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Semana 32: Día 220: Volver a empezar

¿Cuántas veces escribí este post? No ESTE puntualmente, pero tengo esa sensación de déjà vu. Yo esto ya lo viví. No poder correr, la frustración de estar apto mentalmente pero no físicamente, y el día en que finalmente todo se acomoda y puedo volver.

La kinesióloga me dejaba correr el fin de semana, pero me resfrié, y con la Feria del Libro dándome otra paliza, no pude ni actualizar el blog el domingo. Igual no tenía mucho para contar. «Estuve todo el día acomodando libros y revistas, recomendando cómics, contestando dudas sobre Spider-Man y The Walking Dead. Ah, y descubrí que las Frutigran no son veganas». Eso era todo.

Pero hoy, lunes, pude correr. Fue muy raro, la dejé a Vicky en su nuevo grupo de entrenamiento y me fui al mío. Nos separan 2 km de distancia, así que lo hice corriendo, en pantalón largo, campera y con la mochila. Me dio calor, pero fueron mis primeros pasos desde la Patagonia Run, hace 23 días. Al principio me sentí muy oxidado. Tenía miedo, porque en este tiempo no corrí nada, solo unos pasitos cruzando la calle. Mientras corría dándole la vuelta al hipódromo sentía miedo, porque no quería lastimarme o sentir dolor. Iba muy contenido, demasiado. Intentaba prestar atención a todo, a cada sensación en mi cuerpo, sin dejar de prestarle atención a cada palmo que iba pisando. Me fueron doliendo diferentes cosas, como las rodillas, el tobillo, pero no la lesión. El tibial sentía que me tiraba, como algo que perdió elasticidad.

Me mantuve así, corriendo con cautela, hasta que me empecé a soltar. Transpiraba, así que me abrí un poco la campera. Hice mi primer kilómetro en 5:30. Seguí y el segundo lo terminé en 5:06. Llegué a los Puma Runners, me saqué el pantalón largo, y recién cuando vi algunas risas me di cuenta que todavía tengo la pierna izquierda afeitada de la rodilla para abajo, y la otra peluda como siempre. Desentona (parece que en un atengo una media de nylon), pero prefiero esperar a que se vuelva a poblar de pelo que a afeitarme y dejarlas simétricas.

Entrené como siempre, sin dolor, sin molestia. Sigo sintiéndome un poquito oxidado, pero ya no tanto. Creo que estoy volviendo en serio. Los ejercicios de musculación me ostaron, y ahora me duele todo, pero mi entrenador calcula que en tres semanas vuelvo a mi 100%, así que hoy más que nunca no puedo aflojar. Sigo con mi meta de la Espartatlón, y quiero volver a mi estado para poder entrenar fondos largos. El tibial está respondiendo, y creo que me ayudó haberle hecho caso a la kinesióloga, así como haberme hecho plantillas nuevas. Quizá para el miércoles tenga zapatillas nuevas, y con eso tendría el combo anti-periostitis completo…

Semana 26: Día 178: El reposo

2013-03-24 10.47.10

Después del brutal entrenamiento al que me sometí ayer, recibí varias felicitaciones, como si en lugar de haber entrenado hubiese corrido una carrera. En el blog, por mail, mensaje de texto, whatsapp. Coincidió que varios me decían que me faltaba muy poco, que tenía la Ultra Buenos Aires en el bolsillo. Y yo, que soy un falso modesto, no podía dejar de pensar «¿No se dan cuenta que todavía me faltan 30 km para llegar a los 100… y que eso ni siquiera va a ser la mitad de la Espartatlón?».

No sé qué clase de mecanismo de defensa es el que se activa para rechazar elogios y tirarse abajo. No tiene que ver con la falta de confianza. Quizá sea una forma de intentar ser realista y no creérsela. Estoy leyendo el MARAVILLOSO libro de Scott Jurek, «Eat & Run», en el que cuenta su vida, y por fin me cruzo con un ultramaratonista súper campeón que, además, es un ejemplo de humildad. Esa experiencia es muy gratificante y enriquecedora. Podría ser que me haya enganchado porque ama correr y es vegano, pero lo que me compró fue que abre su autobiografía con una pésima experiencia de carrera, en la que todo el mundo estaba convencido de que iba a ganarle a todos y romper el récord, y él no podía más y quería abandonar a toda costa.

En estos días donde me estoy recuperando de correr un fondo bestial, aprovecho para reflexionar. Me han dicho, con mucho acierto, que lo que me falta es un trayecto netamente mental. Casi como si hubiese quedado demostrado que al cuerpo se lo puede exigir. Ya está entrenado y se va regenerando. Pero necesito estar tranquilo, focalizado en el objetivo, porque lo que queda es puro huevo. Mientras que en la maratón el muro es cruzar los 30 km y llegar a la meta en el 42, pasar los 70 y alcanzar los 100 es un ejercicio mental más complicado que hacer logaritmos en base 2. Es una mezcla entre relajarse y seguir esforzando el físico al límite.

No sé si voy a llegar a los 100. Tampoco sé si considerar este fondo de 70 km como un triunfo. Nunca me planteé seriamente correr esa distancia, y cuando la hice me sentí mejor de lo que me esperaba. Me di cuenta de todo lo que hice mal el año pasado, cuando abandoné vomitando en el km 77. Ya había caminado la mitad del trayecto, con una bronca y una frustración muy grande (pero con una contención de familia y amigos como no tuve en toda mi vida). Ayer, cuando me faltaban 1000 metros para terminar el entrenamiento, me dejé llevar, abrí la zancada y empecé a correr a toda velocidad (al menos, a la que podía en ese momento). Por eso podría suponer que si repito las circunstancias de ayer en la Ultra Buenos Aires, voy a tener un restito para tirarme a los 30 km que me van a quedar.

En fin, esta debe ser la etapa más dura de un entreno, en el que la intensidad baja y lo que predomina es descansar. La cabeza no solo es la gran responsable de que el cuerpo llegue a su límite (y lo pase), sino que es la parte del cuerpo que de alguna forma se niega a detenerse. Puedo hacer reposo con el cuerpo, pero ¿cómo hago que mi cabeza baje dos cambios? Se escuchan sugerencias.

Semana 24: Día 162: A una semana de Tandil

tandil_2009

Se vienen fechas interesantes. Por un lado, en una semana vamos a estar nuevamente en Tandil. Y el 16 vamos a cumplir dos años con Vicky. Tenemos cosas planeadas para esa fecha, ojalá que los fotógrafos estén atentos.

Como ya mencioné muchas veces, Tandil es una tradición en los Puma Runners. Fue mi segunda carrera, en marzo de 2009, en la que corrí las dos últimas postas junto a mi prima Vero. Me encantó, y al año siguiente la quise hacer completa y el esfuerzo me dejó una semana en cama, dolorido y con fiebre. ¡Pero quién me quitó lo bailado!

Sin ánimos de mandarme la parte, Tandil (o «La ex-Merrell», como le decimos) no me resulta un desafío. Es una competencia muy linda, con un paisaje muy lindo, y una carrera que no debe ser subestimada por nadie (ni siquiera por mí, como estoy haciendo ahora). No sé, me interesa más meterme en competencias nuevas, o reintentar aquellas en las que no pude llegar a la meta (como la Ultra Buenos Aires, o La Misión). Acá se juegan otras cosas. Tandil se convirtió, para mí, en una tradición. Es otra categoría. Hay que ir, compartirla con amigos y disfrutarla. Es lo bastante cerca como para que el traslado no sea un trauma, pero lo suficientemente lejos como para no sentirte en la ciudad, haciendo cuestas en el asfalto.

Este año voy a correr en equipo con Vicky, y aunque ella me va a putear porque le digo que se apure, sé que la vamos a pasar muy bien. Cumplimos  2 años de novios, después de todo, y pareciera que hoy nos queremos más y nos llevamos mejor que en esas primeras e idílicas semanas de cualquier pareja.

Lo único que lamento es que la complejidad de esta carrera (que la tiene) hizo que los fondos largos que venía haciendo quedaran de lado para entrenar cuestas y potencia de piernas. Hubiese preferido seguir creciendo y superar la barrera de los 50 km. Pero en las últimas semanas el entrenador lo prefirió así. Tengo que confesar, además, que con mi socio de vacaciones, estuve trabajando tanto que tampoco me hubiese dado tiempo de correr 4 horas seguidas, un día de semana. Podría decirse que tuve suerte. Dios no cierra una puerta sin abrir una ventana, me parece que dicen, y aunque hubiese preferido los fondos, me vi en la obligación de entrenar lo que me dijeron que entrene. Ni más, ni menos. Sin sobreentrenarme, sin correr fatigado por largas jornadas frente a la computadora. Tuve el tiempo suficiente para solo hacer lo que debía.

Después de Tandil me van a quedar 3 semanas, exactas, hasta la Ultra Buenos Aires. No pienso matarme el próximo finde, sino divertirme, ir tranquilo, y guardarme para los 100 km del 7 de abril. No falta nada…

Semana 22: Día 153: 321,88 km en un mes

Durante el mes de febrero, que al no ser un año bisiesto cuenta con tan solo 28 días, corrí 321,88 km en entrenamientos. Este mes no hubo carreras, solo fondos largos.

Pero, siempre hay un pero, en la última semana mi ritmo bajó bastante. Podría asumir que fue un parate obligado después de matarme en aquel fondo de 50 km, sin embargo quedé bastante bien después de correr esas 4 horas y 39 minutos. Esta vez fue la rutina la que se impuso. Alguno notará que el blog no se actualizó en los últimos dos días, y eso tiene que ver con que estuve trabajando a destajo (sea lo que sea que signifique esa palabra), levantándome antes de que salga el sol y durmiéndome sobre el teclado durante la medianoche.

La vida del diseñador gráfico es ingrata. Muy ingrata. Son largas sesiones de clicks con el mouse, saltando de programa en programa, con el monitor secando los ojos y la silla endureciéndose más y más. Desde que perdí relleno en el traste, siento que se me clava el coxis contra la piel, y aunque me pongo almohadones, siempre termino incomodísimo. Sumémosle mi espalda arqueada, y quizá empiece a dimensionarse el placer que es sacarse de encima esta pasividad y salir a correr.

En mi lista de prioridades estuve poniendo entrenar. Ahí, arriba de la lista. Por encima de todo. Pero tuve que hacer una consesión, con mi socio de vacaciones dos semanas, y aceptar trabajos a sabiendas de que no iba a poder cumplir. Justo hoy, hablando con mi psicóloga, caí en que no puedo decir que no. Pero a nadie. Esto me define, porque me termino metiendo en camisa de once varas, con amigos, pareja, clientes… Ni siquiera le puedo decir que no al perro cuando me pide de comer o salir a hacer pis…

Vengo conforme con mi desempeño. Me faltan 5 semanas para la Ultra Buenos Aires, y todavía estoy lejos de llegar a los 100 km. Pero me siento cada vez más cerca…

Semana 21: Día 141: En el fondo del camión

«En el fondo del camión, los melones se acomodan solos». Es un dicho que escuché una vez y se me quedó grabado. Claro que en realidad no se trata de un dicho, sino que es la sombra de uno. Quizá la verdadera frase decía que el camión estaba en marcha. Por ahí no lo aclaraba. Es difícil saberlo ahora, pero lo cierto es que la explicación es sencilla: estando en movimiento (y no quieto), las cosas se resuelven solas.

Con esta máxima me regí, y poniendo a mi cuerpo en marcha, eventualmente todo llegó. No es convertirse en una persona pasiva, sino todo lo contrario: hacer y después saber esperar.

Hoy entrené por primera vez, después de haber corrido el fondo de 40 km. Me sentí muy bien, aunque el calor convirtió a todo en una experiencia agobiante. Me sentí bien y muy seguro de mi estado físico. Pero (siempre hay un pero) aunque mi rutina haya mejorado y cambiado así, volví a dejar que la pasividad tome posesión y me encuentro, nuevamente, actualizando el blog a altas horas de la noche. Muchas veces me he quedado dormido mientras tipeaba, y al despertar aparecían misteriosos mensajes sin sentido. En otras ocasiones queda una letra presionada en el teclado, mientras mi cabeza cuelga a un costado. Cuando abro los ojos, en medio de la tortícolis, veo cómo un párrafo termina con un «eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee» repetido hasta el infinito.

Entonces, ¿es cierto que las cosas se acomodan solas? Sí. Y no. O sea, a veces sí, pero en absolutamente todos los casos hace falta nuestra intervención. Nada surge espontáneamente, ni nuestros sorpresivos fracasos como tampoco nuestros más anticipados triunfos.

En medio de este contexto en donde cualquiera diría «claro, el problema de este tipo es que hace mil cosas; entrena, escribe, trabaja», empecé un curso online de narrativa. Semana 52 me ha dado una práctica constante en el arte de escribir, y ya va siendo hora que pula el estilo. No sé cómo va a ser este seminario (de 12 meses), pero de momento estamos haciendo un cuento por semana (que no necesariamente tiene que ver con correr). Así que empecé un blog «hermano» de este, llamado 52 cuentos, en donde iré subiendo el material una vez que esté aprobado por la profesora del curso.

Tanto entrenar el cuerpo como la mente, requiere de un cierto compromiso. Hay que tener energía, ganas y tiempo. Lo demás vendrá solo… gracias a que en el fondo del camión, los melones se acomodan solos.

Semana 9: Día 60: Musculación… pero al aire libre

Todo no se puede. Es una verdad universal. Dura, pero muy cierta. Quiero correr 100 km en 10 horas y media pero también quiero hacer una ultra-trail de cuatro días en la montaña. A veces hay que saber encontrar los momentos, esperar y ver cómo acomodarse.

En el primer año de Semana 52 era un soltero empedernido, así que no tenía demasiado problema en levantarme a las 6 de la mañana, desayunar y salir para el gimnasio a esperar a que abriesen a las 7. Entraba en calor, hacía mi rutina, y a las 8 me iba a duchar. Antes de las 9 estaba en casa, listo para empezar mi jornada laboral, y nada de esos ejercicios de musculación estorbaban con mi entrenamiento de running, que era por la tarde. Ejercitaba cinco veces a la semana.

Y entonces me enamoré. No de una rutina, o de un ejercicio, sino de una mujer, Vicky, alguien a quien conocía desde la secundaria pero a quien aprendí a conocer (de verdad) en una carrera. Fue un flechazo para ambos, y al principio ella respetaba mis tiempos y mis raras rutinas de musculación, pero llegó un punto en que no quería separarme de ella ni resignar las pocas horas que pasábamos juntos. Sin que nadie diga nada (porque no faltará quien crea que esta decisión me fue impuesta), fui dejando de madrugar para ir al gimnasio cuando Vicky ya se había ido al trabajo… lo cual era una complicación, porque entraba al gimnasio a las 9, y más de una vez mis clientes ya estaban bien despiertos y empezaban a hacer sonar mi celular en medio de la rutina de pecho con banco inclinado.

Así los 5 días de entrenamiento semanal se vieron condicionados por compromisos laborales. Después empezó mi sueño espartatloniano, y para llegar a 246 km tenía que correr mucho… mucho. Así que Germán, mi entrenador en los Puma Runners, me agregó varios kilómetros semanales. Entonces ir al gimnasio se volvió una tarea imposible. Pagaba por tres meses y con suerte iba 10 veces en un mes. No me desesperé, porque, como dije al principio, «todo no se puede». Me pareció que lo importante era dedicarme a correr y aumentar mi resistencia. Lo otro… podía esperar.

Con el pasar de los meses perdí musculatura y fuerza (de hacer 7 dominadas bajé a 4), pero comprobé eso de que el cuerpo tiene memoria, y que si uno vuelve a entrenar (y lo hace con MODERACIÓN), la adaptación es mucho más rápida que cuando empezamos con las pesas por primera vez. Todavía conservo algo de músculo, y sin dudas los ejercicios me cuestan menos que al principio. Pero… seguía sin encontrar el momento para hacer musculación.

Hasta que Germán decidió hacerle una mejora a nuestro entrenamiento aeróbico. Nos citó al grupo 30 minutos antes del horario habitual y nos presentó una serie de elementos para hacer musculación al aire libre. Pesas de todo tipo, muchas de las cuales con formas desconocidas para mí, una semiesfera inflable (que debe tener un nombre más interesante que la descripción que estoy haciendo), implementos para mejorar la coordinación… montones de implementos para hacer hombros, bíceps, tríceps, cuádriceps, sentadillas… Nos pusimos a ejercitar como niños con juguetes nuevos, y obviamente ahora escribo estas líneas con dolor en los brazos, pectorales y dorsales. Estoy en el período de adaptación, intentando que mi cuerpo recupere la memoria.

Supongo que fue una de esas situaciones que se ajustan al dicho de que «en el fondo del camión los melones se acomodan solos». No encontraba un momento para ir al gimnasio, y solo logré acomodar los horarios del entrenamiento con los Puma Runners, un espacio que mis amigos, clientes y familia respetan, y uno de los pocos lugares que comparto con Vicky. Ahora ambos podemos seguir jugando con las pesas, dedicándole media hora, tres veces por semana. Ahora ejercitamos al aire libre, una sensación bastante placentera, y entre amigos, lo cual no es poco…

Semana 48: Día 334: Cuando me vuelvo fastidioso

Creo que llegó el momento de hacer autocrítica.

Sé que a veces me pongo denso. Algunas personas no lo notan, otras lo sufren más de cerca. Todos tenemos nuestros vicios, y a veces me aterra pensar en todas esas cosas que molestan y que yo no veo. Así que me haré cargo de las que noto.

Me encanta correr. Eso lo sabe cualquiera que le dedique 1 minuto a este blog. Pero, ¿qué pasa cuando quiero correr y no puedo? Una vez me junté con unos amigos para organizar el trabajo. Era en el oeste de la provincia de Buenos Aires, yo vivía en el centro y entrenaba en el norte. La receta para el desastre. Por supuesto que llegué tarde al almuerzo, hablamos y después dieron vueltas y vueltas para irnos. La autopista estaba cargadísima y veía cómo el reloj se acercaba peligrosamente al horario de entrenar. Me puse fastidioso, me enojé, contestaba todas las preguntas con monosílabos, y si hubiese podido, me tiraba por la ventana con la esperanza de llegar más rápido. Fui bastante insoportable, y no podría prometer que no me voy a enojar si me vuelve a pasar.

Luego está el tema de la comida. Dicen que soy un talibán de la dieta, pero yo siento que no es así, que me vivo descuidando, y que si pudiera, sería más extremista. Ahora se me dio por el veganismo, y es increíble cómo la mente va creando trabas y represiones mentales. En cuanto me decidí a dejar los alimentos derivados de animales, comer queso o tomar yogurt se me empezó a hacer molesto. Los lácteos ahora me caen pesados, y basta con enterarme de que algo contiene huevo en sus ingredientes para que me haga la idea y me dé rechazo. Pobre Vicky, que comparte todos los desayunos y cenas de mi vida conmigo…

Soy competitivo. No me gusta, lo detesto, pero no quiero ser el último. Me esfuerzo por no ser el primero, pero en el camino me agarra esa inseguridad de que estoy quedando como un condescendiente, que si bajo la velocidad alguien puede creer que no me esfuerzo al máximo. Entonces sigo acelerando. No me comparo con otros corredores, no me preocupa si tal o cual es más rápido que yo (hay MILLONES mejores que uno, siempre). Si veo a alguien que corre a mi nivel o que me supera, me interesa ir atrás para poder esforzarme más. ¿De qué sirve? Absolutamente de nada, lo hago con el deseo secreto de ser el mejor. A veces me encuentro acelerando para pasar a un desconocido y para mis adentros me avergüenzo olímpicamente.

Soy un inconformista. Descubrí que jamás me va a gustar mi cuerpo. O sea, sí, antes estaba más gordo, definitivamente prefiero mi actual estado, pero nunca me alcanza. Se me pasa por la cabeza hacer dieta, entrenar más… me pellizco los rollitos, me mido los músculos de los brazos (que van en retroceso desde que dejé el gimnasio) y me pregunto si alguna vez estaré conforme con mi físico (creo que no).

A veces en el blog trato de venderme y de mostrar mi mejor costado. Pero sépanlo, en el fondo (no tan en el fondo) soy un insoportable.

Semana 46: Día 316: Si llueve, ¿se entrena?

La radio lo había pronosticado: el sábado iba a llover. Y mucho. Obviamente, después de una semana de poco o nada entrenamiento, nos la jugamos y fuimos. No hacía frío, así que ¿cómo desaprovechar una mañana de invierno donde se podía salir a la calle sin congelarse?

Llegamos a Acassuso, listos para correr. Ya empezaban a caer las primeras gotas. Pero el clima seguía siendo agradable. El entrenador miró al cielo. «Es una nube pasajera», mintió. Arrancamos bajo un cielo plomizo, solo con pantalón corto y una remera de manga larga como máximo abrigo. Las gotas caían, intermitentes, mientras avanzábamos.

Llegamos hasta Uruguay (la calle, no el país) y nos mandamos a hacer algunas cuestas. Los gotones eran cada vez más grandes, y por alguna razón se sentían fríos cuando te tocaban, a pesar de que el clima seguía siendo agradable. El entrenador, que seguía jurando que la lluvia era una nube pasajera, nos recomendó volver antes de lo esperado. Éramos muchos, estábamos lejos de la base (que, de todos modos, no era techada), y no quería que un chaparrón nos sorprenda sin estar abrigados.

Las gotas se empezaron a hacer más intensas. Marcelo, fiel compañero de entrenamiento, me pidió de tomar agua antes de salir. «¿Para qué?», le pregunté. «Vamos corriendo así», le dije, mientras trotaba miroandoal cielo y abriendo la boca (de todos modos, no recomiendo este sistema para hidratarse). Mientras buscaba mi botella dentro del auto del entrenador (en el que definitivamente no podía llevarnos a todos para volver a la base), las gotas intermitentes se transformaron en un chubasco que creía en intensidad.

El agua golpeaba en mi espalda mientras, con medio cuerpo dentro del vehículo, buscaba mi arma secreta. La había comprado para Yaboty, en diciembre, y desde entonces nunca la pude usar. Y ahí estaba, mi pilotín amarillo patito, esa prenda absolutamente ridícula, pero que bajo un chaparrón se iba a convertir en la envidia de todos. Ese pedazo de plástico liviano retenía mi calor corporal, y me protegía de mojarme la cabeza y el pecho. Pero me daba la suficiente comodidad para bracear y correr sin detenerme.

Los chaparrones era fuertes, constantes, casi una cortina de agua. Costaba ver, pero… ¡qué bien se sentía! Cuando el frío no es un factor, correr bajo la lluvia es uno de los placeres más intensos de la vida. Es la conquista máxima de la fiaca, y me hace sentir como un chico. Corrimos chapoteando, esquivando charcos y barro, e intentando no bajar a la calle. Confiábamos en que no íbamos a patinarnos, pero lo mejor es desconfiar de los automóviles, las patinadas, y los potenciales accidentes.

Muchos integrantes nuevos del grupo preguntaban si se entrenaba con lluvia. ¡Por supuesto! ¿De qué otra forma podrías practicar si una situación similar te sorprende el día de la carrera? Siempre hay que estar preparado, y si uno no pone la salud en riesgo, no hay que dejar de correr. Estoy convencido de que los que pasaban por la calle, sequitos en sus autos, nos estaban teniendo un poquito de envidia…

Semana 44: Día 306: 211,81 km en un mes

Bueno, este post tocaba ayer, último día del mes, pero el tema de la ex-chica Baywatch me pudo. Hoy tocaba mi visita a la nutricionista, pero se van corriendo las fechas de este cronograma que conozco yo solo y que a nadie le importa, ¿no?

Pero ya que menciono mi visita a Romina, mi asesora en nutrición deportiva, viene a colación una frase que le dije cuando vimos que aumenté musculatura en mis piernas, respecto a la última medición de hace un mes y medio. Mi explicación fue: «Hice trampa». ¿Cómo? Bueno, no es que corrí de menos, sino de más. Eso puede ser malo (respondía ella, con razón), pero viendo el kilometraje del mes, no es tan grave. Esos 211,81 km estuvieron por encima de la media de algunos meses, pero en febrero hice más de 290, así que…

Lo que me faltaban eran fondos largos. Algunos domingos salí a correr 45 km, y me hicieron tan bien, que después de la Patagonia Run (que me dejó hecho pelota) no volví a correr más que los casi 80 km de la Ultra Buenos Aires y la maratón de Rosario (como para mencionar distancias largas). Como extrañaba sumar kilómetros, y quiero repetir el intento por llegar a 100 km en menos de 10 horas y media, empecé a aprovechar visitas a una editorial en Barracas (donde trabajo en forma freelance), para volver corriendo a casa. Y así sumar unos 15 km.

Resultó que esa distancia a pie (por bicisendas, esquivando gente y automóviles) me tomaba unos 20 minutos más que hacerlo en subte más colectivo. Si le sumamos las caminatas a las estaciones o las paradas, las esperas hasta que llegue el siguiente servicio, y el viaje en sí, no era mucho menos que correr desde la puerta de la oficina hasta la planta baja del edificio. Y después, ya que estaba, subía corriendo 15 pisos por escalera. Repetí la experiencia corriendo desde el Hipódromo de San Isidro hasta Colegiales, y resultó que eran nada más que 12,5 km (pero se transitan zonas poco amigables, como todo lo que esté por debajo de la autopista).

Si no fuese un problema llegar todo transpirado, iría y volvería corriendo a todas partes, como Forrest Gump (aunque él estaba siempre fresco). Mientras me dedico a las próximas carreras, al viaje a Europa y a La Misión, meto estos fonditos para ir sumando, y poder prepararme para la próxima Ultra Buenos Aires (tentativamente en marzo). Espero que, además de tener tiempo para entrenarme como corresponde, esta vez podamos organizarla en forma abierta y que se sumen otros locos como yo.

Semana 43: Día 300: Entrenando cuestas en la Ciudad de Buenos Aires

A los porteños siempre nos pasan el trapo en las carreras de aventura. No nos avergüenza. Sí, tenemos un orgullo desmedido, pero la verdad es que en muchos terrenos, como la montaña o los médanos, hacemos agua. No por nada en las competencias en arena ganan locales, al igual que en la altura. Ojalá eso significase que en calle la descosemos, pero tampoco es así.

Para entrenar para Pinamar nos la tenemos que ingeniar. No podemos contratar una empresa de construcción para que nos tire un volquete con arena en la esquina de casa. De hecho no sé si encontramos este terreno antes de conducir unas cuantas horas por la ruta. La costa de Buenos Aires es un río, y nosotros somos tan tontos que le damos la espalda, a diferencia de nuestra vecina Montevideo.

Una de las alternativas que tenemos es buscar calles empinadas y hacer cuestas ahí. Fortaleciendo las piernas obtenemos potencia, y hace que los médanos se hagan un poco más fáciles. Pero no es tan sencillo encontrar estas subidas. Se me ocurren las bajadas a la Avenida Paseo Colón, en dirección a Puerto Madero, pero ¿alguien podría correr en el microcentro, entre los automóviles y los millones de peatones? Así que hay que seguir pensando.

Sin irse al conurbano (donde hay menor densidad de población y más calles cuesta arriba), hoy opté para entrenar en escaleras. Por un lado, las de mi edificio. Es un ejercicio muy intenso. No me da quedarme entre 4 pisos (vivo en el 15), así que bajo para hacer algún trámite y subo al trote. Pero por otro, para quienes viven en planta baja o no quieren quedar como unos dementes ante el consorcio, comparto mi entrenamiento en las escaleras de la estación de Belgrano. Es imposible que no haya gente subiendo y bajando, pero es tranquilo y con un buen nivel de exigencia. Ya sea de a un escalón o de a dos, sentí cómo trabajaban los cuádriceps y, en menor medida, los gemelos.

Este tipo de escaleras, sobre las vías del tren, se encuentran en todos lados. Si lo combinamos con un fondo, podemos ir hasta Chacarita, donde merma la cantidad de autos y de gente, y encontrar una imponente escalera frente al Cementerio. En mi caso le escapé a la bajada de Virrey del Pino, que llega hasta la Avenida Luis María Campos. Tiene muchas salidas de autos y los conductores, por algún extraño motivo, hacen como que no te ven. Pueden pasarte por encima o frenarte el paso, y mientras uno los insulta y patalea, ellos miran hacia el lado exactamente contrario, como si fuesen sordos y cortos de vista.

Y en todas estas cosas andamos pensando los citadinos cuando queremos entrenar para hacer aventura. El destino quiso que Buenos Aires se fundase aquí, en la llanura, y millones de porteños la eligieron para vivir y para soñar, de vez en cuando, con poder escaparse de ella.