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Semana 51: Día 357: Corriendo de San Isidro a Retiro

Continúo con la segunda parte del que hasta ahora será mi día favorito de 2013.

Cuando salí de la nutricionista eran cerca de las 11 de la mañana. Había ido preparadísimo: ropa para correr, el reloj con GPS, la mochila tipo camel, unas galletas de arroz, una banana y una caramañola de 750 cc llena de agua. Capté señal, guardé el pantalón largo, comí algo y arranqué.

Estaba en la punta del Hipódromo de San Isidro, donde convergen Márquez con Fleming. Empecé fuerte, estaba entusiasmado. Iba entre 4:30 y 5 minutos el kilómetro. El motivo por el que entrenamos siempre con los Puma Runners en este lugar es que esta «vereda» mide 1,6 km de largo, y la vuetla entera da unos 5,1 km. Pero yo no iba a dar vueltas, en realidad mi plan original era encarar hacia Libertador, doblar a la izquierda, y darle derecho hasta cruzar la General Paz, Figueroa Alcorta, plaza San Martín y su ruta. Romina, mi nutricionista, me sugirió que vaya por el bajo, que también es un camino que solemos hacer los sábados. El día estaba increíble (hasta corrí con lentes), así que mientras estaba por cruzar la avenida Santa Fe (en San Isidro, obvio) decidí hacerle caso.

Luego de una parada técnica en el baño de una terminal de ómnibus, seguí por Roque Sáenz Peña hasta llegar a Juan Díaz de Solís, la calle que bordea el Tren de la Costa. También es una zona cómoda para correr, gracias a que el caminito de las vías solo es interrumpido por cruces a nivel, con sus respectivas barreras. No abunda el tránsito, como sí pasa en Libertador, así que pude ir más tranquilo, disfrutando del clima y la sombra de los árboles.

Pero lo que para mí hacía especial este fondo era que iba a tener un poquito de exploración. Siempre que entrenamos llegamos hastala calle Paraná, y ahí nos uqedamos, enfilando para el lado del río o haciendo cuestas. Nunca me imaginé que se podía seguir bordeando las vías, pero si ese tren llegaba hasta la estación Bartolomé Mitre, cuya entrada es por Libertador, lo más probable era que ahí pudiese empalmar con mi plan original. Yo no sabía cuánto iba a correr, ni a qué hora iba a llegar a mi casa (donde tenía que bañarme, almorzar y estar listo para que a las 14 fuésemos con un amigo extranjero a Comicópolis, la feria de historieta en Tecnópolis. El hecho de tener un límite de tiempo me ayudaba a apurarme…

Pasando Paraná, comenzó terreno inexplorado. Afortunadamente el caminito asfaltado junto a las vías seguía, hasta que me vi forzado a bajar a la calle. Seguí hasta que no pude seguir avanzando recto y tuve que doblar en una esquina. ¿Hacia dónde? Encaré a la izquierda y me arrepentí. Volví a la derecha, y doblando… ¡Libertador! Ese mismo camino que tantas veces hicimos en tren, lo había recorrido a pie.

El resto del trayecto era bastante conocido para mí, ya que muchas veces entrené yendo o volviendo a San Isidro (a veces yendo Y volviendo). El tema es que mi entrenamiento terminaba en Colegiales, más o menos a la altura de la calle Juramento. Así que de nuevo me dio esa sensación de mariposas en el estómago por estar probando algo nuevo, en una distancia que seguía siendo un misterio para mí.

Con el sol en lo alto, pleno mediodía, crucé al otro lado de Libertador en una barrera (porque la avenida pasa por debajo de las vías del tren, en un paso bajo nivel no apto para seres humanos) y pasé junto a otro Hipódromo, el de Palermo, separado unos 15 km del de San Isidro. Había poca gente entrenando, seguramente por el horario, lo cual es un placer para mí. Sin embargo vi a algunos que aprovecharon el clima como yo para salir al aire libre (seguramente autónomos, millonarios o desempleados… el running nos une a todos los que podemos acomodar nuestros horarios).

Crucé Figueroa Alcorta a la altura de Canal 7, siempre con la radio Delta en mis audífonos. La música rítmica me ayuda, así como que tengan pocos locutores diciendo pavadas al aire. Hice la distancia de una media maratón (que creo que es 21,9 km) en 1 hora con 37 minutos y 53 segundos, un tiempo que no hubiese estado mal en la carrera de hace dos semanas. Claro que ayer tuve que frenar en varios semáforos y hacer una parada técnica, lo que me sumó algunos minutos. También me retrasó un poco sacar la caramañola de la mochila cada vez que tomaba agua.

El tema de la hidratación fue mi punto flojo. No podía cargar más que ese líquido, y lo fui racionando. Me alcanzó muy justito, por suerte llegué bien a Retiro y de ahí a mi casa, donde paré el reloj a los 23,74 km, con un tiempo total de 1:50:46. Fue una sensación maravillosa, sentí que había aprovechado muchísimo el día… ¡y recién era la 1 del mediodía!

Subí rápido a mi departamento, puse algo en el horno eléctrico y me metí en la ducha. Todavía me faltaba encontrarme con Diego a las 14 para salir disparando a Tecnópolis, donde se decía que el maestro, el único, el prócer de la historieta, el educador de millones de argentinos, iba a estar firmando ejemplares. Me refiero, obvio, al papá de Mafalda, el inigualable Quino. Pero esa es una historia que quiero dejar para el día de mañana…