y los más nuevos, que necesitaban mano de hierro pero guante de seda. Fue una experiencia muy linda porque reafirmó la confianza que Germán tenía en mí junto con la oportunidad de aplicar todo lo que había aprendido.

En rarísimas ocasiones, el coach demuestra que es humano. Hace unos meses me informó que estaba enfermo y sin dormir, así que aparecí en el entrenamiento con directivas de qué hacer ese día. La situación se repitió el viernes y sábado último, así que de nuevo tomé la responsabilidad de coordinar lo que el running team iba a hacer. Pero no fue exactamente igual…

En otras ocasiones, Germán me decía qué hacer. Cuántos kilómetros, qué grupos musculares trabajar… alguna directiva. Esta vez estaba con pocas fuerzas y mareado. «Que sea entretenido» y «No más de 5 km» fueron las únicas órdenes del viernes. «No se zarpen» fue la escueta sugerencia que recibí media hora antes de largar el sábado.

El viernes llegué al entrenamiento solo sabiendo que iban a hacer una entrada al calor al semáforo, que son unos 400 metros. Mientras iban, pensaba en qué podíamos hacer. Algo que aprendí de Germán es que se puede tener una idea general de qué actividades realizar, pero todo es dinámico, y a veces factores imprevistos como el clima o la dispersión de los chicos obliga a improvisar. Así que recurrí a mi memoria, a entrenamientos pasados, y propuse ejercicios para trabajar el tren superior y no cansar las piernas, porque el sábado solemos hacer fondos o trabajar tren inferior, y hasta ese momento creía que Germán se iba a recuperar.

El inicio del fin de semana no tenía más indicación que no zarparnos. Gracias a que mi tocayo Martín nos daba una mano con un vehículo, pudimos ir hacia el río, en Martínez, y trabajar cuestas y escaleras. Todo fue improvisado en el momento, y como no corría con ellos no sabía si estaba siendo demasiado duro o muy benévolo. Me guiaba por su transpiración, su respiración agitada, todos los signos que podía leer. Propuse actividad diferenciada para quienes se sentían exigidos o estaban con algún dolor, y cerramos a los 90 minutos de actividad, porque me pareció algo prudente para un día con tanto calor.

Hoy, domingo, me desperté con la ansiedad de alguien que se la pasa corriendo y no puede entrenar dos días seguidos por ponerse en las zapatillas de su entrenador. Por eso salí de casa temprano y me fui para repetir el mismo entrenamiento que armamos el día anterior. Me di cuenta que no fue fácil, y que esa hora y media de actividad fue más que suficiente. Me sentí feliz de terminar todas esas cuestas y progresiones.

Fue muy especial hacer de coach, quizás uno de mis sueños vocacionales actuales, junto a empresario multimillonario. Se aprende mucho poniéndose en el rol del otro, y se valora mucho más esos esfuerzos. Entrenar no es para cualquiera (yo no podría inventar tres entrenamientos sin empezar a repetirme), pero supongo que tener la entera confianza de tu entrenador tampoco lo es.

Camino a mi próximo superobjetivo

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Te recomiendo enormemente tener un amigo de entrenamiento. A veces es alguien de la vida «exterior», o sea una persona que, si no compartieses ese interés en común por el cuidado de la salud, jamás te hubieses cruzado en la vida.

Yo tengo al suerte de que mi amigo de entrenamiento también sea mi socio y mi entrenador. Desde que me mudé a Acassuso, mis días son inmejorables. Estoy sentado en la computadora, trabajando, y suena mi whatsapp. «Te veo a las 15 abajo», que es nuestro código con Germán para juntarnos en las estaciones saludables que instalaron junto a las vías del tren.

Mientras estiramos y durante el descanso entre las series, charlamos de proyectos y de la vida. Se me inundó la casa con la lluvia. Probemos este tipo de fotos en las publicaciones de Facebook. Presentemos esta idea en tal empresa. Generalmente yo escucho, porque me resulta más fácil que hablar (mi fuerte, podría decirse, es escribir). Me gusta sentir que para Germán soy un incentivo en su deseo de entrenar (un alumno que le devuelve eso a su maestro), pero también creo que a veces él necesita una oreja. Después de todo, sus oídos arden todos los días con gente demandándole entrenamiento, qué hacer, qué comer…

Y en nuestra rutina (de ejercicios y de charla), decidí hablar yo. Tenía algo para contarle y quería ver su reacción.

«Ya tengo mi próximo objetivo para Semana 52», solté. Él ya sabía que le estaba quitando el polvo al blog y que en breve iba a volver a escribir. Pero este espacio, sin un mega-super-recontra-archi-objetivo no tiene sentido. Así que, cuando vi que su mirada se posaba en mí y aguardaba en silencio, le dije lo que pensaba hacer dentro de un año.

Se paralizó dos segundos. Se le dibujó una sonrisa, cerró los ojos y se tapó la cara con una mano.

«Y vos me vas a acompañar», lo desafié.

Me dijo que estaba loco. No por lo que quería hacer (que me pidió revelar recién mientras estemos en Pinamar, corriendo nuestra tradicional Adventure Race), sino porque esperaba que él fuera capaz de prepararse y correr todo eso. Es algo nuevo, distinto, lo suficientemente difícil como para mantenerme enfocado otras 52 semanas, pero divertido, y algo que podemos organizar nosotros sin inscripciones, preclasificaciones, cupos, etc.

Pero hizo lo que para mí era más importante, que fue darme su bendición. Si sé que él me va a ayudar, entonces el resto depende de mí. En la vida hay cosas que están bajo mi control, así que esas no me asustan. Y hay otras que están completamente fuera de nuestro control, así que tener a alguien a tu lado también te quita preocupaciones.

Quizá me acompañe corriendo 80 km. Por ahí se anime a 120, 200 km. No importa, si está ahí de punta a punta, los días que me tome lograrlo, es todo lo que preciso. Eso y que sigamos siendo amigos de entrenamiento los próximos 12 meses. Voy a tener que volver a los fondos largos, a ajustar mi alimentación y también las rutinas que hagamos cuando «bajemos» a las estaciones saludables.

Estoy volviendo a sentir cosquilleo en el estómago que producen los desafíos…

Semana 51: Día 357: Corriendo de San Isidro a Retiro

Continúo con la segunda parte del que hasta ahora será mi día favorito de 2013.

Cuando salí de la nutricionista eran cerca de las 11 de la mañana. Había ido preparadísimo: ropa para correr, el reloj con GPS, la mochila tipo camel, unas galletas de arroz, una banana y una caramañola de 750 cc llena de agua. Capté señal, guardé el pantalón largo, comí algo y arranqué.

Estaba en la punta del Hipódromo de San Isidro, donde convergen Márquez con Fleming. Empecé fuerte, estaba entusiasmado. Iba entre 4:30 y 5 minutos el kilómetro. El motivo por el que entrenamos siempre con los Puma Runners en este lugar es que esta «vereda» mide 1,6 km de largo, y la vuetla entera da unos 5,1 km. Pero yo no iba a dar vueltas, en realidad mi plan original era encarar hacia Libertador, doblar a la izquierda, y darle derecho hasta cruzar la General Paz, Figueroa Alcorta, plaza San Martín y su ruta. Romina, mi nutricionista, me sugirió que vaya por el bajo, que también es un camino que solemos hacer los sábados. El día estaba increíble (hasta corrí con lentes), así que mientras estaba por cruzar la avenida Santa Fe (en San Isidro, obvio) decidí hacerle caso.

Luego de una parada técnica en el baño de una terminal de ómnibus, seguí por Roque Sáenz Peña hasta llegar a Juan Díaz de Solís, la calle que bordea el Tren de la Costa. También es una zona cómoda para correr, gracias a que el caminito de las vías solo es interrumpido por cruces a nivel, con sus respectivas barreras. No abunda el tránsito, como sí pasa en Libertador, así que pude ir más tranquilo, disfrutando del clima y la sombra de los árboles.

Pero lo que para mí hacía especial este fondo era que iba a tener un poquito de exploración. Siempre que entrenamos llegamos hastala calle Paraná, y ahí nos uqedamos, enfilando para el lado del río o haciendo cuestas. Nunca me imaginé que se podía seguir bordeando las vías, pero si ese tren llegaba hasta la estación Bartolomé Mitre, cuya entrada es por Libertador, lo más probable era que ahí pudiese empalmar con mi plan original. Yo no sabía cuánto iba a correr, ni a qué hora iba a llegar a mi casa (donde tenía que bañarme, almorzar y estar listo para que a las 14 fuésemos con un amigo extranjero a Comicópolis, la feria de historieta en Tecnópolis. El hecho de tener un límite de tiempo me ayudaba a apurarme…

Pasando Paraná, comenzó terreno inexplorado. Afortunadamente el caminito asfaltado junto a las vías seguía, hasta que me vi forzado a bajar a la calle. Seguí hasta que no pude seguir avanzando recto y tuve que doblar en una esquina. ¿Hacia dónde? Encaré a la izquierda y me arrepentí. Volví a la derecha, y doblando… ¡Libertador! Ese mismo camino que tantas veces hicimos en tren, lo había recorrido a pie.

El resto del trayecto era bastante conocido para mí, ya que muchas veces entrené yendo o volviendo a San Isidro (a veces yendo Y volviendo). El tema es que mi entrenamiento terminaba en Colegiales, más o menos a la altura de la calle Juramento. Así que de nuevo me dio esa sensación de mariposas en el estómago por estar probando algo nuevo, en una distancia que seguía siendo un misterio para mí.

Con el sol en lo alto, pleno mediodía, crucé al otro lado de Libertador en una barrera (porque la avenida pasa por debajo de las vías del tren, en un paso bajo nivel no apto para seres humanos) y pasé junto a otro Hipódromo, el de Palermo, separado unos 15 km del de San Isidro. Había poca gente entrenando, seguramente por el horario, lo cual es un placer para mí. Sin embargo vi a algunos que aprovecharon el clima como yo para salir al aire libre (seguramente autónomos, millonarios o desempleados… el running nos une a todos los que podemos acomodar nuestros horarios).

Crucé Figueroa Alcorta a la altura de Canal 7, siempre con la radio Delta en mis audífonos. La música rítmica me ayuda, así como que tengan pocos locutores diciendo pavadas al aire. Hice la distancia de una media maratón (que creo que es 21,9 km) en 1 hora con 37 minutos y 53 segundos, un tiempo que no hubiese estado mal en la carrera de hace dos semanas. Claro que ayer tuve que frenar en varios semáforos y hacer una parada técnica, lo que me sumó algunos minutos. También me retrasó un poco sacar la caramañola de la mochila cada vez que tomaba agua.

El tema de la hidratación fue mi punto flojo. No podía cargar más que ese líquido, y lo fui racionando. Me alcanzó muy justito, por suerte llegué bien a Retiro y de ahí a mi casa, donde paré el reloj a los 23,74 km, con un tiempo total de 1:50:46. Fue una sensación maravillosa, sentí que había aprovechado muchísimo el día… ¡y recién era la 1 del mediodía!

Subí rápido a mi departamento, puse algo en el horno eléctrico y me metí en la ducha. Todavía me faltaba encontrarme con Diego a las 14 para salir disparando a Tecnópolis, donde se decía que el maestro, el único, el prócer de la historieta, el educador de millones de argentinos, iba a estar firmando ejemplares. Me refiero, obvio, al papá de Mafalda, el inigualable Quino. Pero esa es una historia que quiero dejar para el día de mañana…

Semana 50: Día 350: Los guerreros veganos

Creo que tengo una relación sinérgica con mi entrenador. Cuando me pongo las pilas creo que lo entusiasmo y se engancha más en entrenarme. Ya hace más tiempo que entrenamos juntos bajo «Semana 52» que lo previo, o sea que ya me ha visto tres años entrenando duro, cuidándome con lo que como y bebo, contra los dos años previos donde hacía cualquiera.

Hace un año decidí hacerme vegano, y Germán me acompañó, incorporando muchas cosas. Entonces se interiorizó en el tema y empezó a darme él indicaciones. Así terminamos enseñándonos mutuamente. Nunca le di tanta prioridad al gimnasio como en el último mes y medio. Estoy yendo entre tres y cinco veces a la semana, y eso se empezó a reflejar en mi cuerpo. Si me piden que me saque una foto ahora no veo ninguna diferencia con las que me saqué antes, pero hay ciertas poses o en la tensión de correr o levantar peso donde se empieza a vislumbrar.

En todo este ir y venir de motivación, donde ambos aprendimos mucho, Germán me vino insistiendo en que tenía que empezar a colgarme para obtener más masa muscular. Varias veces me mostró ejercicios que me resultaron imposibles. A él le costaban, pero llegaba a hacerlos. Y con este renovado entusiasmo mío por la musculación, venimos hablando de incoporar nuevas rutinas.

Muchas veces, cuando uno habla de ganar masa muscular, siempre surge un detractor del veganismo diciendo que sin proteína animal, no voy a poder lograr nada. Ni mucho ni poco: NADA. Yo llevo un año entero sin consumir derivados de animales de ningún tipo (ni leche ni huevos) y pude progresar como siempre (dependiendo, claro, de que me ponga las pilas). Doy fe de que todo lo que da la carne o los lácteos es reemplazable. Para muestra basta ver cómo me fue este año en las carreras o la cantidad de músculo que gané desde que volví al gimnasio.

Y en todo este ir y venir con Germán, mientras ideamos la nueva rutina, me acercó estos videos que les comparto. Son de un grupo que se hacen llamar «Vegan Warriors» (Guerreros veganos), que difunden la vida sana y el entrenamiento duro sin que eso involucre el sufrimiento de los animales. Cuando los vi, no podía salir de mi asombro. ¿Es eso posible? ¿Se puede alcanzar ese nivel de desarrollo muscular sin recurrir a suplementos derivados de la leche o del huevo? Sí, se puede. ¿Y podría hacerlo yo? No me cabe duda. Para mí no es una cuestión de si es posible o imposible, sino de cuándo. Mis prioridades son otras, puntualmente el fondismo, que todos sabemos que consume músculo. Además el tiempo de entrenamiento de esta gente debe ser muy intenso, o al menos debe llevarles varios años. Quizá si me pongo un blog nuevo llamado «Semana 520″…

Pero no voy a dudar de mí mismo. Yo soy la prueba de que no hace falta la proteína animal para progresar. En el otro extremo están los Guerreros Veganos, y me parece una buena meta. Creo que tengo que empezar a colgarme…

Semana 50: Día 348: Cosas que he roto por correr

Muchos le temen a hacer deporte. Le huyen como si fuera la peste, temerosos de muchos fantasmas como que correr fija la celulitis (un mito infundado), que se te agranda el corazón y te morís (crece, pero causa el efecto contrario) y tantas otras cosas. Hace mucho que no le tiro letra a los detractores del running, así que aquí va un nuevo intento: las cosas que he roto por correr… ¡¡¡y que te podrían pasar a ti!!!

Empecemos de abajo para arriba. Antes de entrenar asiduamente, las zapatillas me duraban años. Literalmente las usaba hasta que se me deshacían en los pies. Una vez iba caminando por la calle y el talón de la suela se desprendió cruzando la avenida. De golpe una pierna era 5 cm más corta que la otra. Pero esto ocurría al cabo de varios años, y ahora que corro entre 150 y 300 km por mes, con suerte me duran cinco meses. Los cordones se cortan, se agujerean en la punta y a los costados (donde se pliega el pie), los talones escarban por dentro, carcomiendo el material… Las zapatillas sufren y jamás las cambié con tanta frecuencia como ahora (y eso que no escatimo a la hora de comprar).
Si esto pasa con el calzado, ni hablar que con las medias es peor. Llegué al punto de comprarme las más truchas para hacerlas de goma entrenando, así cuido las más pro para las carreras o entrenamientos largos. Siempre se agujerean en el dedo gordo, lo que constituye una imagen tristísima.

Los pantalones cortos corren la misma suerte. Desconozco si a las mujeres les pasa lo mismo, pero a mí se me agujerean en la entrepierna, lo cual me favorece la ventilación en días calurosos, pero me suben la temperatura por la vergüenza. Lo mismo me pasa con las calzas. No sé si lo conté, pero en la maratón Río corrí con un hermoso par debajo de mi pantalón corto. Obviamente que uso calzas para no ponerme ropa interior. De pronto sentí… cómo decirlo con elegancia… que la costura cedía y cierta parte de mi anatomía se colaba por el hueco, depositándose cómodamente. Me faltaban como 5 kilómetros para terminar, y lo hice con disimulados giros de cadera para poner las cosas en su lugar.

Las remeras, huelga decirlo, son indestructibles. Ninguna se me rompió corriendo, probablemente porque la zona de destrucción ocurre de la cintura para abajo. Pero sí se me desgastaron muchas (al igual que algunos buzos y remeras de manga larga) por las tiras de la mochila hidratadora.

Quizás el elemento que no es ropa y que más destruí fueron los audífonos. Igual estoy seguro de que las empresas de electrónica las hacen tan frágiles como para romperlas con un soplido. No importó si había pagado mucho o poco, si iban dentro del oído o enganchados a las orejas como con esos modelos sport. Si no se rompían en la ficha, se hacían trizas en el otro extremo, en los auriculares.

Por último, lo que más he roto es a mí mismo. Rodillas, uñas, tibial, costillas… castigué a toda mi anatomía. Las ampollas, que como no sabemos para qué sirven las reventamos al instante, dejan piel suelta que insisto en tironear y arrancar. Una semana antes de la media maratón me saqué un buen trozo de piel del dedo chiquito del pie izquierdo. Como lo último no se despegaba, tiré y tiré al punto de que salió con sangre y todo. Estuve rengueando por ese dolor agudo cuando pisaba, sintiéndome el más imbécil por autoflagelarme tan cerca de una carrera.
Pero a los que nos gusta esto de la actividad física, estas cosas que suenan tan terribles nos resultan moneda corriente. Todo lo que se rompe, se reemplaza o se arregla… ya sea un par de zapatillas o las uñas de los pies.

Semana 44: Día 305: Una semana de gimnasio

Bueno, ayer me fue imposible actualizar el blog, así que hoy salen dos posts en el transcurso del día.

A continuación comparto dos fotos que me saqué, una el día en que empecé a ir al gimnasio, otra una semana después.

Foto del día 24-07-2013 a la(s) 11:16  Foto del día 31-07-2013 a la(s) 11:23

¿Ven la diferencia? ¿No? Yo tampoco.

Después de mirarlas detenidamente por 5 horas, noté que hay unas venas más marcadas en el pliegue del codo (¿se llama así?). No esperaba que haya un cambio, pero sí hay una verdadera diferencia, y tiene que ver con que ya me siento más cómodo con los ejercicios, ni tengo dolores en los días posteriores. Si me sacara la foto en el momento del entrenamiento, todo hinchado por las repeticiones y la sangre que infla los músculos, sería hacer trampa (porque el efecto no resiste más allá de cuando me ducho en el vestuario).

Vamos por más…

Semana 39: Día 267: Pensando en la maratón

Entonces, en 14 días estaré en Río de Janeiro. Playa, sol, zunga. Pero me tendré que recordar que fui para correr la maratón de Río de Janeiro.

Correr 42 km es algo que no se puede improvisar. Es producto de un entrenamiento largo y sostenido. ¿Hay gente que termina una maratón en el primer intento, sin haber corrido nunca antes? Suena más imposible que prender un fósforo abajo del agua, pero si hay criaturas de otro planeta que la terminan en 2 horas 15 minutos… ¿por qué no?

Hasta hoy el tema de Río me estaba empezando a preocupar. Estoy corriendo asiduamente, no debería hacerme problema, pero hace rato dejé esos fondos de 45 km… temía estar achanchándome, no manteniendo el nivel. Hoy, en el entrenamiento de los Puma Runners, nos tocó hacer un fondo. Mi consigna era darle entre 3 y 6 vueltas al Hipódromo, que como tiene 5 km estaríamos hablando de algo entre 15 y 30 km. Siempre intento ir por el máximo, y esa distancia es la ideal para prepararse para una maratón (uno nunca corre la distancia total de una carrera para la que uno entrena, siempre se busca llegar hasta el 70 u 80%).

Con bastante frío largamos. Yo me llevé a un amigo que hice en estos días, Hugo, para el entrenamiento. Él es francés, musulmán de ascendencia marroquí, estudia en los Estados Unidos y habla muy bien inglés y castellano. Y algo de chino. Ah, su novia es rusa. Lo que se dice, un chico globalizado. ¿Para qué vino a Argentina? Entre otras cosas para mejorar su español, así que él me puede hablar en el idioma que quiera, pero yo le tengo que responder en criollo. Le gusta el fútbol y busca hacerlo profesionalmente, repartiéndose su tiempo entre la preparación física y el estudio (cuando le preguntás qué estudia, dice «Business Management», nunca en español). Además de enseñarle conceptos muy abstractos como «quilombo» o «guita», lo llevé a conocer a los Puma Runners y por afinidad decidió correr a la par mía. Yo estaba con muchas pilas: como mencioné en el post anterior tuve muchas satisfacciones laborales que si bien me quitaron el sueño, me llenaron de mucha energía positiva. Así que ahí estaba yo, corriendo a destajo, y Hugo siguiéndome el paso. Creo que hicimos la primera vuelta de 5 kilómetros en 23 minutos, y como él estaba distraído cuando el entrenador dio la consigna del día, abrió los ojos como dos platos cuando le dije que yo iba a seguir 5 vueltas más.

Dejé a Hugo haciendo dominadas (pull ups) y flexiones de brazos (push ups), me desabrigué (fue un acto de fe, porque todavía hacía frío), y seguí dando mis vueltas. Sigo sin mi reloj, así que no podía medir mi velocidad, pero como tengo el Hipódromo bastante estudiado, sabía la distancia que iba a hacer. Hay una cuestión mental cuando decidimos dónde está nuestra meta. Si me hubiese decidido a hacer 15 km, los últimos 5 los hubiese padecido. Pero como el límite era 30, una vez entrado en calor fue cuestión de poner velocidad crucero y sufrir más adelante.

Como decía, tengo bastante aprendido el Hipódromo. La primera parte es fácil, porque paso junto a mis compañeros y mi entrenador, entonces es una buena referencia. Uno además intenta parecer que está más entero de lo real, levanta la cabeza, abre la zancada… finge un estado impecable, pero por alguna razón uno se la termina creyendo. Después viene la cuadra del hospital, que es el costado «corto» del Hipódromo. Se pasa fácil, esquivando algo de gente. La siguiente cuadra, la de Márquez, es la más dura. Es larga, siempre en sombra por los árboles (en invierno no está tan bueno), y aunque tiene la estación de micros para ir al baño en un caso de «emergencia», es un poco desmoralizante. Aunque es en línea recta, no se ve el final (o yo no lo veo porque nunca admitiré mis problemas de vista), no tiene tramos de pasto o tierra para no exponer a las piernas tanto tiempo al asfalto, y no hay nada que entretenga la vista. Solo vereda y el alambrado que cerca el Hipódromo. Lo único que me motiva es ver el final, saber que voy a doblrar y abandonar esa cuadra larga y tediosa. La que sigue, Fleming, tiene árboles más bajos, lo que para mí la hace más agradable, además de que tiene algo de pasto. Siempre me mando por ahí. Tiene faroles… me resulta más atractiva. La contra es que hay una entrada y salida de autos a los que les importa poco que se les cruce gente corriendo. Por último llega el final, en Rocha, que no tiene ningún atractivo salvo saber que estás a punto de terminar la vuelta.

Es curioso porque en las carreras me llevo geles, pasas de uva… de todo para tener energía. Pero como no sabía qué íbamos a hacer hasta que llegué al entrenamiento, no fui tan preparado. Y me dio la impresión de que estaba bien de energía. Quizá lo motivacional me ayudó, pero por las dudas me llevé una banana que tenía en la mochila y le daba un pequeño mordisco cada kilómetro y medio. Así me aseguré de tener hidratos de carbono constantemente. No me cuesta digerir esta fruta (quizá a otros le cae pesada), así que anduve bien. La ola de frío polar cedió un poco, y más cerca del mediodía se estaba muy bien en musculosa y pantalón corto.

Incluso con paradas en el bebedero para hidratarme, en el baño de la estación de ómnibus y para comer algo de mi mochila, creo que hice un buen tiempo. Remarco el «creo» porque no tengo reloj. Debo haber estado en las dos horas y media para los 30 km, que terminé bien, con pilas como para seguir 12 km más. Así que siento que tengo la maratón en el bolsillo. No creo que haga marca, pero confirmé que con una banana pude bancarme el 70% de la distancia a correr. Me parecen buenas señales de que en Río la voy a pasar bien…

Semana 38: Día 264: Entrenar con frío

Nuevamente estoy camino a mi entrenamiento, en el tren ramal Tigre. Otra vez estoy esperando esa revolución en el transporte que nos prometió Randazzo. Pero se sigue atrasando, los carteles electrónicos anuncian servicios midiéndolos con minutos de 90 segundos, y a veces las pantallas directamente no arriesgan ningún horario.
No me gusta llegar tarde, sin embargo nunca hago a tiempo. Tengo que empezar a salir más temprano.
Estamos a pasos del invierno,y después de un otoño con bastante buen clima, esta semana salir a entrenar de noche fue un acto de conmovedor coraje. Volvimos a correr con abrigo, los ojos llorosos por el viento frío y las veredas más vacías que nunca.
Yo vivo estos días con una mezcla de alegría, porque gay más espacio para entrenar, con sufrimiento. El frío me cala los huesos, algo que cuando estaba por encima de los 75 kg no me afectaba. El haber pedido masa adiposa me disminuyó mi aislante natural. No sé si quejarme, sé de gente que disfruta este clima y lo recibe con sus ventanas abiertas. No es mi caso.
El ver las veredas vacías me hace pensar en la cantidad de gente que desaprovecha estos meses gélidos. Por supuesto, correr en primavera es hermoso, pero ¿para qué interrumpir el entrenamiento? El cuerpo se desacostumbra rápido a la falta de ejercicio, y después habrá que empezar de cero.
Leí por ahí (o sea, en internet) una frase que decía «Los cuerpos del verano se construyen en el invierno» (o algo muy parecido). Esta época no hay que desaprovecharla. Basta con tener un abrigo adecuado, en especial para el final del entreno. Yo suelo salir en pantalón corto porque en seguida entro en calor. Hoy, que hace 9 grados (quizá menos en Acassuso), me puse la calza, que es mi límite de mariconeo. En casos de frío extremo (más en montaña que en ciudad) opto por un par de guantes. Rara vez uso un cuello todo el tiempo. Como decía, el cuerpo entra en calor, y prefiero buscar un equilibrio que correr con frío y mojado de transpiración.
No recuerdo unas vez en que entrenar con frío me haya hecho mal. En todo caso, lo peor vino cuando llegó el momento de detenerme…

Semana 35: Día 239: Siguiendo un impulso

Hoy fue un día largo. Visité a mi amigo Javi en el hospital (tiene un apéndice menos), merendé con el resto de los chicos cuando las enfermeras nos echaron y al final cené con mi hermano Santi y su familia, que incluye una nueva sobrina.

Pero el día empezó entrenando en Acassuso, capeando el frío que yo sabía iba a aflojar. Al final hacía un sol hermoso, y metí unos dignos 21 km. Tengo a mi amigo Nicolás que mañana, domingo, va a correr las Fiestas Mayas. Y se me ocurrió acompañarlo en sus primeros 10k. Pero después del entrenamiento me empecé a preguntar «¿Por qué tengo que colarme?». Gracias al teléfono que me permite navegar en internet, busqué el teléfono del Club de Corredores, confirmé que todavía quedaban cupos y me fui para allá, en un tren atestado de ruidosos hinchas de River.

Y así, decidido a último momento, terminé inscribiéndome, con remera y todo. No voy a tener que cometer el bochornoso acto de buscar en qué lugar meterme y también me va a permitir cruzar la meta.

Mañana, la crónica.

Semana 33: Día 229: Llegó el invierno

Bueno, es cierto que al otoño le queda más de un mes. Pero el contraste entre la temperatura de esta semana y la anterior es increíble. Nuestro cuerpo está muy bien adaptado a los cambios climáticos, y por eso hemos conquistado gran parte del planeta… pero nadie está preparado para un descenso de 10 grados en el termómetro.

Pongo en tema a los lectores extranjeros: Bueno Aires está en el Hemisferio Sur, donde actualmente es otoño, mientras que en el Hemisferio Norte es primavera. Puede sonar a una obviedad, pero eso es porque nosotros (los sudacas) estamos acostumbrados a mirar hacia el primer mundo, añorando una Navidad con nieve y no estar comiendo nueces y garrapiñadas con 35 grados centígrados. Me he cruzado con mucha gente de otros países que, por no haber viajado al exterior de su propio continente, desconocía esta distinción.

Así que, después de haber estado entrenando en musculosa y pantalón corto, hoy llegó el turno de desempolvar las calzas y los guantes. Después de haber sufrido varias veces el clima de la montaña, estoy bastante bien preparado para el abrigo de corredor. Creo que soporto más el calor que el frío, aunque haya gente que prefiera lo inverso. Mientras corría no tuve ningún problema. El tema era frenar y enfriarse al toque.

Ha pasado mucho tiempo desde que Emil Zatopek entrenaba corriendo en la nieve, con sus borceguíes y su mujer a caballito. Ahora tenemos ropa liviana, rompevientos y muy abrigada. El entrenamiento de hoy incluía varias progresiones que no pude hacer sin guantes. Las extremidades, así como todo lo que sobresale de la cara (nariz, orejas) es lo que más tenemos que proteger del frío, porque es donde más lo sufrimos. No tiene sentido torturarse y hacerse el macho, siempre es mejor prevenir y tener algo de manga larga y un pañuelo (buff) de repuesto en la mochila. Nunca se sabe cuándo este clima traicionero va a hacer de las suyas.

No tenemos que olvidarnos de que, por más que haga un frío de escupir bolitas de hielo, tenemos que hidratarnos. El clima congelado puede hacer que no nos demos cuenta de que hay que reponer líquido. Este pre-invierno no tiene que disuadirnos de entrenar. Igual pudimos disfrutar, con nuestros compañeros de los Puma Runners y otros valientes, de una noche de entrenamiento. Yo de a poco voy volviendo a mis niveles anteriores, aunque siempre aparece un dolor nuevo en el camino. Está todo bien, son señales de que hay puntos en el cuerpo que hace falta reforzar. Y todo lo que sembremos en estos meses gélidos es lo que vamos a cosechar en la primavera y el otoño. Por falta de prevesibilidad o por fiaca nos podemos encontrar con que el tiempo se agota, y como millones de personas vamos a esperar a los primeros calores para salir a disfrutar del aire libre. Bueno, aunque sea de noche, haga frío y estemos abrigados hasta las orejas, podemos estar afuera, con el cielo estrellado y vapor saliendo de la boca, y disfrutarlo mucho…