Archivos Mensuales: febrero 2011

Semana 26: Día 181: Egoísmo en el gimnasio

Alguna vez comparé entrenar en un gimnasio y correr, y sí, son dos mundos completamente diferentes. Pero hay algunas actitudes del gym que me sorprenden (y no gratamente).

Quizá esto no le competa a todo el mundo, pero siempre me dio la impresión de que en el ámbito del running hay una cuestión de respeto y camaradería que va más allá de la formación personal de cada uno. Es como si fuese una característica intrínseca. Me siento muy a gusto cuando corro, ya sea con mis compañeros o durante una competencia, y más de una vez entablé amistosas conversaciones con desconocidos. Hay lo que se llamaría «buen clima». En el gimnasio, en cambio, esto no me pasa. Hablo sólo desde la experiencia personal.

Primero, me fastidia un poco que los profesores que asisten a los concurrentes con tema de pesas y aparatos, estén siempre atrás de las mujeres solas. Ok, si me acerco a preguntar cómo hacer tal o cual ejercicio, me responden (no siempre bien, pero reconozco que le ponen onda). Sin embargo, siempre fichan a una chica y están todo el tiempo encima de ella, preguntándole cómo está, cómo le fue, a qué hora sale, etc. Si fuese esto sólo no me molestaría, pero recién estoy empezando mi descargo.

Lo siguiente que ocurre con demasiada frecuencia es que la gran mayoría de las personas que asiste al gimnasio no sabe leer. Es eso o ignoran los carteles que dicen «Cuando termine de usar los elementos del salón, por favor, devuélvalos a su sitio». ¿Está escrito en Pársel, y sólo yo que soy de la Casa de Slytherin lo puedo entender? Pues no, están ahí, matándose de risa, sin nadie que les dé importancia. Uno tiene que esquivar pesas, mancuernas, bancos y colchonetas, y perder tiempo buscando las cosas que quiere usar. Mi impresión es que asisto a un lugar de gente socialmente acomodada, que cuando llegan a sus casas se sacan los zapatos y tiran las medias encima de la mesa ratona del living, total tienen a un empleado que va juntando todo detrás. Bueno, yo soy exactamente lo opuesto. Mi casa es un desastre, los platos sucios hacen equilibrio en la pila de la cocina, mi ropa es un bollo encima de la cama, y sé que desde hace tres años no le paso Blem a las ventanas. Pero cuando estoy en un espacio compartido, intento ser respetuoso del resto. Me gusta encontrar las cosas en su lugar y no tener que andar buscando por todos lados (regla que, como expliqué antes, no se aplica a mi hogar de soltero).

Y llegamos a la situación que más me desconcierta, que es ese derecho que se endilga la gente de reservar un lugar o un elemento. Hay un concepto que es el de compartir, que no está del todo impuesto en estos lugares. Por ejemplo, cuando iba con mi amigo Paco a entrenar, él hacía sus repeticiones mientras yo descansaba, y cuando terminaba me pasaba las pesas a mi y así complementábamos los tiempos de cada uno. Es algo que incluso se puede hacer con desconocidos. Pero en general no es así. Me pasó hace poco de encontrar unas pesas de 5 kg junto a una chica que estaba haciendo bíceps con unas de 3. Cuando las fui a agarrar, ¡horror! «¡Deja eso ahí, vil rufián, que las estoy usando!». Bueno, desde donde estaba parecía que sólo estaban en el suelo, juntando polvo. «Vete de aquí y espera, que me faltan dos repeticiones», dijo. Y mi rutina se acomodaba perfectamente a la de ella, con el sistema «Paco»: ella usaba las pesas de 3 kg mientras yo entrenaba con las de 5, después se las pasaba a ella mientras yo descansaba, y así sucesivamente. Pero parece que esto es una especie de desubicación que a nadie se le cruza por la cabeza.

Esta manaña la situación se repitió. Un señor (don, ¡estamos grandes!) hacía press de piernas. A 5 metros estaba yo, a punto de usar la pesa del banco para pecho inclinado. Entonces se incorporó de un salto y me dijo «Flaco (porque yo soy flaco), lo estoy usando, ya termino». «Ah, pensé que estabas haciendo piernas», le contesté… ¡y volvió a hacer piernas! No le afectaba en nada que yo entrenase mientras él trabajaba otro grupo de músculos. Entre repeticiones yo descanso de 45 a 60 segundos, tiempo más que suficiente para que otra persona complete su parte.

Estos tres ejemplos (profesor que se rige por su instinto procreativo, desorden en el salón, alquiler temporal del equipo de uso común) por sí solos pasarían desapercibidos. Pero combinados me hacen preguntar si existen más diferencias entre correr y gimnasio que aeróbico y anaeróbico. «Mamá, Martín dice en su blog que los corredores son toda gente buena y generosa». No, no dije eso. Abunda la gente que se mira el ombligo, en todas partes Pero esto refuerza mi teoría de que la musculación es una actividad más solitaria, donde se ve claramente el egoísmo de la gente. Y me llama la atención porque el running se me hacía una actividad más competitiva.

He visto más actos de desinterés y generosidad en un ámbito que en el otro. Pero para que vean que pongo una de cal y una de arena, cuando me lesioné la costilla y me enteré mientras hacía pesas, un desinteresado muchacho me ayudó a dominarla cuando no pude levantarla. Egoístas hay en todos lados. Gente que piense primero en los demás antes que en sí mismo también, gracias a Dios.

Semana 26: Día 180: Noche de Oscars

Algunas veces lo dije, además de entrenar y escribir todos los días en un blog, me encanta el cine. Todos los años, entre amigos y familiares, armamos un «prode» con las nominaciones al Oscar, a ver quién acierta más categorías. A veces me va bien, a veces pésimo. El objetivo no es elegir lo que te gustaría, sino adivinar lo que te parece que va a ganar.

Por eso este fin de semana intenté ponerme al día con las películas más galardonadas. No tuve oportunidad de ver «Temple de Acero», que es la que más creo que me va a gustar, pero me vi tres hitazos al hilo, «El Cisne Negro», «El Discurso del Rey» y «127 horas» (y pagando en el cine… ¡Aprendan!). Siendo que tengo la última muy fresca, creo que vale la pena desgranarla un poco.

127 Horas es un film de Danny Boyle, que cuenta la historia real de Aron Ralston. Un día, este aficionado al turismo de aventura hace una expedición solitaria en el Blue John Canyon. Entonces se cae en una grieta, sin imaginar que la roca que se desprende y lo hace caer es la que le termina enganchando su brazo derecho entre la piedra y la pared. Aron queda prácticamente colgando, con su mano atrapada. Ya el título, 127 horas, adelante dos cosas. Por un lado, el tiempo en que estuvo inmovilizado. Por el otro, que finalmente sale. Una gran mayoría sabe que Aron sobrevive cortándose el brazo, para luego escribir su autobiografía «Between a rock and a hard place», libro en el que se basa el film. Y quienes no lo sabían, se están enterando ahora.

Según el escalador, excepto una escena al principio en que el protagonista le muestra a dos chicas un lago escondido en medio de las rocas, el film es lo más cercano a un documental que podrían haber hecho. Mucha gente, impresionada con el realismo de la escena de la amputación, ha tenido que salir de la sala, con mareos y ataques de pánico. Pero más allá de este hecho (que despierta morbo e impresión), el film tiene algunas enseñanzas muy interesantes. Primero, el tema de la preparación. Aron claramente había tomado muchas consideraciones, como el tema de la hidratación, cierto equipo para escalar, pero había descuidado otros, como llevarse algún medio de comunicación (aunque podríamos asumir que en esa zona no había señal de celular), o haberle dicho a alguien a dónde iba a pasar el día. La hazaña de Aron, en la vida real, le dio mucha notoriedad, pero también tuvo críticos, quienes se horrorizaron de que una persona tan descuidada termine siendo considerado un héroe.

Aquí no estamos para juzgar, uno nunca sabe cómo reaccionará ante situaciones límite. El film se encarga de mostrar todos los intentos del escalador por salvar su vida. Y además saca como conclusión algo que me pareció muy valioso, el tema de los afectos. El atleta, en general, es una persona solitaria. El deporte de aventura nos suele alejar, brevemente, de nuestra familia. No porque seamos hermitaños que no queremos estar con nadie, sino que uno suele ser el «loquito» de la familia, que se va a correr a Tandil, a Pinamar, a meterse en el agua hasta el pecho, sólo porque a alguien se le ocurrió que el camino de la carrera tenía que ser así… Estas actividades actividades, aunque las hacemos en grupo, son muy personales. Aron, con su vida colgando de una roca, empieza a recordar a sus amores, a su familia, y se da cuenta de que hubiese querido dedicarles más tiempo. Estas cosas nos las solemos plantear en estas situaciones límites, por eso está bueno que exista una película que te ayude a hacerte estos planteos, en la comodidad de tu butaca.

Otra cosa que me pareció interesante, es la necesidad de Aron de hidratarse. Es un gran tema,  beber representa uno de sus anhelos más grandes. Me recordó ese hermoso detalle de El Náufrago. Mientras estaba en la isla, el personaje de Tom Hanks se las rebuscaba como podía para tomar agua, aunque fuese de charcos formados por la lluvia. Cuando finalmente regresa a la civilización (sí, hoy contamos muchos finales de películas) el protagonista va en su auto, buscando entregar sus últimos paquetes. En el asiento del conductor lleva varias botellas de agua. Incluso hace una pausa en el camino para beber. No está explicitado, pero nos están mostrando que el personaje sale totalmente cambiado de la isla, valorando la hidratación por encima de sus discos de Elvis o su bíper.

Como cualquier film de Danny Boyle, 127 Horas es una película excelente (aunque durísima), pero le veo pocas chances para llevarse alguna estatuilla esta noche. Creo que sólo está en condiciones de competir por Mejor Canción. Sin dudas James Franco merece la nominación a Mejor Actor, pero esa categoría le pertenece a  Colin Firth, por El Discurso del Rey (y hasta diría que tiene más mérito).

A continuación transcribo mi pronóstico (hasta las categorías menos «populares», como Cortometraje o Edición de sonido). Intentaré seguir la premiación via web (porque mi excentricidad me lleva a no poseer un aparato televisor en mi casa):

Mejor Película: El Discurso del Rey
Mejor Dirección: David Fincher por Red Social
Mejor Actor: Colin Firth por El Discurso del Rey
Mejor Actor de Reparto: Christian Bale por El Ganador
Mejor Actriz: Natalie Portman por El Cisne Negro
Mejor Actriz de Reparto: Melissa Leo por El Ganador
Mejor Película de Animación: Toy Story 3
Mejor Dirección Artística: El Discurso del Rey
Mejor Cinematografía: Temple de Acero (Roger Deakins)
Mejor Diseño de Vestuario: El Discurso del Rey
Mejor Documental: Inside Job
Mejor Cortometraje Documental: Strangers No More
Mejor Edición/Montaje: Red Social
Mejor Película en Lengua Extranjera: In a Better World (Dinamarca)
Mejor Maquillaje: El Hombre Lobo
Mejor Música Original: El Discurso del Rey (Alexandre Desplat)
Mejor Canción Original: “If I Rise”, 127 Horas (música de A.R. Rahman, letra de Dido y Rollo Armstrong)
Mejor Cortometraje de Animación: Day & Night
Mejor Cortometraje: Na Wewe
Mejor Edición de Efectos de Sonido: El Origen
Mejor Sonido: El Origen
Mejores Efectos Visuales: Mingo y Aníbal contra los Fantasmas (mentira, El Origen, era para ver si todavía estaban leyendo)
Mejor Guión Adaptado: Red Social (Aaron Sorkin)
Mejor Guión Original: El Discurso del Rey (David Seidler)

Semana 26: Día 179: Mitos y verdades sobre la maratón 2

"¡Adidas! Digo... ¡Niké!" (y murió)

Quizá alguno haya creído que en un sólo post pude condensar todo lo que tenía para decir de la maratón. Pero esas personas se acaban de enterar de que todavía queda.

Acerca de los cuidados del cuerpo, hay muchas técnicas, como cubrirse los pezones con cinta hipoalergénica, o envaselinarse axilas y entrepierna. Hay quienes también se ponen vaselina en los pies, para evitar las ampollas. Siempre me resultó extremadamente incómodo; no se siente como cuando uno entrena, y se está todo el tiempo patinando adentro de la zapatilla. Lo que mejor me ha funcionado es la doble media: un par fino y arriba uno común. Se obtiene un resultado similar, en el que el pie no roza con el calzado, y garantiza en un 99% que no se van a formar ampollas. Supongo que cuando uno se enfrenta por primera vez a un desafío de esta magnitud, quiere hacerlo a lo grande. Entonces va y se compra el mejor par de zapatillas del mercado. No es ningún secreto que JAMÁS se debe estrenar calzado en una carrera. Hace falta ablandar el par y tener varios kilómetros de vuelo, para que se amolden al pie.

En cuanto a qué comer antes, durante y después, quien mejor puede decirlo es una nutricionista. Pero hay que tener en cuenta que no conviene desayunar alimentos difíciles de digerir. Lo cierto es que la mejor forma de medir nuestra tolerancia a las frutas y otras comidas durante la maratón es si hemos hecho la prueba en los entrenamientos y en carreras previas. A través de la experiencia sabremos qué cosas nos caen mejor que otras. No somos todos iguales, y lo que le funciona a uno puede no funcionarle a otro.

Hay varios alimentos que pueden darnos impulso, como el azúcar, turrón, pasas. Si optamos por los geles energéticos, hay que tener en cuenta que necesitamos bajarlos con agua, y si no estamos hidratados sólo lo amontonamos en el estómago, sin darle oportunidad a que se procese. A mi me resultó muy cómodo correr la maratón con camelback, pero en la carrera sólo vi a tres personas usándolo (una era yo, me vi reflejado en una vidriera). Probablemente pocos lo recomendarían, porque es peso extra, acalora un poco, y las tiras pueden irritar hombros y cintura. Digo «puede» porque a mi no me pasó absolutamente nada de eso. Convengamos en que ya venía perdiendo peso, así que los dos kilos extra (lo máximo que pueden pesar dos litros de agua) no me molestaron. Tampoco me dio calor, y tomé la precaución de envaselinarme.

Todos conocemos el mito de Filípides, que miró después de cantar victoria, tras unos 40 km de carrera. No conozco a nadie que haya muerto por el simple hecho de correr. Hacer ejercicio, aunque sea extenuante, no mata a nadie (a menos que exista una condición preexistente, o una «alergia» al deporte). Pero sí sé de casos de personas que han muerto por una mala hidratación. El agua recomendada para un atleta que no sea hipertenso SIEMPRE es la de alto contenido de sodio (por eso es que siempre vemos a las carreras auspiciadas por Sierra de los Padres, Powerade, Gatorade y Villavicencio, y no por Glaciar o Eco de los Andes). Tampoco es cierto que el corazón se agranda por correr, y que después te morís (todos morimos, eventualmente). En realidad los médicos cardiólogos (que se guían más por años de estudio y de prácticas que por mitos urbanos) recomiendan hacer deporte. En los Puma Runners tenemos dos corredores con antecedentes coronarios, y el atletismo ha incidido en que estén mejor, y no peor.

Último mito a derribar: la maratón no te gana el respeto de la gente. Quizá sí el de tus pares. Pero desde que la palabra para identificar los 42 km 195 metros se empezó a usar para cualquier tipo de carrera, el ciudadano promedio asocia «maratón» con «aglomeración de gente que corre al unísono». Quien corra y haya alcanzado este desafío o esté interesado en hacerlo, sabe un poco de qué hablamos. Es una competencia dura, ingrata mientras la corremos, de inmensa felicidad al terminarla. Pero siendo que importantes marcas auspician «maratones» de 5, 6, 8 y 10 km, probablemente no sorprendamos a una chica o a nuestro jefe con que corrimos una. Y está bien. Sólo tenemos que ganarnos el respeto de nosotros mismos. Seguramente corrimos la primera maratón con más pánico que confianza, y al terminarla podemos tachar un ítem en nuestra lista de cosas para hacer en vida. Es algo maravilloso, gratificante, y muy personal. Es la forma en que creo que tenemos que manejarlo, como un triunfo para nosotros mismos. Si le contagiamos el entusiasmo al resto es fantástico, pero la maratón se corre adentro de la cabeza de uno, y eso es algo que, aunque lo intenté varias veces en este blog, es algo difícil de expresar…

Semana 26: Día 178: Mitos y verdades sobre la maratón

Empiezo con una confesión: Sólo he corrido una maratón en mi vida. Fue el 10 de octubre de 2010 (10/10/10) y todavía lo recuerdo como una de las máximas proezas de mi vida. Extraño MUCHO esta competencia, siento una nostalgia tremenda, y quiero repetirla. Tanta importancia le doy que he decidido correr 42 km 195 metros en Grecia, y he logrado contagiarle mi entusiasmo a otras personas (como mi padre) que me van a acompañar.

Tengo carreras en vista, el entrenamiento avanza, ahora estoy comiendo casi un 50% más que antes, como experimento a ver si dejo de perder masa muscular… pero en el fondo de mi cabeza siempre está presente, esa incertidumbre… ¿cuándo una nueva maratón?

Mientras espero, intento juntar información, ver qué cosas puedo volver a aplicar el día que vuelva a correr.

La primera enseñanza, repetida hasta el hartazgo, y que parece que es consensuada por muchos corredores, es que la maratón es un ejercicio mental. Obviamente, estar entrenado es necesario, así como tener un buen estado de salud. Pero la segunda mitad de la carrera es una competencia donde lo que nos ayuda a poner un pie delante del otro es la fuerza de voluntad. Es importante destacar que aunque tengas la convicción de Hahab y no descanses hasta no cazar tu ballena blanca, lo que conviene es dominar distancias inferiores primero. No conviene lanzarse por primera vez a los 42 km si nunca hemos experimentado el cansancio de una carrera, si no hemos sentido sed al correr, dolor en las piernas, y todas esas cosas que, aunque no nos demos cuenta, nos van preparando para la maratón.

Al correr una maratón te das cuenta de que antes que faltarte el aire, lo que fallan son las piernas. Calculo que cada persona «sufre» el cansancio en forma distinta, pero antes que ahogarme (cosa que no pasó) me mataron los cuádriceps. Fue en el famoso cuco de la maratón, el kilómetro 30. Se dicen muchas cosas, y la gran mayoría son ciertas. Es ahí donde el físico pasa a segundo plano y la cabeza entra en juego. Como decía Jean Claude, «retroceder nunca, rendirse jamás».

La dieta demostró ser tremendamente efectiva. Hay quienes intentan hacer sus propios planes nutricionales, y quienes no creen que estas «recetas mágicas» funcionen. Pero siendo que en esta competencia las reservas energéticas se agotan y que todavía hay que seguir, planificar de antemano qué comer (y cómo) pueden hacer una enorme diferencia. Tenemos que llenarnos a tope de hidratos, disminuir el consumo de fibra, y tomar mucha, mucha agua. Durante la competencia, geles deportivos y más hidratación. En la maratón me pasé un poco, y tuve que parar tres veces a hacer pis. Pero era en mis inicios de Semana 52, cuando no retenía del todo bien el líquido. A seis meses de empezar noté que mi cuerpo ya se acostumbró al agua extra. Un consejo común (y muy inteligente) es no esperar a tener sed para beber, ni esperar a tener hambre para comer algo durante la maratón. La idea es adelantarse a cualquier percance, la carrera no es el momento para encontrar soluciones.

El cuerpo es uno, la maratón es larga y realmente muy exigente. No es deshonra caminar. Muchos lo hacen, por supuesto que el reloj que cuenta el tiempo tiene un límite (en algunos lugares deja de contar después de seis horas), pero el objetivo es llegar. Si hace falta caminar un tramo para ver si hay un dolor que pasa, o para el mentado cambio de «gas a nafta» después del muro, es recomendable hacerlo. A veces me lleno la boca diciendo que en una competencia hay que dejarlo todo, pero cada uno conoce su cuerpo y hay que tener moderación.

No existe espíritu de camaradería más grande que en la maratón. Nadie te carga si sos gordo, flaco, si caminás o si corrés enfundado en una bandera de Enrique Iglesias. Sobre todo al final, cuando la cabeza y el corazón están haciendo todo el trabajo, las palabras de aliento son constantes, el optimismo es contagioso, y uno no puede evitar sumarse a ese espíritu.

Sí, sufrí. Quise que terminara de una vez. Al principio, los primeros kilómetros pasan volando, y sobre el final la distancia se divide mentalmente en metros. Las últimas dos cuadras fueron más largas que atravesar la mitad de la maratón. Pero cuando terminé, no quería parar. Y aunque ya pasaron cuatro meses, y técnicamente ya dejé pasar el tiempo que recomiendan para repetir la experiencia, no pasa una semana en que no recuerde la maratón. Ya sea cruzándome con la remera que anda dando vueltas en un cajón, o por mi foto, feliz, cuando crucé la meta (está en mi msn y, de vez en cuando, en el perfil de Facebook), siempre tengo esta proeza presente. Y tiene ese efecto en los corredores, uno no ve la hora de terminarla de una vez, y al día siguiente ya estás deseando volver a correrla.

Semana 26: Día 177: Entrenamiento vs. carrera

Ayer por la noche entrenamos con los Puma Runners, zurcando el terreno embarrado y esquivando algún ocasional charco. La idea era evitar el asfalto, para ir practicando en un suelo más parecido a la Merrel de Tandil, que va a tener lugar el próximo 13 de marzo.

Mientras corríamos, me di cuenta de que es muy difícil igualar las condiciones de una carrera. Más allá de que intentemos hacer cuestas y prepararnos para las sierras, las condiciones mentales previas a una competencia son imposibles de imitar. En el entrenamiento no existe esa adrenalina típica, ni contamos con puestos de control, ni personas alentándonos. Y es más fácil ponerle un freno a nuestro entusiasmo ante un dolor o una lesión. Conozco casos de corredores testarudos que, con desgarros en ambas piernas, se negaron a abandonar la carrera, y esperaron hasta recuperarse para seguir. Esa tozudez no existe en un entrenamiento. Lo lógico es que, ante esa situación, nos vayamos a casa a descansar.

Por lo menos en mi caso, cuando entreno, aunque esté pensando en una Merrel en particular, jamás repito las condiciones. Estas serían, por ejemplo, estar 3 horas corriendo sin parar. En los entrenamientos segmentamos los tramos y elongamos, tomamos agua, recuperamos el aire. Por supuesto existe gente que es más consciente de su cuerpo y sus limitaciones, y en una competencia se toma las cosas con más calma. Pero yo no puedo, en una carrera lo dejo todo. Por suerte no me ha tocado lesionarme mientras competía (toco madera), pero sé que tampoco querría abandonar. Después de la largada, cuando el reloj empieza a contar los segundos, es como si me olvidara de las precauciones. Sí, voy a intentar no lastimarme, pero es el momento en donde se juega todo lo que incorporamos en el entrenamiento. Ahí el esfuerzo se multiplica, no hay lugar para el descanso. Es a todo o nada.

Pero aunque no podamos imitar al 100% las condiciones de una carrera, tenemos que intentarlo. Es por eso que no cancelamos el entrenamiento si llueve, o hace frío, o si caen meteoritos. ¿Cómo sabemos si el día de la competencia no va a estar así? Tranquilamente podemos encontrarnos con barro, charcos y condiciones que son hasta menos favorables que cualquier entrenamiento en la ciudad. En la Merrel Nocturna 2010 montones de corredores estaban petrificados ante una zanja que, aunque la cruzasen de un salto, iba a mojarlos o a ensuciarlos. ¿Qué esperaban encontrarse? ¿Uno de esos caballeros de los dibujos animados, que tiraba su capa arriba de un charco para que la señorita pudiese caminar por encima?

Alguna vez hemos dicho «prefiero romperme en la carrera y no entrenando». Quizá sea algo bastante irresponsable, pero probablemente la mayoría de los corredores piense así. En el entreno se tienen muchos cuidados: si no te da el aire o las piernas, te tomás el colectivo y te vas a tu casa. Todos hemos parado más de vez. Pero en medio de una competencia, con la adrenalina bombeando por todo nuestro cuerpo, nuestros límites se alejan exponencialmente. Tenemos más tolerancia al cansancio, al calor, al frío, al dolor. Aunque suene paradójico, es algo que no se puede entrenar. Sólo lo vamos desarrollando con la experiencia, lo vivimos cada día que participamos en una carrera.

Semana 26: Día 176: Más músculo, más comida

Última semana del quinto mes de entrenamiento. El próximo miércoles estaré atravesando EXACTAMENTE la mitad de Semana 52. Es increíble cómo pasa el tiempo.

Casualmente, hoy me tocó turno con la nutricionista. La última vez que la vi fue hace dos meses, y en el medio pasé por una etapa rara, porque me lesioné la maldita costilla, me enfermé, y empecé un absorbente trabajo de distribución. Todas estas cosas, de una forma u otra, impactaron en el entrenamiento. Lo más duro, sin dudas, fue la lesión, ya que estuve tres semanas sin actividad física. Las consecuencias las noté en la elongación, ya que en ese tiempo parado perdí muchísima elasticidad (otra muestra de que la clave del progreso está en la constancia). En cuanto a musculación, perdí fuerza; si bien la costilla me impedía volver al peso que venía levantando, esas semanas de reposo me obligaron volver a cero, y aún hoy no puedo levantar el mismo peso de principios de diciembre.

La balanza (que ya comprobé que no coincide con la del gimnasio) indicó que estoy pesando 65,295 kg, o sea que bajé 2 kg respecto a mi medición anterior (14/12/2010). Parece que todavía quedaba grasa por bajar, y perdí 600 gr. El problema, muy difícil de sortear para cualquier corredor de fondo, es que volví a perder músculo: 1,4 kg. Así que TODAS las personas que me insistían con comer más, están de parabienes: me van a aumentar la cantidad de alimento. No la frecuencia; sigo con las seis comidas diarias más la colación post-gimnasio. Pero hace falta incrementar hidratos y proteínas. Últimamente noté que llego a las comidas con hambre, cosa que no me pasaba tanto en un principio. Esto puede ser un indicador de que necesito más alimento para sostener mis necesidades de energía, así que bienvenido sea (hay pocas cosas más lindas que comer). El problema (al menos para la nutricionista) va a ser incorporar proteínas y que no sea carne. Tendré que comer más queso, con lo cual ya me adelantaron que voy a aumentar grasa, quizá un kilo. Pero a esta altura creo que no notaría la diferencia.

El estudio antropométrico arrojó pocas diferencias en los pliegues cutáneos, un milímetro en el tríceps y 2 en el muslo. De ahí pude haber perdido grasa. Pero se redujeron los perímetros del brazo, tórax y piernas, por lo que asumo que ahí quemé músculo. Como dato estadístico, empecé el entrenamiento con 9 kg más de grasa que ahora, y 3 kg más de músculo. O sea, ya llevo bajados 12 kg, sin dietas mágicas, ni cremas, ni ab shapers; todo con alimentación inteligente y ejercicio. Cuando empecé, 33% de mi cuerpo era masa adiposa (ahora es el 24%) y 41% era mi masa muscular (ahora el 44%).

La fórmula es simple: Si querés bajar de peso, en base a tus necesidades de energía, tenés que consumir menos calorías. Para aumentar masa muscular, hay que ingerir más. Siendo que corro un mínimo de 45 km por semana, necesito más proteínas e hidratos para ganar más músculo. Está difícil llegar al ideal físico (o sea, velocidad y agilidad de running, más desarrollo muscular en todo el cuerpo), pero no me presiono. Todavía me quedan seis meses y una semana para seguir intentando.

Semana 25: Día 175: Se puede vivir de correr

«Hola, primo. Una amiga de una agencia busca a un maratonista para una publicidad. Si quedás, pagan MUY bien».

Sin muchas vueltas, Vero me acercó esta propuesta. La última vez que ejercí mis dotes actorales fue en 1995, en un acto de 5to de la secundaria (los ’90 fueron hace poco, ¿no?). Siendo que nunca me sentí cómodo frente a otros seres humanos (cuando di un discurso en la entrega de diplomas de la facultad la pasé pésimo), uno pensaría que lo de actuar no se me da. Pero si nos ponemos a pensar, ¿no actuamos todos los días de nuestra vida? Cuando no sacamos boleto en el tren y nos hacemos los disimulados, cuando fingimos dormir para no cederle el asiento a las personas con movilidad reducida, cuando nuestra novia nos pregunta «¿Pensás en otras mujeres?» y le decimos «obvio que no, corazón, sólo tengo ojos para vos». Actuamos para ocultar nuestro cansancio en un entrenamiento/competencia, para evitar multas de tráfico (o para coimear al oficial de turno) y para caerle mejor a los demás. Se supone que una persona insegura DEBERÍA actuar bien…

El director del comercial quería a un atleta real, alguien flaco, fibroso, y que lleve ropa deportiva. Así que partí al que fue el segundo día de casting, enfundado con mi musculosa Puma, el número de la San Silvestre (el único que conservé de todas mis carreras) y un pantalón con calzas, que por algún motivo lo reservo sólo para competencias (tengo la infantil idea de que me trae suerte).

Llegué a las oficinas de la productora, y me anuncié. La chica de recepción me pidió mis datos (altura, talle de remera, zapatillas, edad) y qué experiencia deportiva tenía. Dije que era maratonista, aunque corrí una sola maratón (¿puedo llevar el título?) y que participaba de carreras de aventura. Cuando llené la planilla de la marca (que obviamente no puedo pronunciar) agregué que escribía un blog de running. No sé si hará alguna diferencia, pero es parte de mi CV de deportista…

Cuando me tocó enfrentar al director del casting, nos hicieron pasar a los cuatro últimos. Todos teníamos experiencias en maratón, y uno, encima era actor. Miramos a cámara («bajá la pera», «sonreí»), dimos una vuelta y nos presentamos. «Mi nombre es Martín Casanova, tengo 33 años, corro maratones, carreras de aventura y tengo un blog de entrenamiento». Ese fue mi speech. No muy lúcido, pero a tono con el resto. Cuando los cuatro hicimos esto, vino el acting. voy a describir lo que hice yo, el resto, con mejor o peor resultado, hizo lo mismo.

Siempre apuntando fuera de cámara, corro. Estoy agotado, a punto de terminar una maratón. Miro a mi alrededor, veo a la gente. Me seco la transpiración. Hago muecas de cansansio, estoy muerto de cansancio. Alguien me tira una botella de agua. Bajo el ritmo, la bebo. Me refresca. La devuelvo y sigo corriendo. Finalmente me detengo. Me apoyo en mis rodillas, cabeza gacha. Paro el reloj. No llego a procesar lo que veo que me desplomo hacia atrás. Caigo sentado, me detiene el muro a mis espaldas. Cierro los ojos, intento recuperar el aire. Miro el reloj nuevamente. La vista se pierde más allá de la hora. No lo puedo creer. Sonrío y dejo caer la cabeza, apoyándola contra la pared. Vuelvo a sonreir.

Siguiente escena. Tengo una toalla sobre mis hombros. Ya recuperé el aliento. La mirada sigue perdida, incrédula de lo que acabo de lograr. Miro a cámara. Me conecto con el espectador. Me levanto, quiero compartir esto. Me acerco un par de pasos a cámara y digo «Mi nombre es Jorge Ignacio, y corrí la maratón en menos de 5 horas». Mi tono es seguro, estoy orgulloso del logro.

Corte.

Al director de casting le gustó cómo actué mi alegría en medio del agotamiento físico. Así y todo, no creo que quede, pero la experiencia fue muy divertida. Pedí permiso para contar la anécdota en el blog (jamás había participado en un casting), con la promesa de no revelar la marca. Por el nombre «Jorge Ignacio», asumo que no es para transmitir en el país. Y obviamente está apuntada al no-deportista, porque una maratón por abajo de 5 horas no es una proeza imposible (Allan Lawrence sostenía que la diferencia entre maratonista aficionado y profesional era bajar de 3 hs 30 min).

Ahora queda saber si quedé, a pesar de mi poca experiencia actoral. Que no es lo más importante, lo cierto es que me gustó esta situación, porque significa que a) me reconocen como atleta, b) se puede llegar a vivir de correr, sin necesariamente ser un corredor de elite, y c) me dio material distinto para compartir en el blog.

Supongo que esta es una de esas situaciones en las que te llaman si quedaste y no te llaman si no quedaste (sería raro que te elijan y nadie te avise, pero podría pasar). Si llego a tener novedades, prometo contarles qué fue de Jorge Ignacio y su primera maratón.

Semana 25: Día 174: Mi vida sin alcohol

Con Semana 52 hubo muchos cambios, tanto físicos como mentales. Me impuse rutinas, cambié mi dieta, y mi cuerpo se fue adaptando. Este progreso vino acompañado por cambios de actitud, y algo de aprendizaje.

Dejando de lado las cuestiones físicas, nada me sorprende más que el tema del alcohol. No quiero exagerar, y que parezca que era un borracho empedernido, que despertaba repleto de botellas vacías a su lado. La verdad es que me consideraba un bebedor social. Nunca fui una persona extrovertida; desde el momento en que detesto mi voz nasal (y el hecho que no modulo), hablar en público siempre me resultó tortuoso. Lo que se dice «miedo al ridículo». Descubrí el alcohol después de los 20, y a medida que mi paladar cambiaba, empezaba a disfrutar un poco más de este tipo de bebidas.

Pero nunca me gustó su sabor, sólo era una forma de soltarme y ser más amigable. Por algo dicen que el alcohol es un «lubricante social». El tema fue que llegó un momento en que no podía ir a una fiesta sin beber. Era lo que me daba fuerzas para bailar, sin sentir la mirada del otro (bailo tan bien como modulo al hablar). Parafraseando a Los Simpson, el alcohol hace a las mujeres más hermosas y nos vuelve prácticamente invulnerables ante la crítica. Así que lo había transformado en un aliado para poder hablarle a una chica. La ecuación diversión+bebida parecía ser la mejor forma de despejar la introversión.

Y llegó el momento de empezar Semana 52, y entre las normas que me impuse, estaba la de pasar todo el año sin una gota de alcohol («sólo en las heridas», nunca puedo evitar hacer el chiste de Les Luthiers). Días antes de empezar, tuve una señora borrachera de despedida. Y luego, empecé a contar los días y las semanas en que el entrenamiento se volvió algo central en mi vida.

Estuve en fiestas donde me negué a tomar. No fue algo tortuoso para mí, en absoluto. El tema era que, de todas formas, tenía que socializar. Y bailar, por supuesto. ¿Qué podía hacer? ¿Volver a quedarme sentado, en un rincón, como hacía en los cumpleaños de 15? De a poco me fui animando, moviendo las piernas, intentando enganchar el ritmo. Y eventualmente lo conseguí.

El sábado pasado fui a una fiesta con amigos. Había, además de cantidades industriales de fiambre para hacer sándwiches, alcohol en unas cuantas variedades. La consigna, para colmo, era que las chicas llevasen corbata y los varones pollera. Fui uno de los cuatro que se animó a ponerse la prenda femenina, y me divertí y bailé toda la noche, sin estar pendiente de si me miraban o si estaba haciendo el ridículo. Es difícil ponerse en sintonía, podríamos decir que uno se suelta cuando se da cuenta de que en realidad todos los presentes están haciendo un poco el ridículo (algunos más que otros, eso sí).

Es todo un descubrimiento darse cuenta que te apoyabas demasiado en el alcohol para soltarte, y que en realidad no lo necesitabas. Antes pensaba que me ayudaba a «quemar etapas». Pero ahora me doy cuenta de que lo usamos de excusa. Si nos excedemos ante el otro, fue «culpa» de que habíamos tomado. Lo genial de todo esto es poder divertirme toda la noche sin las consecuencias de la resaca.

¿Voy a convertirme en un abstemio de por vida? No lo creo. Mentiría si dijera eso. Al menos, la próxima vez que quiera tomar alcohol, lo haré para compartir el momento, porque hace calor y quiero refrescarme con una cerveza helada, o porque se me da la gana. Pero sé que no va a ser para enmascarar el miedo al ridículo. Hay cosas que merecen hacerse en un completo estado de consciencia (y sobriedad). Calculo que así se incorporan los hábitos, cuando sabemos por qué estamos haciendo lo que hacemos, sin atajos ni recetas mágicas.

Semana 25: Día 173: Antes de comer, leer las etiquetas

Volverme vegetariano tuvo una consecuencia inmediata, que fue la de asegurarme de que todo lo que consumía no tuviese una muerte animal en el proceso. Esta cuestión obsesivo-filosófica me hizo leer las etiquetas de todos los productos industriales que compraba. Y me llevé muchas sorpresas.

Las galletitas, tengan lo que tengan, contienen una gran cantidad de grasa. En un principio me preocupaba más por el contenido animal que las calorías o los lípidos. Y me encontré, por ejemplo, que las Criollitas, tan emparentadas con una vida sana, tienen grasa vacuna refinada. No es que la alternativa (aceite vegetal hidrogenado) sea más sana… pero a veces no queda claro qué es lo que contiene cada producto.

Leyendo las etiquetas, me enteré de que los Giacomo Capelettini de verdura tienen carne, la gaseosa Crush tiene carmín, colorante que se obtiene de un insecto (comúnmente la cochinilla), y que muchas golosinas, yogures y quesos crema tienen gelatina (que se hace con hueso, cartílagos y tejidos de vaca). Esta especie de paranoia vegetariana me facilitó interiorizarme en cuestiones relevantes al entrenamiento. Recién desde la Semana 1: Día 1 empecé a cuidarme con las comidas y a leer cantidad de grasas, hidratos y proteínas. ¿Sabías que atrás de los manteles de papel de McDonald’s está impresa una tabla nutricional? Anoche, atrapados por la tormenta que inundó Belgrano y Palermo, fuimos a refugiarnos al restaurante de los arcos dorados. Me pedí un yogur con cereales y un McQueso, mientras que mis amigos se pidieron un Cuarto de Libra y un Mini-McPollo. La diferencia de grasas totales entre las cosas que comían ellos y lo mío era abismal. No sé hasta qué punto el consumo de sal en una persona que no es hipertensa puede llegar a ser dañina, pero sus sándwiches tenían una impresionante cantidad de sodio.

Difícilmente conocer estos datos provoque un shock que haga cambiar nuestros hábitos alimenticios, pero la información está al alcance de la mano… es cuestión de buscarla. En los ingredientes y la tabla nutricional está la clave de qué cosas nos aportan nutrientes y qué productos no nos sirven en el entrenamiento. Eso, combinado con el sentido común, puede ayudar en cualquier dieta. Leyendo etiquetas podemos darnos cuenta de que el pan tiene menos grasa que las galletitas, que las Oreo en España tienen aceite (mientras en Argentina las hacen con grasa vacuna), y que muchas marcas que se la dan de naturales contienen sólo el 10% de jugo natural (el resto se reparte entre conservantes y otros productos químicos).

¿Cómo leer las etiquetas? Primero, tener en cuenta que la lista de ingredientes se muestra en orden descendente, por peso. O sea, los elementos que aparecen primero son los que se encuentran en mayor cantidad. Por ejemplo, si de entrada se menciona «Harina», será un producto con alto porcentaje de hidratos de carbono.

Luego, la cantidad de porciones. Los valores se muestran en porcentajes recomendados para el consumo diario. Si ingerimos el doble, tenemos que duplicar las cantidades que se indican. Por ejemplo, la dosis diaria recomendada de sodio es de 2300 mg, que es la cantidad exacta que tiene el Cuarto de Libra con Queso. O sea que mi amigo ya había consumido toda la sal del día en una sola comida. Todo lo que venga después, estará de más. Ni hablar si hubiese tenido intenciones de repetir el menú.

Las calorías se indican en relación al porcentaje diario. Si queremos bajar de peso, nos convendrá buscar alimentos con bajo contenido, podríamos situarlo por debajo de las 40 calorías por porción (esto es un estimativo, cada uno deberá asesorarse para saber las cantidades que debe consumir, de acuerdo a objetivos y tipo de hábitos). Las grasas totales son, como su nombre indica, la cantidad total que posee cada porción, y es un índice que tenemos que mantener bajo (3 gr o menos). Las grasas saturadas y trans mucho más, ya que son las que influyen en el colesterol malo. Un alimento de bajo contenido de sodio anda en los 140 mg. Hay que tener en cuenta que la sal es riesgosa para personas con problemas de hipertensión, los deportistas no necesariamente tenemos que huirle despavoridos. En los carbohidratos, la fibra dietaria alta es preferible (se deben consumir 25-30 gr por día), mientras que los azúcares deben ser bajos. En general se considera que un porcentaje menor de 5% de cualquier nutriente indica que el alimento tiene bajo contenido del mismo. Si es mayor de 20% se considera alto. El colesterol se encuentra sólo en alimentos de origen animal como carnes, aves, pescado, huevos y productos lácteos. Lo recomendable es que el consumo esté por debajo de los 300 mg por día. Un alimento con bajo contenido de colesterol contiene menos de 20 mg por porción.

Todos estos porcentajes son relativos, pero sirven para orientar la lectura de las etiquetas. Podemos encontrarnos varias sorpresas, y en el proceso aprender a alimentarnos más ordenadamente.

Semana 25: Día 172: Acortando distancias

Probablemente esto suene obvio para muchos, pero yo nunca me lo hubiese imaginado: Correr acorta distancias.

«¡Claro!», piensa alguno. «Corrés de una esquina a la otra, se te hace más corto que ir caminando… ¡gracias por iluminarnos!» (en tono sarcástico).

No me refería a eso. Hay un efecto secundario de entrenar y sostener el esfuerzo por mucho tiempo. Cuando empecé a trotar en Zona Norte con los Puma Runners, uno de los ejercicios que hacíamos era correr alrededor del Hipódromo de San Isidro. Al principio, ese trayecto de 5,2 km era eterno. Más de una noche, Germán, nuestro entrenador, cerraba con un «vayan a dar una vuelta», y ese era nuestro «regenerativo». Después de quejarme, a regañadientes, emprendía la marcha. Dos laterales de este terreno son muy largos, de unos 1600 metros cada uno, y parecían no terminar más. No sabría decir en qué momento fue el cambio, pero dos años después de trotar por esas calles, la vuelta se pasa volando. Seguro, estoy mejor entrenado y tardo menos, pero tampoco hago tanta diferencia. No sé si esto servirá para comprobar la Teoría de la Relatividad, pero Einstein decía que el tiempo era relativo, y que todo dependía del punto de vista. Antes, indefectiblemente, el trayecto era larguísimo. Ahora, aunque la distancia es la misma, ya no lo es.

Lo mismo me ha pasado con otros circuitos. Una de las pruebas más difíciles para mí era la de hacer fondo, solos mi cabeza y yo. Es raro que uno hable de su mente como si fuese una entidad aparte, pero juega un papel tan determinante para un corredor, que pareciera que es el cerebro el que «decide» si podemos alcanzar un objetivo o no. Pocas veces llegamos al límite del desgaste físico, generalmente nos detiene un dolor o, en el peor de los casos, una lesión. Uno de los grandes desafíos para cualquier corredor es la de resolver grandes distancias. Un verdadero ejercicio mental.

Es probable que hacer la misma ruta eventualmente se vuelva tedioso. Recorrer terrenos nuevos parece tener mucha más emoción. Pero repetir el mismo camino, sobre todo uno muy largo, es una excelente forma de entrenar la cabeza para las carreras de fondo. También nos sirve para medir cómo cambia nuestra percepción del tiempo: eventualmente, 5 km se convirtieron en «sólo» la mitad de 10 km. Más tarde fueron un cuarto de 20 km, y así, hasta convertirse en un «simple» precalentamiento.

Cuando corrí la Salvaje Cross Country estaba casi al principio de Semana 52 (recién por el día 18). Venía muy entusiasmado, cruzando lagos, saltando puentes, chapoteando en el barro, pero las pilas se agotaron cuando llegué a un tramo absolutamente recto y eterno sobre unas vías abandonadas. La irregularidad del terreno hacía que sólo se pudiese ir en fila, y ese trayecto parecía no tener fin. Ante mi indignación (¡cómo iban a poner una parte tan larga y monótona!), mi amigo Mak me sugirió que le vea el lado positivo: ese tipo de tramos educan la cabeza. Para la maratón, que corrí tres semanas después, entendí un poco más lo que me estaba diciendo. Enfrentarse a esta supuesta monotonía ejercita la mente. A medida que aumenta la experiencia y los kilómetros recorridos, la percepción de la distancia se acorta. En nuestro interior, todo se resuelve más rápido, independientemente de los minutos transcurridos.

Supongo que quiere decir que la siguiente vez que nos encontremos con un camino que nos parezca demasiado largo, será indicación de que hemos progresado, y que nos encontramos ante un nuevo desafío (mental) para conquistar.

Para ver las fotos anteriores, no dejen de visitar la sección de Progreso.