En las zapatillas de mi entrenador

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Tengo una relación particular con mi coach. En un principio, yo era un alumno más, de esos que arrancan desde el fondo y se mueren cuando dan la primera vuelta al lago (2 km). Son muy pocas las cosas en las que destaqué en la vida, y correr no era una de ellas.

Pero yo ya sabía que se podía progresar en esto, que mi cuerpo podía cambiar, y decidí dedicar un año a entrenar todos los días (al menos en su momento creía que tenía que ser siete días a la semana), reflejando todo el proceso en un blog. Se lo conté tímidamente a mi entrenador, Germán, y él me sorprendió con su oferta de ayudarme y absolutamente gratis. Eso, por supuesto, cambiaba mi posición en el running team. Iba a entrenar, que me gustaba (aunque era muy inconstante) y encima tenía la atención del coach, olvidándome de la cuota por 52 semanas.

Germán apostó por mí, porque nada le garantizaba que yo iba a durar, y ese modesto plan cambió mi vida por completo. No quiero hacerme el falso modesto, me siento orgulloso de haber visto que esto también impactó en quienes me rodean, tanto amigos que empezaron a correr inspirados en mi blog, mis compañeros de entrenamiento que veían con sus propios ojos cómo cambiaba mi cuerpo, y también en Germán, que terminó siendo mi asistente cuando todo este cambio de hábito bloguístico nos llevó a correr los 246 km del Spartathlon, hoy inmortalizado en un tatuaje en mi brazo izquierdo.

Siempre fui de los que preguntaban e intentaba absorber absolutamente todo. Aprendí mucho de los corredores más experimentados, y gracias al blog me dediqué a googlear cosas que no sabía. Mis propios errores fueron duras lecciones que me educaron mucho en esta actividad, pero sin dudas quien más me hizo crecer en estos años fue Germán.

Tengo poca memoria para algunas cosas y mucha para otras. Lo que aprendí del running y la preparación física se quedó en el centro de mi cerebro. Recuerdo prácticamente todo lo que fue abriéndose paso en mi cabeza durante los últimos 5 años. Mi relación con Germán se transformó de ser su alumno a ser su amigo, y hoy su socio en proyectos relacionados con entrenamiento y motivación. El espaldarazo más importante que me dio él fue soltarme y salir a averiguar qué tenía que hacer. Si me hubiese dado directivas, siempre lo hubiese necesitado para resolver cualquier cosa.

Germán ha faltado poco y nada a los entrenamientos. Rara vez se cancela, solo si hay alguna situación que ponga en riesgo nuestra integridad física, como una sudestada o una imprevista lluvia de meteoritos. Cuando estuvo de vacaciones en Brasil, a principios de este año, nos repartimos funciones de coordinación con otro compañero, el Gato, y él se llevaba a los más experimentados para torturarlos un poco y yo hacía lo propio con las chicas y los más nuevos, que necesitaban mano de hierro pero guante de seda. Fue una experiencia muy linda porque reafirmó la confianza que Germán tenía en mí junto con la oportunidad de aplicar todo lo que había aprendido.

En rarísimas ocasiones, el coach demuestra que es humano. Hace unos meses me informó que estaba enfermo y sin dormir, así que aparecí en el entrenamiento con directivas de qué hacer ese día. La situación se repitió el viernes y sábado último, así que de nuevo tomé la responsabilidad de coordinar lo que el running team iba a hacer. Pero no fue exactamente igual…

En otras ocasiones, Germán me decía qué hacer. Cuántos kilómetros, qué grupos musculares trabajar… alguna directiva. Esta vez estaba con pocas fuerzas y mareado. «Que sea entretenido» y «No más de 5 km» fueron las únicas órdenes del viernes. «No se zarpen» fue la escueta sugerencia que recibí media hora antes de largar el sábado.

El viernes llegué al entrenamiento solo sabiendo que iban a hacer una entrada al calor al semáforo, que son unos 400 metros. Mientras iban, pensaba en qué podíamos hacer. Algo que aprendí de Germán es que se puede tener una idea general de qué actividades realizar, pero todo es dinámico, y a veces factores imprevistos como el clima o la dispersión de los chicos obliga a improvisar. Así que recurrí a mi memoria, a entrenamientos pasados, y propuse ejercicios para trabajar el tren superior y no cansar las piernas, porque el sábado solemos hacer fondos o trabajar tren inferior, y hasta ese momento creía que Germán se iba a recuperar.

El inicio del fin de semana no tenía más indicación que no zarparnos. Gracias a que mi tocayo Martín nos daba una mano con un vehículo, pudimos ir hacia el río, en Martínez, y trabajar cuestas y escaleras. Todo fue improvisado en el momento, y como no corría con ellos no sabía si estaba siendo demasiado duro o muy benévolo. Me guiaba por su transpiración, su respiración agitada, todos los signos que podía leer. Propuse actividad diferenciada para quienes se sentían exigidos o estaban con algún dolor, y cerramos a los 90 minutos de actividad, porque me pareció algo prudente para un día con tanto calor.

Hoy, domingo, me desperté con la ansiedad de alguien que se la pasa corriendo y no puede entrenar dos días seguidos por ponerse en las zapatillas de su entrenador. Por eso salí de casa temprano y me fui para repetir el mismo entrenamiento que armamos el día anterior. Me di cuenta que no fue fácil, y que esa hora y media de actividad fue más que suficiente. Me sentí feliz de terminar todas esas cuestas y progresiones.

Fue muy especial hacer de coach, quizás uno de mis sueños vocacionales actuales, junto a empresario multimillonario. Se aprende mucho poniéndose en el rol del otro, y se valora mucho más esos esfuerzos. Entrenar no es para cualquiera (yo no podría inventar tres entrenamientos sin empezar a repetirme), pero supongo que tener la entera confianza de tu entrenador tampoco lo es.

Publicado el 8 noviembre, 2015 en Semana 52 y etiquetado en , , . Guarda el enlace permanente. 1 comentario.

  1. Tenemos algo en común!!
    Querer ser empresario multimillonario 🙂
    Abrazo, lo hiciste muy bien!!! Te queremos coach suplente!

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