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Semana 32: Día 218: Nuevos objetivos

Todos conocemos ese famoso dicho de que para escribir «Crisis» en ideograma chino hay que escribir también «Oportunidad». Pero yo me juego que el 99% de los lectores de este blog no saben leer chino, que lo mismo daría si les dijese que no es en chino, sino en coreano o japonés, así que no metamos la pata y digamos que todas las crisis son un punto de partida.

Estuve estos días dándole vuelta a la noción de que no voy a poder participar este año de la Espartatlón. Por mucho que me pese y todo el esfuerzo que pusimos mi entrenador y yo, hay dos factores que influyen. Uno es que, al parecer, esta mítica competencia se volvió demasiado popular, y apenas conseguí el tiempo de 100 kilómetros en 10 horas y 14 minutos, la organización de la competencia cerró las inscripciones, ya que habían cubierto el cupo de 350 participantes y tenían una lista de espera de 190 personas. O sea, ni siquiera tuve la opción de esperar que 191 tipos se bajaran para lograr un lugar.

Esto, por más que parezca raro, me trajo cierto alivio. Cuando intenté correr los 100 km de la Ultra Buenos Aires en 2011 la pasé muy mal físicamente. Anímicamente estaba bárbaro, rodeado de mi familia y amigos (hasta vino nuestro perro Rulo), pero estaba fatigado, totalmente extenuado, y en mi cabeza no podía dejar de repetirme que si esto me estaba costando tanto, 246 km iban a ser imposibles. Fue el momento en que más lejos me sentí de este sueño. Como la mayoría sabe, abandoné en el kilómetro 77 con la frente en alto.

Este año volví a intentar, mejor preparado y con un resultado que hasta a mí me sorprendió… porque en el camino la sufrí bastante. Hasta llegué a sentir lo mismo, que si me costaba tanto esto, en unos meses no iba a poder correr 146 km más en Grecia. Pero llegué a la meta, no tuve necesidad de parar a descansar, más allá de que tuve momentos en donde sentí que iba a tener que abandonar (a partir del km 50, cuando empecé a orinar gotitas color Tang de naranja y me asusté un poco). Todo, absolutamente, es aprendizaje. Lo fue el intento fallido del año pasado, y lo fue el logro de este. También aprenderé de no haberme podido inscribir este año.

Como dije, no poder inscribirme en la Espartatlón 2013 fue un alivio. No me sentí triste, no dije «¡Tanto esfuerzo en vano!». La marca de este año me sirve para 2014, así que puedo inscribirme el día en que lo habiliten (estaré pendiente). Además, puedo entrenar más relajado, e intentar ultramaratones intermedias, como una de 100 millas (160 km) o una de 200 km. Todo a su tiempo, ya que estoy recuperándome de la periostitis, lo que también me dificultaba correr una Espartatlón este año.

El tema es… ¿qué hacemos con el blog ahora? Y eso es lo que estuve pensando todos estos días. Al principio, Semana 52 era un proyecto de 364 días. Me envicié, quise pasar a correr la Espartatlón en el segundo año, y no pude. Ok, reintentemos al año siguiente. Pero claro, ahora sé que no voy a poder hacerlo, por lo que queda trunco el subtítulo del blog «La meta: entrenar para la mítica carrera de 246 km«. Queda claro que ese será mi objetivo, así me tome 8 mil semanas lograrlo. Intentaré no volverme loco con eso, pero sigo obsesionado con hacer «algo» al final del año.

Va a ser imposible encontrar una ultramaratón que caiga justo el día de la Espartatlón, pero no importa. Ahora estoy en la búsqueda de alguna carrera de más de 100 km, en cualquier parte del mundo. Lo ideal, para mí, sería algo de 100 millas. De momento no encontré nada, porque las pocas que hay son en fechas muy lejanas (ya para el próximo año) o son con intervalos, por ejemplo dividido obligatoriamente en 5 días. No va a ser fácil, pero ese será el objetivo intermedio. Porque lo necesito, tengo que seguir entrenando para poder estar 36 horas corriendo sin parar. Me siento bien encaminado, no me quita el sueño sentirme lejos (ni siquiera me lo quita estar congestionado y no poder entrenar el día de hoy, justo que salió el sol). Así que, querido lector, estoy en una etapa de decisiones, y si sabés de alguna ultramaratón que se corra entre septiembre y octubre, hacémelo saber. Puede ser el trampolín para cerrar mi sueño en el cuarto año de Semana 52.

Semana 28: Día 192: Secuelas de la Ultra Buenos Aires

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Me imagino que mi papá nunca se imaginó que, a los 35 años, me iba a estar poniendo las zapatillas de nuevo. Pero cuando terminé los 100 km de la Ultra Buenos Aires, me tuvo que ayudar a cambiarme. Siendo que alcancé esa marca en llano por primera vez, es lógico que las piernas estuviese entumecidas. Todavía podía mantenerme en pie, pero sin dudas me hacía falta ayuda.

Embarrado como estaba y con el sol que empezaba a ocultarse, me tenía que cambiar. Me saqué la remera mojada, me alcanzaron un pantalón largo, y a duras penas me descalcé. Mi papá se acercó y me puso las medias, una actividad que probablemente no haya hecho en los últimos 30 años. Mientras levantaba mi pierna izquierda, mi gemelo se contrajo y un relámpago de dolor subió hasta el cerebro. Pegué un alarido y la sencilla tarea de vestirme se convirtió en tratarme un calambre. La pierna derecha fue exactamente igual: descalzarme, mi papá asistiéndome, y el músculo contrayéndose de golpe en un fogonazo de dolor.

Probablemente hayan sido los únicos calambres que sentí en la Ultra Buenos Aires, y por suerte ocurrieron luego de haber terminado. Lo bueno nunca es gratis, dice Bucay, y era lógico que un esfuerzo sostenido por tanto tiempo iba a tener consecuencias. Los gemelos me duelen bastante poco, comparado con las molestias que siento ahora en el tibial izquierdo. El canto del pie derecho también hace que me cueste caminar, y mis cuádriceps están rígidos y no colaboran cuando quiero levantarme de la silla.

Pero claro, esto no es nada comparado al dolor en mis bíceps (no me imaginaba que me iban a molestar), la tensión que siento en la nuca y los dolores en las abdominales (en especial la sección que está a los extremos, que van de la ingle a las costillas). Otra cosa que no preví fue que me quemé la cara con el sol, se me resecaron los labios (¡lo que me impide besar a Vicky!) y como la nariz me goteó durante gran parte de la Ultra, se me lastimó y se formó una cascarita.

El dolor es pasajero, la gloria es eterna. Ahora me toca reposo, y todas estas molestias no empañan la serenidad y alegría que siento. Digamos que si ese es el precio por salir a conquistar mis límites, me resulta que es bastante barato. En algún momento todo va a pasar y voy a volver a estar afinado. Hoy intenté caminar un poco para recuperarme. Si no fuese por ese dolor en el canto del pie derecho, caminaría absolutamente normal (aunque mucho más lento que de costumbre).

Otra consecuencia bastante esperable fue mi peso. Aunque me paré sobra la balanza después de ir al baño, comer y tomar, encontré que había perdido 3 kilos. Parte puede ser pérdida de líquido, pero también puede haber tenido que ver con la pérdida de masa muscular y de grasa. Me miro en el espejo y me noto los pómulos más marcados. Esto lo noté en alguna maratón, pero se iba durante el día. A más de un día de haber terminado, mi cara sigue huesuda. ¡Si a alguien le queda alguna duda, estoy comiendo mucho, dándole prioridad a los hidratos!

A pesar de que estoy entero y con mucho entusiasmo, no me veo preparado para correr este sábado los 63 km de la Patagonia Run. La decisión final la tomaré en los próximos días, pero me parece que no va a variar. Es una distancia exigente… realizable, pero es imposible que la pueda hacer al 100%, incluso cuando mi intención fue siempre hacer un trail caminando. Tenía ganas de compartir la aventura con Vicky… creo que se lo debía, y realmente me encanta correr en equipo con ella. Es organizada, divertida y me valora mucho (excepto cuando le digo que se apure en las subidas). Mi deseo era que pudiese terminar la distancia que el año pasado no pudo hacer, por un límite de tiempo que este año se flexibilizó. Por eso creo que esta vez lo va a poder hacer, aunque no me tenga a mí a su lado. Puede que sea la secuela más dura de la Ultra Buenos Aires, pero como dije, lo bueno en la vida nunca es gratis…

Semana 28: Día 191: Los 100 km de la Ultra Buenos Aires

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Esta historia empieza a mediados de 2008. Yo había empezado en un grupo de entrenamiento, los LionX, y después de un par de meses de entrenar con cierta regularidad, llegó la hora de probarse en una carrera. Esta fue la Merrell Adventure Race Pinamar. Me enganché en una posta, e hice los 7 km que me correspondían (el último tramo). Al cruzar la meta Germán, nuestro entrenador, se me acercó y me dio un abrazo. Yo no entendí por qué me felicitaba, si lo que había hecho me parecía bastante poco. Tenía compañeros que habían corrido 27 km, y ellos me parecían más dignos de felicitación que yo. Germán nunca olvidó este detalle, y esta anécdota cobró otra importancia en el día de hoy. Les pido que no se olviden de esto, porque va a tener un poco más de sentido hacia el final del post.

Un día decidí empezar con Semana 52, un blog con un objetivo anual, que era entrenar diariamente y mejorar mi alimentación. Germán me acompañó y pasé de haber tenido una de esas Merrells de 27 km como marca máxima, a correr maratones. De hecho, cerré el año corriendo 42 km en Atenas, estilo «guerrilla». Ya en ese entonces estaba saliendo con Vicky, quien se había quedado en Buenos Aires. Fue ella la que me habló de la Espartatlón, carrera que si bien conocía, nunca le había prestado mucha atención. Ella, sin quererlo, me metió la idea de enfrentarme a esta durísima prueba de 246 km en 36 horas, uniendo Atenas con Esparta.

Para inscribirse en esta legendaria competencia hay que reunir algunos requisitos. El que me parecía más sencillo era correr 100 km en menos de 10 horas y media. O sea, era el más sencillo, sin que eso signifique que era fácil. Un teléfono descompuesto entre un argentino y un griego hablando en inglés hizo que me durmiera y que, cuando las cosas se aclararon, me diese cuenta de que no estaba inscripto en la Espartatlón 2012. Como último recurso, le propuse a Germán organizar una carrera nosotros, de 100 km, para así reunir los requisitos. De esta manera nació la Ultra Buenos Aires. Fede Lausi, de Salvaje Eventos, aceptó darnos una mano con la fiscalización y propuso hacerlo en Marcos Paz. La competencia, que me tenía a mí como único participante, no salió bien en el sentido de que no llegué (hice 77 km, cometiendo muchos errores por inexperiencia). Pero fue algo muy hermoso y movilizador para mí, porque estaba mi familia y mis amigos apoyándome. En una de las situaciones más emotivas, un par de kilómetros antes de abandonar, se aparecieron unos cuantos a correr a mi lado, algunos con jean y zapatillas de lona. Me quedó el gustito amargo de no haber podido cumplir mi sueño, pero el gustazo de haberme sentido tan querido.

Los sueños no se cancelan, sino que se posponen, me dijo alguien en el blog. Me pareció que tenía razón, así que decidimos repetir la experiencia de la Ultra Buenos Aires. Al principio estaba en duda de si Salvaje iba a poder organizar por todos los compromisos previos con sus propios eventos, pero los planetas se alinearon, y Fede Lausi puso la fecha del 7 de abril para correrla. Le sugerí poner varias distancias para que se enganchen no solo corredores de elite, sino cualquiera con ganas de probarse en largas distancias, y así se decidió que tenga un circuito de 25 km, en el que se podía pasar una, dos o cuatro veces, dependiendo de la distancia a la que uno se hubiese inscripto.

Marzo fue un mes muy malo para mí. Caí en una gran depresión por motivos personales, y eso me afectó mucho mi entrenamiento. Corrí 50 km muy lastimosos, que me hicieron olvidar de la Espartatlón, ya que ni siquiera me parecía que podía alcanzar los 100. Pero seguí haciéndole caso a Germán, entrenando las distancias que me sugería, y cuando me tocó hacer 70 km, Vicky me ayudó con la logística… y llegué muy entero. Ahí me pareció que podía llegar.

Pero la tensión no se fue. De hecho, se pasó a mis piernas, y dos días antes de la Ultra los gemelos me dolían terriblemente. El sábado me dio diarrea, me salió una llaga en el labio, y el dolor se pasó a mis tibiales y rodillas. Pensé en abandonar, pero me acordé de Robertito, el nene mendocino con leucemia por el que íbamos a correr. Si él la peleaba todos los días, ¿qué ejemplo le podía dar si renunciaba antes de tiempo?

La salida fue desde la estancia La Mariucha. Originalmente salíamos a las 7, pero unos cuantos rezagados nos demoraron hasta las 7:30. Los de 100 km éramos como siete corredores. Entre los de 25 y 50 superábamos los cincuenta inscriptos. El recorrido eran caminos rurales, y tenía forma de ocho, para que hubiese hidratación en la largada/llegada, al igual que en el km 6,5. Como estaba en el centro, lo volvíamos a pasar en el km 20. La bebida consistía en Powerade en el arco de salida y después agua.

Salí segundo, atrás de Martín Paternó, ídolo cordobés. Mantenía un ritmo imposible de alcanzar. No lo vi en la largada a Germán y me preocupó, pero supuse que solo se había retrasado.

El camino estaba bien marcado, aunque con cansancio encima no veía las flechas. Empecé intentando mantener un ritmo de 5:30 el km. Si podía hacer la mitad así, el resto se podía hacer en 6:30 y así cumplir la marca de las 10 horas y media con holgura. Me preocupaban muchos mis dolores previos, y no estaba seguro de poder correr sin acalambrarme. Pero apreté los dientes y seguí.

Venía escoltado por mis amigos Juandy y El Colo, ambos en bici. Además, mi hermano Matías venía con su auto (igual que el año pasado) y tenía de copiloto a mi papá. Ellos se encargaban de que tuviese comida y agua constantemente. Las ultramaratones son competencias de comer y beber en el que hay lindos paisajes y se hace actividad física.

La primera vuelta de 25 km no tuvo mayores inconvenientes. Casi todo era camino rural, con poco o nada de barro, más un tramo de unos 4 km en asfalto. Como cada vez que salgo a correr al principio del día, hacía mucho pis, muy transparente. Okey, todo bien, es una señal de que los riñones funcionan bien.

Mi sorpresa llegó cuando alcancé el km 21, en el que empezaba la parte crosscountry. Yo imaginé que solo íbamos a cortar camino por campo, pero además de cruzar una cerca de alambre por encima, teníamos que sortear mucho barro y correr por tierra poceada por vacas. Al principio me pareció que iba a jugar en contra de mi objetivo de llegar en menos de 10 horas y media, pero entendí que este tramo iba a hacer el camino menos aburrido.

La meta estaba en un tambo, así que en los últimos metros tuve que esquivar a unas cuantas vacas. Me intimidaban bastante, porque pesan más o menos igual que un auto compacto. Por suerte, cuando me acerqué corriendo se hicieron a un lado. Crucé el arco de llegada a las 2 horas 19 minutos. Ahí, no había nadie para recibirme. Busqué con la vista a Germán, y no lo vi. Dudaba de que hubiese ido y eso me angustiaba mucho.

Empezando la segunda vuelta, llegó mi mamá y mi amigo Javi. Se subieron al auto de Matías y mi papá y me acompañaron esos otros 25 km. Me sentía cansado pero entero. A diferencia del año anterior, fui mucho más conservador con mi ritmo, oscilando entre 5:30 y 5:40 el kilómetro. Juandy intentaba mantener el ritmo, y se sorprendía de lo que le costaba alcanzarnos cuando frenábamos.

En el km 30 me empezó a doler el canto del pie derecho, así que me tomé un calmante sublingual. Como siempre, apreté los dientes y seguí. Por suerte no «toqué el muro», aunque el ritmo me parecía que bajaba de vez en cuando. Aproveché el asfalto de la colectora para aumentar la velocidad y especular con eso para después. Llegué a la parte de crosscountry (donde ni el auto ni las bicis me podían acompañar), trepé el alambrado y cuando llegué al primer barrial me fui de boca al piso. Las manos me quedaron hundidas, al igual que las rodillas y las zapatillas. Lancé mi característico «¡La puta que me parió!», me levanté y seguí corriendo.

En la meta, que crucé a las 4 horas 21 minutos, me esperaban mis amigos y mi familia. Pero Germán, mi entrenador, no estaba. No dejaba de pensar en que necesitaba que estuviese ahí, acompañándome en ese día tan importante.

Aproveché para ponerme medias limpias y sacarme las embarradas. Me embadurné con Voltaren, tomé agua y salí.A los pocos kilómetros me crucé con Paternó, el puntero, que estaba sentado en el piso. Le pregunté qué le pasaba y resultó que tenía mal su tobillo. Quise ayudarlo y lo mandé de vuelta a la meta con el auto de mi hermano. Me pareció que no se podía dejar a nadie tirado, y que yo era capaz de arreglármelas solo unos kilómetros. Así pasé a la delantera, pero con la conciencia tranquila.

Esta tercera vuelta, sin dudas, fue un desastre. Estando solo, me di cuenta de que mi pis tenía el color Tang de naranja, incluso cuando estaba tomando puramente agua cada 15 minutos. Estaba agotado y me empecé a hacer la idea de que no iba a llegar. Tomar constantemente agua no me ayudaba, y de pronto las ganas de orinar se repetían y solo salían cinco gotitas oscuras.

Intenté relajarme y beber, pero la situación era frustrante. Se me ocurrió, ya que contaba con un equipo que me cuidaba, de llamar por teléfono a Romina, mi nutricionista. Le pregunté si podía ser hiponatremia, un trastorno causado por tomar agua baja en sodio, algo que puede ser fatal para un atleta. Era plausible. Su consejo: abandonar la carrera y ver a un médico. Le confesé que estaba buscando una excusa para abandonar… y que por eso no quería hacerlo. Me dijo que no tome más agua, solo Powerade, y que la mantenga al tanto.

Ajustamos la estrategia y el auto de mi hermano salió disparado a buscar más bebidas isotónicas. Estaba asustado, porque el pis (que salía en gotitas) era muy turbio y las ganas de orinar me impedían correr. Caminé, maldecí, y pensé en la posibilidad de abandonar la carrera por motivos médicos. Pero de alguna forma decidí seguir avanzando y beber mucho, mucho Gatorade y Powerade. Milagrosamente me volvieron las fuerzas y mantuve un ritmo bastante bueno. Haber frenado había causado que mi ritmo bajase estrepitosamente, pero cuando alcancé nuevamente la colectora de la ruta, aproveché el asfalto para aumentar la velocidad.

Cuando llegué a la parte de crosscountry, habiendo acumulado 70 km (mi marca más reciente), me pareció que podía terminar la carrera. Tenía buen tiempo, encontré con Mak, mi compañero de los LionX que estaba terminando sus 50 km. Me dio mucho aliento y lo pasé. Cuando levanté la pierna izquierda para trepar el alambrado, me dio un terrible tirón en la nalga. Pensé que no iba a poder seguir, así que me tomé otro calmante. Pero por suerte los músculos se fueron aflojando y pude seguir.

Crucé la meta en 7 horas 28 minutos. Busqué con la vista a Germán, mi entrenador, y no lo vi. Aunque no estaba, no perdía las esperanzas de que se asomase de atrás de un árbol. Cuando me crucé con Mak no tuve el coraje de preguntarle si había venido, por miedo a que me confirme que se había quedado. Estaba confiado en terminar, sentía que tenía la carrera en el bolsillo, pero el triunfo iba a tener un gusto amargo. De todos modos, no podía asegurarme de poder terminar aún.

Antes de salir le pedí a Vicky que se suba al auto de Matías y corriese conmigo esos últimos 4 km crosscountry. Debería aclarar aquí que Matías se iba a quedar la mitad de la carrera, para volverse a casa y cumplir su rol de padre y esposo. Pero se dio cuenta de que lo necesitaba, y que sin él se hubiesen dificultado mucho las cosas. Yo sospechaba que no se iba a querer volver.

Esta última vuelta, teniendo 3 horas de margen, la podía hacer en un ritmo de 7 minutos el kilómetro. Empezaba a entrar en terreno desconocido, siendo que mi única referencia eran los pésimos 77 km que hice en Marcos Paz el año pasado. Juandy iba y venía con su bici, consciente de la importancia de que tomase bebidas isotónicas todo el tiempo. Mi papá y Vicky, copilotos de mi hermano, me alcanzaban también bebida, comida y Voltaren para cada dolor nuevo. Tuve las molestias más inusuales de mi vida. Por ejemplo, en un momento se me acalambró el cuello, debajo de la mandíbula, y la lengua me quedó dura. ¿Cómo puede ser tan traumático hacer algo tan maravilloso como hacer actividad física?

Mi papá, viéndome sufrir esos últimos kilómetros, me dijo «Tengo ganas de bajarme y correr con vos». Le dije que bueno, que venga, así que compartimos un recontra emotivo trote entre padre e hijo.

Llegamos a la ruta y, como las vueltas anteriores, aceleré. Me preguntaron si no estaba yendo demasiado rápido, y confesé que necesitaba ese margen. No estaba seguro de cuánto me iba a tomar la parte de crosscountry, que parecía un pantano. Yo, mientras tanto, hacía cinco gotitas de pis cada 10 minutos, y puteaba.

Vicky se bajó del auto faltando 4 km, lista para encarar conmigo la parte más complicada de la carrera. Una pareja de amigos que estaba terminando la tercera vuelta de los 100 km me alentó y me aseguró que llegaba cómodo. No quise cantar victoria. En el maldito alambrado nos esperaba Mak, quien en lugar de ayudarnos a pasar por arriba lo levantó y cruzamos en cuatro patas (igual me dio un tirón en las piernas terrible). Él nos guió por el terreno dificultoso, esquivando el barro y las partes más complicadas. ¡Cuantos atajos que conocía! Me hubiese hecho una carrera muy distinta si yo los hubiese captado. Como un padre, Mak nos cuidaba y decía «cuidado con la rama», «miren al suelo», «vengan por acá», «no hables, guardá fuerzas». Como si fuera poco, además me daba aliento.

Vicky me decía que no afloje, que atrás venían las chicas y que me iban a alcanzar. Es un chiste interno, el modo en que lo presionaba su mejor amigo a Scott Jurek (mi ídolo, ultramaratonista vegano). Cruzamos nuevamente por el tambo, las vacas, y más amigos (El Colo, la Morocha, Julio) se acercaban para correr conmigo los últimos metros. Sentía que se me salían las lágrimas al ver tanta muestra de cariño.

Mak, que se comportó como todo un caballero, frenó faltando 10 metros para la llegada, así la cruzaba yo solo. Por instinto, apenas crucé, fui derecho a abrazar a mi mamá y me largué a llorar. Ni siquiera me detuve a mirar el reloj, que marcaba que mis 100 km se terminaron en 10 horas 14 minutos, holgado para pode clasificar para la Espartatlón. Empecé a abrazar y a besar a todos los que estaban ahí para verme, y entre tantas caras apareció Germán, mi entrenador. La alegría de ver que sí había estado (resultó que no nos habíamos cruzado las dos vueltas anteriores) me emocionó tanto que nos fundimos en un abrazo y también lloré sobre su hombro. Mucho cambió en estos cinco años en que me abrazó después de esos 7 km de Pinamar y los 100 km que acababa de terminar. Hubo mucho trabajo, mucho crecimiento, y pasamos de ser profesor y alumno a ser amigos.

Vicky me decía que me amaba, que estaba orgullosa de mí, y también lloré con ella. Es la primera vez que me emociono tanto con una carrera. Realmente fue muy difícil para mí, y en todo momento me sentí contenido por mi familia y mis amigos. Que todos ellos se hayan venido desde tan lejos a correr o a venir a alentarme. Sufrí mucho. Dudé bastante. Pero el estar tan contenido por todo ese afecto, hace que todas esas cosas negativas pasen a un plano muy secundario. Hice fuerza por mí, por Vicky, por mi familia y amigos, y por Robertito. Y todo eso dio sus frutos. Poco importó si salí primero (de hecho, fui el único que logró terminar los 100 km). Lo que para mí vale es que, aunque la ultramaratón es una actividad muy solitaria, yo la terminé gracias al trabajo en equipo.

Ahora dejo el espacio para la demagogia, porque tengo que agradecer a todos los que me ayudaron a cumplir mi sueño. A Vicky, por confiar en mí y estar siempre a mi lado. A Germán, mi entrenador… por los mismos motivos (pero sin el tinte romántico). A Romina, por sus consejos y por tranquilizarme en un momento desesperante de la carrera. A mis papás y mis hermanos Lucas y Santiago, representados en el imprescindible Matías. A Juandy y el Colo, que se bancaron casi 100 km de bici y terminaron hechos una piltrafa. A Javi, que vino a verme aunque era su cumpleaños (¡un grosso!). A la morocha y Julio, por acompañarme y sacar unas fotos espectaculares. A los chicos de los LionX que pudieron acercarse: el Gato, Gloria, Vane, Lean, y en especial a nuestro patrono protector Mak. Todos ellos son parte de la elite espartana. A Fede Lausi, que se sumó a mi sueño y me dio una mano enorme para hacerlo realidad. La Ultra Buenos Aires es ahora toda suya. A todos los voluntarios y corredores que me dieron aliento y ofrecieron su ayuda en todo momento. A todos los que no pudieron venir e igual se preocuparon por el resultado de la carrera y me contactaron por teléfono, whatsapp o mensaje de texto (demasiados para nombrarlos a todos). Y a todos los lectores de este blog que no dudaron de mí ni un instante. Gracias, de corazón.

Semana 28: Día 190: Correr por Robertito

«Robertito es un luchador con todas las letras. Lucha contra su leucemia, por ahora con el tratamiento con quimio está muy bien. Pasaron momentos muy duros».

Con estas palabras, María de los Ángeles, quien coordina Espera por la vida (Tucumán), me describía al principito que me va a acompañar espiritualmente en la Ultra Buenos Aires de mañana. A veces no tomamos conciencia de que nuestros esfuerzos físicos, aunque sean carreras intimidantes y de mucho desgaste, no se comparan en nada a lo que la pelean chiquitos que sufren estas horribles enfermedades.

En Tandil corrimos pensando en Jeremías, y esta vez Robertito, de Mendoza, es parte de mi equipo, y lo tendré en mente cuando me falten las fuerzas y tenga que depender solo de mi fuerza de voluntad. Por ahora no necesita un transplante, pero no se puede descartar. Aunque ya está todo coordinado para que corramos juntos (yo con el cuerpo, él con el corazón), me sigue pareciendo que es poco. Sé que le van a contar sobre la carrera, sobre alguien que, aunque esté lejos, pensaba en él… pero me sigo pensando en que podría hacer más.

Por eso me comprometí con María de los Ángeles a mandarle algo de la carrera. Se lo debo a Jere, que nos acompañó en Tandil, a quien le voy a mandar historietas del Hombre Araña y la medalla de Finisher. En este año, en el prototipo de la Ultra Buenos Aires, no hay premiación, así que me las ingeniaré para enviarle otra cosa. El ritmo frenético de estas últimas semanas me impidió acercarme a mandar la encomienda a Retiro, pero ya con los 100 km finalizados y antes de partir hacia San Martín de los Andes me voy a hacer ese momento.

A veces podemos ayudar mucho haciendo muy poco. A veces podemos hacer más. Encontré que teniendo presente a estos pequeños guerreros que la pelean día a día, sin marginarlos ni hacer como que no existen, se puede hacer una pequeña diferencia.

Semana 27: Día 189: Nervios

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Quedaría mejor decir que tengo nervios de acero, ¿no? Que nunca dudo cuando me enfrento a desafíos, por más difíciles que sean, que tengo total seguridad de mí mismo y de todas las cosas que hice. Pero aunque puedo guardarme cosas, nunca mentiría en el blog (a menos que sea el Día de los Inocentes).

Cometí un par de errores, y voy a adelantarme a la carrera para contarlos. No descansé todo lo que hubiese debido. Germán, mi coach, constantemente me decía «Relajá», pero yo seguía hecho un nudo de nervios. Tuve un par de meses de trabajo muy intenso, en parte culpa de la inminente Feria del Libro, en parte por compromisos atrasados que se iban acumulando. Entonces mis horas promedio de sueño pasaron a ir entre las 4 y 5 horas. ¿Hay cuerpo que aguante ese ritmo? Bueno, llegué a correr 70 km sin lamentarlos, ¿no?

Probablemente no haber descansado todo lo que necesitaba, y vivir tensionado ante este desafío con el que soñé tanto tiempo, me hayan afectado. Anoche me sentí afiebrado, con mucho dolor de espalda, y hoy los gemelos se me agarrotaron y me dolían un montón… ¡y la última vez que entrené fue el domingo pasado! Pero no casualmente cuando decidí que ya era suficiente y me alejé de la computadora (y tomé contacto con el mundo exterior), me pude empezar a relajar. No tengo fiebre, casi no me duele la espalda (estar sentado casi todo el día no ayuda) y los gemelos se me relajaron.

Okey, estoy nervioso… ansioso, si se quiere, pero ¿me va a impedir esto correr el domingo? Mentiría si dijera que cuando corrí 70 km no estaba tensionado. Quizá ahora llegué a un punto riesgoso, pero en aquel entonces correr me ayudó. Me conectó conmigo mismo y me relajó mucho.

Los desafíos, sobre todo los que implican un esfuerzo físico descomunal, asustan. Al menos a mí, que la he pasado mal en otras circunstancias. Pero confío en mi voluntad, y en que aunque haya cometido uno o dos errores, también hice bien las cosas. Comí todas las comidas, entrené duro, en forma escalonada, sin cuestionar a mi etrenador. Fui escuchando a mi cuerpo, practicando qué cosas me resultaban cómodas comer y tomar, y aunque las distancias me intimidaban (50 y 70 km, de un día para el otro, deberían intimidar a cualquiera), me le animé.

Y eso es lo que mucha gente no entiende cuando digo que estoy nervioso. No importa todo eso, porque lo que busco yo es el desafío. Es conquistar mis miedos. Vengo de una vida de no animarme, de ser pasivo y dejar que la vida se me escurra. Tengo una pila de oportunidades desaprovechadas. Un día, ya ni sé cómo, hice un click y decidí intentar aquellas cosas a las que no me animaba. Este blog empezó con el «lejano» sueño de correr una maratón (o sea, 42 km) y ahora estoy en el sueño intermedio de terminar 100 km en menos de 10 horas y media. La distancia me intimida, y justamente ese sentimiento es lo que me motiva a intentarlo.

Así que no importa si me quejo, si pongo excusas, ni siquiera si cometo un par de errores. Voy a dar lo mejor de mí, voy a apretar los dientes cuando haga falta, y solo voy a abandonar cuando sienta que mi salud está en riesgo. Si quiero convertirme en un ultramaratonista tengo que abrazar el dolor, reconciliarme con el sufrimiento, y dejar que mi fuerza de voluntad me guíe. Parece difícil. Lo es. Pero bueno, la recompensa de conquistarte a vos mismo es indescriptible.

Semana 27: Día 187: La Ultra Buenos Aires SIGUE creciendo

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Bueno, de más está decir que la Ultra Buenos Aires me dejó de pertenecer en el momento en que Salvaje se hizo cargo de la organización. Al principio propuse algunas cosas, pero el evento tomó vida propia, y me voy enterando de su desarrollo a la par de cualquier atleta. Es difícil describir la alegría que me produce esto. Sueño con esa anécdota que cuenten algún día, de esa prestigiosa carrera y que uno diga «Ah, sí, la creó un pibe que quería anotarse en la Espartatlón, el primer año la corrió solo y después se empezó a sumar gente». Ni siquiera me interesa que la asocien con mi nombre, solo con alguien que tuvo un sueño y que lo puso en marcha hasta que se realizó.

Hoy me enteré de que entre los que corran el domingo se va a sortear un reloj Timex con GPS. ¡No está mal! Yo quisiera ganármelo, me vendría bien porque mi Garmin tiene una vida útil de 5 o 6 horas. Pero eso no es todo, también me enteré de que hay más de 50 inscriptos, y siendo que es una carrera sin medallas ni premiaciones, puedo confirmar que lo que motiva a los atletas es la competencia en sí y no los regalos del kit oficial (de hecho, no quiero dejar de mencionarlo, Fede Lausi se la jugó y decidió que haya una remera oficial de la Ultra Buenos Aires).

Al parecer los caminos están bastante anegados, producto de la espantosa tormenta que sufrimos en estos días. Se supone que hoy va a llover también, pero ojalá para el domingo esté todo transitable. Correr con barro me puede complicar bastante no solo mantener el ritmo como para llegar en 10 horas y media, sino la asistencia en bici que van a hacer mis amigos. Pero bueno, creo que me tendré que conformar con saber que el día de la carrera no va a llovar, lo cual es bastante.

Entre las confirmaciones de Salvaje, anunciaron que en 2014 la Ultra Buenos Aires sí va a tener caracter competitivo. Supongo que mi necesidad de que haya una ultramaratón en llano era el deseo de muchos. Está buenísimo que existan tantas opciones en sierras y montañas, pero también estamos los que no queremos escalar ni hacer trails, sino correr. Este evento está pensado para eso.

Tengo una mezcla de nervios y ansiedad que no me alcanzan las palabras para describir. Quiero correr la Ultra y quiero terminarla, pero ya sé que arranco con un triunfo moral, un granito de arena en algo que puede convertirse en una tradición grossa. Quedan nada más que 4 días…

Para inscribirse en la Ultra Buenos Aires: http://www.salvajeoutdoor.com.ar/informacion.php?e=50
Grupo de la Ultra Buenos Aires en Facebook: https://www.facebook.com/ultrabsas100k

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Semana 27: Día 186: Miedo al agua

Quienes vivimos en Buenos Aires y estamos más o menos informados ya sabemos que la lluvia que padecimos el día de ayer provocó un desastre. Casas inundadas, colectivos anegados, autos volcados y hasta víctimas fatales. A mí todavía me sorprende que en pleno siglo XXI las fuerzas de la naturaleza nos de una paliza a los hombres cada tanto. Creemos que somos la especie dominante, pero nos falta mucha previsión, y bastante humildad.

Quizá usted creía que yo iba a decir que le tengo miedo al agua y que por eso no me baño con toda la frecuencia que le gustaría a Vicky. Bueno, no, en realidad tampoco le temo a la lluvia. He chapoteado y corrido bajo tormentas, con gran felicidad. Pero en La Misión, mientras intentábamos dormir con nuestras bolsas de dormir bajo un aguacero, me replanteé toda esa algarabía del «singin’ in the rain«.

Podríamos decir que no le temía a la lluvia y ahora sí. Bueno, anoche sí. Se suponía que iba a ir a entrenar con los Puma Runners, pero el pronóstico venía amenazando con que se iba a caer el cielo, y le creí. No la pegaron con el horario (lo anunciaban para las 4 de la tarde y lo peor aconteció bastante pasada de la medianoche), pero por las dudas decidí creerles. Se me hace que desde aquel fatídico granizo que abolló montones de autos hace unos años, ahora el Servicio Meteorológico Nacional lanza un alerta «por las dudas». Pero bueno, esta vez la tormenta se hizo sentir, y amanecimos el día de hoy, martes, con bastante agua.

Yo tenía que correr 20 km en algún momento. Y arrugué.

No suelo hacer eso. He tenido entrenamientos con una fina lluvia y una sensación de plenitud total. Pero el domingo tengo los 100 km, MIS 100 km, y no me puedo enfermar. Me lo vienen diciendo todo el tiempo, «cuidate»… Hice la Adventura Race de Tandil con mucha precaución, mirando bien dónde pisaba, pensando en no torcerme el tobillo, ni golpearme, ni nada que me afectase la Ultra Buenos Aires. Y ahora ando abrigado, camino descalzo pero con medias, intento no tomar frío ni arriesgar nada. Si se me pasa esta fecha, será otro año el que tendré que esperar para clasificarme para la Espartatlón.

A esta altura estoy entregado. El pronóstico, al que a veces le creemos, dice que las lluvias van a parar recién el viernes, lo cual le da algo de tiempo al sol para secar el camino y no correr la Ultra Buenos Aires en el barro. Hay mucho en juego para mí, y siento que a esta altura la correría hasta en muletas, pero bueno, el objetivo de hacer menos de 10 horas y media está, y la idea es cumplirlo este año. Después sí, me doy permiso para enfermarme (hasta el miércoles que viene, cuando parta rumbo a San Martín de los Andes para correr la Patagonia Run).

Como decía, hay mucho en juego…

Semana 26: Día 180: Mañana, 50 km

¿Se puede correr un fondo largo después de una semana de mucho laburo y stress? ¿Se la banca el cuerpo correr 50 km con 5 horas de sueño? Mañana les confirmo.

Igual sepan que ante la mínima molestia, camino. A esta altura del camino, solo me permito romperme el día de la carrera…

Semana 26: Día 178: El reposo

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Después del brutal entrenamiento al que me sometí ayer, recibí varias felicitaciones, como si en lugar de haber entrenado hubiese corrido una carrera. En el blog, por mail, mensaje de texto, whatsapp. Coincidió que varios me decían que me faltaba muy poco, que tenía la Ultra Buenos Aires en el bolsillo. Y yo, que soy un falso modesto, no podía dejar de pensar «¿No se dan cuenta que todavía me faltan 30 km para llegar a los 100… y que eso ni siquiera va a ser la mitad de la Espartatlón?».

No sé qué clase de mecanismo de defensa es el que se activa para rechazar elogios y tirarse abajo. No tiene que ver con la falta de confianza. Quizá sea una forma de intentar ser realista y no creérsela. Estoy leyendo el MARAVILLOSO libro de Scott Jurek, «Eat & Run», en el que cuenta su vida, y por fin me cruzo con un ultramaratonista súper campeón que, además, es un ejemplo de humildad. Esa experiencia es muy gratificante y enriquecedora. Podría ser que me haya enganchado porque ama correr y es vegano, pero lo que me compró fue que abre su autobiografía con una pésima experiencia de carrera, en la que todo el mundo estaba convencido de que iba a ganarle a todos y romper el récord, y él no podía más y quería abandonar a toda costa.

En estos días donde me estoy recuperando de correr un fondo bestial, aprovecho para reflexionar. Me han dicho, con mucho acierto, que lo que me falta es un trayecto netamente mental. Casi como si hubiese quedado demostrado que al cuerpo se lo puede exigir. Ya está entrenado y se va regenerando. Pero necesito estar tranquilo, focalizado en el objetivo, porque lo que queda es puro huevo. Mientras que en la maratón el muro es cruzar los 30 km y llegar a la meta en el 42, pasar los 70 y alcanzar los 100 es un ejercicio mental más complicado que hacer logaritmos en base 2. Es una mezcla entre relajarse y seguir esforzando el físico al límite.

No sé si voy a llegar a los 100. Tampoco sé si considerar este fondo de 70 km como un triunfo. Nunca me planteé seriamente correr esa distancia, y cuando la hice me sentí mejor de lo que me esperaba. Me di cuenta de todo lo que hice mal el año pasado, cuando abandoné vomitando en el km 77. Ya había caminado la mitad del trayecto, con una bronca y una frustración muy grande (pero con una contención de familia y amigos como no tuve en toda mi vida). Ayer, cuando me faltaban 1000 metros para terminar el entrenamiento, me dejé llevar, abrí la zancada y empecé a correr a toda velocidad (al menos, a la que podía en ese momento). Por eso podría suponer que si repito las circunstancias de ayer en la Ultra Buenos Aires, voy a tener un restito para tirarme a los 30 km que me van a quedar.

En fin, esta debe ser la etapa más dura de un entreno, en el que la intensidad baja y lo que predomina es descansar. La cabeza no solo es la gran responsable de que el cuerpo llegue a su límite (y lo pase), sino que es la parte del cuerpo que de alguna forma se niega a detenerse. Puedo hacer reposo con el cuerpo, pero ¿cómo hago que mi cabeza baje dos cambios? Se escuchan sugerencias.

Semana 26: Día 177: Un fondo de 70 km

2013-03-24 11.05.13

– Conejo, ¿hoy hago algo? Me siento bien, aunque siento una molestia en la ingle, no sé si no es de un rozamiento.

Estas fueron las palabras que le dije a mi entrenador Germán, vía whatsapp, un día después de haber corrido 50 km, desde casa (Colegiales) ida y vuelta a Tigre. No voy a negar que ese entreno me destruyó. Por lo que no me esperaba su respuesta:

– Nop. Hoy nop. ¿Estás mejor? Mi idea era 70 el domingo. Pero ahora queda en cómo estás vos.

Releí el mensaje. ¿Había escrito 70? Sí, no sabían dudas. ¿Qué pasó con los 60? ¿Nos los salteamos? Tuve un rapto de sinceridad:

– Uh, me subiste la apuesta mal.

Le confesé mi cagazo, lisa y llanamente.

– Es lo último – me dijo. – Después bajamos volumen hasta la carrera. Es tu momento, Casanova.

Valía caminar. No valía romperme. Hice mi grito espartano, y los dos días que siguieron me dediqué a cargarme de hidratos de carbono y a no cansarme. Vicky tuvo la gentileza de regalarme una mochila hidratadora nueva, junto con una bolsa súper moderna, de esas que no se vuelcan ni aunque hagamos la vertical.

Puse el despertador a las 5 de la mañana y aunque me acosté temprano (antes de la medianoche, para mí, es temprano) me desperté de un salto cuando el celular empezó a sonar. Me levanté medio zombi y me puse a preparar las cosas: el agua, los geles, los pretzels, una banana, la ropa, vaselina en los pezones, cintura y partes pudendas, y el pantaloncito y las calzas que me regaló Vicky (noto que he estado ligando muchas cosas últimamente).

Tuve que hacer una parada obligada en el baño, más mi propia torpeza que me impedía cerrar la bolsa hidratadora, por lo que no terminé saliendo a las 6 de la mañana como quería, sino 6:45. Arranqué cuando empezaba a clarear con el reloj de Vicky, porque el mío solo no iba a durar los 70 km.

Tenía bastante miedo porque no sabía si iba a llegar. Pero Germán me había habilitado a caminar para alcanzar esta meta. «Podés caminar», me dijo, «la idea es que planifiques antes lo que vas a hacer. Vale todo menos quedar tololo». Me quedé con esas palabras, y me prometí cuidarme, no matarme, y si hacía falta, detener la marcha.

Del fondo de 50 km del jueves me había quedado una molestia en los costados de ambas rodillas, más los cuádriceps un poco duros. Mi profesor de Pilates me dijo que eso se debió a correr tanto sobre asfalto, y me recomendó que intente ir sobre tierra o pasto. Por eso es que decidí ni ir hacia el Tigre en esta oportunidad, porque la Avenida del Libertador es puro cemento. Mi destino fue la Reserva Ecológica, con su circuito de 8 km repetido hasta que me diesen esos 70 km.

Las calles de un domingo a la mañana, como es de suponer, están completamente vacías. Mientras corría veía a los encargados de los edificios sacar las mangueras para empezar a baldear. También vi a los pibes que volvían de bailar, y en los lagos de Palermo todavía estaban las chicas trans parando a los últimos autos que buscaban pasarla bien. Tuve que hacer tiempo en este circuito, porque la Reserva abría recién a las 8 de la mañana.

Más allá de cierta rigidez en las piernas, me sentí bien. Las rodillas molestaban un poco, pero era mínimo. Cuando ya tenía unos 11 km, con el sol ya iluminando alto, las chicas se fueron a su casa y yo me fui hacia el lado de Retiro.

La idea de ir a la Reserva, si bien tenía que ver con el tipo de suelo, obedecía a la necesidad de tener agua de sobra. La mochila hidratadora carga hasta 2 litros, y eso puede durar unos 40 km. O sea que me iba a quedar muy corto. Pero en este lugar tienen canillas, además de baños, así que me iba a venir bien en lo que calculaba que iban a ser 7 horas corriendo.

Cuando había hecho 25 km me pasé a mi reloj y guardé el de Vicky. Ella estaba acercándose, y nos contactábamos por celular. Además de ser mi radio, que me acompañó casi todo el trayecto, era mi bitácora, e iba actualizando mínimamente mi estado en el Twitter del blog (@semana52).

Cuando pasé los 30 km, que es cuando siempre toco el muro, y no sentí nada, fue la primera vez que pensé que podía terminar todo ese entrenamiento. La mente es bastante caprichosa, y puedo estar muriéndome a los 15 km si tengo que correr 20, pero si el objetivo está en los 50, esos 20 km se pasan como si nada. Hoy no fue la excepción, y mientras avanzaba me daba cuenta de que no me cansaba tanto como el jueves. Siempre sufro en los 5 km finales, haga la distancia que haga. Creo que si tengo que correr una carrera de 5 km, voy a sufrir de principio a fin.

Vicky llegó a la Reserva y me alcanzó el Voltaren, el analgésico y desinflamatorio con el que me embadurné las rodillas. También traía Gatorade, geles, gomitas, y de vez en cuando me alcanzaba una botella con agua para mojarme. Tuvimos la inteligencia de no intentar correr juntos. Como este lugar tiene múltiples circuitos, ella hacía la suya, yo la mía, y Vicky tomaba un atajo para asistirme si yo necesitaba algo.

Aunque había un poco de barro por las recientes e inesperadas lluvias, el sol estaba alto, fuerte, así que varias veces me mojé la cabeza. Creo que lo de correr en piso de tierra me ayudó mucho, porque aunque sentía las piernas un poco resentidas, todo estuvo bajo control. No me acalambré ni estuve al borde del colapso como cuando hice 50 km. De hecho, ¡me sentí muy bien! Mantuve ritmos de 5:30 durante casi todo el recorrido, a veces más, a veces menos, pero nunca me caí. En mi cabeza hacía cuentas para saber a qué velocidad podía correr en la Ultra Buenos Aires, especulando con estar holgado para poder bajar la intensidad sobre el final.

Realmente fue un entrenamiento magnífico, sin sobresaltos. Hasta pude acelerar sobre el final. La batería del celular no aguantó, como tampoco mi agua. De hecho tuve que llenar la bolsa en la canilla, y mi consumo terminó siendo de 5 litros de agua, 1 litro de Gatorade, un paquete chico de pretzels, varios puñados de pasas de uva y seis geles. Todo eso en 6 horas con 48 minutos, que fue lo que me tomó completar los 70 km. Vicky, además de asistirme espléndidamente, tuvo una brillante idea: no completar el fondo corriendo a casa. Esos últimos 12 km sobre asfalto me hubiesen destruido. Terminé de correr dentro de la Reserva, y aunque las plantas de los pies me dolían, caminamos hasta Retiro, unos 5 km, y usamos eso como regenerativo.

Sinceramente no tenía ni idea de cómo me iba a sentir. Me sorprendió estar tan entero y no tener necesidad de caminar. Además logré estar bastante abajo de los 6 minutos por kilómetro, lo que me da muchas esperanzas para la Ultra Buenos Aires. Todavía me van a faltar 30 km para poder completarla, pero hoy me sentí más cerca que nunca.

No pude evitar pensar, mientras hacía esa distancia, en las veces en que corría en Educación Física durante la secundaria, y cómo lo odiaba. Dábamos vueltas a la manzana y yo trotaba la cuadra donde el profesor podía vernos, para caminar las tres en que él no nos veía. Siempre me sentí bastante inútil, y creo que ni siquiera llegábamos a correr 2 km. Soy el más sorprendido de todos de estar entrenando estas distancias bestiales. Comprobé que no se nace corredor, ni hay que tener un talento especial. Simplemente tenés que trabajar duro y tener paciencia. Hay gente, como mi entrenador Germán, o mi amada Vicky, que me tienen más fe de la que me tengo yo. Ni siquiera sé si voy a poder terminar los 100 km dentro de dos semanas, pero al menos puedo reconocer de antemano que todo el trayecto que recorrí hasta llegar a esta carrera ha sido un aprendizaje increíble, y nunca me voy a arrepentir de haberlo intentado.