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Semana 52: Día 363: Un fondo porque sí

Anteúltimo día del blog. Faltan pocas horas para que a medio mundo de distancia, en Atenas, salga el sol y 350 corredores enfrenten las calles de la Acrópolis, camino a Esparta, 246 km más adelante. Mientras tanto, aquí estoy yo, descalzo en mi departamento, soñando con estar ahí dentro de 52 semanas…

Ayer con los Puma Runners tuvimos un entrenamiento bastante duro. Hicimos un fondo de 13 km, que para los que nos tocó no nos representó un gran desafío, pero después nos tocó hacer musculación: abdominales y flexiones. Solo que en modo irregular, dinámico… en fin, exigente. Yo había ido a la mañana al gimnasio, fue día de pecho y tríceps, así que estaba particularmente exigido. Terminé agotado. Feliz, eso sí. A las 12 de la noche era el cumpleaños del Gato, uno de los personajes más queribles dentro del grupo. Yo, por cuestiones monetarias, no iba a poder acompañarlos a la cena, que se iba a extender hasta después de la media noche.

Saludé a todos y me fui a la parada del colectivo. Gracias a Randazzo, hace meses que el tren deja de pasar a las 21:24 de la noche, lo que me hace imposible tomármelo de regreso (los entrenamientos suelen terminar cerca de las 22 hs). Cuando finalmente llegué a la esquina y comprobé las líneas que me iban a acercar a la parada del 152 (que sí me acerca a mi casa), me di cuenta de que no tenía mi tarjeta SUBE. Ella descansaba tranquilamente en el escritorio, en mi departamento. Tampoco tenía las 20 mil monedas que hacen falta para viajar hoy sin subsidio. Volví rápidamente a ver si enganchaba a alguien del grupo, pero se habían ido todos. Sin plata, de noche y solo… ¿qué opciones tenía?

Empecé a considerar la posibilidad de volver corriendo. Lo había hecho el jueves anterior, ese hermoso fondo que me dio 24 kilómetros. Pero era de día, tenía agua, y no estaba cansado… Con mañana de gimnasio, entrenamiento exigente por la noche, y siendo las diez… la idea de hacer una media maratón para llegar a mi casa no me tentaba demasiado. O sea, en el fondo sabía que si lo hacía, hoy tenía un excelente post para escribir. Pero para un día me parecía demasiado. Además quería levantarme temprano para ir al gimnasio… o sea, ¡por algo me quería volver temprano y me había perdido la cena cumpleaños del Gato!

Fui caminando con un cierto dejo de derrota hacia Libertador, donde iba a comenzar mi peregrinaje hasta Retiro. Pasé por la estación de tren de Acassuso y se encendió la esperanza… había gente esperando el tren. Eran ilusos, como yo. Me quedé esperando y a los 20 minutos el cartel electrónico anunciaba el próximo servicio a los 18 minutos. La cuenta regresiva se detuvo a los 7, cuando volvió a marcar 18. Quedó así, congelado, mientras la gente asumía la gran mentira del tren Mitre y dejaban el andén desierto. Me quedé solo, el cartel en blanco… y volví a reflotar la idea de volver corriendo. Pero el Gato, el héroe de la historia, me dijo que estaban cenando a 15 cuadras, que vaya y me prestaba su tarjeta SUBE. Hice un trotecito y cuando llegué di mucha pena. Me invitaron la cena y comí como un cerdo (comida vegana, por supuesto). A las 12 cantamos el feliz cumpleaños y a la 1:30 estaba finalmente en mi casa, después de un viaje en colectivo donde me dormía todo el tiempo.

Me levanté absolutamente roto. No pongo el despertador porque creo que así uno se despierta lo más descansado posible. Eran las 8 de la mañana y me dolía todo del entrenamiento de ayer. ¿Para qué quería ir al gimnasio? Apenas podía moverme. La mejor medicina para los dolores del deporte es el movimiento. Eso lo sé y lo he comprobado. Desayuné mientras me debatía entre ir al gimnasio o empezar a trabajar. Arranqué la jornada laboral, y mientras tanto iba mechando con frases motivacionales en mi twitter. No las invento. Las vi en inglés y las que me gustaron mucho las traduje:

«Cuando estés a punto de renunciar, recuerda por qué comenzaste».

«La motivación es lo que te hace empezar. El corazón es lo que te hace seguir».

«VA a doler. VA a tomar tiempo. VA a requerir dedicación y sacrificio. Pero VA a valer la pena».

«Si lo que hiciste ayer te parece mucho, es que no has hecho nada hoy». -Lou Holtz

«El dolor de la disciplina es mucho menor que el dolor del arrepentimiento». -Sarah Bombell

«Tu mente va a renunciar 100 veces antes de que tu cuerpo lo haga. Siente el dolor y sigue».

Lo mejor fue que a medida que las iba escribiendo… ¡me iba motivando! Ya a esa altura no lo pude evitar y dejé todo lo que estaba haciendo, salí a la calle y me fui a correr a la Reserva Ecológica.

Me fui sin una meta precisa. ¿Cuánto correr? ¿10 kilómetros? ¿30? ¿Qué camino? Sentía la cuenta pendiente del fondo que no fue de anoche… así que como había dejado de lado unos buenos 21 km, ese iba a ser el piso. Todavía era temprano, las 9:30 de la mañana. Estaba fresco, pero al sol era agradable. En la Reserva, ya con tierra y pasto bajo mis pies, me sentí muy bien. Corrí siempre abajo de los 5 minutos el kilómetro. Un morocho musculoso me pasó así que lo usé de liebre cuando ya había pasado los 13 km. Ahí estábamos los dos a 4:30. Empezó a bajar la velocidad, lo pasé y lo perdí. Improvisé el camino todo el tiempo, intentando que cada vuelta fuese distinta. Es increíble lo que hicieron con ese lugar: le agregaron un lago artificial y ahora están sumándole bancos y alguna clase de estructura metálica que no sé qué será (si son soportes para publicidad, la van a arruinar).

No quiero ahondar en cómo fueron esos 24,7 km que corrí, pero me olvidé de todos los dolores. Aguanté con el agua que hay en la Reserva y con unas pasas de uva en mi bolsillo. Y pensar que en las carreras ando obsesionado con geles y tantas pavadas innecesarias…

Llegué a casa transpirado, cansado, e inmensamente feliz. Me encanta improvisar, y creo que me di una merecida sorpresa con este fondo fuera de mis planes. Por suerte compré ese discurso traducido que estaba compartiendo vía Twitter. A veces hay que comprar el discurso que uno vende.

Semana 52: Día 362: Cómo explicar la pasión

Varias veces me dijeron que tenía que tener cuidado con los títulos de los posts, porque a veces no se entendía bien de qué iba a hablar. Siendo que nuestra capacidad de atención es limitada, probablemente debería optar por frases contundentes, que atrapen al curioso de entrada. Bueno, este post no es el mejor ejemplo de título contundente, y lo lamento por los que se lo pasen de largo.
Cuando Tim Burton decidió estrenar Batman en el cine (año 1989) decidí que me gustaban los cómics. Me parecían geniales, y mi primera revista me la compró mi abuela en la estación de Banfield. Era de Batman, por supuesto. Pronto descubrí que salían cada 21 días, así que empecé a coleccionar. Cuando tuve nada menos que TRES REVISTAS se las mostré a mi primo. Yo estaba orgulloso. Después de todo… ¡era Batman! Mi primo quitó su atención de la tele, posó su mirada en mi escueta confección por un segundo y regresó a lo que estaba viendo por TV.
¿Cómo podía no interesarle? ¡Era Batman! Pero ahí entendí que full hecho de que yo estuviese entusiasmado era un fenómeno aislado que no era inmediatamente universal.
Pararon los años y empecé a correr. Mejoré mis tiempos, coleccioné medallas, acumulé remeras, fotos, videos… pero me fui dando cuenta que esa pasión que sentía solo la podía compartir con los que les pasaba lo mismo que a mí. Como cuando me junto con los fans de Batman y debatimos si hubiésemos podido ser el hombre murciélago de haber entrenado cuerpo y mente desde los ocho años.
Le he contado experiencias de carrera a mucha gente que ni hace deporte, pero bien podría hablar de 8 kilómetros como de 42, y muchos no verían la diferencia. ¿Cuánto es un buen tiempo de maratón? Para el que desconoce, si le decimos que full récord mundial son 4 horas, ¿por qué dudaría de nuestra palabra? (El récord está en dos horas y moneditas)
Por eso es que entrenamos en grupo, nos metemos en foros, le damos like a páginas. Nos sentimos a gusto al rodearnos de gente que se apasione por lo mismo que nosotros. Nos ahorra explicaciones y sabemos de qué estamos hablando. Obviamente que yo encuentro una satisfacción muy grande cuando veo a alguien que desconoce del running y quiere consejos. Cuesta mucho explicar la pasión, por eso es tan lindo contagiarla.

Listo, ya está. Se terminó el post de hoy. ¿Por qué seguís acá?
Dijiste que ibas a explicar cómo contagiar la pasión… y más o menos te hiciste el gil con eso.
Y bueno, justamente es muy difícil explicar la pasión. Ronda lo imposible.
– Pero el título del post dice justamente lo contrario. Bah, da a entender que vas a explicar cómo contagiar la pasión…
– Sí… pero también aclaré que había que buscar atraer al curioso… y después, por las dudas, dije que este título no era muy bueno…

Semana 51: Día 353: Tiempo de valientes

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Frío y lluvia. Aquí es donde se dividen los corredores amateurs de los espartanos. Es tiempo de valientes, es hora de demostrar cuánto nos dejamos llevar por nimiedades y hasta dónde estamos dispuestos a sacrificar.
Hoy es un verdadero día invernal. Hace rato que llueve y todos pensamos «¿entreno o me quedo en casa?». Y la comodidad tira, pero correr no es cómodo. Si no duele, si no cuesta, si no nos hace transpirar… ¿para qué hacerlo?
No corremos para tomar atajos, lo hacemos para superarnos. Para, justamente, salir de nuestra zona de confort.
Hoy llueve mucho y hace bastante frío. La lógica de la comodidad podría indicarnos que nos quedemos secos y bajo techo. Pero, si me preguntan a mí, prefiero abrigarme, ponerme algo impermeable y averiguar hasta dónde puedo llegar. Porque puede llover y refrescar en cualquier carrera. Ya sea en una competencia de calle como en Patagonia Run, La Misión o la Adventure Race Pinamar, el frío y la lluvia nos puede sorprender. Y yo quisiera estar ahí algo preparado. Una carrera es el último lugar para improvisar (no por nada entrenamos). Y si nos vamos de viaje al sur, en un día como hoy, no nos vamos a quedar en el hotel.
Aplaudo a los valientes que no le temen a las inclemencias del clima. Hoy elijo unirme a ellos y averiguar qué me depara el destino.

Semana 50: Día 344: Por qué la Media Maratón de la Ciudad va a ser excelente

Hace tres años yo corría la Media Maratón de la Ciudad de Buenos Aires… colado. No me había inscripto, y fui a acompañar a mi prima Vero y a una amiga. Casi que un par de días antes me había enterado de su existencia, el cupo máximo era de 10 mil corredores (este año se alcanzaron los 17 mil 500) y yo venía de hacer carreras de aventura… o sea que me preocupaba eso de aburrirme con el asfalto.

Fue la única vez que me colé en una competencia, aprovechándome de los recursos asignados para los corredores, como agua y medallas. Ahora parece una anécdota de un principiante, porque miro hacia atrás y es algo que no volvería a hacer. En esa oportunidad, con Semana 52 apenas empezando, hice 1 hora, 57 minutos, 35 segundos.

Esta, junto con la Maratón de la Ciudad, se convirtieron en mis carreras de calle favoritas. Tengo la oportunidad de imponerme con mis piernas en zonas vedadas a los peatones. Me intriga cómo va a ser el recorrido por la 9 de Julio, ahora que está el Metrobus. Pero es otra cosa más por la que quiero estar ahí.

Pronostico que mañana va a ser un gran día. Lejos va a quedar el diluvio del día de hoy, y estoy seguro de que el sol va a brillar. Ni siquiera parece que vayamos a tener frío, ya que se pronostican unos 15 grados para la largada. Aunque sean 8, ahí estaré, solo con mi remera.

El gran cambio de aquella media maratón de 2010 y la de mañana es que casi todos los Puma Runners vamos a estar ahí, corriendo. Salvo contadas excepciones, la mayoría del grupo se enganchó y estará probándose en esta clásica carrera. Para mí es una alegría muy grande, quiere decir que estamos muy unidos y que cada uno decidió vencer aquel prejuicio que tenía de que la calle era aburrida. Más de uno está corriendo 21 km por primera vez en su vida, una marca maravillosa para romper.

Es difícil para nosotros, los que vivimos en Buenos Aires, verla con ojos de turista. Pero correr por sus calles (y autopista) le da a uno una visión muy diferente. Seguro que va a ser un mar de gente y la largada será siempre complicada, pero todo va a valer la pena. Hoy me encontré con Juanca, lector, comentarista habitual de este blog, y nuevo amigo, que me regaló un medallero hecho con sus propias manos. Él está de visita desde Venado Tuerto, y va a poder ver la media maratón con más ojos de turista que yo. También me voy a juntar con Nico, otro habitué del blog, y los tres iremos hacia la largada, a ver qué tan cerca podemos dejar el auto (el primer gran desafío de mañana). Y haber hecho amigos con Semana 52 es realmente algo muy poderoso para mí. Ya en la entrega de kits de ayer se acercaron a saludarme, y es algo que nunca deja de sorprenderme. Este blog es la mejor experiencia que he tenido en mi vida, me ha ayudado a crecer y a probar cosas nuevas.

El recorrido de los 21 km ya de por sí vale el esfuerzo. Encontrarse con amigos, nuevos y de larga data, le suma muchísimo al evento. Y correr por Benicio, el recién nacido al que operaron del corazón el miércoles pasado, cierra todo el paquete. Porque a veces no nos damos cuenta de que las cosas que hacemos, incluso algo tan personal como correr, puede tener mucho impacto en el otro. Correr no solo nos ayuda a nosotros mismos, también inspira y le da fuerza y motivación a quienes lo necesitan. Mañana va a ser un gran día, y estoy muy contento de formar parte de él.

Semana 43: Día 297: Cubetera, ahí vamos

Otro día, otro post actualizado desde el celular. Si leen groserías es culpa del autocorrector.
Ahora que vivo solo, quise aprovechar y volver al gimnasio. Nadie me lo impedía, yo fui el que decidió acomodarse los días de una manera, y ahora me pinta hacerlo de otra. Extraño mucho empezar el día en un gimnasio, así que me puse en campaña y encontré uno muy bueno a 15 cuadras de mi actual departamento.
Quiero aprovechar también mi cercanía a la Reserva, y volver a entrenar fondos por mi cuenta. Esto es algo que solía hacer hacer,y estando en pareja (aclaro para que no parezca que me dejé de lado, simplemente el día no tiene suficientes horas). Mi objetivo es que en el próximo año de Semana 52 esté en mi pico máximo a nivel atlético, y eso empieza mañana. Hoy me inscribí, así que arranco el día bien temprano con musculación.
Imagino qué va a pasar. Me voy a entusiasmar y después me va a doler todo. Tengo que ser medido y pasar esa semana (o quincena) bastante penosa. Después será cuestión de mantener.
Hace un tiempo me dijeron que era imposible que tuviese los abdominales de Brad Pitt porque era vegetariano y no tenía buenas fuentes de proteínas. De hecho, logré demostrar lo contrario, a medias. Gané músculo (hasta un kilo por mes) con una dieta ovolactovegetariana. Estuve lejos de la cubetera de Brad Pitt, pero me faltó constancia y determinación. Ahora me siento motivado, y quiero darle el último ajuste a mi dieta, eliminando los alimentos que me van a restar. Adiós harinas blancas, alimentos refinados y el azúcar. Va a ser muy difícil, pero si fuese fácil no sería un desafío.
La cubetera se obtiene con dieta y cardio. Además me va a venir bien desarrollar la fuerza abdominal y ensanchar hombros. Giannis Kouros, campeón griego de la Espartatlón, tenía un tronco desarrollado, y posiblemente eso le ayudaba a impulsarse en cada paso.
Hoy, todo esto es una auto promesa. Mañana empiezo a hacerlo realidad.

Semana 42: Día 293: Siguiendo tu progreso

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Ayer, en el entrenamiento con los Puma Runners, nuevamente escuché algo que es demasiado habitual, y es esa especie de imagen de fanático del entrenamiento y la dieta que tienen de mí. Intenté, con torpeza y sin llegar a buen puerto, explicar que depende de con quién me compares puedo parecer un talibán de la nutrición, pero a mis ojos estoy lejísimos del extremismo. Pero bueno, no hubo caso.

Siempre pienso en las cosas que hice y cuáles funcionaron. Sé que ponerme seis comidas diarias (cuando hacía dos) fue clave. También lo fue tomar más agua y hacer un click mental de tener paciencia y constancia. Sabía que tenía que llegar al año, y eso me puso un objetivo, además de que me quitó presión. Los cambios más bruscos se dieron al principio, mucho antes de lo que esperaba.

Pero… si me encontrara con una persona que no me ve desde hace diez años, no lo podría creer. ¿Constancia, yo? Si abandoné los estudios de periodismo por el tedio que me causaba. Ni siquiera me destaqué en la secundaria, mucho menos en educación física. Tengo una colección de novelas que decidí escribir y que no pasé de la primera página. Empecé un diario íntimo y lo abandoné al segundo día. Montones de proyectos sin terminar (sin empezar algunos), pero ESTE funcionó… ¿por qué?

Pensándolo un poco, sospecho que fue el haber hecho un seguimiento diario. Al principio, cada dos semanas, me tomaba una foto de mi tren superior, para llevar un registro de mis cambios. No me enloquecía la idea, pero me parecía que de esa forma me obligaba a tener un compromiso. Estaba ahí, en la web. Como no soy todo lo constante que algunos creen, hubo muchas veces donde no actualicé la bendita foto, pero los cambios se veían, eran «palpables» (si cabe la palabra). Y escribía todos los días, lo hice durante dos años, religiosamente. Anotaba lo que me pasaba en el cuerpo e internamente. Sin proponérmelo, tengo anotadas las experiencias de todas mis carreras, de las ciudades que visité, de las lesiones que sufrí y de las comidas que me ayudaron (y las que no).

Debo volver a citar el libro que estoy leyendo actualmente, «Nutrición y peso óptimo», de Matt Fitzgerald, ya que en un capítulo habla del Principio de Heisengberg. Se trata de un principio de incertidumbre, que establece que cuando se observa un fenómeno a nivel subatómico, este cambia. Algunos creen que el hecho de obervar algo genera un cambio sobre aquello que se está observando, entonces nos metemos en la trampa filosófica de si fuimos nosotros, con nuestra curiosidad, los que generamos ese cambio. Fitzgerald lo baja a algo más cotidiano, como «la olla que se mira nunca hierve». Al observar las cosas, alteramos su curso en muchos otros dominios de la vida humana. «Lo que puede ser medido, puede ser controlado», y esto se aplica a la salud y al propio cuerpo.

La mejor forma de ganar control sobre algo es monitorizarlo sistemáticamente. El esfuerzo grande que hemos de aplicar para poder hacerlo, explica Fitzgerald, lo convierte en una prioridad más elevada y ayuda a mejorar este aspecto (del cuerpo, por ejemplo), independientemente de otros esfuerzos. Yo tenía alarmas en el celular para recordarme cada una de esas seis comidas diarias. Empecé a investigar qué comía, tanto lo «nuevo» y más sano como aquella comida chatarra que estaba dejando atrás. Me hacía estudios periódicos con mi nutricionista, que me iba indicando cómo bajaban los niveles de grasa en mi cuerpo. Me hacía análisis de sangre unas dos veces al año. Iba al gimnasio y comparaba los cambios que sentía cuando iba cinco veces por semana y cuando iba solo dos. Y anotaba todo.

Hoy me relajé un poco, aunque para algunos siga siendo un fundamentalista. Hay cosas que las convertí en un hábito. Hubo un momento en que borré todas las alarmas del celular, porque ya el cuerpo me pedía comida a las horas indicadas (y lo sigue haciendo). Ya como fritos o gaseosas y me caen espantosamente mal. Con algo de experiencia previa, estoy por volver al gimnasio, y sé que me va a funcionar porque aprendí qué cosas sirven y cuáles no. Quizá no me observe tan rigurosamente como antes, pero evidentemente estar pendiente de los cambios y tener este blog me ayudó mucho. No esperaba que nadie lo leyera, mucho menos que me escribieran para opinar o compartir experiencias propias. Pero aprendí eso, que tomar nota sobre mis cambios hizo la diferencia en todo, y generó una sinergia que hizo crecer tanto al blog como a mí mismo. Y si lo pudo hacer alguien como yo, que comía todos los días un cuarto de pan con cantidades industriales de Mayoliva mientras empezaba la décima novela que nunca iba a terminar… ¿por qué no podría hacerlo cualquiera?

Semana 39: Día 269: Mi lugar en el mundo

Cuando empecé terapia, hace ocho mil años, el tema que llevé era que no encontraba mi lugar en el mundo. Vivía en la casa de mis padres, no tenía trabajo ni estudiaba. Ni siquiera mi pieza se sentía mía.
Mi otro gran tema de terapia eran las mujeres. No porque ellas fueran malas ni nada por el estilo, sino porque yo no sabía cómo tratarlas. Vivía creyéndome el mejor partido, pero que nadie parecía notar. Era un cóctel de depresión de un adolescente tardío. Y mi psicóloga me dijo algo que me quedó grabado: «Estás atravesado por tu apellido» (Casanova, para los que recién se enteran).
En ese momento creía que el equilibrio estaba en tener mi propio espacio, una novia y hacer esas cosas que hacen los adultos (conducir un automóvil, tener una caja de ahorro). Esto fue promediando el 2000. Hoy, por suerte, veo las cosas diferente. En el camino encontré mi vocación y descubrí que algo que odiaba como el running me iba a gustar mucho. Aprendí que el lugar en el mundo que buscaba no era un espacio físico, y si bien dejé terapia, las mujeres siguen siendo un misterio para mí. Pero estoy bien, conforme con mis decisiones y con proyectos. Creo que lo que no tenía antes, que me angustiaba, era eso: me faltaban metas, perspectivas. Todo me parecía chato y que nunca iba a cambiar (claro, era yo el que tenía que cambiar).
Hoy estoy viviendo temporalmente en lo de mi prima Vero. Me costó, pero me sentí cómodo. Estaba cerca del entrenamiento, con espacio para trabajar. Y casualmente, cuando me relajé y no seguí considerando un problema no tener un lugar propio donde vivir, la mamá de Vero me consiguió un departamento. Chico, pero bien ubicado. Cerca de Retiro, para tomar el tren al entrenamiento con los Puma Runners, y a pocas cuadras de la Reserva Ecológica. Un lugar que podría funcionar.
Creo que las cosas se terminan de acomodar si uno tiene paciencia (y colabora). Está podría ser mi oportunidad.
Y si no lo es, ya habrá otras. Porque mi lugar en el mundo ya lo encontré. Solo necesito cuatro paredes para guardar mis cosas y tirarme todas las noches a dormir.

Semana 38: Día 262: Carpe Diem

Todos hemos visto esa escena de «La Sociedad de los Poetas Muertos» (y si no lo hicimos, deberíamos) en la que el personaje de Robin Williams les explicaba a sus alumnos el concepto de Carpe Diem: latín para «Aprovecha el día». Casualmente era el lema del Westminster, institución que fuera mi escuela primaria (hasta que me expulsaron por mala conducta, aunque para los parámetros de hoy yo sería un santo).

Uno pensaría que por el hecho de tenerlo en el escudo, en la remera y en el boletín de comunicaciones, ese concepto lo teníamos muy presente. Pero nadie se molestó en explicármelo (excepto por vos, Robin Williams), así que no lo incorporé muy a fondo.

Es más, creo que en la secundaria también lo teníamos en el escudo… no lo recuerdo bien, pero lo comento para que vean la poca importancia que le daba al Carpe Diem…
¿Han cambiado las cosas para mí hoy? Supongo que sí. Ayer, domingo, fue el día del padre, pero tuve que meterme en una convención de ciencia ficción en el Once, encerrado mientras el público se quedaba en su casa porque llovía o querían pasar el día con su papá. Yo tuve que trabajar por necesidad (podría haber visto a mi viejo y pedirle plata, pero estoy intentando cortar el cordón umbilical con mis padres), así que invertí mi fin de semana en trabajo.

Esto no me parece una forma de Carpe Diem. Trabajar es una necesidad, es como lo que se supone que tengo que hacer.

Tenía poco margen, ni siquiera las suficientes horas de sueño. La voz en mi cabeza de «quedémonos en la cama un resto más» se había despertado antes que yo. Lloviznaba y estaba nublado. Hacía frío y tenía que estar a las once de la mañana con el stand armado y listo para atender a toda la gente que no fue a la convención. Había dormido 5 horas. ¿Pero por qué no iba, al menos, a correr un ratito?

A las 8:50 salí de la cama, me vestí y me fui a entrenar. Fui derecho por Figueroa Alcorta y Salguero hasta la Reserva Ecológica. Las llaves en un bolsillo, el celular haciendo de radio FM en el otro y una botella de Powerade en la mano.

Hice ida y vuelta para terminar 50 minutos después en el punto de partida. Tiempo suficiente para desayunar, bañarme, prepararme el almuerzo (que lo llevé en un tupper), ir a comprar fruta para kids colaciones y llegar 10:50 a la convención en el Once.

Me esperaba un día aburrido, lejos de la familia, pero al menos calcé esa horita para mí. Fue una linda forma de empezar el día y encararlo con pilas.

Arrancar la mañana contento… me parece el mejor modo de hacer un Carpe Diem.

Semana 37: Día 259: Correr es mi terapia

«Menos drama, más running», me dijo un asiduo lector de este blog. Me justifiqué, pensando qué podía esperarse, si no tengo control sobre mi propia vida.

Bueno, quizá eso no sea del todo correcto. Por supuesto que tengo control, no estoy en mi posición actual por mala suerte o por un designio de los dioses. Cada uno hace su propia suerte. Pero puede pasar que uno esté inmerso en una situación en la que no se siente realizado. Y esa sensación de frustración empieza a tirar hacia abajo.

Fueron semanas difíciles, pero podrían haber sido peor. Tuve contención de mucha gente, pasé una primera estadía genial con mi hermano y su novio, y ahora estoy en el barrio top de Recoleta. Estos días me sirvieron para pensar, y mi prima me pidió que me relaje, que podía quedarme acá el tiempo que quisiera. La separación, el ir y venir, y unos niveles de energía emocional bastante bajos hicieron mella en mi trabajo. Me la pasaba mirando departamentos en la web, yendo a conocer a dueños e inmobiliarias que o no me cerraban o yo no les cerraba a ellos. Mientras tanto, corrí con mis amigos de Puma Runners, e hice algo que estando en pareja había dejado de lado: juntarme a cenar después del entrenamiento. Me anoté improvisadamente en carreras, e intenté afianzar vínculos con la gente a la que había visto poco en los últimos tiempos.

Con todas esas preocupaciones, correr era mi terapia, me daba balance, y me ayudaba a poner las cosas en perspectiva. Lo pongo en pasado, porque todo ese retraso por andar con más drama que running hizo que me atrasara mucho con el trabajo. Toda esta semana estuve trabajando en una revista infantil, un número uno, en jornadas maratónicas. Había días en que me acostaba a las 4 de la mañana y me levantaba a las 8 para seguir. También tenía que mechar con otros compromisos laborales, como los cómics de OVNI Press que edito, así que casi no veía el mundo exterior. La meta era terminar todo el lunes, después lo pasamos al miércoles y finalmente la entrega fue el jueves. Fue durísimo, tuve que sacrificar entrenamientos, aquello que me ayudaba emocionalmente. Pero entregamos la primera edición, el número 1 que iba a salir en julio. Y ese mismo día me enteré que esta revista no va a salir. Al menos el mes que viene, y quizá se retrase a febrero.

Fue un golpe tremendo. Tanto sacrificio para nada. Me quedé mirando la pantalla, mudo, si saber qué hacer. Ni siquiera el Candy Crush, que tenía abandonado desde hacía mucho tiempo, me servía para sacarme todo este tema de la cabeza. Correr… no era una opción. Estaba realmente rendido físicamente. Solo me dio para sentarme a escribir la reseña de la nueva película de Superman. Me fui a dormir a la medianoche… y me desperté ocho horas después. El sueño más largo que tuve el último mes.

Uno creería que me levanté, me puse las zapatillas y salí a la calle a entrenar. Pero no. Seguía muy cansado. Afuera parecía fresco, y todavía tenía trabajo atrasado. Consideré que lo mejor era seguir adelantando y esperar. El fin de semana tengo que trabajar en una convención de cómics, así que la mejor perspectiva era correr el lunes. Quizá algo bien temprano, si estaba descansado, el domingo.

Dudé mucho, y apliqué una técnica que aprendí durante estos años de blog. Mientras pensaba montones de motivos para quedarme entre estas cuatro paredes, empecé a vestirme con mi ropa deportiva. Las medias de running, el pantalón corto, la remera, el reloj con GPS. En mi cabeza se repetía la misma cantinela: «Mejor me quedo y aprovecho el tiempo trabajando». Desayuné, fui al baño, y busqué en internet el destino a donde tenía que ir: la baulera, que tenía cosas que empezaba a necesitar.

No quería salir, me parecía que estaba todavía agotado de estas sesiones durísimas de trabajo y ese sueño que no alcanzaba. Pero ahí estaba, en la calle, buscando señal del GPS, con un fresco que no me esperaba. Así fue que empecé a correr. Tosía de vez en cuando, las piernas me pesaban más que nunca. Pero corría. Ya a la primera cuadra me había olvidado por completo todo ese drama que me impedía salir. Es más, me pregunté por qué había buscado retrasar esto. Poco importaba el agotamiento físico, había algo muy poderoso en ponerle el cuerpo al bajón.

La baulera estaba a poquito más de 6 kilómetros. Me anuncié así como había llegado, transpirado (pero relajado). Busqué mis cosas (ropa interior, remeras que no sean para correr, unos papeles que necesitaba, cous cous, vaselina sólida, levadura de cerveza) y volví al departamento de mi prima. Me dolieron muchas cosas, como la cadera del lado izquierdo, un poco la planta de los pies… y me pregunté qué pasaría si, corriendo la maratón en Río de Janeiro, sentía lo mismo. Pero no me preocupé. Sabía que no es tan difícil sobreponerse a las inseguridades. Basta con empezar. Salir a la calle, sin pensar demasiado, y poner un pie delante del otro.

Cuando llegué, después de casi 13 km, era otra persona. Ya sé que la próxima vez que salga a correr va a ser más fácil. Posiblemente me levante temprano el domingo y aproveche lo cerca que estoy de Avenida del Libertador para tirar algunos kilómetros. Cuesta arrancar, pero una vez que lo hacés, todo se hace cuesta abajo.

Semana 37: Día 255: Los 21 km de la Mizuno Half Marathon

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Como comentaba en posts previos, en un arranque de improvisación decidí inscribirme en la media maratón que se corría en Vicente López. Uno generalmente se prepara para este tipo de carreras, averigua quién la organiza, o cuál va a ser el recorrido. Yo me anoté porque la corrían dos amigos míos de los Puma Runners. Nada más que por eso.

Al momento de la inscripción estaba viviendo en Caballito, en el departamento de mi hermano y Seba, su pareja. Me trataban muy bien, me daban comida vegana, y no me obligaban a pasear al perro (tamaño caballo). No me podía quejar. Pero bueno, un poco me quejaba. No está bueno instalarse indefinidamente en el hogar de una pareja, porque por más que te prometen que no molestás, uno siente que está todo el tiempo en el medio. Tampoco tenía un lugar fijo para trabajar, y le buscábamos la vuelta para que yo estuviese cómodo y mi hermano pudiese atender a sus pacientes. Mi prima Vero me insistió en que me instale por unos días en su departamento de Recoleta, y con la media maratón encima, me pareció que era más prudente salir desde este barrio que desde Caballito.

La largada era a las 7 y media de la mañana. Si salía desde lo de mi hermano iba a tener que levantarme a las 4. Mudado e instalado en lo de mi prima, terminé yéndome a dormir a la 1:30. Con todo el dolor del mundo madrugué, me cambié y salí a encontrarme con Pablo, un amigo que corría y me alcanzaba a la meta. Lloviznaba, lo que parecía un mal pronóstico para la carrera.

Como decía antes, me mandé sin saber absolutamente nada. Solo que el organizador era TMX, lo cual para mí es una buena referencia. Sin embargo hubo un detalle que me pareció poco feliz, y fue que el chip se entregaba de 6 a 7 AM, previo a la salida (que, recordemos, era 7:30). Desconozco si hubo algún problema, pero yo estaba como cortando clavos, porque no sabía si íbamos a hacer a tiempo. A la hora de la salida todavía era de noche, pero por suerte la llovizna desapareció como por arte de magia.

Largamos 7:40, un brevísimo retraso que quizá tuvo la colaboración de esta extraña logística de los chips. Salimos Pablo, Lean, Germán y yo, cada uno a su ritmo. Yo estaba con poco sueño e improvisando, y sinceramente no tenía ganas de hacer marca. Fui a estar con mis amigos, impulsado por su presencia. Tenía ganas de acompañarlos, estar ahí como apoyo moral o para dar consejos. Quería disfrutar del paisaje y no estar todo el recorrido tensionado, sufriendo el esfuerzo físico desmedido. Es algo que también quise hacer en las Fiestas Mayas. Creo que no tengo que demostrarme nada. No quiero ser el más rápido, y la meta espera a todos, desde el primero al último. Como un buen libro que lo dosificamos porque no lo queremos terminar, yo también quería disfrutar un poco más de cada carrera.

Me apegué a Lean, un Puma Runner de la nueva generación, quien tiene un muy buen ritmo pero vive siempre relegándose para acompañar a alguien. Esta vez decidí que iba a ser él quien estuviese acompañado. Salimos desde el costado del río, y dimos una larga vuelta que nos hizo cruzar por el costado de la largada. No lo sabíamos en ese entonces (yo, al menos, que caí de paracaidista), pero esto de hacer círculos y pasar por el mismo punto más de una vez fue la característica de esta media maratón, y el punto que yo más le critico. 21 kilómetros es una distancia suficiente para unir Provincia con Capital. Permite hacer a pie cosas tan raras como salir desde la cancha de Boca y llegar a la de River, o hacer un ida y vuelta desde Colegiales hasta Olivos. Pero lo que fue una ventaja para los fotógrafos que no tuvieron que salir a perseguirnos porque les pasamos por al lado cuatro veces, para los corredores se volvió un poco tedioso.

A ver, la organización fue un reloj. Todo funcionó perfecto, la hidratación, las indicaciones, el puesto de frutas. Todo bárbaro. Pero el recorrido era muy monótono. Pasamos por calles de asfalto, estacionamientos… y repetíamos tramos, que hacíamos de ida y después de vuelta. En ciertos puntos, sobre todo cerca del final, parecía que girábamos en cada esquina, zigzagueando constantemente. Al principio pensé que era yo el quisquilloso que se quejaba, pero me fui dando cuenta de que no era el único.

La carrera no tuvo sobresaltos. En un momento lloviznó, lo cual prometía hacerlo más interesante, pero enseguida paró. Mientras corríamos no se sentía el frío (todo lo contrario), así que agradecí haber tenido el instinto de dejar las calzas en la mochila. Después de cruzar la mitad del circuito en una hora exacto, le dije a Lean que nuestro objetivo podía ser que la segunda mitad fuese más rápida. Aventuré «1:58:00» como meta. También le prometí que no lo iba a presionar, cosa que no pude cumplir.

El entusiasmo hacía que caltando pocos kilómetros, instintivamente aceleráramos. Íbamos cómodos, tratando de banar de 5 minutos el kilómetro. Sobre el final, y faltando a mi promesa, empecé a presionar a Lean para que acelerara. Le pedí una progresión. El pobre, con la lengua afuera, ponía su mejor cara y con mucha enteresa y caballerosidad me ignoraba por completo. Por reflejo, estando a pocos metros de la meta empecé a acelerar, pero vi que Lean mantenía un ritmo constante. No quise cruzar solo, así que me resistí al sprint final y cruzamos codo a codo. El reloj nos indicaba que habíamos cruzado en 1:55:19, mucho mejor de lo que esperaba.

Por supuesto, al frenar y enfriarme, empecé a temblar como una hoja al viento y a sufrir el espantoso clima. Tuvimos una tregua y en todo el recorrido el tiempo estuvo bastante benévolo, pero cuando la gran mayoría habíamos terminado, empezó a llover con insistencia. Por suerte estábamos desayunando, refugiados en una estación de servicio, compartiendo anécdotas de la carrera que todos acabábamos de terminar.

Dejo algunas instantáneas de carrera, pero esta vez desde afuera: suelo sacar yo las fotos, pero ahora temí por la lluvia y dejé la cámara bien guardada…