Archivo del sitio

Semana 51: Día 357: Corriendo de San Isidro a Retiro

Continúo con la segunda parte del que hasta ahora será mi día favorito de 2013.

Cuando salí de la nutricionista eran cerca de las 11 de la mañana. Había ido preparadísimo: ropa para correr, el reloj con GPS, la mochila tipo camel, unas galletas de arroz, una banana y una caramañola de 750 cc llena de agua. Capté señal, guardé el pantalón largo, comí algo y arranqué.

Estaba en la punta del Hipódromo de San Isidro, donde convergen Márquez con Fleming. Empecé fuerte, estaba entusiasmado. Iba entre 4:30 y 5 minutos el kilómetro. El motivo por el que entrenamos siempre con los Puma Runners en este lugar es que esta «vereda» mide 1,6 km de largo, y la vuetla entera da unos 5,1 km. Pero yo no iba a dar vueltas, en realidad mi plan original era encarar hacia Libertador, doblar a la izquierda, y darle derecho hasta cruzar la General Paz, Figueroa Alcorta, plaza San Martín y su ruta. Romina, mi nutricionista, me sugirió que vaya por el bajo, que también es un camino que solemos hacer los sábados. El día estaba increíble (hasta corrí con lentes), así que mientras estaba por cruzar la avenida Santa Fe (en San Isidro, obvio) decidí hacerle caso.

Luego de una parada técnica en el baño de una terminal de ómnibus, seguí por Roque Sáenz Peña hasta llegar a Juan Díaz de Solís, la calle que bordea el Tren de la Costa. También es una zona cómoda para correr, gracias a que el caminito de las vías solo es interrumpido por cruces a nivel, con sus respectivas barreras. No abunda el tránsito, como sí pasa en Libertador, así que pude ir más tranquilo, disfrutando del clima y la sombra de los árboles.

Pero lo que para mí hacía especial este fondo era que iba a tener un poquito de exploración. Siempre que entrenamos llegamos hastala calle Paraná, y ahí nos uqedamos, enfilando para el lado del río o haciendo cuestas. Nunca me imaginé que se podía seguir bordeando las vías, pero si ese tren llegaba hasta la estación Bartolomé Mitre, cuya entrada es por Libertador, lo más probable era que ahí pudiese empalmar con mi plan original. Yo no sabía cuánto iba a correr, ni a qué hora iba a llegar a mi casa (donde tenía que bañarme, almorzar y estar listo para que a las 14 fuésemos con un amigo extranjero a Comicópolis, la feria de historieta en Tecnópolis. El hecho de tener un límite de tiempo me ayudaba a apurarme…

Pasando Paraná, comenzó terreno inexplorado. Afortunadamente el caminito asfaltado junto a las vías seguía, hasta que me vi forzado a bajar a la calle. Seguí hasta que no pude seguir avanzando recto y tuve que doblar en una esquina. ¿Hacia dónde? Encaré a la izquierda y me arrepentí. Volví a la derecha, y doblando… ¡Libertador! Ese mismo camino que tantas veces hicimos en tren, lo había recorrido a pie.

El resto del trayecto era bastante conocido para mí, ya que muchas veces entrené yendo o volviendo a San Isidro (a veces yendo Y volviendo). El tema es que mi entrenamiento terminaba en Colegiales, más o menos a la altura de la calle Juramento. Así que de nuevo me dio esa sensación de mariposas en el estómago por estar probando algo nuevo, en una distancia que seguía siendo un misterio para mí.

Con el sol en lo alto, pleno mediodía, crucé al otro lado de Libertador en una barrera (porque la avenida pasa por debajo de las vías del tren, en un paso bajo nivel no apto para seres humanos) y pasé junto a otro Hipódromo, el de Palermo, separado unos 15 km del de San Isidro. Había poca gente entrenando, seguramente por el horario, lo cual es un placer para mí. Sin embargo vi a algunos que aprovecharon el clima como yo para salir al aire libre (seguramente autónomos, millonarios o desempleados… el running nos une a todos los que podemos acomodar nuestros horarios).

Crucé Figueroa Alcorta a la altura de Canal 7, siempre con la radio Delta en mis audífonos. La música rítmica me ayuda, así como que tengan pocos locutores diciendo pavadas al aire. Hice la distancia de una media maratón (que creo que es 21,9 km) en 1 hora con 37 minutos y 53 segundos, un tiempo que no hubiese estado mal en la carrera de hace dos semanas. Claro que ayer tuve que frenar en varios semáforos y hacer una parada técnica, lo que me sumó algunos minutos. También me retrasó un poco sacar la caramañola de la mochila cada vez que tomaba agua.

El tema de la hidratación fue mi punto flojo. No podía cargar más que ese líquido, y lo fui racionando. Me alcanzó muy justito, por suerte llegué bien a Retiro y de ahí a mi casa, donde paré el reloj a los 23,74 km, con un tiempo total de 1:50:46. Fue una sensación maravillosa, sentí que había aprovechado muchísimo el día… ¡y recién era la 1 del mediodía!

Subí rápido a mi departamento, puse algo en el horno eléctrico y me metí en la ducha. Todavía me faltaba encontrarme con Diego a las 14 para salir disparando a Tecnópolis, donde se decía que el maestro, el único, el prócer de la historieta, el educador de millones de argentinos, iba a estar firmando ejemplares. Me refiero, obvio, al papá de Mafalda, el inigualable Quino. Pero esa es una historia que quiero dejar para el día de mañana…

Semana 50: Día 344: Por qué la Media Maratón de la Ciudad va a ser excelente

Hace tres años yo corría la Media Maratón de la Ciudad de Buenos Aires… colado. No me había inscripto, y fui a acompañar a mi prima Vero y a una amiga. Casi que un par de días antes me había enterado de su existencia, el cupo máximo era de 10 mil corredores (este año se alcanzaron los 17 mil 500) y yo venía de hacer carreras de aventura… o sea que me preocupaba eso de aburrirme con el asfalto.

Fue la única vez que me colé en una competencia, aprovechándome de los recursos asignados para los corredores, como agua y medallas. Ahora parece una anécdota de un principiante, porque miro hacia atrás y es algo que no volvería a hacer. En esa oportunidad, con Semana 52 apenas empezando, hice 1 hora, 57 minutos, 35 segundos.

Esta, junto con la Maratón de la Ciudad, se convirtieron en mis carreras de calle favoritas. Tengo la oportunidad de imponerme con mis piernas en zonas vedadas a los peatones. Me intriga cómo va a ser el recorrido por la 9 de Julio, ahora que está el Metrobus. Pero es otra cosa más por la que quiero estar ahí.

Pronostico que mañana va a ser un gran día. Lejos va a quedar el diluvio del día de hoy, y estoy seguro de que el sol va a brillar. Ni siquiera parece que vayamos a tener frío, ya que se pronostican unos 15 grados para la largada. Aunque sean 8, ahí estaré, solo con mi remera.

El gran cambio de aquella media maratón de 2010 y la de mañana es que casi todos los Puma Runners vamos a estar ahí, corriendo. Salvo contadas excepciones, la mayoría del grupo se enganchó y estará probándose en esta clásica carrera. Para mí es una alegría muy grande, quiere decir que estamos muy unidos y que cada uno decidió vencer aquel prejuicio que tenía de que la calle era aburrida. Más de uno está corriendo 21 km por primera vez en su vida, una marca maravillosa para romper.

Es difícil para nosotros, los que vivimos en Buenos Aires, verla con ojos de turista. Pero correr por sus calles (y autopista) le da a uno una visión muy diferente. Seguro que va a ser un mar de gente y la largada será siempre complicada, pero todo va a valer la pena. Hoy me encontré con Juanca, lector, comentarista habitual de este blog, y nuevo amigo, que me regaló un medallero hecho con sus propias manos. Él está de visita desde Venado Tuerto, y va a poder ver la media maratón con más ojos de turista que yo. También me voy a juntar con Nico, otro habitué del blog, y los tres iremos hacia la largada, a ver qué tan cerca podemos dejar el auto (el primer gran desafío de mañana). Y haber hecho amigos con Semana 52 es realmente algo muy poderoso para mí. Ya en la entrega de kits de ayer se acercaron a saludarme, y es algo que nunca deja de sorprenderme. Este blog es la mejor experiencia que he tenido en mi vida, me ha ayudado a crecer y a probar cosas nuevas.

El recorrido de los 21 km ya de por sí vale el esfuerzo. Encontrarse con amigos, nuevos y de larga data, le suma muchísimo al evento. Y correr por Benicio, el recién nacido al que operaron del corazón el miércoles pasado, cierra todo el paquete. Porque a veces no nos damos cuenta de que las cosas que hacemos, incluso algo tan personal como correr, puede tener mucho impacto en el otro. Correr no solo nos ayuda a nosotros mismos, también inspira y le da fuerza y motivación a quienes lo necesitan. Mañana va a ser un gran día, y estoy muy contento de formar parte de él.

Semana 49: Día 343: La agotadora acreditación de los 21K

CAM00016

Los argentinos, y en especial los porteños, nos creemos los más vivos. Suponemos, erróneamente, que nos las sabemos todas. Yo soy un claro ejemplo. Estuve convencido de que en las elecciones primarias el mejor horario era el del mediodía, porque todos iban a estar almorzando. Ye sa brillante idea la tuvieron otras 800 personas en la mesa donde votaba yo. Cuando el Gobierno de la Ciudad decidió aumentar el pasaje del subte a $2,50, dije «qué buen momento para comprar muchos subtepass a $1,10», y me fui como un iluso a la estación más cercana, donde había un mar de ratones como yo. Hoy, en la acreditación, volví a vivir esa sensación de poca originalidad.

La Expo Maratón, que precede a las carreras de 21 km y la de 42, es un clásico, con stands para comprar (con algunas ofertas muy buenas) y algo de circo para los visitantes, como fotos, estudios gratuitos, sorteos, charlas, etc. La función principal es retirar los kits, y hacia allí fuimos con Vanessa y el encargo de otros 10 compañeros de los Puma Runners. Nos juntamos con vane a las 14:30 en el centro y fuimos para La Rural, convencidos de que les ganábamos de mano a todos los corredores que estaban prisioneros de su horario laboral. Cuando llegamos, casi a las 15 hs, los 17 mil inscriptos parecían estar todos juntos ahí, haciendo la cola. Nuestra idea era personalizar las remeras con divertidos apodos. Prestamos especial atención porque esta año los talles eran más grandes para los varones y más cortas para las chicas. Yo siempre uso M y esta vez me di cuenta que lo que me quedaba mejor era una S. Uno se probaba el talle en la puerta y después entraba.

Cuando uno llega ilusionado a un lugar, es muy duro ver a tantas personas que, mansamente, hacen filas interminables. Pero al fondo vimos un mostrador especialmente pensado para retirar 5 kits o más. ¡Perfecto! A los codazos, nos abrimos paso y llegamos hasta ahí. En mi infantil imaginación, iba a estar de regreso en casa antes de las 18 horas, para pasar unas poquitas correcciones a un trabajo y enviarlo por mail. Pero los minutos pasaban y nuestra cola no avanzaba ni un centímetro. Era un pobre consuelo ver que en casi todos los mostradores era igual. Entendimos un poco la lentitud cuando el primero de nuestra fila se fue con una caja tamaño bañera con unos 60 kits. Nos sacamos algunas fotos, a mí me dio hambre como todos los días a las 16 hs y me compré una manzaba en Brioche Doreé por seis pesos, y nada parecía hacernos avanzar.

A pocos minutos de las 17 hs y todavía sin llegar a retirar los kits (nos faltaba ponerles el nombre a cada una) me fui. Pero no porque renunciaba… ¡tenía que mandar ese bendito e-mail! Dejé todo en manos de la muy capaz Vanessa y salí de La Rural corriendo (literalmente). Entré en el subte, combié en 9 de Julio con la línea C, me bajé en General San Martín y corrí a casa. Mientras se exportaba el pdf de impresión me atraganté con mi avena con pasas y leche de soja, y mientras adjuntaba el mail lavé todo como pude y salí de nuevo corriendo. Entré al subte y me volví a bajar en la estación Plaza Italia. De ahí corrí nuevamente hasta la entrada de La Rural, donde Vanessa ya había retirado las bolsas y llevado a estampar las remeras. ¡Misión cumplida!

No me dio nada de tiempo para recorrer porque ya teníamos que retirar las prendas con nuestros apodos. Las trajeron en dos tandas. «Maritha», «La Rubia», «Gus», «Marce»… iban pasando las remeras. Yo estaba ansioso por recibir la mía que decía «Semana52». Pero nada. Vanessa empezó a urgar entre las bolsas. Había un «ALE» (con letras gigantes) en una remera talle «S», pero para Alejandro habíamos encargado una XL. El chico de los estampados dijo que ya no había más. De hecho, sobraba una remera que no tenía estampa… talle XL. Sí, en mi remera S estaba escrito ALE en letras GIGANTES, de unos 10 cm de altura. Y no nos la querían cambiar (claro, porque el error era nuestro). Me lamenté por haber dejado a Vanessa sin supervisión, y empecé a imaginarme corriendo el domingo con el nombre de otra persona. Lo único que nos ofrecieron los chicos fue sacarle las letras.

Y eso hicimos. Y aunque quedó perfecta, cambié la XL que no tenía estampado por una S, y volví a hacer la cola para que le pongan Semana52 (sin espacio). Después de dejarla y volverla a buscar a los 20 minutos, me saqué una foto con la remera, me compré un par de medias de industria nacional, y me fui, absolutamente molido. Estas cosas me agotan mucho más que correr. Prefiero estar dos horas haciendo actividad física que haciendo una fila y esperando mi turno. Espero que este sea el único contratiempo que me den los 21K de la Ciudad de Buenos Aires…

Semana 20: Día 140: Un fondo de 40 km

2013-02-14 12.43.25

El miércoles había llegado tarde al entrenamiento. Pasa lo de siempre: el tren que llega cuando se le canta, y los horarios se van al demonio. Cuando llegué, entrada al calor al semáforo, series de abdominales, y «No te preocupes por hoy porque mañana vas a correr 40 km».

El corazón se me detuvo.

¿Cuánto?

Es casi una maratón. Por lo general, ante una carrera tan exigente o un fondo tan largo, me preparo los días previos y me cuido con las comidas, además de  que tomo mucha agua. Lo de siempre, lo lógico para que el cuerpo sufra lo menos posible. Pero en este caso no estaba mentalmente preparado. Era cuestión de probar si realmente estaba listo físicamente.

Tenía turno con la nutricionista a las 10:30 de la mañana y con la doctora por la tarde. Correr 40 km entre medio aseguraba que no llegase a horario, así que cancelé y decidí no tener presiones y terminar a la hora que terminase. El circuito elegido era El Hipódromo de San Isidro-Retiro- Colegiales, y si me daba tiempo podía completar la jornada corriendo por las calles de tierra de la Costanera Sur…

Los primeros kilómetros fueron difíciles. Los últimos fueron eternos. Corrí con hidratador, y aunque cargué 2 litros, me hizo falta agregarle un litro extra en las canillas de la Reserva Ecológica. El sol pegaba fuerte, aunque habían pronosticado lluvia (jamás vería más de siete gotitas). Yendo por Avenida Del Libertador, la sombra era casi inexistente. Los poquísimos segundos que pasé por debajo de la autopista de la General Paz fueron como un oasis.

Esta vez no recurrí a la cinta hipoalergénica, como hice siempre, sino a la vaselina. Y me funcionó. Igual que las medias anti-ampollas. De hecho, todo salió sospechosamente bien. Lo único destacable fue que intenté mantener un ritmo estable, muy tranquilo, entre 5:30 y 6:00. Pero cuando pasé el kilómetro 32 me di contra el muro, y mi desempeño bajó estrepitosamente. A duras penas podía bajar de 6:00. Era como si hubiese tenido que bajar de golpe todas mis expectativas. Como pasa con todo, mejoré un poquito mientras corría, y al final me pude mantener en 5:45.

Me tomé tres geles, que  ya los tenía rebajados en una caramañola con agua (lo cual ahorra tiempo y evita enchastres). Como me iba a agarrar la hora del almuerzo corriendo (además de TODO ese esfuerzo físico), me llevé una banana y una bolsa con ananá glaseada. Fue un manjar, aunque en un momento me empalagó un poco estar consumiendo solo cosas dulces.

Al final corrí mucho más de lo que me imaginaba dentro de la Reserva. Llegué a casa en 3 horas y 54 minutos, hecho una sopa de transpiración. Según mis cálculos, si es que la balanza de la nutricionista y la mía están equilibradas, perdí como 3 kilos en todo el trayecto. Aunque llegué con el estómago cerrado, después de tomar Gatorade helado me obligué a comer un poco y seguir reponiendo hidratos. A más de un día de haber hecho este entrenamiento no me quedó ningún dolor significativo (igual confieso que al llegar tenía las piernas entumecidas). Lo que aún me molesta es un poco la espalda, lo cual es lógico porque corrí casi 4 horas con una mochila en la espalda. Es difícil ubicar un medio alternativo para cargar mi propia agua. Pero lo seguiré investigando…

Este fondo representó un mero 40% de la Ultra Buenos Aires y un 20% de la Espartatlón. Fue un montón, pero todavía estamos lejos de los objetivos…

Semana 19: Día 128: Fondo de 25 km

Hoy me tocó hacer un fondo de 25 km, luego de haber hecho 17 km en el entrenamiento de ayer. Me llamó la atención que entre los dos suman la distancia de una maratón, pero siendo que descansé 24 hs entre uno y otro, no es el mismo esfuerzo.

Para hacer estos entrenamientos adquirí una técnica, que me pareció oportuno detallar.

Primero, tener comida en el estómago. Todavíano entiendo a los que corren en ayunas, pero bueno, hay de todo en la viña del Señor. En mi caso, me hice un desayuno con cereales, pasas de uva, leche de soja y un vaso de agua. Dejé que la comida se asentase paveando en internet y adelantando algo de trabajo. Unos minutos antes de salir fui al baño, en un vano intento de que no me den ganas mientras corría, y tomé 500 cc de agua.

Por comodidad estoy entrenando con el baticinturón, en donde llevo dos caramañolas de 250 cc cada una. Tener medio litro de agua para un entreno de más de dos horas es muy poco, por eso tomo justo antes de salir. Además, por la distancia sabía que iba a llegar a una canilla casi a la mitad, y así reabastecerme. Pero me estoy adelantando.

En un compartimiento del cinturón me puse pasas de uva, actualicé el listado de canciones del iTunes (o sea, eliminé todos los temas que me pasaba adelantando), me encinté en donde me roza el pantalón y siempre me termina irritando, me puse vaselina ahí abajo, un par de anteojos de sol, y a la calle.

El día fue ideal. Soleado pero fresco. Arranqué a buen ritmo, a sabiendas de que me iba a ir acomodando de acuerdo al esfuerzo. Los domingos a la mañana son de poco tráfico, ideales para correr en la ciudad. Llegué a Avenida del Libertador, una muy buena calle para entrenar al costado de la bicisenda, mientras iba espiando la distancia en el reloj con GPS. Me saqué la remera porque últimamente me amigué con el sol, y además odio cuando empieza a mojarse de transpiración y a pesar. Hacia el kilómetro 4, ya casi llegando a Dorrego, tomé mis primeros sorbos de agua. Ya sentía ganas de ir al baño, y me preguntaba por qué si había ido en casa.

Me gusta mirar a otros corredores cuando entrenan en dirección opuesta y ver sus remeras. A veces se me hace que se puede dividir a los que recién empiezan de los más experimentados por esta prenda. Cuando es una musculosa de una carrera, me gusta cerciorarme de que la corrí. Siempre veo las de la Maratón de la Ciudad de Buenos Aires, a veces la de la media maratón, y otra que se repite mucho es la de la San Silvestre. NUNCA veo remeras viejas, de hace más de dos años. Usualmente son muy recientes. No sé por qué.

Hice una «parada técnica» detrás de la Facultad de Derecho (no me pregunten dónde) y seguí rumbo a Retiro. Todo este circuito, aún en los días de mucho tráfico, rara vez son interrumpido por semáforos o los autos. En realmente el mejor camino para hacer un fondo.

Luego de pasar por el Monumento a los Ingleses, encaré hacia la terminal de Buquebus, de ahí a la Reserva Ecológica (ya casi sin agua propia), canilla, segunda parada técnica, y a correr por las calles de tierra hasta llegar a los 12,5 km. Ese era el indicio de que tenía que dar media vuelta y volver a casa, para completar los 25 km.

El regreso fue tranquilo. Me sentía muy bien, así que sabía que podía doblar el esfuerzo que había hecho hasta ese momento. Mi complicación fueron las pasas de uva. Al sacarls del compartimiento del Baticinturón se me caían y desperdicié muchas. No me gusta tirar comida, menos una tan valiosa en un fondo largo como unas pasas.

Ya se acercaba el mediodía, así que más y más gente se amontonaba en las veredas (caminantes y ciclistas sumados). Antes de llegar al Centro Municipal de Exposiciones hice mi tercera parada técnica, y ahí me pregunté si no estaba tomando demasiada agua…

Seguí avanzando por Avenida del Libertador, piqué en la subida de José Hernández y no sé qué cálculo erróneo hice, porque me tuve que pasar de casa dos cuadras para que el GPS me diera 25 km clavados. Llegué con lo justo de hidratación, y me puse la camiseta una cuadra antes de llegar al edificio, para no espantar a los vecinos.

En casa me esperaban unas riquísimas manzanas asadas que había hecho Vicky, para coronar el esfuerzo de un domingo de entrenamiento.

Mientras corría era consciente de que esto era un cuarto de la Ultra Buenos Aires, que tengo que correr en dos meses. Hoy terminé en 2 horas 10 minutos, un ritmo demasiado rápido para intentar llegar a 100 km. Por ahora tengo más intrigas que certezas, pero este entrenamiento en solitario no es muy distinto del que estuve haciendo estas últimas semanas. Cuando tenga que llegar a 30 km (o pasarlo) supongo que iré más adentro todavía de la Reserva Ecológica.

Y así se resume un día de entreno. A eso hay que rellenarle cada pisada, cada respiración, cada pensamiento que va dando vueltas en la cabeza y acercándome cada vez más a la llegada. Es una burdísima descripción de algo hermoso, pero como todo no se puede explicar, hay que vivirlo…

Semana 4: Día 28: Quiero tener a mis límites bien lejos

Quién lo hubiera dicho. Ayer me prometí corrir, y cumplí.

Me desperté e hice lo que hago siempre primero (después de ir al baño), que es sentarme en la computadora a ver cuánto podía adelantar de trabajo antes de preparar el desayuno. No suelo hacer esto, pero me desperté solo, el día era agradable, y quería tiempo libre para poder entrenar por mi cuenta.

A las 9 estaba casi listo, ya habíamos desayunado y con el Oso Rulo (nuestro perro) habíamos acompañado a Vicky a tomarse el tren para ir a trabajar. Me quedé dando vueltas, porque siempre hay un mail por contestar o una tapa por terminar y mandar a aprobar. Intenté hacerme el que no estaba ansioso, y pensé «Bueno, si me retraso no importa, puedo salir por la tarde y da igual». Pero sabía que mientras más lo demorase, más me iba a enredar con alguna otra cosa.

A las 10 salí de casa, ataviado con mis ropas de corredor, el baticinturón y dos caramañolas con agua (que sumaban 500 cc). Mi meta era correr 10 km, algo muy alcanzable por mí. Además me daba tiempo para volver y sentarme en la compu a trabajar sin que nadie notase mi ausencia. Hasta llegaba para mi colación de las 11 de la mañana.

Cuando salí y empecé a correr, me sentí muy bien. Iba a un ritmo de 4:40 el kilómetro (signo de entrenamiento reprimido). Mientras corría pensaba en que esa distancia que me había propuesto era algo bastante fácil, que las veces que volvía de la oficina de Barracas a casa hacía 14 km. Lo bueno es que iba de un punto a otro, estaba obligado a terminar porque no podía dar media vuelta o subirme a un medio de transporte (todo transpirado). Me dije que ese tenía que ser mi límite «por debajo»; siempre que entrenase por mi cuenta iba a tener ese piso.

Pero quien corre 14 km corre 15. Ok, vamos con eso (pensaba estas cosas y ni había hecho 10 cuadras). Me fui para la Avenida del Libertador, sabiendo que si le daba una vuelta a los Lagos de Palermo (donde está el Lawn Tennis) ya tenía cubierto 10 km. Pero entonces me pareció que podía darle unas vueltas a la Plaza Holanda, que tiene un circuito de ciclismo, rollers y running. Mentalmente iba haciendo cuentas de cuánto podía llegar a correr.

Entonces 15 km se me hicieron accesibles. ¿Cuántas veces fui a Retiro ida y vuelta, lo que da 18 km? Esa fue la distancia que me puse como límite para ese día, tanto sea yendo hasta ahí com dándole vueltas a las plazas de Palermo. Me convenía quedarme cerca de casa por cualquier imprevisto, ya que tenía muy justa el agua y nada para comer ni para comprar (un verdadero ERROR de mi parte).

Había mucha gente caminando y entrenando, seguramente jubilados, trabajadores independientes o vagos. ¿Cómo desaprovechar un hermoso día primaveral de 24 grados? Pensando en ese límite al que cada vez alejaba más, llegué a los 10 km. ¿Eso iba a hacer? ¡Estaba para más! Mientras racionaba mi agua, pensaba que si podía hacer 18 km, tranquilamente podía llegar hasta los 20. Era el doble de lo que ya había hecho hasta ese momento. Así que seguí corriendo.

Mañana es la Salvaje Night Race, carrera a la que no vamos a ir con Vicky porque está recuperándose de una gastritis galopante. La distancia era 21 km. ¡Bien podía correr eso, para compensar! Así que ahí puse mi límite.

Después de darle tres vueltas a Plaza Holanda, me fui al lado del Lawn Tennis. Iba con mis zapatillas para montaña, por lo que tenía menos amortiguación que de costumbre. Resolví ir por el pasto o tierra siempre que pudiese. Así llegué a los Lagos de Palermo donde le di un par de vueltas, mientras fantaseaba con «Si hago 21 tranquilamente puedo hacer 25», pero sabía que era una lógica interminable (o que iba a terminar conmigo deshidratado, desmayado). No quería ausentarme tanto del trabajo, ni romperme por un ataque de ansiedad aeróbica, así que hice un cálculo mental y cuando las cuentas me cerraban, emprendí el regreso a casa.

Iba tomando sorbitos de agua, que se me hizo muy poca. Me empezó a dar hambre, y era de esperarse porque suelo tener mi colación a las 11 de la mañana, y ya era el mediodía. Mientras la panza me hacía ruido y la boca se me secaba cada vez más, iba contando los kilómetros para llegar a casa. No importa cuánto corras, si son 10, 21 o 42 km. Los dos últimos kilómetros son siempre los más largos, los más agónicos.

Tomé las últimas gotitas de la caramañola, apreté los dientes, y seguí corriendo. Creí que llegaba con lo justo, pero cuando entré al edificio tuve fuerzas (y ganas) de subir los 15 pisos por escalera, un ejercicio excelente para desarrollar fuerza de piernas. Entré agotado a casa, con Oso Rulo esperándome y 21,1 km encima. Más del doble del límite que tenía en la cabeza cuando salí dos horas atrás.

Cuando nos ponemos los límites lejos, rendimos más. Ya llegando a la meta, todo parece agotarnos, y creemos que no nos queda más nada. Pero es todo mental. Hay que asegurarse de tener buena hidratación, algo de comida si hacemos un fondo largo, pero sobre todo la convicción de que no importa lo que creamos que podemos llegar a correr, siempre se puede rendir más.

Semana 50: Día 346: Una enseñanza de la Media Maratón de la Ciudad de Buenos Aires

Todavía resulta impresionante pensar en 15 mil personas corriendo la misma carrera.

El año pasado el cupo fue menor, y a último momento me quise inscribir. Recién volvía de correr en Grecia, y la verdad es que la había pasado bastante mal físicamente (emocionalmente estaba en la gloria). Pero ya no quedaban lugares, solo podía anotarme en la de 10 k. En 2010 ya me había colado en la media de Buenos Aires, y como no fue algo que me enorgulleció, no quise volver a hacerlo. Pero en 2012, con una novia con iniciativa y que paga todas sus inscripciones por la web, nos decidimos a anotarnos y nos tomamos poquitos minutos para hacerlo.

Ya el año pasado los medios hablaban de récord de inscriptos, pero no sé si imaginaban esto. La organización seguramente lo anticipó, y con 15 mil cupos hubo lugar para todos. Creo que cerraron la inscripción cuando acababan de pasar los 14 mil, porque ese es el número que da hoy la prensa, pero a último momento, el viernes, liberaron algunos lugares (con la advertencia de «te toca el talle de remera que te toca»).

Una compañera de los Puma Runners, Dora, decidió el sábado que quería correr. Con Vicky le hicimos la cabeza y, sin saberlo, le aseguramos que iba a conseguir inscribirse. ¿Con qué criterio dijimos eso, si el año anterior yo no pude hacerlo? No sé por qué, pero Dora se apersonó y se pudo anotar. Su número de dorsal andaba en el 14850 (aproximadamente), así que no me extrañaría que el número de corredores sea bastante más optimista que el que dio la prensa.

¿Contemplaron los periodistas a los del «último minuto»? ¿Y los colados? Muchos eligen guardar la remera oficial y correr con otra, en especial los de elite (que medio hacen lo que se les canta, como correr al doble de velocidad que uno). Pero, ¿correr sin dorsal? Ningún inscripto haría eso, principalmente porque además era el chip que fiscalizaba el tiempo de cada uno. Lo que pasó, probablemente, es que hubo quienes aprovecharon la masa crítica y se metieron, amparados en que por más miembros de la organización que hubiese, era imposible controlar a cada uno de los 15 mil atletas.

Es cierto que fui un colado en el pasado, y encima en una edición de esta misma carrera. En los comentarios de este blog me hicieron ver mi error, y hoy tengo otra postura sobre este tema. Cuando corrí sin anotarme, me dieron una medalla, pero otros que llegaron después que yo se quedaron sin su reconocimiento porque se habían acabado. La mía la regalé esa misma mañana a una amiga que se había quedado con las manos vacías. Pero muchos que habían pagado por poder correrla sufurieron la misma (injusta) suerte.

He tenido eventos en los que me anoté el día anterior, sobre el pucho, y una vez pagué la inscripción 15 minutos antes de la largada. Pero aprendí algo en el camino. Uno de esos amigos que hice en las carreras, el gran Eduardo Waldo Frechou, transmite esta enseñanza en cada competencia en la que participa. En la espalda de su remera siempre se abrocha el mismo cartel. En la media maratón de ayer lo pude reconocer por este detalle. Su mensaje es contundente: «Nada se obtiene sin sacrificio». Sea económico, físico o mental, todo lo bueno tiene un precio. No tiene sentido salteárselo.

(Click acá para ver las fotos de la Media Maratón)

Semana 50: Día 345: Los 21 km de la Media Maratón de Buenos Aires

Dicen que Sri Sri no sé cuánto iba a juntar 100 mil personas para enseñarles a respirar. Me cuesta imaginarme tal cantidad de gente, cuando en la Media Maratón de la Ciudad de Buenos Aires, que se corrió esta mañana, había 15 mil corredores (sumémosle algunos colados) y eso ya era una bestialidad. El dato del hindú lo voy a traer a colación del final de esta reseña, no es un dato descolgado que tiré así porque sí.

Aunque cenamos pastas y nos acostamos temprano, levantarnos a las 5 de la mañana para desayunar y prepararnos para la carrera no fue algo fácil. Ni siquiera nuestro perro, Oso Rulo, que siempre nos despierta para que lo saquemos al patio, entendía qué estábamos haciendo levantados, si afuera había una noche bien cerrada. Pero teníamos 21 km por correr, y tras un suculento desayuno, fuimos a tomar el tren.

Hacía frío, bastante, y dependíamos de un servicio de transporte público cuya frecuencia era de todo menos confiable. Con solo una demora de 5 minutos, subimos al coche y, como varios atletas que venían de muchos rincones de la Ciudad, nos bajamos en la estación 3 de Febrero. A pocas cuadras estaban los arcos de largada de una carrera multitudinaria. Jamás vi tantas personas reunidas en un mismo lugar. Por esto fue que se hicieron dos sectores para salir, el rojo y el azul, identificados en el número de dorsal. Por supuesto que se terminaron mezclando, pero así lograron dividir en dos el caudal de seres humanos.

La salida fue puntual. Si éramos «solo» 7500 en nuestro sector, igual no sirvió de mucho esa separación, porque arrancamos caminando y estuvimos a los codazos hasta el kilómetro 1, donde recién empezamos a despegarnos. Igual era impactante ver hacia adelante y hacia atrás. Uno se sentía nadando en un mar de corredores de azul. De vez en cuando asomaba un grupete de extranjeros con remeras en estridentes amarillos o verdes.

¿Qué se puede decir de la media maratón que no se haya dicho en anteriores ediciones? Es impresionante el nivel de organización. Intenten calcular cuántos recursos hace para dirigir a 15 mil corredores, darles agua, frutas, asistencia médica y seguridad. Todo funcionó a la perfección. Hasta había baños químicos en el recorrido que salvaron la intimidad de quien les escribe, cuando al kilómetro 10 la naturaleza insistía en hacer su llamado.

La idea de esta media fue hacerla en equipo con Vicky. En tres semanas estaremos corriendo una maratón en Atenas (una no-oficial), y estamos intentando entrenar juntos. Bueno, la verdad es que disfrutamos de compartir estas cosas en equipo (nos estampamos «MambaNegra Team» en nuestras remeras). Pero llegando a la mitad de la competencia, Vicky se empezó a sentir mal. Le dolía todo, y no podía entender por qué, si ya había corrido 42 km en Rosario. La primera culpable fueron las zapatillas, ya desgastadas por el uso. También pensamos en el poco descanso, o que no nos cuidamos con la alimentación previa como sí hicimos en otras oportunidades. Pero igual era extraño.

No le dimos mucha importancia y seguimos avanzando, pero le empezó a doler cada vez más. Se sentía pesada y agotada, y yo la sostenía e intentaba alentarla y darle fuerzas. Nos olvidamos del reloj, de en qué lugar de la carrera estábamos o si nos pasaban. De hecho veníamos corriendo con una pareja amiga y dejamos que se alejaran e hiciesen su carrera. Pero aunque avanzábamos y cada vez faltaban menos kilómetros para la meta, el dolor de Vicky aumentaba. Ella decidió frenar y elongar. Se sintió mejor enseguida, así que seguimos. Al poco rato, de nuevo frenamos. Empezaron sus dudas. «¿Y si me estoy forzando y termino lesionándome?». De la mano, corrimos juntos por las calles de la Ciudad.

Las cuestas, sobre todo el paso bajo nivel de Palermo (que antecede la llegada) las hacía sin problemas. De hecho, está tan bien entrenada en cuestas, que bajaba y subía corriendo. Pero en el llano volvía ese malestar general. La incertidumbre se transformó en angustia, y cruzamos la meta a puro llanto. La abracé y la felicité por tener tantos «huevos» y correr media carrera sintiéndose muy mal. Todo quedó explicado poco tiempo después. Les comento a los hombres: resulta que las mujeres tienen algo llamado «período», que les ocurre una vez por mes, y que es un sock hormonal que (dicen) les cambia el humor. Este «período» puede venir acompañado por dolores y una sensación de aletargamiento. Nadie sabe las causas, y aparentemente en esta etapa que dura una semana no pueden lavarse el cabello porque enloquecen (además de que atraen a los osos).

Los turistas que eligen estas carreras para conocer esta Ciudad son muy astutos. Al resguardo de los vehículos recorren las calles de Buenos Aires a pie, en medio del asfalto. Alcanzamos el Planetario, Retiro, el Obelisco, Plaza de Mayo, Casa Rosada, la Autopista, Aeroparque, y un montón de puntos de interés. Ya por esto solo, esta carrera es una de mis favoritas. La Maratón, que se corre en Octubre, amplía todavía más este paseo, llegando hasta el barrio de la Boca. Algo que me pasó en este evento, por primera vez en mi vida, fue que me crucé con un montón de amigos, algunos de la secundaria, otros que fuimos cosechando en distintas carreras (como Patagonia Run). Esto es algo muy nuevo para mí, cuando empecé a entrenar hace unos años podía llegar a hablar con algún desconocido, pero nunca me pasó de ir a un evento de 15 mil personas y sentirme como en casa.

Cuando ya nos calzamos la medalla de finishers y rescatamos nuestros abrigos del guardarropas, notamos que al lado había muchas carpas con comida orgánica y vegetariana. Nos llamó mucho la atención, y pensamos en lo piola que fue la organización de armar esta feria tan naturista. Qué ilusos que fuimos, estaban por Sri Sri y toda esta movida espiritual. Pero le sacamos provecho y degustamos empanadas y jugos exquisitos, para matar el hambre post-carrera. Evidentemente decidieron aprovechar a los atletas madrugadores y ofrecerles algo distinto a las barritas de cereal y los geles. Ojalá ofreciesen más seguido estas opciones realmente sanas a los atletas, pero creo que fuimos de los pocos que nos acercamos a recompensarnos con bocadillos veganos…

Dejo una selección de fotos que saqué durante todo el trayecto (¡una media maratón desde adentro!). Como siempre, hay MUCHAS más fotos en el Facebook de LionX. Etiquétense y compartan.

Más fotos en el Facebook de LionX.

Semana 37: Día 258: De Barracas a Barrancas

Ok. Me gustaba el título, pero no es correcto. Hoy corrí de Barracas a Colegiales. Pero sonaba mejor lo otro que puse.

Tomé una decisión muy importante en mi vida. La tomé con la cabeza y no con el corazón. Decidí apartarme de mi labor como editor de cómics y priorizar el de diseñador freelance. Estoy trabajando mucho (demasiado) y no puedo cumplir con nadie. Peor todavía, me salteé varios entrenamientos porque todo se acumulaba.

Luego de varias noches en que me iba a dormir horas después que Vicky, de trabajar fines de semana y de que se me descascare la frente y la nariz del estrés, dije «hasta acá llego», y me tiré para lo que me deja más plata. Fue una decisión difícil, pero desde el momento en que mis viejos dejaron de pagarme la obra social (no hace ni dos meses), ya soy 100% independiente económicamente. Tengo mi propia obra social, mi seguro de retiro, mi cuenta bancaria, mi línea de celular… ya no me paga nadie las cuentas. Y tengo que seguir así.

Por eso opté por lo seguro, algo que me permita tener tiempo libre y disfrutarlo.

Pero es una etapa de trancisión. Mi amigo editor no quiso que me desvincule, y acordamos un trabajo de asesoramiento y coordinación. Es menos plata, pero menos compromiso de tiempo. Y la verdad es que lo preferí así. Tampoco quería desvincularme del todo. Voy a extrañar traducir a los Avengers y a Wolverine. Y en estas últimas semanas armando revistas tuve que faltar al entrenamiento, trasnochar, madrugar, y siento que no disfruto de mi tiempo libre (que no tengo).

Como los viajes son tiempo muerto donde leo, decidí que ya que iba a trabajar a una editorial en Barracas, volver a casa corriendo. Ya lo había hecho no hace mucho, pero hoy fue terapeutico. Me dolía la cabeza, estaba mentalmente agotado, y salir a correr fue lo que necesitaba. El aire frío contra mi cara, el esfuerzo en las piernas… y esa sensación tan placentera de conquistar una distancia que antes parecía tan lejana…

Le encuentro más sentido a correr de un punto a otro, y no en un circuito. Por eso disfruté mucho esos 14,5 km desde Barracas, derechito por Av. Vélez Sarsfield, hasta que empecé a meterme por las calles, buscando el refugio de las bicisendas. Quise esquivar el Once, porque era de noche y yo soy cagón, pero terminé en un barrio desconocido para mí, lleno de albergues transitorios y travestis. Muy surreal.

Mientras en mis auriculares sonaba Metro y Medio, recorrí la ciudad, esquivando ciclistas, peatones, autos y colectivos. Compartí la bicisenda con motos, peatones, carritos de cartoneros, pero siempre en plan de respeto, dejando pasar y recibiendo el paso para avanzar. Esta vez no me perdí porque no agarré Estado de Israel, esa calle que forma un semi-círculo y que es mi pesadilla.

Y lo mejor es que llegué a casa absolutamente relajado, sin dolor de cabeza, ni de rodillas, ni nada. Me siento muy bien haciendo lo que hago. Extrañaré traducir cómics del inglés al castellano, pero no se compara con lo que extrañaría querer correr y no poder hacerlo.

Semana 22: Día 149: Un fondo de 35 km por la Ciudad

Hace cinco semanas empecé un nuevo entrenamiento, más intensivo, de cara a la Espartatlón. Pasé de unos 40 km semanales a 80, con la obvia consecuencia de una importante fatiga muscular. Dolor en los gemelos, cuádriceps y rodillas. Hubo que aprender a convivir con eso, usar desinflamatorios, y rogar por que el cuerpo se acostumbrase.

Y, quién lo hubiera dicho, me acostumbré. Los dolores fueron cediendo, aunque el Voltarén se convirtió en una rutina preventiva, en especial en cada rodilla (aunque la derecha es la que habitualmente se queja).

Hasta ahí, nada fuera de lo común. No sé por qué, aunque me imprimí el excel con las indicaciones para estas cinco semanas (todo muy detallado), no me molesté en leer lo que se venía. Tan solo miraba lo que tocaba ese día, a lo sumo al siguiente. Esto resultó un problema, porque había veces que tenía que hacer fondos que coincidían con algún compromiso que había asumido, así que varias veces tuve que hacer malabares con mi agenda. Pero más allá de una tarde en que diluvió y otra vez en que Vicky cayó enferma, nunca tuve que cancelar algún entrenamiento.

Cuando decidí empezar a mirar más abajo, me encontré con que un domingo me tocaba hacer un fondo de 35 km. ¿Qué? ¿Solo? ¡Eso es casi una maratón! Pero tengo prohibida la queja, según mi entrenador. Semana 52 no se puede quejar y tiene que hacer el máximo esfuerzo, nunca el mínimo.

Pero no me esperaba que el entrenamiento del sábado con los Puma Runners fuese TAN duro. Más allá de un fondo de unos 8 km hice media hora de la temida escalera de Martín y Omar: 70 escalones muy empinados, subiendo y bajando al trote. Las piernas, en llamas. Para colmo, el día siguiente (hoy) era el temido día de los 35 km. Gracias a que lo anticipé, me cuidé un poco con las comidas, consumí muchos hidratos y nada de fibras.

Me levanté temprano, agarré mi hidratador, y me encontré que estaba lleno de manchitas blancas por adentro de la manguera. Me imaginé estando en un capítulo de House, en el que los efectos especiales animan a pequeñas esporas que se despegan de ese moho y suben por la corriente del Powerade, hasta entrar en mi organismo (igual sabremos que «No es lupus»). Así que llené el tubo con lavandina pura (paso previo a tirarla y comprar una nueva) y tomé prestado el hidratador de Vicky. Me embadurné con Árnica (ungüento milagroso para los dolores musculares), un poco de Voltarén para las rodillas, y la mezcla de esas cremas medio mentoladas con la lavandina me dio una fragancia anticéptica en las manos que nada podría igualar.

Tomé todas las precauciones: llené el hidratador con Gatorade, me hunté con vaselina en todas las partes en donde pudiese haber roces (estoy hablando de ahí abajo), me guardé en el camel algo de comer (unas barras de arroz marca Egran, las recomiendo, y le sugiero a la empresa que me elija para auspiciarlos), el celular y mis nuevos auriculares que se enganchan a la oreja, para que no se caigan al correr.

Arranqué en la puerta de mi departamento, con el mismo dolor en las piernas que sentí cada vez que toqué el muro. No quedaba otra que resistir, y seguir. Llegué hasta Avenida del Libertador, que estaba muy poco transitada por ser domingo antes de las 9 de la mañana. Fui derecho por la bicisenda, que cruza varios kilómetros de la Ciudad, lo cual la hace ideal para un fondo largo. Mientras corría sintonizando FM Delta, un ciclista me pasó, se giró y me dijo algo. Estaba esperando un insulto por usurpar la ciclovía, pero no… soltó un «Aguante el blog, capo». Me quedé mudo. ¿Cómo me reconoció de espaldas? No creo tener «una de esas caras». Me puso muy contento ver a un desconocido que sigue Semana 52. Lo tuve que twittear mientras corría (a riesgo de pegarme un palo contra un poste; no hagan esto en sus casas).

Creo que Libertador es una de las avenidas más perfectas para correr. Si uno se aisla del tráfico (la sintonización de una radio es ideal) se disfruta mucho del paisaje, hay mucho verde, y las veredas están bastante enteras. Por esta calle llegué a Retiro, de ahí me fui hasta la terminal de Buquebus, y llegué a la Reserva Ecológica. Me sorprende que ese trayecto sea nada más que 12 km. Las distancias se acortan cuando uno corre habitualmente y llega a hacer distancias más largas. Hace pocos años, jamás me hubiese imaginado que ese trayecto se podía hacer a pie.

Dentro de la reserva (otro lugar de la Ciudad muy recomendable para entrenar) aproveché para ir al baño (demasiada hidratación) y para envaselinarme las tetillas (me fui de casa con la sensación de que me había olvidado de algo). Lo bueno de correr con mochila hidratadora es que uno puede guardar cosas como la vaselina para emergencias. Luego de ese breve parate, arranqué el circuito por sendero más largo, que da unos 8000 metros.

Promediando los 20 km me volví a encontrar con el ciclista que me había reconocido por Palermo. Se trataba de Germán, andinista e intento de runner. Me acompañó un poco más de 2 km, él encima de su bici, y yo corriendo a su lado. Charlamos de carreras, del blog, y me dio un verdadero impulso motivacional. La diferencia entre correr solo y acompañado es abismal.

Cuando completé el circuito, Google Maps me había dicho que tenía que volver sobre mis pasos, así que me despedí de Germán y volví por la vereda de la reserva, dándole sorbos al Powerade y tomándome mi segundo y útlimo gel del entrenamiento.

Realmente me sentí maravillosamente. Los cuádriceps me dolieron casi todo el tiempo. A veces lo olvidaba, otras no podía evitar recordarlo. Pero no era como para frenar, simplemente signos del agotamiento de las escaleras del sábado. Volví a confirmar cómo el cansancio es mental. A veces tengo que correr 12 km y siento que no llego más. Hoy tripliqué esa distancia sin problemas, pero porque sabía que la meta estaba más lejos. Sí, los últimos 3000 metros se hicieron de chicle, pero llegué.

Creo que Libertador va a ser un escenario que se va a repetir en mi entrenamiento de los meses venideros. Le encontré una cierta organización que me resultó bastante cómoda, y me permite desviarme si quiero hacia los Lagos de Palermo, Plaza Holanda, o llegar hasta la Reserva Ecológica.

Y al final me quedé pensando en que hoy hice las 2/5 partes de la Espartatlón. Me queda todavía un largo camino por transitar…