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Semana 39: Día 267: Pensando en la maratón

Entonces, en 14 días estaré en Río de Janeiro. Playa, sol, zunga. Pero me tendré que recordar que fui para correr la maratón de Río de Janeiro.

Correr 42 km es algo que no se puede improvisar. Es producto de un entrenamiento largo y sostenido. ¿Hay gente que termina una maratón en el primer intento, sin haber corrido nunca antes? Suena más imposible que prender un fósforo abajo del agua, pero si hay criaturas de otro planeta que la terminan en 2 horas 15 minutos… ¿por qué no?

Hasta hoy el tema de Río me estaba empezando a preocupar. Estoy corriendo asiduamente, no debería hacerme problema, pero hace rato dejé esos fondos de 45 km… temía estar achanchándome, no manteniendo el nivel. Hoy, en el entrenamiento de los Puma Runners, nos tocó hacer un fondo. Mi consigna era darle entre 3 y 6 vueltas al Hipódromo, que como tiene 5 km estaríamos hablando de algo entre 15 y 30 km. Siempre intento ir por el máximo, y esa distancia es la ideal para prepararse para una maratón (uno nunca corre la distancia total de una carrera para la que uno entrena, siempre se busca llegar hasta el 70 u 80%).

Con bastante frío largamos. Yo me llevé a un amigo que hice en estos días, Hugo, para el entrenamiento. Él es francés, musulmán de ascendencia marroquí, estudia en los Estados Unidos y habla muy bien inglés y castellano. Y algo de chino. Ah, su novia es rusa. Lo que se dice, un chico globalizado. ¿Para qué vino a Argentina? Entre otras cosas para mejorar su español, así que él me puede hablar en el idioma que quiera, pero yo le tengo que responder en criollo. Le gusta el fútbol y busca hacerlo profesionalmente, repartiéndose su tiempo entre la preparación física y el estudio (cuando le preguntás qué estudia, dice «Business Management», nunca en español). Además de enseñarle conceptos muy abstractos como «quilombo» o «guita», lo llevé a conocer a los Puma Runners y por afinidad decidió correr a la par mía. Yo estaba con muchas pilas: como mencioné en el post anterior tuve muchas satisfacciones laborales que si bien me quitaron el sueño, me llenaron de mucha energía positiva. Así que ahí estaba yo, corriendo a destajo, y Hugo siguiéndome el paso. Creo que hicimos la primera vuelta de 5 kilómetros en 23 minutos, y como él estaba distraído cuando el entrenador dio la consigna del día, abrió los ojos como dos platos cuando le dije que yo iba a seguir 5 vueltas más.

Dejé a Hugo haciendo dominadas (pull ups) y flexiones de brazos (push ups), me desabrigué (fue un acto de fe, porque todavía hacía frío), y seguí dando mis vueltas. Sigo sin mi reloj, así que no podía medir mi velocidad, pero como tengo el Hipódromo bastante estudiado, sabía la distancia que iba a hacer. Hay una cuestión mental cuando decidimos dónde está nuestra meta. Si me hubiese decidido a hacer 15 km, los últimos 5 los hubiese padecido. Pero como el límite era 30, una vez entrado en calor fue cuestión de poner velocidad crucero y sufrir más adelante.

Como decía, tengo bastante aprendido el Hipódromo. La primera parte es fácil, porque paso junto a mis compañeros y mi entrenador, entonces es una buena referencia. Uno además intenta parecer que está más entero de lo real, levanta la cabeza, abre la zancada… finge un estado impecable, pero por alguna razón uno se la termina creyendo. Después viene la cuadra del hospital, que es el costado «corto» del Hipódromo. Se pasa fácil, esquivando algo de gente. La siguiente cuadra, la de Márquez, es la más dura. Es larga, siempre en sombra por los árboles (en invierno no está tan bueno), y aunque tiene la estación de micros para ir al baño en un caso de «emergencia», es un poco desmoralizante. Aunque es en línea recta, no se ve el final (o yo no lo veo porque nunca admitiré mis problemas de vista), no tiene tramos de pasto o tierra para no exponer a las piernas tanto tiempo al asfalto, y no hay nada que entretenga la vista. Solo vereda y el alambrado que cerca el Hipódromo. Lo único que me motiva es ver el final, saber que voy a doblrar y abandonar esa cuadra larga y tediosa. La que sigue, Fleming, tiene árboles más bajos, lo que para mí la hace más agradable, además de que tiene algo de pasto. Siempre me mando por ahí. Tiene faroles… me resulta más atractiva. La contra es que hay una entrada y salida de autos a los que les importa poco que se les cruce gente corriendo. Por último llega el final, en Rocha, que no tiene ningún atractivo salvo saber que estás a punto de terminar la vuelta.

Es curioso porque en las carreras me llevo geles, pasas de uva… de todo para tener energía. Pero como no sabía qué íbamos a hacer hasta que llegué al entrenamiento, no fui tan preparado. Y me dio la impresión de que estaba bien de energía. Quizá lo motivacional me ayudó, pero por las dudas me llevé una banana que tenía en la mochila y le daba un pequeño mordisco cada kilómetro y medio. Así me aseguré de tener hidratos de carbono constantemente. No me cuesta digerir esta fruta (quizá a otros le cae pesada), así que anduve bien. La ola de frío polar cedió un poco, y más cerca del mediodía se estaba muy bien en musculosa y pantalón corto.

Incluso con paradas en el bebedero para hidratarme, en el baño de la estación de ómnibus y para comer algo de mi mochila, creo que hice un buen tiempo. Remarco el «creo» porque no tengo reloj. Debo haber estado en las dos horas y media para los 30 km, que terminé bien, con pilas como para seguir 12 km más. Así que siento que tengo la maratón en el bolsillo. No creo que haga marca, pero confirmé que con una banana pude bancarme el 70% de la distancia a correr. Me parecen buenas señales de que en Río la voy a pasar bien…

Semana 27: Día 184: Encontrar tu lugar feliz

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Hoy hice un entrenamiento de 30 km, de cara a la Ultra Buenos Aires. Ocurrió una escena graciosa el día de ayer, mientras mi entrenador me dictaba lo que tenía que hacer. Mientras uno de los chicos, que estaba escuchando la conversación, decía «¡Uy! ¡30 kilómetros! ¡Qué zarpado!», al mismo tiempo yo decía «¿Nada más?». Desde afuera, cualquiera podría pensar que soy un agrandado, pero con tantos entrenamientos largos y duros, ahora que me acostumbré, correr 3 horas me parece poco. Pero claro, sigue siendo duro y agotador.

Quizá este sería un buen momento para abrir un paréntesis y aclarar qué significa este blog. Semana 52 es un registro de mi vida como atleta. A veces no puedo evitar que se colen otras cosas como mi pasión por el cine, por los cómics, o por la literatura. He hablado de los abusos que sufrí cuando era niño, he hecho pública una separación (brevísima) con Vicky, y hasta he contado cuando en Tandil me quisieron cagar a trompadas. Pero hay algo que probablemente nunca dejé en claro, y es que esta no es mi vida. Por más que escriba un choclazo, todos los días (este es el post número 919, por ejemplo), es la punta del iceberg. No cuento que voy a terapia una vez por semana, ni cuando tengo una discusión con mi pareja, o cuando en un arranque de ira insulto a un colectivero porque estacionó sobre la senda peatonal. Tampoco hago público si estoy deprimido, si le mentí al sodero o si uso mis ratos libres para ver pornografía en la red. Lo cierto es que pasan muchas cosas en la vida de una persona como para volcarlas todas en un blog. Además, el 98% de esas cosas, resultarían intrascendentes para la mayoría.

Hecha esa aclaración, he tenido subidas anímicas y también bajones últimamente. Me he angustiado, he llorado y he sentido un peso enorme sobre mis hombros. Se conjugaron muchas cosas en mi vida personal, profesional y atlética. Muchas veces sentí que no quería seguir con el blog (alguno habrá notado que hay días en que no he subido absolutamente nada). Hasta llegué a pensar en no correr nunca más. A veces me la doy de gurú motivacional, pero soy uno más, con mis miserias, mis fobias, y a veces no me siento capaz y quiero largarlo todo. Creo que es algo con lo que cualquiera se podría identificar. Calculo que a todos, alguna vez, nos pareció que nuestros problemas eran inmensos y no podíamos ver cómo resolverlos.

¿Por qué me pasaron estas cosas? Como dije, en este blog se ve la punta del iceberg, y no es casual. Yo elijo que así sea, porque si bien he contado cosas muy privadas y muy fuertes, hay otras que prefiero mantener en mi fuero interno.

Hoy fue uno de esos días en que todo parecía estar mal, ser demasiado duro e inabarcable. Discutí con Vicky, me abrumé con trabajo atrasado (ni siquiera el fin de semana extra large me sirvió para ponerme al día), y por supuesto que siempre está dando vueltas el fantasma de los 100 km que tengo que correr dentro de una semana. Si tuviese pelo, me hubiese arrancado los mechones.

Por suerte estaba Vicky para serenarme. Puso su mano en mi hombro y con una voz calma empezó a hablarme de colores. Yo no entendía bien. ¿Acaso había dicho «verde»? Lo que estaba haciendo era compartir técnicas de meditación. Pensar en un color es una de las formas más puras de abstracción mental, y permite justamente no pensar. Pero llegar a eso es muy difícil, así que hay que pensar primero en un paisaje, y volar sobre él. Sentirse a gusto, fusionarse. Así, de a poco, hasta ir simplificándolo hasta convertirlo en un color. De ahí podemos quitar lo cromático y llegamos a la vieja y apreciada «mente en blanco».

Salí de casa más tarde de lo que hubiese querido, con la mochila llena de agua, dos geles y un puñado de pasas de uva. No fui a la Reserva porque la distancia no me iba a alcanzar, e iba a tener que correr casi todo el trayecto por asfalto. Me fui a los lagos de Palermo, y allí descubrí lo tonto que fui por haber creído durante 5 años que solo se podía correr en el circuito que rodea al lago. Resulta que el verde es mucho más amplio, y que no me estaba permitiendo extender mis límites. Un trayecto más largo eran menos vueltas, lo cual iba a hacer que el entrenamiento fuese menos monótono.

Explorando y calculando los kilómetros que tenía cada ruta nueva, fui pasando el tiempo. Pero de tanto en tanto la mente divagaba y volvía a los problemas y a la angustia. Entonces pensé en aplicar esas cosa que me había dicho Vicky. ¿Qué podía perder? Intenté levantar la vista y mirar el paisaje. Hay muchos árboles que todavía están muy verdes. Las hojas se movían con el viento, y realmente era un espectáculo muy sereno que me perdí muchísimas veces. Me puse a pensar si este sería mi lugar feliz, ese paisaje al que podría ir en situaciones de estrés. Pensé en sobrevolar el mar, una imagen que me describió Vicky en casa, antes de salir, así que me fui a las olas rompiendo en la playa. Recordé ese viaje en el que nos enamoramos, camino a Tandil, en el que hicimos una parada en Mar del Plata y nos metimos al agua a barrenar. Me di cuenta que había encontrado ese paisaje feliz.

Enseguida lo ligué al Mar Egeo, en Grecia, y a sus aguas cristalinas y serenas. El sol brillante, ni una nube en el cielo azul. El suave bamboleo que formaban los barcos que pasaban. Y funcionó. Realmente me olvidé de todos los problemas, o me di cuenta que en realidad los problemas no existen, sino que es uno quien les da tamaña importancia. Volví a conectarme con correr, con el paisaje, y con un estado de calma y felicidad.

No terminé los 30 km en tiempo récord (igualmente 2 horas 45 minutos no está mal), pero volví a casa muy relajado. Creo que esa serenidad es la que voy a necesitar para terminar los 100 km, una proeza que no es tan física, sino mental…

Semana 6: Día 37: Los 30 km de la Salvaje Night Race

Este año, la gente de Salvaje debutó en las carreras nocturnas. Habiendo participado de una similar el año pasado, debo reconocer que, por ser la primera, la organizaron muy bien.

La cita fue en Marcos Paz, que para un porteño es un poco lejos. Ya el año pasado habíamos participado de la Salvaje Cross Country, y el terreno era muy cercano. En esa oportunidad habíamos pasado por una laguna con agua hasta el pecho y habíamos hecho varios kilómetro sobre unas vías de tren abandonadas. Supuse que, siendo esta vez una competencia nocturna, estos obstáculos quedarían afuera. Tuve medio razón, aunque no del todo.

No sé si en Marcos Paz no hay tantos deportistas o si estamos ante una carrera que, en próximas ediciones, se va a convertir en un clásico, pero para esta oportunidad había pocos corredores. No creo que hubiesen más de 80. En la largada estábamos los que hacían el circuito de 10 km y los de 30, entre los que se encontraban las categorías individual y postas. Algunos Puma Runners eligieron el tramo más corto porque era su primera carrera o hacía mucho no entrenaban. Otros optamos por el largo para buscar velocidad, o para romper una marca (Vicky, por ejemplo, nunca había corrido más de 27 km).

Pero como veníamos de lejos, éramos muchos como para ponernos de acuerdo y no todos queríamos hacer el trayecto por la misma ruta, empezamos la carrera luchando contra el reloj, para llegar desde Acassusso hasta Marcos Paz en horario. Nuestro auto fue por ruta 6 (vergonzozamente destruída), otros fueron por un camino más largo pero más seguro en cuanto a tránsito, y el resto por lo que resultó ser la ruta más directa. Por supuesto que llegamos a destino, bajamos a preguntar, y nos enteramos de que ahí no era la largada, sino el punto más lejano, en el que pegaríamos la vuelta (km 15). La carrera empezaba a las 20:30, y luego de nuestra confusión, el auto en el que veníamos con Vicky llegó a las 20 a la plaza principal de la ciudad.

Retiramos nuestro kit, y nos enteramos (para nuestro alivio) que saldríamos a las 9. Hicimos la entrada en calor, mientras la mitad de nuestro grupo seguía buscando la plaza principal de Marcos Paz. Este contingente llegó en el mismo instante de la largada, algunos salieron unos minutos tarde porque todavía no tenían su linterna o el número troquelado que servía de constancia de llegada.

La salida fue medio caótica. Aunque éramos pocos, el cronómetro empezó desde los 20 minutos en la cuenta regresiva, después lo pusieron en cero (lo que me desconcertó) y de pronto estábamos largando. En esa confusión olvidé prender mi cronómetro GPS, así que tuve un desfasaje de 500 mts. Empecé con la técnica que me ha funcionado, que es la de apurarme todo lo que pueda, despegarme de la masa de corredores, y buscar a un atleta con un buen ritmo al cual seguir.

Los primeros dos kilómetros eran dentro de la ciudad, así que estaban bastante iluminados. A partir de ahí, tener linterna se volvió imprescindible, porque era muy difícil ver el suelo donde uno pisaba. Enseguida aparecimos en el campo, corriendo junto a pastizales, donde las luciérnagas hacían ilusiones ópticas, simulando ser cientos de corredores cruzando el horizonte. La luna estaba en cuarto menguante, por lo que algo de luz natural había. Decidí correr con la linterna de mano que me iluminó en Grecia. Sirvió para correr al costado de la ruta sin que algún auto me matase, así que me pareció que en esta oportunidad también me iba a proteger.

Avancé todo lo rápido que pude, siempre intentando alcanzar al corredor que tenía delante. Pasé a la primera de las chicas, y me empecé a preguntar qué tan lejos estaba del puntero. Intento ser humilde, pero a veces creo que confundo eso con pesimismo. Me puse a fantasear cómo sería hacer podio, y me di cuenta que era algo bastante superfluo (pero no me molestaría lograrlo en alguna oportunidad!). La verdad es que al ser pocos corredores, gran parte del tiempo estaba completamente solo, y correr en esa situación, a oscuras, hace que uno piense, imagine y sueñe, porque la carrera pasa a convertirse en un desafío mental más que físico.

Cuando estaba llegando a la mitad, en el km 15, vi pasar al puntero. Conté a los corredores que tenía por delante y me pareció que estaba entre los 10 primeros. Pero no podía asegurar cuántos eran individuales y cuántos postas. Fue muy gratificante llegar hasta ahí, sentí que estaba haciendo muy bien tiempo (unos 4:40 el km) y solo restaba la mitad de la carrera para terminarla. Me resulta más fácil dividir el trayecto en unidades. Ya cuando llegué al km 7 pensé que faltaban cuatro veces eso para la largada. En los 10 me dije a mí mismo que ya estaba en un tercio del recorrido. Y así, siempre concentrado en pequeños objetivos. Después de dar la vuelta y emprender el regreso sentí que un objetivo lógico y gratificante era llegar antes de las 2 hs y media.

Aunque creí que el trayecto iba a ser tranquilo por haberlo organizado de noche, llegamos a las vías del tren. Después de trepar alambrados, me encontré corriendo sobre los durmientes, saltando cardos y esperando que Jason, de Viernes 13, no saliese de detrás de algún árbol dispuesto a matarme. Es difícil caer en la soledad que uno siente en la noche, con poquísima luz artificial, sin señales de otros corredores por delante ni por detrás. En este punto me torcí el tobillo un par de veces, y caí al suelo de trompa, aunque pude poner las manos (y pincharme con los malditos cardos)..

Esa soledad (que se empeora en los caminos estrechos, donde los árboles impiden que la luna ilumine) eventualmente da inseguridad. Porque aunque el trayecto estaba iluminado por luces químicas, y el staff de la organización indicaba dónde había que doblar a 90 grados, había partes muy largas y rectas, donde no había indicios de que un ser humano había pasado por allí. Era un poco desesperante, pero no me quería detener. Hasta no llegar al km 30, no iba a detenerme, estuviese donde estuviese.

Varios corredores me pasaron a muy buen ritmo. ¿Serían participantes de postas? ¿Quién corre así de fresco luego de 20 km?

En mi cabeza estaba llegando entre los 20 primeros. El cansancio aumentaba, y aunque contaba con mi propio hidratador y con geles, el cansancio se adueñó de mis piernas. Evidentemente había ido muy rápido y los cuádriceps me pasaban factura. Intenté mantener la velocidad y ceñirme al plan de llegar antes de las 2 hs 30 minutos.

Como decía, prácticamente toda la carrera la hice solo, lo cual agrega un plus de dificultad. No tenía con quién compararme para poder regular mi ritmo, así que de tanto en tanto intentaba acelerar, sin importar e dolor físico. Cuando me estaba acercando a la ciudad, un motociclista se me puso al lado. Le pregunté cuánto por llevarme hasta la meta, y sonrió debajo de su casco. Fuimos charlando todo el camino, y la verdad es que me dio mucho ániimo. Esos últimos dos kilómetros, con todo el cansancio acumulado, te hacen dar cuenta de qué importante es tener compañía.

Alejandro, el motociclista, me quería convencer de que estaba entre los primeros. Yo aventuré un debo estar entre los primeros 15 o 20 corredores. Aceleré todo lo que pude, relojeando cada tanto el cronómetro, y cuando estuve a 200 mts escuché un «¡ahí viene el noveno!». No sé de dónde vino, pero me pareció un puesto respetable, y crucé la meta en el final de un sprint, agotado pero feliz. El reloj indicaba que había llegado a las 2 horas 29 minutos. ¡Muy justo!

Un amigo pasó disimuladamente tras la computadora de la organización, y vio que había llegado cuarto. ¡Wow! No me imaginé estar tan adelante, aunque seguramente los que hicieron podio me sacaron unaa ventaja considerable. Me hidraté, me junté con mis compañeros que hicieron el trayecto corto o solo vinieron a alentar, y fuimos esperando al resto. No sé (aún) si realmente estuve tan cerca del podio. Tampoco me agrando, ser 4 entre 80 corredores es como llegar 200 en una carrera de mil.

Realmente quedé exhausto, pero feliz. Imagino que el resto sintió algo parecido. Estuve en la meta cuando Vicky la cruzó, y fue muy emocionante ser testigo de su nuevo triunfo. Es que siempre hay nuevas metas para imponerse… el tema es que algunos valientes buscan conquistarlo. Anoche, independientemente del podio, hubo como mínimo 80 ganadores.

Semana 6: Día 36: Correr de noche

Hoy a las 20:30 será la largada de la Salvaje Cross Country, 30 km en una eventual oscuridad del campo, en Marcos Paz. Estoy realmente entusiasmado por esta carrera.

El año pasado, una de las competencias que más disfruté, fue la Nocturna de Merrell. En esta oportunidad fueron poco más de 20 km, y me resultó muy divertido estar corriendo sin luz, siguiendo al que tenía adelante para ver el camino. En un punto perdí de vista al corredor que tenía enfrente, y esa emoción de estar a oscuras, ante lo desconocido, fue muy emocionante.

Pero por alguna razón que desconozco, esta clásica carrera se transformó en diurna, y para mí perdió toda la emoción que tenía. Afortunadamente, apareció esta Salvaje Cross para ocupar ese lugar vacante. Y, para mejorar la situación, resultó ser más extensa, como para subir el nivel de dificultad.

Estoy un poco asustado de usar mis Puma nuevas, ya que son muy livianas y eso les quita estabilidad para no estar corriendo en asfalto. Por eso creo que voy a volver a las Asics, aunque ya no me resultan tan cómodas. El año pasado aprendí que en el campo, aunque sea esta época del año, puede estar fresco. Terminar de correr después de más de dos horas y estar en remera de manga corta, absolutamente transpirado, puede ser muy duro. Aunque hay puestos de hidratación, me voy a llevar mi camel, para racionarme mi agua, y para tener dónde guardar un abrigo liviano, por las dudas.

No creo que el recorrido de esta Salvaje Cross sea como la que corrí el año pasado, ya que involucraba meterse en una laguna y después correr en las vías elevadas de un tren. Un poco riesgoso para hacerlo de noche.

Algo que también aprendí en la Nocturna de Merrell es lo incómodo que puede ser estar corriendo con una lintervincha durante tanto tiempo. Al final terminé llevando la linterna en la mano. Creo que voy a llevar mi linternita que compré para arrancar la maratón de Grecia.

Va a ser algo bastante simbólico: correr con la experiencia de desafíos pasados, utilizando objetos cuya efectividad ya está probada. Es la sencilla receta para enfrentar nuevos objetivos e ir subiendo el nivel de dificultad, a ver hasta dónde podemos llegar. Nunca corrí esta distancia de noche, y me intriga averiguar con qué me voy a encontrar…