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Semana 51: Día 354: Entrenando bajo la lluvia invernal

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Estos días han sido duros para los que entrenamos al aire libre. Después de varios días de un calor inusual, el invierno no se quizo despedir sin calarnos el frío en los huesos, y después de interminables días de lluvia, ayer decidimos correr igual.

En principio el entrenamiento se había cancelado. Corremos por Acassuso, y además de que seguía lloviendo y estaba muy pero muy fresco, se había acumulado agua y había unos enormes charcos (donde no estaba todo embarrado). Encima, el Hipódromo de San Isidro está junto a una calle que los automóviles confunden con una pista de carreras, y si hay un mínimo charquito, cuando te pasan por al lado te empapan de arriba a abajo. En verano es más divertido de lo que era anoche.

Pero yo me quejé. Porque quería correr. Independientemente de lo que decida el clima, yo necesito salir de casa. Estoy todo el día encerrado, frente a la computadora. Me duele la espalda de estar tanto tiempo sentado, y mi cabeza necesita desconectarse del trabajo. Entrenar es mi momento, estoy todo el día esperando para salir. Mi plan B era ir a hacer cinta al gimnasio, pero no es lo mismo. También está el contacto con mis pares, con esos loquitos que, como yo, necesitan de esto. Por suerte no fui el único. Un par de «valientes» (véase el post de ayer) también se animaban a venir. Confirmamos presencia cuatro, mientras el resto de los Puma Runners decidió, en todo su derecho, quedarse sequitos en casa.

Ya expuse los motivos por los que creía que quienes salían a correr así eran unos valientes. Otros estuvieron en desacuerdo, considerando que no valía la pena enfermarse. A mí me pareció una excelente oportunidad para probar mi ropa de abrigo y cómo funcionaban mis guantes de neoprene en la lluvia. No les tenía mucha fe, pero anduvieron muy bien, y mientras corría me calentaron mucho las manos. Hicimos dos vueltas al Hipódromo, que equivale a un poquito más de 10 kilómetros. El frío dejó de sentirse enseguida, y después estar bajo esa garúa fue un placer. Además, esa inmensa manzana (que da un recorrido de 5 km) estaba absolutamente desierta. Con los primeros calores va a estar atestada de bicicletas, chicas paseando a sus diminutos perros, señoras caminando, y hasta grupos de entrenamiento que se mandan en bloque, ocupando todo el ancho de la vereda. Ahora era absolutamente de los loquitos que, a pesar del clima, salieron a correr.

Me sentí muy bien, lo necesitaba. Podría haberlo hecho solo, pero no iba a ser lo mismo. Tenía que estar nuestro entrenador orientándonos, la charla durante la vuelta y el post entrenamiento. Durante el fondito me tuve que sacar la campera de lluvia porque me daba mucho calor, y al final me la volví a poner para no enfriarme. En el restaurante donde cenamos me cambié y me puse una remera, un buzo, medias y un pantalón secos. Porque la idea era sobrevivir para contarlo.

A mí me sirvió entrenar bajo esa lluvia invernal. Pude probar mi campera y mis guantes. Y salir un poco de mi zona de comfort, en mi seco y calentito hogar. Sumé un poco para el cuentakilómetros, que está a punto de volver a cero, y pasé un buen rato con amigos. No quería perdérmelo, y me alegro mucho de haber estado ahí.

Semana 51: Día 353: Tiempo de valientes

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Frío y lluvia. Aquí es donde se dividen los corredores amateurs de los espartanos. Es tiempo de valientes, es hora de demostrar cuánto nos dejamos llevar por nimiedades y hasta dónde estamos dispuestos a sacrificar.
Hoy es un verdadero día invernal. Hace rato que llueve y todos pensamos «¿entreno o me quedo en casa?». Y la comodidad tira, pero correr no es cómodo. Si no duele, si no cuesta, si no nos hace transpirar… ¿para qué hacerlo?
No corremos para tomar atajos, lo hacemos para superarnos. Para, justamente, salir de nuestra zona de confort.
Hoy llueve mucho y hace bastante frío. La lógica de la comodidad podría indicarnos que nos quedemos secos y bajo techo. Pero, si me preguntan a mí, prefiero abrigarme, ponerme algo impermeable y averiguar hasta dónde puedo llegar. Porque puede llover y refrescar en cualquier carrera. Ya sea en una competencia de calle como en Patagonia Run, La Misión o la Adventure Race Pinamar, el frío y la lluvia nos puede sorprender. Y yo quisiera estar ahí algo preparado. Una carrera es el último lugar para improvisar (no por nada entrenamos). Y si nos vamos de viaje al sur, en un día como hoy, no nos vamos a quedar en el hotel.
Aplaudo a los valientes que no le temen a las inclemencias del clima. Hoy elijo unirme a ellos y averiguar qué me depara el destino.

Semana 27: Día 186: Miedo al agua

Quienes vivimos en Buenos Aires y estamos más o menos informados ya sabemos que la lluvia que padecimos el día de ayer provocó un desastre. Casas inundadas, colectivos anegados, autos volcados y hasta víctimas fatales. A mí todavía me sorprende que en pleno siglo XXI las fuerzas de la naturaleza nos de una paliza a los hombres cada tanto. Creemos que somos la especie dominante, pero nos falta mucha previsión, y bastante humildad.

Quizá usted creía que yo iba a decir que le tengo miedo al agua y que por eso no me baño con toda la frecuencia que le gustaría a Vicky. Bueno, no, en realidad tampoco le temo a la lluvia. He chapoteado y corrido bajo tormentas, con gran felicidad. Pero en La Misión, mientras intentábamos dormir con nuestras bolsas de dormir bajo un aguacero, me replanteé toda esa algarabía del «singin’ in the rain«.

Podríamos decir que no le temía a la lluvia y ahora sí. Bueno, anoche sí. Se suponía que iba a ir a entrenar con los Puma Runners, pero el pronóstico venía amenazando con que se iba a caer el cielo, y le creí. No la pegaron con el horario (lo anunciaban para las 4 de la tarde y lo peor aconteció bastante pasada de la medianoche), pero por las dudas decidí creerles. Se me hace que desde aquel fatídico granizo que abolló montones de autos hace unos años, ahora el Servicio Meteorológico Nacional lanza un alerta «por las dudas». Pero bueno, esta vez la tormenta se hizo sentir, y amanecimos el día de hoy, martes, con bastante agua.

Yo tenía que correr 20 km en algún momento. Y arrugué.

No suelo hacer eso. He tenido entrenamientos con una fina lluvia y una sensación de plenitud total. Pero el domingo tengo los 100 km, MIS 100 km, y no me puedo enfermar. Me lo vienen diciendo todo el tiempo, «cuidate»… Hice la Adventura Race de Tandil con mucha precaución, mirando bien dónde pisaba, pensando en no torcerme el tobillo, ni golpearme, ni nada que me afectase la Ultra Buenos Aires. Y ahora ando abrigado, camino descalzo pero con medias, intento no tomar frío ni arriesgar nada. Si se me pasa esta fecha, será otro año el que tendré que esperar para clasificarme para la Espartatlón.

A esta altura estoy entregado. El pronóstico, al que a veces le creemos, dice que las lluvias van a parar recién el viernes, lo cual le da algo de tiempo al sol para secar el camino y no correr la Ultra Buenos Aires en el barro. Hay mucho en juego para mí, y siento que a esta altura la correría hasta en muletas, pero bueno, el objetivo de hacer menos de 10 horas y media está, y la idea es cumplirlo este año. Después sí, me doy permiso para enfermarme (hasta el miércoles que viene, cuando parta rumbo a San Martín de los Andes para correr la Patagonia Run).

Como decía, hay mucho en juego…

Semana 21: Día 145: ¿De nuevo conectados?

La novela con Telecentro sigue. De pronto ayer, martes, aparecieron los técnicos que subieron a la terraza y arreglaron todo. Milagrosamente, volvió internet, el cable y el teléfono. ¿Cuánto duró? Unas horas, hoy a la mañana, cuando nos levantamos, nuevamente estábamos desconectados del mundo. El encargado, fiel a su vocación, se hizo cargo del tema e, imitando las maniobras de los responsables de servicio técnico, emparchó todo y aquí estamos, nuevamente conectados. Pero, ¿por cuánto tiempo?

No lo sabemos aún, pero le sacaremos el provecho mientras dure.

Hoy entrenamos bajo la lluvia. Como debe ser. Aunque llueva o truene. A Germán, mi entrenador, le preocupaba que me enfermara, así que tanteaba cómo estaba de temperatura, cosa de que no me enfríe. Le di dos vueltas al Hipódromo, que me dio poco más de 10 km. Chapoteando en el agua, recibiendo baldazos de los autos al pasar por las calles anegadas, mojado hasta la médula. Pero fue divertido. Y creo que no me enfermé. Creo. Mientras chapoteaba, me preguntaba qué hacer si me tocaba un clima así el día naterior a correr la Ultra Buenos Aires. ¿Se pueden hacer 100 km en menos de 10 horas y media corriendo en el barro? Me respondía automáticamente que no.

Cuando terminé hice algunas dominadas (para no perder la costumbre) me escurrí las medias y la remera, me puse ropa seca, y me comí mi colación post-entrenamiento. Todavía con lluvia, yendo a la parada del colectivo, con las endorfinas ya bajando a niveles normales, le pregunté a Germán qué seguía. Y me dijo «el viernes hacé 50 km». Le recordé que lo último que hice (el jueves pasado) fue 40 km, y que la lógica me indicaba seguir por los 45. Pero no, el salto era de 10 km. Se me llenó el culo de preguntas, pero bueno, el viernes (día en que viene Cablevisión a salvarnos), tendré que reservarme 5 horas para correr y correr y correr.

Con algo de suerte, ese fondo lo haga sin lluvia y con mi conexión a la web ya normalizado.

Semana 17: Día 113: Entrenando bajo la lluvia

Me encanta correr bajo la lluvia. El motivo principal es que puedo hacerlo más libremente. Hay un mal que sufrimos los corredores, que tenemos que tolerarlo cada verano, y es el de los paseantes, que deciden salir a la calle porque la temperatura supera los 20 grados. Por supuesto que están en todo su derecho, y si queremos entrenar los tenemos que esquivar… ¡porque es lo que corresponde!

Los días en que llueve las veredas se despejan. No hay nada que se interponga en tu camino más que chapotear en los charcos. Por supuesto que no es lo mismo disfrutar del agua cuando hace frío que cuando hace calor. Un claro ejemplo pasó esta semana, entre el miércoles (diluvio) y hoy, sábado (diluvio, segunda parte). La experiencia previa fue más que agradable, con un calorcito muy ameno, a pesar de que era de noche. Dimos dos vueltas al Hipódromo y los simpáticos conductores nos salpicaron con agua de la calle en cinco ocasiones.

Hoy la cosa fue distinta. Había un poco más de viento y el termómetro andaba por debajo de los 20 grados. Así que lo padecimos un poquito más, pero en los momentos en los que estábamos quietos. Si te encontrás corriendo, entrás en calor. Es matemática pura.

Con el correr de los años adquirí algunas costumbres. Por ejemplo, llevo un pañuelo buff en mi muñeca para secarme la transpiración. Sí, incluso cuando está lloviendo. Descubrí que es bueno andar con algo así al alcance de la mano, porque cuando empezó a diluviar me lo puse en la cabeza. Aunque mis compañeros de los Puma Runners se reían porque parecía que estaba haciendo un chiste (llovía a baldazos) tengo que recordarles que ando siempre con el pelo rapado, y la mayor parte del calor corporal se escapa por la cabeza. Así que con ese pañuelo no sufro tanto el frío, protejo mis orejas, y estoy lo bastante calentito como para no congelarme.

A veces la lluvia se mete en los ojos y molesta. Hoy corrí con lentes de sol, pero solo porque me los encontré tirados en el piso y era más cómodo llevarlos puestos que en la mano. Ya había hecho algo parecido en La Misión, pero vistiendo anteojos con cristales transparentes. Mantiene el agua fuera de los ojos y permite correr más cómodo, que a fin de cuentas es el objetivo.

Hay que mantenerse caliente. Por eso es importante abrigarse cuanto antes, no quedarse demasiado tiempo quieto, y evitar mojarse innecesariamente. Aunque es divertido chapotear y meter los pies en las esquinas inundadas, me parece preferible saltar un charco si la opción existe. Toda esa agua impide que el pie recupere calor rápidamente, además de que suma peso (y, en consecuencia, nos obliga a usar más energía para correr). Las capas de lluvia son livianas y como son impermeables no dejan entrar el agua, pero tampoco dejan salir el calor corporal. Eso los hace un excelente abrigo.

Hubo días en que no me esperaba la lluvia y me la tuve que bancar a la vuelta. Pero en general intento llevar una muda extra. Poder sacarse la ropa mojada y ponerse seca es impagable. Alguna vez fui lo bastante vivo como para llevarme medias extra (pero suelo olvidar este detalle).

Y lo más importante, salir a enfrentar la lluvia es una declaración de principios. Es decir que no hay excusas para quedarse en casa lagarteando. Hay cosas más importantes que mojarse un poco. Después de todo, no cancelan las carreras por mal tiempo, y está bueno acostumbrarnos todo lo que podamos a un clima adverso… de esa forma, habrá una cosa menos que nos agarrará desprevenidos.

Semana 16: Día 110: Lluvia, ven a mí

Hace rato que dejamos de creerle al pronóstico del tiempo. Desde que en Buenos Aires cayó un granizo infernal que causó enormes daños a la carrocería de muchos automóviles, el Servicio Meteorológico Nacional emite un alerta cada vez que hay una ligera llovizna. Esto logró un efecto adverso: ya nadie se asusta, y nadie les cree.

Con esta desconfianza, no es de extrañar que ya ni siquiera le demos importancia al pronóstico. Probablemente hayan anunciado que hoy iba a llover. En mi cabeza está la imagen del desayuno, mientras apuraba mis cereales con jugo de naranja, de que el noticiero decía que íbamos a tener solcitos contentos con anteojos de sol durante el resto de la semana. Y a medida que pasaban las horas el cielo se iba a oscureciendo. Vicky, que sabe muchas cosas pero en especial de esto, me dijo «Esas nubes son de frío».

Fuimos al entreno de los Puma Runners, convencidos de que íbamos a tener ese clima soleado que nos prometieron. Porque si no podés confiar en un medio periodístico, ¿en quién confiamos?

Y ahí estábamos, equipados con nuestra musculosa, pantaloncito corto y la mochila con hidratación y algo para comer. A medida que se acercaba la hora de empezar a entrenar, el cielo se volvía más negro y empezaba a levantarse un viento frío. La lluvia no se hizo esperar, primero con grandes gotones esporádicos, después con una intensa tormenta. Germán, nuestro entrenador, nos preguntó si queríamos salir y darle una vuelta al Hipódromo. Dijimos que sí, casi sin dudarlo.

Creo que habitualmente, ante un clima como el que se avecinaba, hubiésemos reculado y nos hubiésemos quedado en casa, viendo alguna película o mirando por el balcón cómo se oscurecía todo. Pero después de estar en la montaña, con ventisca, y luego de caminar horas, empapados por la lluvia, esto nos parecía una pavada. Y nada mejor que estar mojados en un día de calor. Ni siquiera el agua que empezaba a acumularse en enormes charcos o lo que nos salpicaban los salvajes conductores nos amedrentaba. Sí, en verano cualquiera se hace el guapo, pero esas cientos de personas caminando o ejercitándose (y que nos impiden el paso) hoy se quedaron en casa. Solo unos pocos valientes estaban haciéndole frente a la tormenta y entrenando como si fuese un día como cualquier otro.

Y con Vicky somos de la política de que hay que entrenar en cualquier clima, porque las carreras pueden sorprenderte y hay que estar preparado para todo. Nosotros, felices con otro día de entrenamiento, mucho más divertido que lo habitual…

Semana 5: Día 31: Corriendo bajo la lluvia

Hoy fue uno de esos días de lluvia, donde el agua no cesa ni por un instante. Llovía cuando nos levantamos, a la hora del almuerzo, en la merienda y por la tarde, cuando decidimos salir a entrenar. Estamos a pocas semanas de La Misión, no podemos darnos el lujo de desaprovechar el día.

Instintivamente uno decide quedarse en casa cuando hay tormenta. Nadie quiere mojarse o pasar frío, y yo particularmente detesto tener los pies mojados. En varias carreras de aventura o trails es prácticamente imposible no hundir las zapatillas en el agua. Así que nos forzamos en salir a la calle, porque hay que acostumbrarse a esas cosas que no te gustan o te resultan incómodas. No convien enfrentarse a esas situaciones por primera vez en una situación de carrera.

Con ese mismo espíritu decidimos correr con las camperas impermeables que compramos para la misión. En mi caso tenía la que compré en el Decathlon, que además parecía bastante abrigada. Por eso me puse solo una remera por debajo. También me puse mis calzas, unos pantalones, unas medias muy feas (para poder arruinarlas sin problema) y las zapatillas Puma.

No hacía frío, pero llovía con bastante intensidad y el viento hacía que las gotas golpeasen de costado. Ya era de noche, y mi principal preocupación eran los autos (después de que te chocan en un día lluvioso, quedás marcado para siempre). Ralmente la campera evtitaba que me moje… pero por fuera. Por dentro el calor corporal condensó, y a eso le tenemos que sumar mi propia transpiración. Si bien terminé mojado, nada que ver a lo que hubiese sido con una campera cualquiera.

La situación era algo surrealista. Mientras todo el mundo se protegía con paraguas, o bajo algún techo, nosotros no le escapábamos al aguacero. De hecho, cuando salimos afuera y el viento y las gotas nos golpeaban en la cara, me sentí muy poderoso. Creo que hay una sensación de realización cuando uno enfrenta a la adversidad, cuando contra todos nuestros instintos, vencemos las inseguridades, los miedos, la incomodidad, y dejamos todo eso atrás. Me encontré corriendo con el agua por encima de los tobillos, chapoteando mientras los autos intentaban no hundirse. ¿Cómo no sentirse pleno ante una situación así? No puedo hablar por Vicky, pero creo que ella también sintió esa clase de orgullo, de ser uno de esos «loquitos» que corre como si hubiese sido un día más.

Los lagos de Palermo estaban completamente desbordados, aunque se supone que las zonas aledañas al Arroyo Maldonado se vieron beneficiadas por las obras aliviadoras de tormentas. Después de varios minutos de correr contra la corriente, decidimos desviarnos y encarar hacia Plaza Holanda, donde solo un tercio del trayecto estaba bajo el agua. Corrimos hasta lo que nos pareció sensato y volvimos a casa. Fueron 12 kilómetros, nada del otro mundo, pero una distancia que suma, sobre todo en un día que invitaba a quedarse en la cama, sequitos, mirando la tele. Pero, como siempre digo, uno nunca se arrepiente de salir a entrenar. Este día gris, con una lluvia incesante, no fue la excepción.

Semana 47: Día 322: Noche de lluvia y comics

Como ya he comentado en infinidad de ocasiones, una de mis actividades laborales y recreativas es diseñar y traducir cómics. Últimamente me he dedicado poco a eso, priorizando trabajos más rentables. Las carreras son caras, y comer sano también.

Pero el bichito de la historieta siempre anda picando. No suelo ir a eventos como fan, ahora voy atrás de un mostrador. Y es una actividad muy recreativa, porque me distiende y me mantiene alejado de la compu. Una de las licencias que manejamos son las historietas de Marvel. El proceso de hacer uno de estos cómics no es sencillo. Empieza en Estados Unidos, con un guionista, dibujante, entintador, colorista, letrista, editor y coordinador. Todos ellos sacan adelante el número nuevo de determinada serie. Después entramos nosotros, que le pedimos los archivos al dueño de las licencias, y entonces entran en escena un traductor, corrector, diseñador, imprentero, encuadernador y fletero, para que eso que vino desde allá en formato digital se transforme en una revista impresa.

Todo ese camino no es barato, y cada editorial aporta su estructura para llevarlo adelante. En las últimas semanas notamos algo que nadie me cree que no conocíamos, y es que en internet hay fans que escanean o descargan las ediciones originales, las traducen (lo que ellos llaman «tradumaquetar») y las cuelgan en internet, para que cualquiera las baje. En algunos casos lo hacen a pocos días de que ese título sale en EEUU, meses antes que nosotros. Por supuesto que, siendo que pagamos licencias, empezamos a denunciar esta actividad. Los norteamericanos (donde se alojan la mayoría de blogs y sitios de descarga gratuitos) tienen una ley reciente, la Digital Millenium Copyright Act (o DMCA) en la que uno hace una declaración jurada, con sus datos verdaderos, para pedir que eliminen el contenido sobre el que uno tiene derechos comerciales. Bueno, en más de una ocasión, además de borrar los posts, estos proveedores dieron de baja el servicio o eliminaron las cuentas de sus usuarios. Juro que nos alcanzaba con que quitaran el material.

Bueno, como las cartas las firmaba yo, de la noche a la mañana pasé a ser un neofacista que está en contra de la libertad de expresión, un retrógrado que niega que la internet es libre, un fascineroso que se enfrentó contra sus propios fans que no tenían fines de lucro… y esas son las expresiones más suaves. Nos compararon con el FBI versus Megaupload, nos insultaron y propusieron boicotear a la editorial. Todo porque nos pusimos en contra de que se siga regalando nuestra materia prima. Pensaba en los manteros de la calle Florida, y el daño que le hacían a los locales que pagaban alquiler e impuestos… ¿no hubiese sido más insultante para ellos que en su vereda se regalara mercadería similar a la que tenían ellos, en lugar de que se vendiese?

En fin, recibí varias amenazas, incluso insultos en este tipo de blog (en el muro de Facebook de la editorial ni hablar, pero ¿acá qué tiene que ver?). Hoy teníamos la presentación de dos libros relacionados con una historia en la que los Avengers (sí, los mismos de la película) se enfrentan con los X-Men (sí, también, los mismos de la película). Con el tema que se denominó «las comic-wars» (hay gente que exagera, en serio), temí que en el evento saliera el tema (tengo prohibido hacer declaraciones públicas…), pero a pesar de la constante lluvia, el lugar donde lanzamos los libros se llenó. Dijimos unas palabras, charlamos con el público, vendimos novedades, y regalamos sándwiches y gaseosa (lo que significa que yo no comí nada).

Creo que venía muy preparado a un escrache, o una pregunta incómoda, pero nada de eso pasó, y que mi cabeza no tiene precio como yo creí, o hay tan poco dinero para bajarme que nadie cree que vale la pena. Pero yo me pregunto, ¿está mal lo que estamos haciendo? No es para que me respondan, es retórico. ¡Obvio que no está mal! Las nuevas generaciones se mal acostumbraron a que en internet está todo, y creen que todo es de ellos. Seguramente sea un paradigma a punto de cambiar.

Rodeado de cómics, camperas y paraguas chorreando, me pregunté qué tan diferente es internet de la vida real, cuántas cosas estamos dispuestos a hacer (o decimos que haríamos) y qué tanto realmente hacemos. Quizá se nos complique correr mañana, pero igual vamos a intentar escaparle a la compu y a estar encerrados en casa. Internet es un tema que no congenia con el mundo real, y aunque paso más horas en la compu que corriendo, definitivamente encuentro más satisfacciones al aire libre, donde no hay hackers, ni piratas, ni tradumaquetadores.

Semana 46: Día 316: Si llueve, ¿se entrena?

La radio lo había pronosticado: el sábado iba a llover. Y mucho. Obviamente, después de una semana de poco o nada entrenamiento, nos la jugamos y fuimos. No hacía frío, así que ¿cómo desaprovechar una mañana de invierno donde se podía salir a la calle sin congelarse?

Llegamos a Acassuso, listos para correr. Ya empezaban a caer las primeras gotas. Pero el clima seguía siendo agradable. El entrenador miró al cielo. «Es una nube pasajera», mintió. Arrancamos bajo un cielo plomizo, solo con pantalón corto y una remera de manga larga como máximo abrigo. Las gotas caían, intermitentes, mientras avanzábamos.

Llegamos hasta Uruguay (la calle, no el país) y nos mandamos a hacer algunas cuestas. Los gotones eran cada vez más grandes, y por alguna razón se sentían fríos cuando te tocaban, a pesar de que el clima seguía siendo agradable. El entrenador, que seguía jurando que la lluvia era una nube pasajera, nos recomendó volver antes de lo esperado. Éramos muchos, estábamos lejos de la base (que, de todos modos, no era techada), y no quería que un chaparrón nos sorprenda sin estar abrigados.

Las gotas se empezaron a hacer más intensas. Marcelo, fiel compañero de entrenamiento, me pidió de tomar agua antes de salir. «¿Para qué?», le pregunté. «Vamos corriendo así», le dije, mientras trotaba miroandoal cielo y abriendo la boca (de todos modos, no recomiendo este sistema para hidratarse). Mientras buscaba mi botella dentro del auto del entrenador (en el que definitivamente no podía llevarnos a todos para volver a la base), las gotas intermitentes se transformaron en un chubasco que creía en intensidad.

El agua golpeaba en mi espalda mientras, con medio cuerpo dentro del vehículo, buscaba mi arma secreta. La había comprado para Yaboty, en diciembre, y desde entonces nunca la pude usar. Y ahí estaba, mi pilotín amarillo patito, esa prenda absolutamente ridícula, pero que bajo un chaparrón se iba a convertir en la envidia de todos. Ese pedazo de plástico liviano retenía mi calor corporal, y me protegía de mojarme la cabeza y el pecho. Pero me daba la suficiente comodidad para bracear y correr sin detenerme.

Los chaparrones era fuertes, constantes, casi una cortina de agua. Costaba ver, pero… ¡qué bien se sentía! Cuando el frío no es un factor, correr bajo la lluvia es uno de los placeres más intensos de la vida. Es la conquista máxima de la fiaca, y me hace sentir como un chico. Corrimos chapoteando, esquivando charcos y barro, e intentando no bajar a la calle. Confiábamos en que no íbamos a patinarnos, pero lo mejor es desconfiar de los automóviles, las patinadas, y los potenciales accidentes.

Muchos integrantes nuevos del grupo preguntaban si se entrenaba con lluvia. ¡Por supuesto! ¿De qué otra forma podrías practicar si una situación similar te sorprende el día de la carrera? Siempre hay que estar preparado, y si uno no pone la salud en riesgo, no hay que dejar de correr. Estoy convencido de que los que pasaban por la calle, sequitos en sus autos, nos estaban teniendo un poquito de envidia…

Semana 19: Día 128: Entrenando bajo la lluvia de verano

Mis fines de semana ya no son lo que eran.

Antes era entrenamiento el sábado, generalmente un fondo que rondaba por los 12 o 15 kilómetros (como mucho) y luego no hacer nada. Ver la tele, pasear por algún lugar no muy lejano, y poco más. De hecho podía pasar varias horas frente a la computadora, muy a pesar de mi media naranja (que esperaba, como corresponde, que me mantenga lejos de la herramienta de trabajo durante un finde).

Las semanas pasan, ya estamos a 32 de la Espartatlón, así que el kilometraje semanal aumenta. La idea era hacer 15 kilómetros el sábado, con 40 cuestas. Algo «light», ya que el anterior había alcanzado los 20 km. El día sábado amaneció nublado, pero igual salimos para zona norte en busca de esas calles en subida. Con el reloj con GPS fui controlando la distancia, la idea era ahcer 7,5 km de ida, con 20 cuestas, y después volver. Pero nos entusiasmamos, y calculamos mal. A la mitad todavía nos faltaban 30 cuestas, y al final hicimos 17,5 km.

No me preocupé demasiado por la distancia extra. El sol salió mientras corríamos y nos incineró un poquito. Transpirados y oliendo a hediondo, tomamos un tren, subte, tren y colectivo, llegamos a Banfield, y pasamos el día en la pileta de mi hermano.

Volvimos a casa cerca de las 10 de la noche. Me fui a acostar con el reloj, cosa de medir mis pulsaciones apenas me despertase (esto, se supone, sirve para indicar si me recuperé del entrenamiento del día anterior). No evalué dos cosas: primero, nunca dejé el GPS cargando, así que a la mañana pude saber que tenía 60 pulsaciones por minuto y la batería baja. Segundo, 17,5 km más 40 cuestas más el resto del día en la pileta es igual a un estado lamentable y poco motivador para enfrentar 30 km de fondo. Pero era lo que tocaba hoy domingo.

Intenté cargar el reloj, realmente le di tiempo, fui al baño, jugué a los jueguitos del celular, desayuné, acaricié al perro, desperté a Vicky y miré el cielo gris amenazar con lluvias. En un acto de determinación que conmovería a cualquiera, y después de dar 20 vueltas, salí a correr. La batería del reloj aguantó unos 10 minutos y empezó a hacer piripipip (signo de que estaba descargado). Lo de saber mis pulsaciones al terminar el entrenamiento era complicado, pero mucho más calcular la distancia. Iba solo 1,6 km. ¿Cómo hacía con el resto?

El fondo largo, ideal para mí, es elegir un punto lejano, ir y volver. Imaginé que podía ir de Belgrano a Retiro ida y vuelta, pero cuando llegué a la Avenida Libertador y vi que estaba al 5200, me di cuenta de que estaba más cerca de lo que imaginaba. Opté por ir a lo conocido, que es el circuito que hay en los lagos de Palermo. La batería del reloj me acompañó hasta los 2,94 km y se apagó por completo. Estaba a unos 300 metros de la zona donde solía entrenar, así que ya sabía que una vuelta al lago equivalía a 2 km. Armado de paciencia, empecé a dar mi primera vuelta de 12.

Los primeros kilómetros fueron los más difíciles. El cuerpo estaba poco relajado, la meta parecía muy lejana, y las rodillas comenzaban a quejarse. Por alguna extraña razón, pasada la mitad, todo parece más fácil. Llovió bastante, no como para incomodar, sí para refrescar. Corrí con los pies mojados todo el tiempo, lo cual no es muy cómodo. Voy a resumir dos horas y media de trote dando vueltas al lago, porque probablemente aburra más leerlo que hacerlo. No fue fácil, sin nadie con quien conversar se hace un poco tedioso. Solo contaba las vueltas y pensaba en bueyes perdidos.

Al terminar, Vicky me ayudó a contabilizar las pulsaciones, que estuvieron dentro de lo usual. Pero quedé destruido. Creo que, para no exigirme, fui a un ritmo lento y tranquilo, y tardé 2 horas 50 minutos. Las rodillas, los cuádriceps y las abdominales me dolían, y tenía los pies arrugados y más sensibles, por estar corriendo totalmente empapado. Aún después de dormir una larga siesta (cosa que no suelo hacer) me sentía totalmente abatido. No estoy acostumbrado a hacer entrenamientos tan duros sin un día de descanso en el medio, pero para llegar a la Espartatlón tengo que habituar al cuerpo y aumentar la exigencia.

Probablemente los fines de semana de acá en más se parezcan mucho a este. Mientras corría imaginaba eventuales entrenamientos, con lluvia pero en el invierno. Septiembre va a ser otoño en Grecia, así que no puedo quejarme, y tendré que habituarme a que el clima sea una incógnita hasta el día (y medio) de carrera…