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Semana 27: Día 189: Nervios

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Quedaría mejor decir que tengo nervios de acero, ¿no? Que nunca dudo cuando me enfrento a desafíos, por más difíciles que sean, que tengo total seguridad de mí mismo y de todas las cosas que hice. Pero aunque puedo guardarme cosas, nunca mentiría en el blog (a menos que sea el Día de los Inocentes).

Cometí un par de errores, y voy a adelantarme a la carrera para contarlos. No descansé todo lo que hubiese debido. Germán, mi coach, constantemente me decía «Relajá», pero yo seguía hecho un nudo de nervios. Tuve un par de meses de trabajo muy intenso, en parte culpa de la inminente Feria del Libro, en parte por compromisos atrasados que se iban acumulando. Entonces mis horas promedio de sueño pasaron a ir entre las 4 y 5 horas. ¿Hay cuerpo que aguante ese ritmo? Bueno, llegué a correr 70 km sin lamentarlos, ¿no?

Probablemente no haber descansado todo lo que necesitaba, y vivir tensionado ante este desafío con el que soñé tanto tiempo, me hayan afectado. Anoche me sentí afiebrado, con mucho dolor de espalda, y hoy los gemelos se me agarrotaron y me dolían un montón… ¡y la última vez que entrené fue el domingo pasado! Pero no casualmente cuando decidí que ya era suficiente y me alejé de la computadora (y tomé contacto con el mundo exterior), me pude empezar a relajar. No tengo fiebre, casi no me duele la espalda (estar sentado casi todo el día no ayuda) y los gemelos se me relajaron.

Okey, estoy nervioso… ansioso, si se quiere, pero ¿me va a impedir esto correr el domingo? Mentiría si dijera que cuando corrí 70 km no estaba tensionado. Quizá ahora llegué a un punto riesgoso, pero en aquel entonces correr me ayudó. Me conectó conmigo mismo y me relajó mucho.

Los desafíos, sobre todo los que implican un esfuerzo físico descomunal, asustan. Al menos a mí, que la he pasado mal en otras circunstancias. Pero confío en mi voluntad, y en que aunque haya cometido uno o dos errores, también hice bien las cosas. Comí todas las comidas, entrené duro, en forma escalonada, sin cuestionar a mi etrenador. Fui escuchando a mi cuerpo, practicando qué cosas me resultaban cómodas comer y tomar, y aunque las distancias me intimidaban (50 y 70 km, de un día para el otro, deberían intimidar a cualquiera), me le animé.

Y eso es lo que mucha gente no entiende cuando digo que estoy nervioso. No importa todo eso, porque lo que busco yo es el desafío. Es conquistar mis miedos. Vengo de una vida de no animarme, de ser pasivo y dejar que la vida se me escurra. Tengo una pila de oportunidades desaprovechadas. Un día, ya ni sé cómo, hice un click y decidí intentar aquellas cosas a las que no me animaba. Este blog empezó con el «lejano» sueño de correr una maratón (o sea, 42 km) y ahora estoy en el sueño intermedio de terminar 100 km en menos de 10 horas y media. La distancia me intimida, y justamente ese sentimiento es lo que me motiva a intentarlo.

Así que no importa si me quejo, si pongo excusas, ni siquiera si cometo un par de errores. Voy a dar lo mejor de mí, voy a apretar los dientes cuando haga falta, y solo voy a abandonar cuando sienta que mi salud está en riesgo. Si quiero convertirme en un ultramaratonista tengo que abrazar el dolor, reconciliarme con el sufrimiento, y dejar que mi fuerza de voluntad me guíe. Parece difícil. Lo es. Pero bueno, la recompensa de conquistarte a vos mismo es indescriptible.

Semana 21: Día 146: Mariposas en el estómago, antes de correr 50 km

Bueno, el título lo explica todo.

Estar ante la situación de tener que correr 50 km, algo así como 5 horas, asusta. Esa es la verdad. Hice algo de planificación. Como la vez que corrí 40 km me harté un poco de tanto dulce, me compré pretzels. Porque son salados y me gustan mucho. Nunca lo probé en una carrera, sí en trails, pero es hora de empezar a experimentar. Quería hacer lo mismo que Scott Jurek, que se lleva pan de pita con humus, pero no tengo pan de pita, y tampoco sabría cómo llevarlo. ¿En un tupper? ¿En una bolsa ziploc? No tengo idea, pero pienso probarlo.

Los 50 km no son caprichosos. Es parte del entrenamiento para los 100 km de la Ultra Buenos Aires, que se corren el 7 de abril. Cada vez falta menos, y las distancias que corro por casa aumentan más y más. No puedo darme el lujo de invertir medio día en correr, así que he optado por madrugar. Estoy a punto de cenar, así que me voy a llenar de hidratos y me voy a ir a la cama. A las 5 de la mañana me levantaré, desayunaré y abandonaré el nido a las 6.

Mi plan es ir desde casa, en el barrio de Colegiales, hasta el Hipódromo de San Isidro. Eso me va a dar 15 km, aproximadamente. Le voy a dar una o dos vueltas, y de ahí de nuevo encaro hacia la Ciudad Autónoma, siempre uniendo Capital y Provincia por la Avenida del Libertador. No me cerraron las alturas de esa calle estando en una zona y la otra, así que me voy a sacar la duda de en qué momento se desfasan.

Vicky me va a prestar su mochila hidratadora, porque la mía me resulta demasiado grande. Eso tiene sus ventajas y desventajas. Por un lado, me permite llevar comida, abrigo, geles, etc.; pero por el otro es más aparatosa, me choca en la base de la espalda, y no resulta del todo cómoda en largas distancias. Estar atado 5 horas a algo me resulta preocupante.

Me compré más cubitos de ananá abrillantada. Tengo la teoría de que me dan gases, pero son ricos y la gente que madruga me sabrá entender. Tengo un par de geles que también me voy a llevar, y bueno, estaré en casa a las 11 de la mañana para empezar la jornada laboral… Veremos qué tal sale todo esto. Debería ser el primero de muchos fondos largos. Mi instinto me dice que hasta los 80 km no debería parar, si es que quiero alcanzar los 100 sin problemas…

Semana 18: Día 121: Reconciliándome con el sol

Nunca fui muy amigo del sol. Quizá de chico sí, no me preocupaba mucho jugar a la intemperie, en especial en verano. De algún modo, el obse que nacía en mí adoraba sacarse la piel muerta que colgaba de los hombros (¿y quién no?). Pero como no me gustaba quemarme, me fastidiaba un poco.

Hace algunos años, a mi papá le encontraron melanomas, que es el nombre que se le da a los tumores pigmentados, una variedad del cáncer de piel. Es altamente invasivo por su capacidad de generar metástasis. Él tuvo que someterse al único tratamiento que se considera efectivo, que es la resección quirúrgica del tumor primario antes de que logre un grosor mayor de 1 mm. Así le fueron sacando pedacitos en la frente, la nariz y cerca del ojo.

Siendo que, como muchos seres humanos, considero que mis padres son inmortales, mi mundo se sacudió cuando comprendí que en realidad son tan frágiles como cualquiera. Esto me marcó profundamente, y a partir de ahí le escapé al sol. Tengo una piel muy parecida a la de mi padre, con lunares, puntitos y cositas que nunca sé del todo qué son. Me los controlé varias veces sin muchas novedades, pero desde esa vez me mantuve a la sombra en cada verano, o con protector solar factor 45. A partir de ahí mi piel estuvo siempre a un tono de la pavita.

Al empezar a correr en un grupo todos los fines de semana, eventualmente empecé a tostar mis brazos y mi cuello, pero me quedaba la marca blanquísima en el resto del torso. No me preocupaba porque me sacaba poco la remera. En mi camino de Semana 52 me crucé con The China Study, el libro que asegura que una dieta vegana es la mejor receta para ser parte del grupo demográfico con menos casos de cáncer en el mundo. De cualquier clase de cáncer. Nunca dejé de temerle a esta enfermedad, pero empecé a confiar en esta cuestión estadística y me dije «Bueno, no voy a llegar al punto de tirarme a tomar sol, pero ¿por qué seguir escapándole?».

Un sábado reciente corrí sin remera durante el entrenamiento, y huelga decir que me quemé. Esa es la parte que sigue sin gustarme, la de tener que dormir colgado de una percha por el ardor de la quemazón. Pero con un sol dosificado se obtiene color y resistencia a los rayos abrasadores, así que seguí corriendo en cuero. Y empecé a disfrutarlo. Esa huella blanca con la forma de la remera que llevaba siempre en el torso desapareció, y ya no me imagino un entrenamiento de día sin sentir el viento en el pecho. Dejé de buscar la sombra para correr, y me metí en los terrenos más desolados, fantaseando que con eso adquiero resistencia ante los climas más adversos (hecho que se caerá el día en que me tenga que enfrentar a una competencia real).

Así que ahora tengo una suerte de tregua con nuestro sol. Intento disfrutarlo, y siento que cuando entra en contacto con mi piel, me llena de energía. Tengo un amigo que está convencido de que si yo creo que algo no me va a enfermar (y si lo creo con convicción), eso no me va a pasar. No lo sé. Varios doctores me confirmaron el dato de que los vegetarianos somos un grupo de muy bajo riesgo para cualquier tipo de cáncer, y es algo en lo que elijo creer. Mientras tanto deberé seguir controlándome los lunares y todas esas marquitas que tengo por la piel, sin que eso signifique que me siga escondiendo de la luz solar.

Semana 4: Día 27: Mis ansiedades, mis miedos

Por distintos motivos, estas últimas semanas no estuve entrenando todo lo que quería. Hay ciertas cosas más importantes que correr, como acompañar a tu pareja cuando está enferma, o terminar un trabajo cuando todos dependen de vos y sos la única persona que puede sacar las papas del fuego. Y yo, que me meto en camisa de once varas solito, veo el cuentakilómetros que avanza lentamente, y me preocupo.

Soy un obse, es algo de lo que me hago cargo. Y tengo miedo de no cumplir con las expectativas. ¿Las de quién? Supongo que las mías. Ya alguna vez corrí 80 km en una semana, y ahora no llego a esa distancia en un mes. Sí, lo reconocí de entrada, por diversos motivos no lo pude hacer. Pero soy de los que cree que la vida es un reloj de arena que no se detiene y al que no podemos dar vuelta. Eso me hace una persona que vive constantemente preocupada. Tengo las ganas de esforzarme, pero a veces las cosas no encajan. Y empiezo a pensar que no estoy cumpliendo con mis expectativas. Y son tan altas, que nunca las voy a cumplir. Entonces vivo preocupado. ¿Se entiende cómo soy la serpiente que se come a sí misma? (me gusta esa metáfora, porque además soy serpiente en el horóscopo chino).

Estoy ansioso, y quiero volver a los fondos largos, donde me iba por cuatro horas a patear las calles de la ciudad. En ese momento, al que llegué después de un arduo entrenamiento de semanas, era mi pico máximo de realización. Poder correr 45 km y no terminar dolorido, era un inmenso placer. Y ahora que no estoy en esa etapa, se me viene encima toda la inseguridad. Intento calmarme. «Es el primer mes del ‘año’. Falta todavía para la Espartatlón». No me escucho bien. ¿Falta todavía? En enero, cuando me saque de encima La Misión, me van a quedar 9 meses. Y no es tanto.

A veces con las ganas no alcanza. Porque me sobran ganas de tirar un fondo y no volver hasta haberlo terminado. Me falta organización, tiempo. O paciencia. Quizá esté todo a la vuelta de la esquina, y tenga que dejar de contar los kilómetros recorridos para recordar que si antes llegué tan lejos, ahora puedo alcanzarlo. Mi papá varias veces me preguntó si yo compraba lo que vendía en el blog. Quizá alguna vez haya escrito sobre la paciencia y la constancia, consejos que quizá me vendrían bien releer.

Me siento todos los días en la silla y las rodillas me duelen. Tomo el ascensor y pienso que tendría que haber subido por las escaleras. Me miro los brazos y extraño ir al gimnasio.

Creo que necesito un cambio. Necesito correr, me parece que no voy a seguir dejando pasar el tiempo, y mañana me voy a conceder un fondito matutino. Nada pretencioso. 10 kilómetros, un ida y vuelta desde casa a los Lagos de Palermo. De a poco. Para calmar las ansias, y a partir de ahí ver qué pasa.

Creo que escribir esto me resultó catártico. Podría juntar ganas eternamente, pero eso no me acerca a mis deseos. Si quiero correr, lo mejor que puedo hacer, es dejar de desearlo y salir a correr.

Mañana les cuento.

Semana 32: Día 217: Pánico al deporte

Cuando no hay noticias (o se quiere tapar otras), los temas más absurdos pasan a ocupar tiempo de pantalla, o líneas en un diaro. Si se juntan dos o tres coincidencias, se inventa que hay una tendencia, se lo exagera un poco para inducir al pánico, y listo, la gente compra el miedo.

Recientemente hubo fatalidades en el deporte. Un nadador que falleció mientras se duchaba, un adolescente que murió tras terminar una competencia en bicicleta, y ya con eso alcanza para instalar en la opinión pública que los que hacemos actividad física constantemente nos estamos jugando la vida. Generalmente los que hacen poco ejercicio son los que más se convencen de esta idea. Ya me han dicho, en más de una ocasión, que me iba a crecer el corazón y me iba a morir. Es cierto que el cuerpo no está preparado para exigirlo al límite. Pero es así cómo obtenemos resistencia. No hay nada de malo en hacerlo con inteligencia, porque solo rompiendo tejidos se genera músculo.

El tema es que aparece este pánico, tan alimentado por el periodismo, y comienzan a enumerarse casos de futbolistas que mueren por aneurismas, o surfistas a quienes los golpea su tabla y mueren ahogados. ¿Qué relación pueden tener estos dos casos, o qué sentido tiene recordar el caso de los inconscientes que se colgaron de una grúa para hacar bunjee jumping y murieron al chocarse en el aire? Ninguna, más que meter miedo y vender más.

Si todos nos hiciésemos chequeos del corazón en la primaria y la secundaria, podríamos anticipar problemas congénitos y asintomáticos. Lamentablemente esto no pasa. Pero me he hecho tantos análisis y tengo tantos aptos médicos que sé que no tengo ninguna condición que haga de entrenar un riesgo para mi salud. Ahora, si sufro un aneurisma, ¿existe alguno de esos análisis que lo hubiese podido detectar? Si sufro una embolia mientras viajo en subte, ¿tenemos que empezar a decir que viajar en la línea D es perjudicial para nuestra vida? (bueno, por cómo se viaja, probablemente lo sea)

Me da bronca cuando pasan estas cosas, pero a la vez más bronca me da que todo se olvida mañana, cuando nacen dos nuevos pandas en el zoológico, o cuando la estrella del momento se separa, y vemos su foto borrosa y tomada de lejos, mientras camina con anteojos oscuros por la calle. Quizá vuelva un tipo de gripe en el invierno y ese sea el nuevo pánico de cada día que nos den los medios, o por ahí aparezca una nueva clase de abejas africanas para que nos dé terror salir de casa. Hay fatalidades en cualquier ámbito de nuestras vidas. Imponer la idea de que hacer deporte es un riesgo me parece una idea bastante desafortunada…

Semana 29: Día 196: Preparándose para largar

Si lo bueno es breve, bueno dos veces. Tengo que irme a dormir temprano, y por alguna razón las 8 de la noche es tarde. Así que actualizaré el blog e intentaré tener alguna horita de sueño (con algo de suerte, dos).

Hoy tuvimos la charla técnica, donde básicamente te quitan toda seguridad que puedas llegar a tener y te la reemplazan con un pánico galopante. Al parecer vamos a terpar montañas empinadas, vamos a tener frío, viento, y además vamos a correr 100 km. Si cruzamos donde no debemos, si recibimos ayuda externa, si no prendemos la luz frontal en los horarios obligatorios, descalificación automática. Miedo, miedo, ¡¡¡miedo!!!

Pero a eso vinimos, a temer, a sufrir. Porque vinimos a conquistar un desafío, no a comer chocolates y pasear en lancha (cosa que, de todos modos, hicimos). Le hice caso al extraño plan de mi nutricionista y cené a las 7. A la medianoche haré un improvisado desayuno y a la una estaré tiritando de frío, esperando un lugar en el charter que nos llevará a la meta. Somos unos 150 corredores (de 1500) que vamos a intentar los 100 km, así que probablemente hagamos fila mansamente mientras aguardamos poder subir.

Va a hacer frío. Quizá, mientras leas estas líneas en tu cálido hogar, yo esté trepando las montañas, con una mochila atiborrada de agua y comida. Voy a estrenar los palos, de tanto julepe que tengo. Pero tengo planeado, además de sufrir, divertirme. Ojalá llegue con sol, pero como jamás hice la Patagonia Run, es un misetrio para mí. Me encantaría llegar antes de las 4 de la tarde. Ahí tienen, me la jugué por un horario. Vamos a ver qué pasa, y cuántas anécdotas tengo para contar mañana.

(me voy a dormir, además, porque al lado de la compu del hotel hay uno tocando la guitarra, y desafina mucho)