Archivo del sitio

Semana 35: Día 241: La llegada de las Fiestas Mayas 2013

En esta carrera multitudinaria que se corrió ayer, me preocupaba la foto de la llegada. Porque somos tantos, que era muy probable que nos tapemos entre todos. En la San Silvestre, por ejemplo, no se ve mi llegada porque una cámara en una grúa tapa mi momento triunfal.

Por suerte, en las Fiestas Mayas, una cámara elevada (y sin grúas al frente), captó el instante en que cruzamos la meta con Nico. Fue un momento muy emocionante, porque le venía gritando que podía, y juntos cruzamos en un maravilloso sprint. Después podríamos haberle puesto la música de «Carrozas de Fuego» mientras nos fundíamos en un afectuoso abrazo. Los corredores sabrán entender la emoción que se siente estando ahí, en la meta.

Nos encuentran a la izquierda de la pantalla.

005548

005549

005550

005551

005552

005553

005554

005555

005556

005557

Semana 35: Día 240: Los 10 km de las Fiestas Mayas

2013-05-26 09.19.44

Entre todos los errores que tengo, el que arrastro desde hace más tiempo y el que más detesto es el de la subestimación. No me refiero a ser subestimado, sino cuando yo lo hago. Hubo una época en que no hacía deporte, mi dieta se basaba en pan con mayoliva, y me deleitaba casi todos los días con palitos salados. Y en esos tiempos empecé a correr por mi cuenta, y me costaba un montón. Hacía tres o cuatro kilómetros y estaba muy satisfecho y orgulloso de mí mismo. La primera vez que alcancé los 10 kilómetros por mi cuenta, me quedaron los pies destrozados. Estaba feliz, pero sentí que había encontrado mi límite, y que me era imposible hacer más.

Y después me olvidé de todo esto. Empecé a sumar distancias, a fortalecer las piernas, a bajar de peso y a ganar experiencia. Con eso vino la subestimación, y no corría carreras de 10K. Es más, me burlaba de ellas, pensaba qué tontería era organizar una competencia tan corta, solo para sacarle plata a los atletas que recién empiezan… ¿por qué no hacen una de 42 y se dejan de embromar? Sí, esas cosas pensaba, lo cual me hace un tipo bastante odioso. Pero al menos no las decía en voz alta.

Solo participaba de carreras «cortas» (lo pongo entre comillas) si obtenía la inscripción gratis por algún auspicio, o si quería acompañar a alguien, y casi siempre probaba velocidad. Por supuesto que no las disfrutaba, me la pasaba todo el tiempo presionándome al máximo, al punto en que tenía los cuádriceps en llamas y los pulmones a punto de explotar. Así me perdía el paisaje y todo lo que una carrera tiene, además de correr.

Admito todo esto porque hoy participé de las Fiestas Mayas, y lo hice con Nico, un amigo que está haciéndose de abajo en el mundo del running. Él solo se ha ido preparando, y hoy corría su primera carrera de 10 kilómetros. Y me acordé de lo difícil que fue para mí llegar a esa distancia, y como él me hace en parte responsable por su motivación por correr, decidí acompañarlo, aunque sea unos kilómetros. Por suerte no me tuve que colar: ayer fui al Club de Corredores, y todavía quedaban cupos. Así que pude hacer las cosas por derecha, como corresponde.

De cabezón que soy, decidí ir hasta la largada corriendo. Desde casa, por Pampa derecho, terminaron siendo 4 kilómetros. Me sirvió para entrar en calor; la mañana estaba fresca, y llegué acalorado, con todo el abrigo en las manos. En el camino, como me pasa en todos los trotes matinales, paré detrás de un árbol para realizar una «parada técnica». Dejé mis cosas en el guardarropas (me dieron el número 365, que después del 52 es uno de los que más me gustan) y fui a encontrarme con Nico. En la plaza que está frente al Club de Corredores, antes de que él llegara, hice mi segunda parada técnica. La mañana es así para mí.

Por supuesto que la carrera empezó puntual. No sé cuántos éramos, quise contarlos a todos pero no me dieron los dedos de las manos. Mi cálculo era que estábamos por encima de los 5 mil, quizá 10 mil. Quisimos avanzar para salir lo más cerca posible del arco, y fuimos a los codazos, patadas y mordiscones hasta que la masa de gente se volvió impenetrable e indivisible. El contador llegó a cero y largamos. Primero caminando, después dando trotecitos muy cortos, y cuando la gente se empezó a abrir, pudimos correr normalmente.

Mientras hacíamos nuestros primeros metros, le sacaba charla a Nico. Cuántas carreras había hecho, cómo se venía sintiendo. Quería ir a su ritmo, pero nunca me doy cuenta si yo sigo al otro o si el otro me sigue a mí. La cantidad de gente era infernal. Pasamos a Emilse, la «mujer araña» (un personaje presente en la gran mayoría de las competencias de la Ciudad), y enfilamos derecho por Figueroa Alcorta. Una cosa que me sorprendió, que por los comentarios de otros corredores era novedad, fue que pusieron pacers, o sea gente que marca el ritmo y se rodea de un pelotón que quiere mantener una velocidad constante. Nos pasó el de 5 minutos el kilómetro, e intentamos seguirlo, pero como le estaba dando mucha charla a Nico, sentía que no llegaba, y la idea no era esforzarlo por demás. Así que nos acomodamos en unos 5:20 y fuimos manteniendo.

Cuando cruzamos Dorrego, ya veíamos a los punteros que estaban volviendo. «No te preocupes, son de otro planeta», le dije. Correr por esas calles, totalmente vedadas para los seres humanos en condiciones normales, es muy gratificante para mí. Seguimos hasta el planetario y dimos un incómodo giro de 180 grados para retomar. Como auspiciaba Jumbo, doblamos frente al Hipódromo de Palermo y nos acercamos a media cuadra del hipermercado. Después volvimos por Dorrego para retomar Figueroa Alcorta. Nico le ponía mucha garra, pero sin volverse loco, y manteniéndose en una velocidad cómoda. Entramos a los lagos de Palermo e hicimos la tercera parada técnica para mí. Afortunadamente fue la última (de la mañana).

Salimos a Figueroa Alcorta, y de ahí era derecho hasta llegar a la meta. Al principio no dije nada, pero solo veía cómo la velocidad que marcaba mi reloj iba en aumento. Cuando sabés que te falta poco, sin querer empezás a apretar. Estaba faltando un kilómetro y veníamos muy cerca de los 5 el kilómetro. Yo le iba cantando «vamos que faltan 600 metros…», «vamos que faltan 400…». «No puedo, voy a recuperar», me dijo. «¡Recuperás en la meta!», le grité. Ya teníamos el arco de llegada a la vista y le dije «Ahora levantá más los talones del piso». Vi que respondía y le dije «Abrí la zancada». Y pegamos un sprint espectacular hasta cruzar la línea de llegada. Llegamos por debajo de los 55 minutos, manteniendo la velocidad de Nico en las carreras anteriores que hizo (que eran de 8 kilómetros o menos).

Fue una alegría muy grande compartir esa carrera. Entregamos el chip, nos agarramos un Gatorade y una banana, y salimos. Me sorprendió que no dieran medalla, y aunque tuve un principio de ofendimiento, después me enteré que las Fiestas Mayas nunca entregan medallas de finisher, sino que la consigna es darle a los corredores chocolate caliente con churros. Siempre se hizo el 25 de mayo, pero como ayer hubo un multitudinario acto político, me imagino que no quisieron que se solaparan.

Como vengo de un período de abstinencia de running, me pareció una buena idea volver a casa corriendo a un ritmo suave, como para regenerar. Elongamos, nos despedimos, y cuando recuperé mis cosas del guardarropas, fui trotando tranquilo para volver por La Pampa. Esta carrera no fue cara, y la verdad es que le encontré un sentido a correr por las calles de Buenos Aires, aunque no sea un «desafío» a nivel físico. Las carreras no tienen por qué servir solo para romper marcas. También pueden servir para compartir la experiencia con amigos y disfrutar de otra perspectiva de la Ciudad.

Les dejo algunas fotos que fui sacando en el recorrido. Son muy malas porque la suma de celular más trote más carrera da igual a imágenes movidas y mal iluminadas, pero sirve para darse una idea del recorrido, y la cantidad de gente que vino a hacer sus 10K de nuevo… o por primera vez.

Semana 35: Día 239: Siguiendo un impulso

Hoy fue un día largo. Visité a mi amigo Javi en el hospital (tiene un apéndice menos), merendé con el resto de los chicos cuando las enfermeras nos echaron y al final cené con mi hermano Santi y su familia, que incluye una nueva sobrina.

Pero el día empezó entrenando en Acassuso, capeando el frío que yo sabía iba a aflojar. Al final hacía un sol hermoso, y metí unos dignos 21 km. Tengo a mi amigo Nicolás que mañana, domingo, va a correr las Fiestas Mayas. Y se me ocurrió acompañarlo en sus primeros 10k. Pero después del entrenamiento me empecé a preguntar «¿Por qué tengo que colarme?». Gracias al teléfono que me permite navegar en internet, busqué el teléfono del Club de Corredores, confirmé que todavía quedaban cupos y me fui para allá, en un tren atestado de ruidosos hinchas de River.

Y así, decidido a último momento, terminé inscribiéndome, con remera y todo. No voy a tener que cometer el bochornoso acto de buscar en qué lugar meterme y también me va a permitir cruzar la meta.

Mañana, la crónica.