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Semana 41: Día 285: La Maratón de Río de Janeiro en fotos

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Todavía retengo la sensación de estar corriendo sobre las calles de Río. Siento el calor del sol pegándome en la piel descubierta, la rigidez del asfalto en cada pisada, el sonido de mi respiración. Tengo frescos los dolores en las piernas, las ganas de cruzar la meta y la paz que sentía en medio de todo ese esfuerzo descomunal.

Hoy vi un video de 30 segundos de mi llegada. En mi cabeza fue un momento épico, a lo William Wallace o el rey Leónidas. Pero desde afuera parece otra cosa. Quizá le falte una cámara lenta, música incidental de John Williams, o un mejor actor. Pero siempre me gusta observar cómo se ve todo desde afuera. Los músculos tensándose, la pose del cuerpo, la espalda, la zancada. ¿Qué es más real, lo que pasa por mi cabeza o lo que se ve desde afuera? Probablemente la realidad sea sacar un promedio de ambas cosas.

Me siento muy orgulloso de esta carrera. A diferencia de una película que me hubiese gustado mucho, no puedo volver a verla. No se la puede volver a vivir. Está adentro, en los recuerdos. Podría volver a Río de Janeiro y hacer otros 42 km, pero está claro que jamás va a ser lo mismo. Estas imágenes, que no muestran lo que pasaba en mi cabeza sino lo que pasaba con mi cuerpo y mi entorno, son siempre una buena ayuda memoria para mí.

Semana 41: Día 284: De regreso en casa

Después de un largo viaje, estoy nuevamente en Argentina. Ha sido una larga travesía ayer incluyó taxi, colectivo, avión, tren… Por eso hoy no hay blog. Pero mañana retomaremos la programación habitual.

¡Hasta entonces!

Semana 41: Día 283: Los 42 km de la Maratón de Río de Janeiro

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Quizá no sea tan obvio, así que voy a aclarar esto: he corrido pocas maratones. Día veces la de la Ciudad de Buenos Aires y una vez la de Rosario. La de Atenas la hice por mi cuenta, así que no podría contarla.
He realizado entrenamientos de 45 km, y alguna vez he superado esa marca en calle. Tengo algo de experiencia, pero eso no quiere decir que no me ponga nervioso y no siga aprendiendo.
No tenía intenciones de correr la Maratón de Río de Janeiro. Iba a hacer la de Rosario y chau. Pero me separé y viajar a Brasil con mis amigos de Puma Runners cobró otro sentido. Como que me merecía un viaje así. Le regalé mi inscripción y mi pasaje a Rosario a una amiga y me sumé al desafío Carioca.
Es Brasil intenté hacer mi infalible sistema pre maratón. Muchos hidratos, poca fibra, hidratación a full. Pero las excursiones y paseos me complicaron el plan. Quizá participar de la carrera era una excusa para desconectarme de la rutina y reconectarme con mis compañeros de grupo. Igual, tenía muchas ganas de correr (y nada de ganas de sufrir).
La noche previa a la carrera dormimos 4 horas. Me levanté con los ojos pegados, cansado, pero feliz (en el fondo). Había preparado mis cosas antes de irme a dormir, así que solo me restaba vestirme, desayunar y salir.
Éramos 5: Germán (nuestro entrenador), Gloria (debutante en los 42k), Dora (hermana de Gloria y fotógrafa oficial), Leandro y yo. Sobornamos a un taxista para que nos lleve a todos y nos bajamos en Aterro do Flamengo, donde una serie de colectivos nos llevaban a la largada.
A diferencia de Buenos Aires o Rosario, el recorrido de Río no es circular, sino que iba casi en su totalidad por la costa, desde Praça do Pontal, en Recreio dos Bandeirantes hasta Aterro do Flamengo, atravesando muchos distritos como Barra da Tijuca, Leblon, Ipanema y Copacabana.
Nuestro micro salió 5:30 de la mañana y llegó una hora después, haciendo el recorrido inverso que nosotros íbamos a correr. Nos sacamos algunas fotos en la playa, me puse vaselina en mis partes pudendas y me comí un pan que tenía preparado.
Largamos puntual, a las 7:30, pasados quizás uno o dos minutos. Arranqué el GPS que me prestaron cuando pasé bajo el arco y empecé a correr.
Al principio dimos una vuelta de 3 km por un barrio residencial y volvimos a cruzar la llegada. Mi mejor pronóstico era terminar la maratón en 3 horas y 45 minutos. El poco sueño y el cansancio acumulado me daban bastante inseguridad de lograrlo. Pero estaba entusiasmado. Correr ene tanta gente estimula, así que empecé a pasar corredores y me coloqué en una velocidad cómoda de 4:42 el kilómetro. Si la podía mantener, tenía la carrera en el bolsillo… pero sabía que no iba a ser tan fácil.
La primera complicación fue el cinturón hidratador que me compré, que se subía todo el tiempo. Decidí sacarle la botella y llevarla en la mano. Después estaba en la duda de si ponerme o no la gorra. Hacía calor y no me la puse al principio, porque prefería ir fresco; pero el sol pegaba fuerte, así que terminé usándola.
Me sorprendía la energía que tenía, aunque no quería cantar victoria hasta no pasar el kilómetro 30. Brasil tiene un paisaje maravilloso para tener de fondo mientras uno hace deporte. Es un espectáculo en sí mismo. Corría mirando la playa, el mar, los cerros. Cuando escuchaba un acento argentino saludaba. Cada kilómetro estaba marcado, y había varios puestos de agua alternados cada tanto por Gatorade. Me llamó mucho la atención el sistema que usaban. El agua venía en vasitos de plástico con tapa como de yogur. La primera la abrí normalmente, a partir de la segunda las agujereaba con el dedo y tomaba por el hueco. El Gatorade venía en un sachet que había que abrir con los dientes.
Mantuve en ritmo estable toda la primera mitad de la carrera. En el km 21 había un batallón de baños químicos (¡y sin cola!), pero cono no tenía ganas de ir, lo dejé para más adelante.
Siempre mido las carreras por tramos, y pienso «ya pasé el primer cuarto… ya pasé la mitad…», así que me entusiasmó estar en el kilómetro 21. Ahí nos alejamos un poco de la costa y subimos por una autopista.
La carrera seguía su curso, el calor era importante, pero me echaba agua en cada puesto, y tomaba siempre que podía… El tema es que siempre sentía sed. La boca pastosa, gusto raro… No puedo decir, de todos modos, que sucesor la hidratación.
En Leblon corrimos por una calle que bordeaba un acantilado, y hubiese disfrutado del paisaje si no me hubiese sentido a punto de morir. Habíamos pasado el kilómetro 30, unas marca importantísima en una maratón. Pero me dolía muchísimo la panza, y sentía que si no encontraba un baño literalmente iba a explotar. Pero… no había nada. En los puestos no entendían mis preguntas, o se encogían se hombros si preguntaba por un toilette. Hubo uno de la organización que se mató se risa y me dijo algo quite no entendí. Supuse que me ofrecía hacer donde quisiera y me lavara con mi agua. Hice que me reía y seguí.
El dolor era tan fuerte que dos veces tuve que parar. Era instantáneo: cuando me detenía, la molestia desaparecía. Hacía unos metros y sentía que me iba a desgraciar en cualquier instante. Quise meterme en unos arbustos y que sea lo que Dios quiera, pero si hacía eso me caía al precipicio. Hice lo mejor que se me ocurrió: apreté los dientes y seguí corriendo. Mágicamente, toda esa sensación espantosa desapareció.
Los últimos 10 km, bordeando las populosas playas de Ipanema y Copacabana, fueron eternos. Las piernas estaban a punto del calambre, y los dedos del pie izquierdo de me cerraban como una garra. No quise aflojar. El ritmo promedio había aumentado,y se había puesto en 4:56. Un poco más lento y me despedía de las 3 horas y media. Apreté y recé para resistir. No hablo mucho con Dios, excepto para pedirle favores. Lo sé.
Quería hacer buen tiempo, pero bajé mis expectativas a simplemente llegar. Faltando 5 km pensé «es una vuelta al hipódromo». Uno suele medir con parámetros cercanos, y eso hacia parecer a esa distancia como menos inmensa.
Corrí con todas mis ganas, intentando racionar mi fuerza. Los calambres se asomaban y trataba de pisar lo mejor posible. Los dedos se agarrotaban, yo gritaba de dolor, y seguía. Mientras sufría, los relojes de la calle marcaban una temperatura de 30°.
Fui acortando kilómetros, hasta ver el 40. Ahí abrí la zancada, y me alimenté de los aplausos y el aliento de la gente. A más cerca de la meta, más público alentando.
Los retorcijones, los calambres y las inseguridades ya no estaban. Era solo cuestión de gastar todas las reservas en llegar. Los últimos metros metí un sprint furioso y crucé la meta con un grito demencial de «¡¡¡ESPARTAAAAAAAA!!!». Paré el reloj en 3 horas 28 minutos.
Nada se compara a cruzar la línea llegada. Todo el sufrimiento y el dolor cobran sentido. De hecho, se olvidan. Me sentí tan feliz y tan emocionado, que cuando un corredor le propuso casamiento a su novia segundos después de cruzar la meta, se me llenaron los ojos de lágrimas.
No corrí esta maratón en mi mejor condición. Esa molestia estomacal la atribuyo a no haber seguido al por de la letra mi dieta maratonista y a no tener fortalecidas las abdominales. ¿Quién sabe cómo me hubiese ido de hacer descansado correctamente? Difícil saberlo, pero de la inmensa alegría de haber conquistado este triunfo inmenso, empiezo a pensar en todo lo que puedo aprender para mi próxima maratón…

Semana 41: Día 282: Perdidos en Río

Estoy tirado en un sillón, descansando las piernas y la planta de los pies, que me laten. Me duele la cabeza, y asumo que es una combinación de cansancio y de insolación. La maratón de Río me hizo sentir un pollo al espiedo.
Pero no puedo hablar de esta carrera sin detallar lo que fueron estos días en Brasil, en especial anoche.
Hice la dieta de la maratón, que consiste básicamente en tomar mucha agua, descansar, meter muchos hidratos de carbono y  eliminar el consumo de fibras. Lo hice a medias, porque en grupo y en otro país cuesta mucho. Hubo un poco de verduras en los días «prohibidos», unos pochoclos después de caminar 12 km por la costa (para no desfallecer), y mucha playa.
Para complicarla, decidimos visitar el Decathlon de Río, ya que no podíamos dejar pasar la oportunidad. Lo que no sabíamos era que la tienda estaba muy lejos, que el colectivo que creíamos que nos llevaba nos dejó a 30 cuadras, que el chofer tenía el aire acondicionado en temperaturas bajo ver cuando afuera hayan 17° (y no se podían abrir las ventanillas)… Nos parecía que íbamos a tardar media hora y fue hora y media, hasta un shopping a 3 km del Decathlon.
Llegamos y nos envolvimos en un frenesí de compras. Yo pensé en la maratón y me hice de unos geles. También compré algunos regalos, y los chicos de los Puma Runners que visitaban la tienda por primera vez se equiparon por completo.
El tema se complicó al regresar, ya que no conseguíamos taxi. Un taxista que estaba con pasajeros aviso a la agencia por radio y nitra dijo que nos iba a mandar dos autos. Nunca vinieron. Terminamos llegando pasadas las once de la noche al departamento, con la cena pendiente y todas las cosas de la carrera sin ordenar. Por cómo estaba organizada la carrera, nos fuimos a dormir a las doce de la noche, sabiendo que nos teníamos que levantar a las 4:15 de la mañana.
En este contexto, me levanté molido. Emocionado pero molido. ¿Cómo podía encarar una maratón así? Mañana les cuento cómo lo hice… y cómo me fue.

Semana 41: Día 281: A madrugar para la maratón

Estoy tirado en la cama, a punto de dormir. Todas las cosas que dije que no hay que hacer antes de la carrera, las hice.
Nuestra desventura de esta noche merece un post aparte, titulado «Perdidos en Río», y quizá mañana la cuente. Ahora a dormir, que tenemos que levantarnos a las 4:15. Hasta mañana.

Semana 40: Día 280: En sunga

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Hoy, bien de turista, fuimos al Cristo Redentor. En Brasil también es invierno, pero en termómetro marcó 28°.
Por supuesto que, después de sacarnos fotos con esa estatua inmensa, fuimos a la playa, específicamente a Copacabana. Arenas blancas, agua templada y sunga. Esta malla, que deja poco a la imaginación, nunca formó parte de mi guardarropas. De hecho, jamás me imaginé usándola. Pero muchas cosas cambiaron desde que empecé a cohechar mis prejuicios.
Principalmente mi cuerpo cambió. Quizá ahora quede como un ridículo, pero cada vez me importa menos, porque me gusta mi cuerpo y no me rodeo de gente que me critique. Me estoy divirtiendo mucho,y eso me incentiva a animarme a hacer cualquier cosa.
La maratón también es algo que hace unos años era impensado para mí. Y la idea de hacer cosas que me parecían imposibles o que me daban miedo se convirtió en un constante desafío que me gusta superar.
Hoy disfruté de mucho sol y de un mer espectacular. En Río las playas tienen instalaciones para hacer ejercicio, y aunque estoy muy conforme con mi cuerpo, me di cuenta de que dejé a la musculación en segundo plano. Por eso quiero volver al gimnasio apenas me instale en mi nuevo departamento.
Pero todavía tengo que terminar este viaje espectacular, y ver qué tal es esta ciudad corriendo 42 km en sus calles. Mañana queda el último día de descanso, y el domingo la maratón de Río de Janeiro.

Semana 40: Día 279: Comer en Río de Janeiro

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Estoy en Río de Janeiro, uno de los destinos que jamás hubiese imaginado visitar si no hubiese sido por el running. Por supuesto que avisé en la aerolínea que era vegano y obviamente no me dieron bola. Rl desayuno era el mismo para todos: un sándwich de jamón y queso y una embajada de frutas. Logré conseguir más de una intercambiando con mis compañeros y así sobrevivir. En la ciudad de Río de Janeiro existe una gran oferta de restaurantes pero son todos con carne y muy aceitosos. Después de caminar y caminar encontré un bufetque tenía arroz y papas, ideal para un vegano que quiere correr una maratón. La alegría máxima fue llegar al supermercado y encontrar leche de soja. El resto de las cosas que como son adaptables o reemplazables, pero eso no. El cambio no nos favorece mi ahí, pero por suerte estoy pagando todo con débito, y como es lógico, rinde más cocinar en el departamento que salir afuera. Estoy cuidándome de las fibras, pero como no dormí anoche tengo las horas cruzadas y mucho sueño. Por eso creo que voy a optar por dormir temprano y mañana visitar al Cristo Redentor…

Semana 40: Día 278: Adiós, Buenos Aires

Bueno, acá estamos. Esperando que unos cuantos gigas de información terminen de subir por ftp, lo que significaría que terminé con todos mis compromisos laborales pre-viaje… Fue un día muy intenso.

En la mudanza perdí el cable para cargar el celular. Hasta ahora me las ingenié conectándolo a la computadora por USB, pero eso no lo iba a poder hacer en Brasil… así que me tomé un momento para recorrer Palermo y buscar un dealer que me lo venda. La idea era juntarme con el resto de los Puma Runners a las 19:30 en el entrenamiento, pero son las 22 hs y sigo acá, haciendo fuerza para que la velocidad de subida aumente (no está funcionando).

Mientras caminaba por el Paseo Alcorta buscando un lugar donde comprar el bendito cable, me llevé por delante a una nena de un año que se fue de espaldas al piso y se largó a llorar. Los padres estaban lejos, la levanté y me fuilminaron con la mirada. No sabía cómo pedir disculpas, me sentía horrible. Dije lo primero que se me pasó por la cabeza: «Venía distraído». El padre lanzaba fuego por los ojos y me dijo «Sí, la verdad que venías distraído», que en lenguaje masculino significa «Sos un boludo y si decías otra cosa te llenaba la cara de dedos».

Con mucha tensión pasé la tarde, armando la valija hace un ratito nada más… No sé qué me espera todavía, jamás fui a Brasil, pero me dijeron que en migraciones te reciben en musculosa. Una gran amiga me prestó reales, no tengo idea cuánto es ni qué me compro con eso, pero al menos voy con más seguridad. El compromiso es que allá, cuando consiga cambiar, traiga reales de vuelta (y no arruinarle a ella su colección de monedas extranjeras).

Los encargos, por ahora, son dos sungas y todo lo que me permitan traer de caipiroska. Googleando (cuando tuve tiempo) vi que me espera un clima promedio por encima de 20 grados… así que me despido de la ciudad, en pleno paro de trenes (como para complicarme el acceso a San Isidro, desde donde salimos con los chicos).

Quizá ahora pueda empezar a relajarme y aprovechar el viaje para descansar de los preparativos del viaje…

Semana 39: Día 273: El día se aproxima

Faltan pocos días para partir rumbo a Río de Janeiro. Hoy, viernes, muchos aprovecharon para partir hacia Rosario, pensando en la Maratón de la Bandera. Y en casi todos se instala el miedo de… ¿me conviene correr estos días?

En mi caso siempre bajé el nivel del entrenamiento cercano a la carrera. Pero con el tema de los 42 km hay mucho miedo dando vueltas… me acuerdo mi primera maratón, en el año 2010, donde Germán, mi entrenador, me recomendó descansar y no andar caminando demasiado el día previo. El tema fue que la maratón era un domingo y el sábado anterior fui a la acreditación, a buscar mi kit de corredor, y tuve que hacer largas colas… me dio mucho pánico. Sentía las piernas cansadas, había estado mucho tiempo parado… por supuesto que la mañana de la largada me olvidé de todo esto. No sabía en ese momento que ese miedo volvería muchas veces, y las piernas doloridas también (un signo de nervios y tensión).

Estamos partiendo a Brasil el jueves a la madrugada, o sea que el miércoles a la noche, después del entreno, nos juntamos para que a las 2:30 de la mañana nos lleve una combi a Ezeiza. Yo asumí que ese día íbamos a entrenar como siempre, pero noté entre mis compañeros un exagerado respeto por la maratón. Muchos confesaron que no pensaban correr. Me recordaba al plan de Allan Lawrence, autor de «Autoentrenamiento para corredores», que si bien decía que muchos descansaban el día anterior a correr los 42 km, él prefería hacer un fondo de 10 km. El descanso es importante, pero siendo que los dolores de los esfuerzos llegan con un día de diferencia, ¿qué mejor que entrenar un sábado y competir un domingo? El lunes el cuerpo empezaría a pasar factura y listo.

Yo creo que la mejor forma de lidiar con las ansias y los nervios es ponerles el cuerpo y hacer actividad física. Nada demasiado exigente, lo suficiente como para apaciguar la mente. Y aunque es cierto que no da ir a tomarse el avión todo chivado, de miércoles al domingo (día de la maratón) hay mucho tiempo, y realmente necesito descargar. Quizá me corte solo en algún momento y salga a hacer un fondito por la playa en los días previos. No sé si el destino me volverá a llevar en breve a Brasil, así que mejor aprovecharlo, y ayudar a que la carrera llegue pronto.

Semana 39: Día 272: Monotributista

No puedo comprar reales. Según Afip, mi categoría de monotributo no me lo permite.
Ok, tengo que usar la tarjeta, ¿no? Porque en este blog no avalamos la compra de moneda extranjera en el mercado ilegal. Intenté pedir una al Banco Hipotecario. No soy apto. Al no tener un título con matrícula (estudié diseño gráfico en un terciario) no me consideran profesional, por lo tanto consideran que no voy a poder pagar los resúmenes de cuenta. Hace unas semanas, una dueña no me quiso alquilar un bonito departamento porque no tengo recibo de sueldo, como su esa fuese la diferencia entre afrontar las deudas y hacerse el gil.
Esta es la vida del monotributista. No importa si estoy al día con mis impuestos, ni cuál es mi historial crediticio. Para el sistema financiero yo soy poco solvente y nada confiable.
Por suerte tengo la tarjeta de mi banco, al que yo puteaba por sus servicios deficientes y al que ahora me aferraré con uñas y dientes. A todos los que les consulté si me van a devolver el recargo del 20% que retiene Afip por compras en el exterior, me dijeron que me puedo ir olvidando.
En este contexto estoy viajando a Brasil. Llegamos en una semana, la maratón se corre el domingo 7 por la mañana.
¿Cuánto la quiero correr? ¿De 1 a 10? Eso sería 11. Es lo que respondí hoy cuando me pidieron que no me tome esos días y me quede trabajando (a cambio de una suculenta compensación). Pero realmente quiero hacerlo, aunque el sistema financiero no considere que debería (o que podría).
Me resulta increíble estar hablando de economía en este blog, cuando debería estar escribiendo sobre deporte y alimentación, pero estas son las reglas del juego en Argentina… y hay que saber adaptarse…
Río de Janeiro, monotributista y sin solvencia… igual allá voy.