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Semana 39: Día 273: El día se aproxima

Faltan pocos días para partir rumbo a Río de Janeiro. Hoy, viernes, muchos aprovecharon para partir hacia Rosario, pensando en la Maratón de la Bandera. Y en casi todos se instala el miedo de… ¿me conviene correr estos días?

En mi caso siempre bajé el nivel del entrenamiento cercano a la carrera. Pero con el tema de los 42 km hay mucho miedo dando vueltas… me acuerdo mi primera maratón, en el año 2010, donde Germán, mi entrenador, me recomendó descansar y no andar caminando demasiado el día previo. El tema fue que la maratón era un domingo y el sábado anterior fui a la acreditación, a buscar mi kit de corredor, y tuve que hacer largas colas… me dio mucho pánico. Sentía las piernas cansadas, había estado mucho tiempo parado… por supuesto que la mañana de la largada me olvidé de todo esto. No sabía en ese momento que ese miedo volvería muchas veces, y las piernas doloridas también (un signo de nervios y tensión).

Estamos partiendo a Brasil el jueves a la madrugada, o sea que el miércoles a la noche, después del entreno, nos juntamos para que a las 2:30 de la mañana nos lleve una combi a Ezeiza. Yo asumí que ese día íbamos a entrenar como siempre, pero noté entre mis compañeros un exagerado respeto por la maratón. Muchos confesaron que no pensaban correr. Me recordaba al plan de Allan Lawrence, autor de «Autoentrenamiento para corredores», que si bien decía que muchos descansaban el día anterior a correr los 42 km, él prefería hacer un fondo de 10 km. El descanso es importante, pero siendo que los dolores de los esfuerzos llegan con un día de diferencia, ¿qué mejor que entrenar un sábado y competir un domingo? El lunes el cuerpo empezaría a pasar factura y listo.

Yo creo que la mejor forma de lidiar con las ansias y los nervios es ponerles el cuerpo y hacer actividad física. Nada demasiado exigente, lo suficiente como para apaciguar la mente. Y aunque es cierto que no da ir a tomarse el avión todo chivado, de miércoles al domingo (día de la maratón) hay mucho tiempo, y realmente necesito descargar. Quizá me corte solo en algún momento y salga a hacer un fondito por la playa en los días previos. No sé si el destino me volverá a llevar en breve a Brasil, así que mejor aprovecharlo, y ayudar a que la carrera llegue pronto.

Semana 39: Día 272: Monotributista

No puedo comprar reales. Según Afip, mi categoría de monotributo no me lo permite.
Ok, tengo que usar la tarjeta, ¿no? Porque en este blog no avalamos la compra de moneda extranjera en el mercado ilegal. Intenté pedir una al Banco Hipotecario. No soy apto. Al no tener un título con matrícula (estudié diseño gráfico en un terciario) no me consideran profesional, por lo tanto consideran que no voy a poder pagar los resúmenes de cuenta. Hace unas semanas, una dueña no me quiso alquilar un bonito departamento porque no tengo recibo de sueldo, como su esa fuese la diferencia entre afrontar las deudas y hacerse el gil.
Esta es la vida del monotributista. No importa si estoy al día con mis impuestos, ni cuál es mi historial crediticio. Para el sistema financiero yo soy poco solvente y nada confiable.
Por suerte tengo la tarjeta de mi banco, al que yo puteaba por sus servicios deficientes y al que ahora me aferraré con uñas y dientes. A todos los que les consulté si me van a devolver el recargo del 20% que retiene Afip por compras en el exterior, me dijeron que me puedo ir olvidando.
En este contexto estoy viajando a Brasil. Llegamos en una semana, la maratón se corre el domingo 7 por la mañana.
¿Cuánto la quiero correr? ¿De 1 a 10? Eso sería 11. Es lo que respondí hoy cuando me pidieron que no me tome esos días y me quede trabajando (a cambio de una suculenta compensación). Pero realmente quiero hacerlo, aunque el sistema financiero no considere que debería (o que podría).
Me resulta increíble estar hablando de economía en este blog, cuando debería estar escribiendo sobre deporte y alimentación, pero estas son las reglas del juego en Argentina… y hay que saber adaptarse…
Río de Janeiro, monotributista y sin solvencia… igual allá voy.

Semana 39: Día 271: Conocer el objetivo

En el tercer año del blog, es lógico volver sobre temas pasados, pero esto es algo que me define: conocer mi objetivo.
Todo cambia cuando sé a dónde me dirijo. Tanto sea si corro 5 km como 30, necesito saber antes mi meta. Si me mentalizo en que tengo que correr 25 km, hasta el 20 no me voy a sentir cansado. Y esa proporción se mantiene si hago una maratón, hasta el 30 o 35 es un relajo.
Por supuesto que esto es algo que afecta tanto al running como a otros aspectos de mi vida. Supongamos que conozco una chica (es un ejemplo, má). Por diversos motivos que desconoceré, ella no puede verme todos los días. De hecho, con gentileza y argumentos sólidos, me dirá que hoy no puede, ni el martes. Ahí es cuando empiezo a marearme y me pregunto «¿Me está rechazando?», «¿No le intereso?». Pero si me dice «En una semana nos vemos» yo espero paciente, tejiendo y destejiendo.
El tener objetivos claros, sin importar cuán lejanos o imposibles parezcan, es lo que hace la diferencia. No es malo esperar. Desarrollar la paciencia en un mundo acelerado es lo que diferencia a exitosos de los que nunca le pegan al budín en el horno porque lo sacan antes de tiempo.
Y acá hago la aclaración para parecer humilde: yo no me considero exitoso. He llevado muchas costumbres del running a mi vida cotidiana, pero todavía me queda mucho por aprender y aplicar. Me resulta más fácil estar 4 horas corriendo una maratón que haciendo media hora de cola en el banco (quizás en una carrera sé lo que me espera y nunca sé qué esperar de las entidades financieras).
Pude correr 100 km porque sabía qué me esperaba, y cuando lo logré (en mi segundo intento) fue porque ya sabía que no solo tenía que llegar, sino que tenía que hacerlo de una forma donde no me consumiera en el camino.
Conocer los objetivos es un buen punto de partida. Es el paso correcto para empezar y organizar las ideas. Esto es lo que a mí me resulta y se me hace fácil. El siguiente paso, que me cuesta mucho más, es no querer apurarme (contradictorio, para un corredor). Hacer las cosas a su tiempo… es mi verdadero desafío.

Semana 39: Día 269: Mi lugar en el mundo

Cuando empecé terapia, hace ocho mil años, el tema que llevé era que no encontraba mi lugar en el mundo. Vivía en la casa de mis padres, no tenía trabajo ni estudiaba. Ni siquiera mi pieza se sentía mía.
Mi otro gran tema de terapia eran las mujeres. No porque ellas fueran malas ni nada por el estilo, sino porque yo no sabía cómo tratarlas. Vivía creyéndome el mejor partido, pero que nadie parecía notar. Era un cóctel de depresión de un adolescente tardío. Y mi psicóloga me dijo algo que me quedó grabado: «Estás atravesado por tu apellido» (Casanova, para los que recién se enteran).
En ese momento creía que el equilibrio estaba en tener mi propio espacio, una novia y hacer esas cosas que hacen los adultos (conducir un automóvil, tener una caja de ahorro). Esto fue promediando el 2000. Hoy, por suerte, veo las cosas diferente. En el camino encontré mi vocación y descubrí que algo que odiaba como el running me iba a gustar mucho. Aprendí que el lugar en el mundo que buscaba no era un espacio físico, y si bien dejé terapia, las mujeres siguen siendo un misterio para mí. Pero estoy bien, conforme con mis decisiones y con proyectos. Creo que lo que no tenía antes, que me angustiaba, era eso: me faltaban metas, perspectivas. Todo me parecía chato y que nunca iba a cambiar (claro, era yo el que tenía que cambiar).
Hoy estoy viviendo temporalmente en lo de mi prima Vero. Me costó, pero me sentí cómodo. Estaba cerca del entrenamiento, con espacio para trabajar. Y casualmente, cuando me relajé y no seguí considerando un problema no tener un lugar propio donde vivir, la mamá de Vero me consiguió un departamento. Chico, pero bien ubicado. Cerca de Retiro, para tomar el tren al entrenamiento con los Puma Runners, y a pocas cuadras de la Reserva Ecológica. Un lugar que podría funcionar.
Creo que las cosas se terminan de acomodar si uno tiene paciencia (y colabora). Está podría ser mi oportunidad.
Y si no lo es, ya habrá otras. Porque mi lugar en el mundo ya lo encontré. Solo necesito cuatro paredes para guardar mis cosas y tirarme todas las noches a dormir.

Semana 39: Día 267: Pensando en la maratón

Entonces, en 14 días estaré en Río de Janeiro. Playa, sol, zunga. Pero me tendré que recordar que fui para correr la maratón de Río de Janeiro.

Correr 42 km es algo que no se puede improvisar. Es producto de un entrenamiento largo y sostenido. ¿Hay gente que termina una maratón en el primer intento, sin haber corrido nunca antes? Suena más imposible que prender un fósforo abajo del agua, pero si hay criaturas de otro planeta que la terminan en 2 horas 15 minutos… ¿por qué no?

Hasta hoy el tema de Río me estaba empezando a preocupar. Estoy corriendo asiduamente, no debería hacerme problema, pero hace rato dejé esos fondos de 45 km… temía estar achanchándome, no manteniendo el nivel. Hoy, en el entrenamiento de los Puma Runners, nos tocó hacer un fondo. Mi consigna era darle entre 3 y 6 vueltas al Hipódromo, que como tiene 5 km estaríamos hablando de algo entre 15 y 30 km. Siempre intento ir por el máximo, y esa distancia es la ideal para prepararse para una maratón (uno nunca corre la distancia total de una carrera para la que uno entrena, siempre se busca llegar hasta el 70 u 80%).

Con bastante frío largamos. Yo me llevé a un amigo que hice en estos días, Hugo, para el entrenamiento. Él es francés, musulmán de ascendencia marroquí, estudia en los Estados Unidos y habla muy bien inglés y castellano. Y algo de chino. Ah, su novia es rusa. Lo que se dice, un chico globalizado. ¿Para qué vino a Argentina? Entre otras cosas para mejorar su español, así que él me puede hablar en el idioma que quiera, pero yo le tengo que responder en criollo. Le gusta el fútbol y busca hacerlo profesionalmente, repartiéndose su tiempo entre la preparación física y el estudio (cuando le preguntás qué estudia, dice «Business Management», nunca en español). Además de enseñarle conceptos muy abstractos como «quilombo» o «guita», lo llevé a conocer a los Puma Runners y por afinidad decidió correr a la par mía. Yo estaba con muchas pilas: como mencioné en el post anterior tuve muchas satisfacciones laborales que si bien me quitaron el sueño, me llenaron de mucha energía positiva. Así que ahí estaba yo, corriendo a destajo, y Hugo siguiéndome el paso. Creo que hicimos la primera vuelta de 5 kilómetros en 23 minutos, y como él estaba distraído cuando el entrenador dio la consigna del día, abrió los ojos como dos platos cuando le dije que yo iba a seguir 5 vueltas más.

Dejé a Hugo haciendo dominadas (pull ups) y flexiones de brazos (push ups), me desabrigué (fue un acto de fe, porque todavía hacía frío), y seguí dando mis vueltas. Sigo sin mi reloj, así que no podía medir mi velocidad, pero como tengo el Hipódromo bastante estudiado, sabía la distancia que iba a hacer. Hay una cuestión mental cuando decidimos dónde está nuestra meta. Si me hubiese decidido a hacer 15 km, los últimos 5 los hubiese padecido. Pero como el límite era 30, una vez entrado en calor fue cuestión de poner velocidad crucero y sufrir más adelante.

Como decía, tengo bastante aprendido el Hipódromo. La primera parte es fácil, porque paso junto a mis compañeros y mi entrenador, entonces es una buena referencia. Uno además intenta parecer que está más entero de lo real, levanta la cabeza, abre la zancada… finge un estado impecable, pero por alguna razón uno se la termina creyendo. Después viene la cuadra del hospital, que es el costado «corto» del Hipódromo. Se pasa fácil, esquivando algo de gente. La siguiente cuadra, la de Márquez, es la más dura. Es larga, siempre en sombra por los árboles (en invierno no está tan bueno), y aunque tiene la estación de micros para ir al baño en un caso de «emergencia», es un poco desmoralizante. Aunque es en línea recta, no se ve el final (o yo no lo veo porque nunca admitiré mis problemas de vista), no tiene tramos de pasto o tierra para no exponer a las piernas tanto tiempo al asfalto, y no hay nada que entretenga la vista. Solo vereda y el alambrado que cerca el Hipódromo. Lo único que me motiva es ver el final, saber que voy a doblrar y abandonar esa cuadra larga y tediosa. La que sigue, Fleming, tiene árboles más bajos, lo que para mí la hace más agradable, además de que tiene algo de pasto. Siempre me mando por ahí. Tiene faroles… me resulta más atractiva. La contra es que hay una entrada y salida de autos a los que les importa poco que se les cruce gente corriendo. Por último llega el final, en Rocha, que no tiene ningún atractivo salvo saber que estás a punto de terminar la vuelta.

Es curioso porque en las carreras me llevo geles, pasas de uva… de todo para tener energía. Pero como no sabía qué íbamos a hacer hasta que llegué al entrenamiento, no fui tan preparado. Y me dio la impresión de que estaba bien de energía. Quizá lo motivacional me ayudó, pero por las dudas me llevé una banana que tenía en la mochila y le daba un pequeño mordisco cada kilómetro y medio. Así me aseguré de tener hidratos de carbono constantemente. No me cuesta digerir esta fruta (quizá a otros le cae pesada), así que anduve bien. La ola de frío polar cedió un poco, y más cerca del mediodía se estaba muy bien en musculosa y pantalón corto.

Incluso con paradas en el bebedero para hidratarme, en el baño de la estación de ómnibus y para comer algo de mi mochila, creo que hice un buen tiempo. Remarco el «creo» porque no tengo reloj. Debo haber estado en las dos horas y media para los 30 km, que terminé bien, con pilas como para seguir 12 km más. Así que siento que tengo la maratón en el bolsillo. No creo que haga marca, pero confirmé que con una banana pude bancarme el 70% de la distancia a correr. Me parecen buenas señales de que en Río la voy a pasar bien…