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Correr 246 km… otra vez

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«Vamos que te quiero ver lagrimear en la llegada», me gritó Charly desde su auto. Hacía casi 24 horas había llegado en su chata para asistirme en el Ultra Desafío, la prueba que emula al Spartathlon pero que se hace acá nomás, en Argentina. No tenía planificado llorar (aunque finalmente lo terminé haciendo, con lluvia de mocos y todo), pero aunque estaba a menos de una hora de terminar los 246 km que separan el Obelisco de San Nicolás, no era la primera vez en esa carrera que mi cara se empapaba de lágrimas.

Vayamos unas horas más hacia atrás. Estaba corriendo solo hacia Gobernador Castro, un pueblo que nunca hubiese visitado si no hubiese sido por el Ultra Desafío. Me había unido oficialmente a la organización después de su segunda edición, en el año 2017, luego de haber participado como corredor, subestimado el clima de Noviembre y sin haber llevado suficiente abrigo para la noche. La carrera se terminó suspendiendo en el km 145 (seguramente encuentren mi reseña de aquel año en este blog). La comisión directiva de esta prueba (que a veces cometemos el error de llamar «carrera» porque oficialmente es un «megaentrenamiento financiado en forma colaborativa») organizó una cena para cerrar el año y sumarme como organizador. La cita fue en la casa de Ale Fasano, tremendo y carismático ultramaratonista que contestaba todos los mensajes del grupo de Whatsapp con audios y que tenía una risa simpática y muy contagiosa. Me gustaba correr con Ale y su esposa, Gloria. Los dos tenían un ritmo que me resultaba cómodo y siempre estaban atentos a esos consejos que a veces doy sin que nadie me los pida.

La última vez que corrí con Ale fue en uno de los relevamientos del Ultra Desafío. Cada año solemos correr distintos tramos para ver que todo sea seguro para la carrera, estudiar si hay caminos mejores y, ya que estamos, entrenar un poco. Gobernador Castro está a 60 km de la línea de llegada, algo que para muchos puede ser una distancia imposible de hacer en toda su vida, y que para nosotros es «ahí nomás» de la meta. Con Ale nos dijimos «¿Te imaginás cuando estemos corriendo por acá?», porque además de organizarla, era la carrera que soñábamos correr y terminar. Era el año 2018, nuestro deseo era hacer esos 188 km y que el envión nos llevara como sea hasta la Basílica de San Nicolás. A los pocos días de haber corrido por este pueblo, quizás un par de semanas después de habernos confesado el sueño compartido, el corazón de Ale se detuvo mientras dormía. Fue un golpe durísimo para todos, algo injusto e inexplicable. Dudamos si continuar con el Ultra Desafío o no, pero algunos decidimos hacerlo, al menos como un homenaje a él y a ese sueño que quería para sí mismo y para todos los que pudieran sostener un esfuerzo de esa magnitud.

El Ultra Desafío de 2018 fue raro. Casi estábamos viviendo juntos con Vale (lo oficializamos empezado el año 2019) y ella se iba metiendo de a poco en mi mundo de ultramaratones. Un exceso de entrenamiento combinado con no reemplazar calzado muy gastado me generó una tendinitis aquileana. No había podido entrenar todo lo que quería, no sabía qué comer y había salido corriendo al ritmo de alguien que quiere ganar este tipo de ultramaratones. Cuando llegué al check point 3, en Zárate, miré a Vale a los ojos y le dije que quería abandonar. Ella me acarició mi cabellera transpirada y me dijo «Vamos a casa».

El Ultra Desafío de 2019 fue más raro todavía. Logré recuperarme del tendón de Aquiles, pero quedó «algo» ahí. No me casé por capricho, amo a Vale, se convirtió en la compañera que necesitaba, así que quería pasar más tiempo con ella. Salir a correr, algunas veces, no pareció prioritario. Tampoco cuidarme con las comidas. O sea, muchos nos casamos para poder dejar de cuidarnos, ¿no? Bueno, yo me casé por amor, pero algo de eso empezó a jugarse en mis hábitos. En algún momento me cayó la ficha: había perdido el hambre. No me refiero a las ganas de comer, sino el ansia de los objetivos, de superarse, de desafiar los límites. En 2014 estaba en Grecia, corriendo el Spartathlon, con el estómago cerrado, obligándome a comer, ignorando un desgarro en el tibial derecho, jurando con ojos chispeantes y espuma por la boca: «De acá me sacan con las patas para adelante». Pero hoy ya no tengo ese fuego en mi interior, no sé en qué momento lo perdí (quizás en el momento en que llegué a la meta del Spartathlon). Esa falta de hambre, de cara a este tercer intento de completar el Ultra Desafío, me preocupaba.

Igual empecé a cuidarme con las comidas. Bajé de peso (perdí mucha grasa pero también un poco de músculo). Prioricé entrenamientos en cuestas y escaleras para darme calidad sobre cantidad. Cambié viajes en tren y colectivo por trotes. Fui a votar todo transpirado, intentando que las gotas de sudor no cayeran sobre las boletas del cuarto oscuro. Pero por sobre todas las cosas prioricé no lesionarme. Llegar a la línea de largada sin haberme roto antes. Para romperme estaba la carrera.

Las semanas previas al Ultra Desafío 2019 fueron difíciles. Mucho estrés en el trabajo (amo a la editorial, incluso cuando me lima el cerebro) y de todo por resolver. ¿Iban a entregarme la ropa a tiempo en la lavandería? ¿Qué iba a comer durante la carrera? ¿Cuándo iba a tomarme el tiempo para comprar lo que me faltaba? Resolví las cosas como pude, aprovechando los pequeños espacios de una agenda repleta. Tomé muchos de los consejos de Romina, mi nutricionista; los que funcionaron en el pasado como los que se agregaron en las últimas semanas, y armé un archivo Excel con todas las paradas de la carrera. Ahí tenía 58 puntos hasta la meta con 8 check points que tenían un estricto horario de corte. Quise hacerlo sencillo pero no pude. Empecé a poner en una columna el número de puesto, luego el kilómetro en el que estaba, la distancia hasta la siguiente parada, al lado horario en el que abría y en el que cerraba, qué iba a comer, a qué hora estimaba pasar por ahí y cuánto tiempo creía que iba a tardar al siguiente puesto. Puede parecer sencillo, pero estuve tres días armándolo. Lo imprimí la tarde previa a la carrera. Hice tres copias y una de tamaño bolsillo para mi riñonera. Volví del trabajo a casa para terminar de prepararme y descansar, convencido de que me iba a ir a dormir a las 9 de la noche, pero terminé apoyando la cabeza en la almohada a las 11. La alarma sonó a las 3:30 de la mañana, desayuné, junté mis cosas, me despedí de Vale y me fui al Obelisco.

La carrera largó puntual a las 5, antes de que saliera el sol. De los siete corredores que partimos era el único representante de la organización, así que todos dependían de que los guiara. No me esperaba esa responsabilidad, tenía una idea muy vaga de cómo avanzar por las calles de Capital. De hecho casi nos hice tomar un camino completamente equivocado, hasta que alguien se dio cuenta y nos corrigió el curso. Empezó a amanecer, el clima estaba ideal para correr. En cada puesto sacaba mi listita y leía qué me tocaba comer o beber. Recibí algunas burlas por mi machete, pero poco tiempo después demostré su efectividad.

No puede ser un Ultra Desafío si el clima no hace de las suyas. Empezó a lloviznar y si me quedaba quieto en un puesto, empezaba a tiritar. Corriendo se pasaba inmediatamente. Me mantenía conectado con Vale, que hasta último minuto me preguntaba si necesitaba que me trajera algo de casa. El plan era que Charly la levantara con la chata en casa, para luego sumar a Juan Pablo, y que en el km 90 me estuviesen esperando para hacerme asistencia hasta la meta. Ese punto de encuentro no era caprichoso. Era el Atalaya de Zárate, donde había abandonado el año anterior por mi tendinitis. Ahí donde Vale me peinó con ternura y me llevó a casa a descansar era donde yo había decidido que empezaba oficialmente mi carrera. Casualmente (o no) fue el puesto donde dejó de llover. Eran las 15:30, llevábamos 10 horas y media corriendo y el sol partía la tierra.

En este punto estaba Gloria preparada para hacernos masajes. Involucrarla nuevamente en la carrera, después de la pérdida de Ale, parecía necesario para todos. Me alegró mucho tener su asistencia, sentí que continuaba un legado. Ya había aprendido del Spartathlon que los masajes en una ultra tan larga hacen mucha diferencia. Sumado a que ahí comenzaba a tener a Charly y Juan Pablo para que se alternaran corriendo me daba confianza de que iba a llegar a la meta. Recuerden esto: yo ya no tenía el hambre de 2014. Nadie me iba a sacar con las patas para adelante. Ya había abandonado el Ultra Desafío en dos oportunidades. ¿Qué podía cambiar este año?

Mi equipo consistía en Juan Pablo y Charly, dos corredores a los que estoy entrenando, quienes iban a hacer 60 km cada uno para dejarme aproximadamente a 30 km de la meta, donde los horarios de cierre indicaban que caminando se llegaba a la meta. Pero muchas cosas podían pasar en los 214 km previos y para eso estaba Vale con su listita de comidas, kilómetros y horarios. Ella se encargaba de tener todo listo en los puestos, de decirme cuánto faltaba para la próxima parada y de sostener una promesa. Le exigí que, por favor, no me dejara abandonar. Si le decía que quería bajarme del Ultra Desafío, ella debía dejar de lado sus instintos matrimoniales y obligarme a continuar.

A diferencia de otras carreras, me sentía bien. Sospechosamente… fuerte. Entero. Con energía. ¿Era la comida? Por supuesto que lo era. Planificar recibir unos 40 gramos de hidratos de carbono y 500 cc de líquido por hora (y cumplirlo) hacía que estuviese de pie, trotando y sin ganas de volverme a casa. Juan Pablo y Charly se alternaban 10 km cada uno, trotando o al volante. Las horas pasaron, bajó el sol. Si llegar al kilómetro 90 era el primer desafío, el segundo era pasar la noche. No puedo decir que hacía frío, pero salía de cada puesto temblando. Algunas partes de la carrera son sobre banquina, y aunque teníamos la escolta de Gendarmería Nacional, me daba bastante miedo correr tan cerca del tráfico. Tomamos medidas de seguridad extra, algunas obligatorias y otras opcionales: chaleco reflectivo, luz frontal y una linterna que me enganché en el brazo, apuntando hacia atrás, pensando en el tráfico que yo no podía ver venir. Cada vez que podía tomaba la colectora. No me importaba si eso me sumaba metros extra. Algunos corredores pueden preferir el asfalto porque devuelve más impacto y da más velocidad. Yo venía de lesionarme el tendón de Aquiles, además de que soy corredor de montaña, así que para mí la tierra, el pasto y hasta las piedritas eran mucho mejor opción.

Si contara cada detalle de esta carrera probablemente a ustedes les tomaría 36 horas leerla, pero voy a lo importante: ese plan que armé medio a las apuradas, aunque con el apoyo de años de experiencia, funcionó. Corrí toda la noche a un ritmo sostenido, con energía, sin sed ni hambre. Mientras los otros corredores me miraban raro por correr sobre pasto o vereda, yo iba a mi ritmo, cómodo. Cuando estaba llegando a un check point subía la velocidad porque sabía que me alejaba varios minutos del horario de cierre. ¿Para qué usaba este tiempo que ganaba? Casi exclusivamente para masajes descontracturantes de Gloria.

En un momento, mis asistentes empezaron a sucumbir por el sueño. Les propuse que me dejaran correr un par de puestos solo. Lo peor ya había pasado. Me costó convencer a Juan Pablo de volver al auto a dormir unos minutos. Así fue que estaba solo al costado de la Ruta 9, con el auto y mis asistentes esperándome, ya totalmente de día. Empecé a llegar a Gobernador Castro, a esa ciudad que solo visito por el Ultra Desafío, donde con Ale imaginábamos que íbamos a estar a nada de la meta. Y mientras corría de nuevo por ahí, totalmente solo, hundido en el silencio de las primeras horas del día, empecé a sentir una revolución en mi cabeza. ¿Por qué Ale no estaba ahí, físicamente, cumpliendo su sueño? Empecé a apurar el paso mientras caían las lágrimas. Cuando llegué al puesto intenté esconder mi llanto, pero Vale me vio y se preocupó. Le pedí que caminara unos pasos conmigo para charlar. Se me cortaba la voz intentando explicar lo significativo de ese lugar. Charly caminaba unos pasos más alejado. Quizás intuyó que me pasaba algo y quiso darme espacio, pero si quería verme llorar, esa fue la primera oportunidad que tuvo. Nos las ingeniamos con Vale para no darle a nadie ninguna explicación de lo que me pasaba. Ella me recomendó tener pensamientos positivos y concentrarme en llegar.

Se suponía que en Gobernador Castro teníamos la carrera adentro y que todo lo demás era cuesta abajo. Qué equivocados estábamos, Ale. Hasta ahí todo funcionó: el ritmo, la comida, el clima. A partir de ahí empezó lo más duro. Vinieron todos los fantasmas y empezó el tercer desafío: salir del «Rompecabezas», un extenso camino de 20 km de la nada misma. Claro, abajo de tus pies hay suelo. Algunas piedritas, polvo que levanta algún auto ocasional. A la derecha pastizales, a la izquierda las vías de un tren que nunca va a pasar. Arriba cielo despejado. Y nada más. Hay pocos puntos de referencia y las distancias parecen multiplicarse. En lugar de las paradas cada 4 o 5 km como indica el reglamento, empezamos a frenar cada 2 km. Podrían haber sido 10 porque yo no notaba la diferencia. Quería escaparme de algún modo. Mis corredores asistentes ya estaban fundidos, habiendo sumado entre ambos casi 120 km. Cada vez que el auto frenaba para esperarme, me subía al asiento trasero, me tiraba encima de los bolsos y cerraba los ojos. Soñaba que no estaba ahí.

Vale sacó un as en la manga. Cuando vio que pedirme que no me acueste y no me duerma no funcionaba, aprovechó su plan de datos y me mostró un video de mis sobrinos gritando: «¡Vamos, tío Martín! ¡Tú puedes» (Sofi lo decía muy clarito, Mateo con su chupete en la boca era más indescifrable, pero se entendía). Eso fue una verdadera inyección de motivación, pero lo que cerró el trato fue cuando me mojaron la cabeza y la nuca con un botellón de agua. Era el mediodía y el sol estaba vertical sobre mí. Agachado, yo solo veía mi sombra proyectada en el piso y cómo un chorro helado bajaba desde arriba hasta mi cara. El agua caía sobre la tierra seca, que la chupaba como una esponja. Tenía público hinchando por mí, margen de tiempo y las ganas de que ese camino recto se terminase. La única salida era para adelante.

Esos fueron mis kilómetros más lentos, pero de pronto estaba corriendo de nuevo. Llegué al anteúltimo check point. Si los horarios de corte permitían llegar caminando, con el tiempo extra que tenía podía avanzar arrastrándome. Me senté un momento, me volví a mojar la cabeza (una sensación maravillosa cuando hacen 35 grados) y después de descansar unos minutos, volví a correr. Ese pueblo se llama Villa Ramallo. Sus árboles y veredas con pasto deben tener una extensión de unos… 500 metros. Nuevamente volvimos a un camino polvoriento que, en ese contexto, era la nada misma otra vez. Tenía fuerzas renovadas, dije «no hagamos más lo de frenar cada 2 km». Fui sincero, realmente creí que tenía lo suficiente para tirar más lejos, pero rápidamente me di cuenta que estaba exagerando. Nuevamente hicimos paradas cortas con mucha ingesta de líquido y agua en la cabeza.

Aquí debería marcar una de las grandes diferencias que viví entre el Ultra Desafío y el Spartathlon. En Grecia se me cerró el estómago y encontré mucha dificultad para pasar la comida a partir del km 100. Me obligué a comer porque sabía que si no era imposible llegar, pero reduje las porciones que tenía planificadas. Faltando unos 20 km mi equipo de asistencia aceptó que dejara de comer sólidos y me mantuviera el último tramo con lo que ya tenía. En ese camino polvoriento, a 20 km de llegar a la Basílica de San Nicolás, nuevamente dije adiós a los sólidos, pero no se me cerró el estómago en ningún momento. Pude comer y tomar todo lo que estaba en el Excel hasta ese punto. Ahí sentí que, al igual que cuando estaba acercándome a Esparta, podía seguir con lo que estaba en el organismo, manteniendo solo la ingesta de líquidos.

Finalmente salí de ese segundo y eterno camino polvoriento. Ahí llegó la gran desilusión. Mi Excel tenía al detalle cada punto y cada kilómetro. Todo coincidía a la perfección… salvo la última parte. Lo que eran mis últimos 7 km a la meta terminaron siendo 11 km. Venía todo perfecto, estábamos finalmente en San Nicolás, y las letras impresas en ese papel decían que faltaba 1 km para la meta… pero yo conocía ese camino. Había hecho el relevamiento varias veces. Compartiendo mi decepción, mi equipo de asistencia reconoció que estábamos 3 km más lejos de lo que creíamos. Me senté en el banco de la parada de un colectivo y me quedé mudo, paralizado. No podía pensar, tampoco moverme. Fueron unos segundos en silencio, nadie atinó a hacer nada más que volver a mojarme la cabeza. Ayudaba, pero no era suficiente. Hasta que Juan Pablo, que ya estaba en ojotas, con los pies partidos de dolor, me dijo «¿Querés que te acompañe?». Fue como si me ofreciera a llevarme en sus brazos. Le dije que sí y empezamos a correr juntos.

Es increíble lo que una oferta así puede hacer para un corredor. Ni siquiera sabía que lo deseaba tanto hasta que me lo ofreció. Charly, detrás del volante, me arengó pidiendo ver lágrimas en la meta.

La ventaja de esas veredas de San Nicolás era que había algo de sombra. Corrí como pude, con 240 km encima pero todas esas ganas de llegar. El plan se había decidido de antemano: iba a cruzar la meta de la mano de Vale. Su apoyo todos estos meses ayudándome para que entrenara y todo ese día entero donde se fijó que comiera y que tuviera ropa seca (llegó a secar mis medias mojadas y olorosas en la secadora del baño de una estación de servicio) hacían que ese triunfo fuese de los dos.

Cuando uno se está acercando a la Basílica de San Nicolás, entre los árboles y por encima de las casas empieza a asomarse la cúpula. Cuando le vi volví a sentir esas ganas incontenibles de llorar. ¿Era real? ¿Había salido el día anterior del Obelisco para llegar hasta ahí a pie? ¿Era seguro correr entre veredas rotas, bajar y subir cordones, con la mirada nublada por las lágrimas? Me contuve todo lo que pude, hasta que le di la mano a Vale y corrimos juntos los últimos 50 metros. De fondo me esperaba la cinta para cruzarla. Caían mis lágrimas. Un perro se apareció de atrás nuestro y cruzó la línea de llegada antes.

Llegamos y abracé a Vale. Le pedí que me acompañara, porque el Ultra Desafío no está completo hasta que no se toca la pared de la Basílica. Finalmente lo hicimos y sin quitar mi mano de ese muro rugoso, la abracé y lloré fuerte, como si no tuviese consuelo. ¿Qué sentí? Alivio de haber terminado. Felicidad inmensa. Mucho agradecimiento. Humildad. Y en el fondo sentí pena por mí. Fue como si fuese otra persona que mirara toda la línea de la vida desde afuera. En un instante entendí todas las veces que me subestimé, que pensé que era un inútil, que sentí que no me merecía ser feliz. En ese instante todo se acomodó y tuvo sentido. El esfuerzo rinde frutos. La planificación minimiza las chances de error. Si te rodeás de la gente indicada te potencia. Todos merecemos cumplir nuestros sueños si realmente ponemos nuestro foco en eso.

Charly tuvo la oportunidad de verme llorar (hay fotos, de hecho). Si alguna vez quieren explicar la frase «llorar a moco tendido» pueden usarme de ejemplo.

Pero esta es solo la parte de mi historia. Otros cinco corredores llegaron a la meta, algo totalmente inaudito para el Ultra Desafío, que venía de un finisher en 2016, cero en 2017 y dos en 2018. Nuestro sueño como organizadores era tener cinco finalistas, que es lo que nos pidió la organización del Spartathlon para tenernos en cuenta y que esta prueba sirva para clasificar en la madre de todas la s carreras en un futuro. Hicimos nuestra parte, ojalá todo lo que venga después sea mejor.

Alguna vez dije que quería completar este Ultra Desafío para retirarme del ultramaratonismo. Se ve que se corrió la voz porque cuando me despedía de los otros finalistas me pedían que por favor no me retirara. El mundo del ultramaratón es maravilloso. El lugar donde he visto más solidaridad en toda mi vida. Pero requiere de hambre. Yo no sé si voy a seguir teniéndola. Quiero poner el foco en formar una familia, dedicar mi tiempo a mi esposa, a la casa. Me demostré que puedo lograr todo lo que me proponga. ¿Qué tal si me propongo algo distinto a correr? ¿No me sacaría eso de mi zona de confort? ¿No sería eso un «ultra desafío» para mí?

En principio sé que quiero vivir esta carrera desde el otro lado, siendo asistente. Quiero devolver todo lo que di. Si vuelvo a correr una ultra o no se verá con el tiempo. Ya me estuvieron criticando porque estoy anotado para los 160 km de Patagonia Run en 2020 pero la montaña y la calle no son lo mismo para mí. Son dos mundos que se cruzan en muchos puntos, pero que requieren de ritmos diferentes. En la montaña un chocolate me da la energía para seguir avanzando, pero en la calle me dejaría tirado en el piso, retorciéndome.

Igual, los que conocen a los corredores, saben que cuando prometemos que no volveremos a hacer una carrera es porque estamos relajados y no queremos pensar tan adelante en el tiempo. Quizá, no lo prometo, en algún momento vuelva el hambre, y si está el plan adecuado y la gente adecuada, surja una nueva aventura que sea digna de contar.

El día de Star Wars 2015

El día de Star Wars 2015

La Carrera: La Star Wars Run comenzó en Argentina el 4 de mayo de 2014, exactamente el Día de Star Wars. El origen de esta celebración se encuentra en que la famosa frase «May the Force be with you» («Que la fuerza te acompañe»), suena parecido a «May the fourth», o sea 4 de Mayo en inglés. Lo que empezó como un chiste entre los fans se convirtió en una celebración mundial.

El año pasado, el Club de Corredores y Disney organizaron esta carrera de 6 kilómetros, donde convivían los que disfrutaban de correr, los fanáticos de las películas y los que se encontraban en la mitad.

Ya hacía rato habíamos compartido entrenamientos con el director y conductor Seba De Caro, y cuando me dijo que se quería anotar para correrla, no pude evitar acompañarlo. Quería estar ahí para ser testigo de su primer intento en una competencia, y más en esa distancia, todavía desconocida para él (con el correr de los meses la superó con creces).
Las diferencias de la edición 2015 fueron varias. Primero, Seba pasó a ser el conductor en la previa y la llegada, por lo que no pudo participar como corredor. Pero yo sí, y tenía conmigo a mi hermano Santiago. Esta vez le tocaba a él ser el debutante.

Segundo, la «gran» diferencia respecto a 2014 fue que esta vez se corrían 7 kilómetros. MIentras que el año pasado cada mil metros representaba a uno de los episodios (la trilogía original y la de las precuelas), en esta oportunidad, a pesar de que estamos anticipando el estreno de Episodio 7 el 17 de diciembre (el día de mi cumpleaños, para qué negar ese dato), esta vez no hubo más que carteles indicadores de los kilómetros, con un diseño discreto pero no alusivo a cada capítulo de la saga.

La tercera diferencia, y la que probablemente hacía más divertida esta entrega, fue que se podía optar por correr por el lado de la Fuerza o de la Oscuridad, con una remera azul para los buenos (con el escudo de los Rebeldes) y la roja para los malos (con la insignia del Imperio Galáctico). Yo me puse del lado de Luke y Yoda, mientras que mi hermano encaró para los Sith.

El evento estuvo atestados de fans, muchos disfrazados de pies a cabeza o con máscaras, sables de luz y maquillaje. El público era tan diverso que adelante estaban los que iban a ganar, en el medio los que corrían para llegar, y atrás los que caminaban y sacaban fotos. Todos recorrieron la distancia, se divirtieron y conmemoraron la saga que, a casi cuatro décadas de su debut, sigue capturando la imaginación de gente de todas las edades.

En lo personal, nunca había corrido con mi hermano. No tenemos poderes ni entrenamiento Jedi, pero sí un enorme aprecio porque somos mellizos (aunque por el poco parecido hay quienes dicen que venimos de madres distintas). Él me endiosa porque cree que no podría correr las distancias que yo corro, así que decidí compartir esta aventura con él y que conozca mi mundo desde adentro.

Tuve el buen tino de avisarle un día antes que le había gestionado una inscripción, y pasó por diversos estados: pánico, euforia, nervios, alegría. Finalmente, cada uno con su remera fosforescente, fuimos al Hipódromo de San Isidro y aunque hicieron dos largadas separadas por color de remera, faltando poquitos minutos para que el cronómetro diera inicio a la carrera, fusionaron los dos coloridos grupos y pudimos correr a la par.

Si bien habían prometido hidratación en la mitad de la carrera, no llegó hasta el kilómetro 5. Eso fue duro porque era a lo que le veníamos apuntando. Santiago hizo un esfuerzo enorme, inédito para él, ya que su vida como padre, empleado y músico no le dejan momentos para entrenar. No me separé de él en ningún momento, cuando sentía que no podía más intentaba distraerlo con otros temas, y aunque caminamos en tres oportunidades para recuperar el aire (por muy pocos metros), cruzamos la meta a toda velocidad. La música de la celebración del final de Episodio I nos acompañó en ese sprint final, y fue realmente mágico. Uno de los momentos más emotivos que viví en una carrera, y que promete ser el primero de muchos para la dupla Casanova hermanos.

Lo bueno: La remera, que brilla en la oscuridad, es un hallazgo. Alguien dijo que la de la Fuerza debería brillar en la luz, pero no se pudo. La organización estuvo bien (tampoco fue impecable) para lo que es gestionar a más de 10 mil corredores, más familiares y acompañantes en las gradas. La marea de remeras del mismo color es una vista imponente.

El plato fuerte de esta carrera fue sin dudas la conducción de Seba de Caro. No lo digo yo porque lo aprecio y es mi amigo, sino porque es así. Mi hermano, que solo lo conoce de la tele, lo vio hablando con el público y me dijo «¡Es un showman!». La trivia de Star Wars, la química con el público, todo salió en tiempo, natural y divertido. No imagino alguien mejor para conducir este evento.

Lo malo: La hidratación debió haber estado mucho antes, en mi humilde opinión. Si bien 7 km no es un desafío para un corredor experimentado, los que encaran esta distancia por primera vez deberían tener una «excusa» para detenerse, hidratarse, y seguir. Además estaría bueno que dejaran de dar agua con bajo contenido de sodio, ya que solo está indicada para hipertensos. Quienes estamos bien de la presión arterial necesitamos sí o sí agua CON sodio.

Es imposible que con tanta convocatoria, las cosas no se vayan de las manos. Si bien todo salió de forma muy fluida, cuando los 10 mil corredores fuimos al guardarropas para buscar nuestras cosas y cambiarnos, reinaba el caos. No se sabía cuál era la cola, el orden, y aunque había como 30 personas de la organización organizando las devoluciones, se demoró demasiado. ¿Hay solución para esto? Posiblemente no, y la lección sea que quizá convenga no dejar las cosas en el guardarropas si después vamos a querer irnos rápido a casa.

El veredicto: Star Wars Run es una carrera muy divertida, que hay que vivir de punta a punta (en la previa, la competencia y la llegada). Lo que podía hacerse bien se hizo muy bien, y lo que podía fallar falló muy poco. El crecimiento que tuvo en un año pone la vara muy alta, y seguramente en 2015 la podamos disfrutar con los nuevos personajes que conoceremos este año.

Puntaje:
Organización: 9/10
Kit de corredor: 6/10
Terreno: 7/10
Hidratación: 7/10
Nivel de dificultad: Para cualquier corredor, en especial los que recién se inician.

Puntaje final: 7,25

120 km en Patagonia Run 2015

Patagonia Run 2015

La carrera: Entre el viernes 10 y el sábado 11 de abril se corrió la sexta edición de Patagonia Run, una carrera muy profesional que va ganando adeptos cada año. Aunque el nombre alude a la palabra «correr» en inglés, se trata de trail running, que tiene más relación con subir y bajar montañas, en gran medida caminando.

La modalidad de separar las distancias en 10, 21, 42, 70, 100 y 120 km hizo que cualquiera que tuviese intenciones de probarse en la montaña, sin importar su nivel, pudiera hacerlo, y eso permitió reunir a más de 2600 corredores de todo el planeta. La novedad de este año fue el debut de los 120 km, que se corrieron entre las 21:30 del viernes y 22:30 del sábado, una prueba que, cuando se anunció en la charla técnica de Patagonia Run 2014, pensé que solo un loco podía querer hacer. Un año después, me encontraba entre esos locos, dispuesto a intentar esta dura prueba.

Siempre destaqué que la organización de Patagonia Run, a cargo de TMX y NQN eventos, era muy buena. Cabría aclarar que en San Martín de los Andes prácticamente se corre una carrera como esta cada fin de semana, seguramente por el atractivo de los paisajes, pero el atractivo particular de esta competencia es saber qué cosas no me van a fallar como corredor. La montaña te muele a palos, y uno se levanta para seguir avanzando y después recibe otra paliza más. Y otra y otra. Es importante, estando agotado, saber que los puestos están donde deberían, que habrá agua y comida, que gente capacitada va a velar por uno, y que no lo van a considerar un número más. Llegar a un puesto de asistencia y que alguien sea tan rápido como para buscarte en una planilla por tu número de corredor y empezar a llamarte por tu nombre de pila habla de una actitud diferente hacia el atleta. No me hacen sentir un cliente, y el aliento es constante.

El terreno para cualquiera de las distancias es muy variado, con poquísimo asfalto, muchos caminos de tierra, senderos y trepadas, algunas muy pronunciadas. El clima es un factor que hace que una carrera pueda cambiar completamente. Mientras que en años anteriores los corredores soportamos viento, temperaturas de menos de 10 grados bajo cero, barro y piedras con una patinosa capa de hielo, este año la ausencia de lluvias cambió muchísimo el panorama. Por ejemplo, el ascenso al Cerro Colorado, que en esta edición solo estaba en el circuito de 100 y 120 km, no fue tan extremo como otras veces. Al haber muy poco viento, la sensación térmica no bajó. Si bien hubo tramos a la madrugada con muchísimo frío y se sintió la helada de las primeras horas de sol (con el pasto escarchado), con un abrigo adecuado se hizo muy tolerable. La bajada de este cerro, que siempre es muy peligroso por el hielo sobre las rocas, fue muy estable y permitió resolverlo con mayor rapidez. Por otro lado, otro ascenso complicado, el del Cerro Quilanlahue (presente en las distancias de 70, 100 y 120 km), fue especialmente más agotador, por la gruesa capa de tierra que hacía más arduo cada paso.

Estos factores, que en algunos puntos favorecieron y en otros complicaron, hace que la planificación de la carrera nunca pueda ser precisa. Quizá quienes estén más experimentados en montaña puedan hacer una previsión, pero las ultramaratones tratan en muchos casos de improvisar y resolver en el momento. Por ejemplo, después de casi dos horas de ascenso al Quilanlahue, por culpa de no haber previsto tener la suficiente hidratación encima, estábamos agotados y muy desanimados. Una pera mordida al costado del camino, llena de tierra, se convirtió en el manjar más exquisito que me permitió reponer energía y alcanzar la cumbre. Hoy, sentado en mi silla frente a mi computadora, en mi cómodo hogar, podría parecer un espanto, pero en ese instante de carrera se convirtió en mi supervivencia.

Aunque la intención con Jorge, mi improvisado compañero durante casi toda la carrera, fue alcanzar la meta de día, conforme pasaban las horas se ajustó a «nos conformamos con llegar». Es increíble cómo nos apoyamos mutuamente para terminar la Patagonia Run en 24 horas y media. Al principio yo lo alentaba y le presté uno de mis bastones, ya que él lo había dejado en las bolsas de corredor que entregaban en un puesto pasando la mitad de la carrera. Después me caí anímicamente y él me alentaba. Estuve considerando seriamente abandonar. Sabiendo que el ascenso al Quilanlahue iba a ser muy duro (ya llevábamos más de 90 km de carrera en 17:30 horas), quise optar por tomar un atajo de 3 km que me descalificaría de la carrera pero me permitiría completar el circuito. Jorge me convenció de que no valía la pena y con algo de vergüenza lo seguí. Su entereza y determinación, más la pera que levanté del piso, me permitieron vencer al áspero cerro. Y cuando los horarios de corte nos amenazaban con dejarnos afuera, de nuevo me tocó a mí alentarlo a apretar el paso y dejar de lado los dolores en todo el cuerpo, así como el agotamiento físico y mental. Cuando faltaban pocos kilómetros para llegar a la meta y ya sabíamos que nada nos iba a impedir ese logro, nos dimos cuenta que sin la presencia del otro, ninguno de los dos hubiese completado los 124,4 km de la distancia oficial.

El siguiente análisis se va a basar en lo que experimentamos en la máxima distancia de esta edición, aunque es lógico suponer que se aplica a todas las categorías.

Lo bueno: Sin lugar a dudas, el máximo atractivo de Patagonia Run es su paisaje. San Martín de los Andes tiene lugares bellísimos que uno disfruta mucho más allá del agotamiento de la carrera. Lagos, montañas, una vegetación que vira entre los verdes y los marrones. A veces la escena se completa con el avistaje de aves, vacas, o el agradable sonido de un arroyo.

El otro punto a favor, que ya desarrollamos en la introducción, es la organización. Desde la inscripción hasta la llegada, pasando por la acreditación y el desarrollo de la carrera, todo es un reloj. Se nota que han ido haciendo ajustes a través de los años, y probablemente se sigan haciendo. La incorporación de bolsas de corredor para que uno pueda cambiarse de ropa o dejar comida y equipo extra fue un gran avance en su momento. Los cambios en los horarios de corte también, permitiendo que más gente pudiera llegar a la meta sin quedarse a mitad de camino (y todavía con energía para seguir). Los voluntarios en los puestos también lo hacen sentir a uno como que lo están cuidando, incluso los militares que hacen de banderilleros en el recorrido velan por nuestra seguridad.

Lo malo: Hay pocas cosas que hacen que esta carrera no alcance la puntuación perfecta, pero huelga decir que en lo personal me parece la más cercana a lograrlo. La hidratación es muy buena, y como ellos mismos aclaran, no alcanza para todo el recorrido y uno debe hacerse responsable de cargar bebida entre los puestos. Sin embargo, en el caso del agua que dan tiene bajo contenido de sodio, lo cual puede traer problemas para un ultramaratonista como es el caso de la hiponatremia. Podrían justificarse con que además siempre hay bebidas isotónicas. Yo no soy partidario del consumo de azúcar y siempre intento consumir cosas lo más sanas y naturales posibles. Sin embargo, empecé a notar que no me alcanzaba esa agua, que a pesar de estar tomando constantemente empezaba a hacer pis de un color oscuro, así que dejé de lado mis convicciones nutricionales y empecé a tomar Powerade. Si había comido una pera del suelo para subsistir, un poco de Jarabe de maíz de alta fructosa no podía ser más sacrificado. Los puestos no son aptos para vegetarianos, mucho menos para veganos. Estaría bueno que además de empanadas de jamón y queso hubiese pan, o fainá, o alguna opción para quienes no consumen proteína animal. De momento, con la incorporación de la bolsa de corredor, me pude arreglar en cada intento.

El kit de corredor, en esta edición, fue un poco pobre. La información que viene con la bolsa es excelente. La incorporación del chip descartable, que en otras carreras demostró ser un fracaso cuando se despegaba, aquí funcionó perfecto. La remera oficial tenía un diseño interesante y no estaba mal. Pero es inevitable comparar con otros años, cuando en el kit se incluía un obsequio como un pañuelo tipo buff, o guantes primera piel. Tiene que ver con la donación de los auspiciantes, por supuesto, pero para quienes venimos casi todos los años, nos quedamos esperando un poquito más.

El veredicto: Posiblemente para un atleta el terminar una carrera o no inclinaría la balanza hacia lo positivo o lo negativo. Patagonia Run, sobre todo en las distancias mayores, es una prueba durísima para el cuerpo, que hace que uno no pueda evitar el «¿Qué estoy haciendo acá?». Cruzar la meta hace que todos los dolores, los agujeros en las zapatillas, las espinas clavadas en las manos y el estómago revuelto valgan la pena. El orgullo de enfrentar a la naturaleza y salir victorioso es indescriptible. Mencionamos cosas para mejorar porque Patagonia Run siempre tuvo un nivel alto y hasta ahora siguió mejorando. No dudo en que va a continuar creciendo. Y si se mantiene en este nivel, sin agua con sodio ni comida para veganos, va a seguir siendo la mejor ultramaratón de Sudamérica, que además tendrá poco para envidiarle a las del resto del mundo.

Puntaje:
Organización: 9/10
Kit de corredor: 7/10
Terreno: 10/10
Hidratación: 9/10
Nivel de dificultad: Solo para temerarios. Pero existe una gran variedad de distancias que se ajusta al desarrollo deportivo de cada uno.

Puntaje final: 8,75

Terma Adventure Race Tandil 2015

Terma Adventure Race Tandil 2015

La Carrera: Este clásico de las carreras de aventura se corre desde hace 16 años en la ciudad de Tandil. La conocí como «La Merrel Tandil», y en mi inocencia jamás asocié que se trataba de un sponsor, y que actualmente llevaría el nombre de «Terma». Sin embargo, el circuito es muy similar: ha variado levemente con los años, ganando terrenos más interesantes y perdiendo uno o dos kilómetros en el camino. Pero a efectos de esta reseña, diremos que la distancia total fueron los 27 km que declaraba la organización.

El recorrido de esta carrera comienza en la Plaza de las Banderas y es siempre una largada multitudinaria. Es emocionante ver cada año las caras nuevas de los corredores que se animan a conquistar las sierras. Hablar de la belleza de Tandil y su oferta turística sería extenderse demasiado en la reseña, pero cualquier carrera que se realice en esta ciudad tiene el plus de convertirse en unas agradables vacaciones.

Antes de la carrera en sí misma tiene lugar la entrega de kits, donde además tiene lugar una suerte de feria de running donde se pueden conseguir muchos accesorios útiles a precios razonables.

El día de la largada amaneció fresco pero rápidamente el sol levantó la temperatura. En siete años que participo de esta carrera de aventura nunca sentí tanto calor. Los días de marzo, el último del verano, suelen ser bastante cambiantes, y mientras tuvimos que acostumbrarnos a correr con frío o con lluvia, el pasado domingo disfrutamos (y sufrimos) de un imponente día soleado.

El recorrido fue muy similar al año pasado. Tengo la impresión de que la bajada a la cantera tuvo un sendero nuevo, más angosto, donde uno debía agachar la cabeza en ciertas partes. Quizá haya sido parte del año anterior, pero sin dudas es parte de los pequeños cambios en el recorrido que fue sufriendo la carrera. Nunca están de más, ya que aunque la haríamos si el camino fuese calcado, las novedades son siempre bien recibidas para los reincidentes.

Lo bueno: La organización por parte del Club de Corredores y la gente de Tandil suele ser muy eficiente, tanto durante la entrega de kits como en la competencia en sí. Tengo algunas observaciones que voy a dejar para la sección con los aspectos negativos, pero en general se destaca su prolijidad.

El recorrido es óptimo, ya que combina una pequeña parte de asfalto en la largada (en una eterna subida), caminos de tierra, pasto y muchas, muchas rocas. Para quienes entrenamos con responsabilidad todo el año, Tandil es una excelente oportunidad para poner a prueba todo eso que hemos preparado. La primera mitad es una prueba principalmente aeróbica, mientras que la segunda es técnica y aquí entra en juego lo que hayamos entrenado en cuestas. También es un buen entrenamiento en sí mismo para quienes estamos viajando en breve a carreras de montaña, como es mi caso con los 120 km de Patagonia Run. En lo que a mí respecta intenté moverme rápido, con poco equipo encima (solo una botella en la mano con algunas pasas), para aprovisionarme en los tres puestos de hidratación (dos de ellos tenían comida). Así pude probar en dónde estaba parado (no de forma literal) en cuanto a mi potencia de piernas y ver cómo se comportaban mis nuevas zapatillas Asics pisando rocas sueltas.

Lo malo: Aunque el saldo de esta edición de la Adventure Race es positivo, hubo una situación que colmó mi paciencia, y por lo que pude escuchar la de otros corredores. Quienes me conocen saben que soy vegano, y como atleta de alto rendimiento me preocupo mucho por lo que consumo, tanto en lo que respecta a alimentos como bebidas. No creo que los beneficios de las bebidas isotónicas como el Gatorade y el Powerade estén por encima de lo nocivo que es llenarse de azúcar, colorantes y jarabe de maíz de alta fructosa. Pero mucha gente considera que es importante y no está mal que la organización ofrezca este tipo de bebidas. Sí me sigue pareciendo un acto de inconsciencia que el agua de los puestos sea solo la de bajo contenido de sodio. Cualquiera que se dedique a investigar va a poder comprobar que a menos que tengamos problemas de hipertensión, los corredores necesitamos bebidas con un nivel de electrolitos similar al de la sangre. Está bien, la opción es hidratarse con Gatorade, pero quienes estamos harto de que nos llenen de azúcar necesitamos una opción saludable en la que podamos correr más de tres horas sin jugarnos la vida. Para el Club de Corredores esto no es prioritario.

Hasta aquí esto es una apreciación muy personal con la que pocos podrían estar de acuerdo. Pero mientras en el recorrido uno toma su agua o su vaso de Gatorade para beber y seguir corriendo, la llegada a la meta es una combinación de euforia con el cansancio que empieza a hacerse sentir. No tomé la botella de Gatorade que me ofrecieron, y directamente pedí la de agua (con bajo sodio). Salí del corral de la llegada, bebí y me puse a estirar. El sol estaba fuerte, así que fui a pedir otra botella, porque además quería volver, subir la sierra, y acompañar a cualquier corredor de mi equipo que necesitara ayuda. Pero me lo negaron. «La verdad que no nos dejan». La respuesta me sorprendió mucho, en especial porque gasté media botella de mi propia agua en limpiarle un feo corte en la rodilla a una corredora que se había caído, y la otra mitad en un corredor que rogaba a ver si a alguien le sobraba un poco de líquido.

La organización, que es la que prohibió que se diera más de una botella de agua a los corredores que habían pagado su inscripción, no tiene en cuenta que muchos no corremos con dinero para ir a comprar bebida, que traemos lo puesto y que seguramente agotamos toda nuestra bebida en la carrera. Ya no consideran que sea importante el sodio en los deportistas, pero tampoco el calor ni la necesidad de hidratarse. En la carpa médica comentaban que este fue uno de los años en que más tuvieron que atender a corredores que se desvanecían, en consonancia con un día bastante caluroso. ¿Era justo la edición para escatimar el agua? Realmente me frustró y amenazó con amargarme una mañana que, hasta ese momento, había sido perfecta.

El veredicto: La Adventure Race de Tandil es una carrera exigente, bien organizada, pero no por eso menos riesgosa. El terreno es muy técnico como para subestimarlo. Las cosas que funcionan de la organización hacen que uno pueda disfrutarlas de punta a punta si se está preparado, pero lamentablemente a veces a uno lo tratan como un número, en lugar de como un ser humano.

Puntaje:
Organización: 6/10
Kit de corredor: 8/10
Terreno: 9/10
Hidratación: 3/10
Nivel de dificultad: Para corredores avanzados

Puntaje final: 6,50

Semana 19: Día 132: Correr o morir

Este año lo dediqué a mucha lectura de temática atlética. Fue casualidad, un poco influenciado por Vicky, pero empecé con «Nacidos para correr», de Christopher McDougall, seguí con «La huella de los héroes», de Arcadi Alibés y ahora estoy con «Correr o morir», de Killian Journet. Y resultó ser una especie de viaje con un hilo que es el del superhombre.

¿Cómo?

«Nacidos para correr» es el pasaje del autor de ser un atleta amateur que vivía lesionado y a quien los médicos le recomendaban dejar de correr, a convertirse en ultramaratonista, nada menos que corriendo con los tarahumara. Este pueblo de México desvela a científicos y deportólogos, ya que son corredores por excelencia, incluso las mujeres y los ancianos, y no necesitan de zapatillas Nike con cámara de aire y chip pedómetro, ellos corren todo el tiempo, con sus sandalias hechas con un cordón y pedazos de rueda de auto. Al ponerlos a competir en ultramaratones, los que estaban más alejados de la civilización y mantenían sus costumbres alimenticias lograron resultados sorprendentes, mientras que los más «contaminados» por nuestra cultura eran deportistas comunes y corrientes. Tan extraordinariamente aislados y tímidos eran que en una carrera un tarahumara llegó primero a la línea de la meta, y cuando se encontró con la cinta no la atravesó corriendo, sino que se agachó para pasar por debajo.

En el libro McDougall se recupera de esas lesiones que nunca se terminan de curar y se cruza con Caballo Blanco, el mítico corredor ermitaño que dejó todo para irse al Cañón del Cobre a convivir con los tarahumara y aprender sus secretos. Caballo decide dejar de llevar corredores de este pueblo a otros países para que compitan, y organizar una carrera en el mismo terreno árido que les sirve de hogar. Consigue el apoyo de un puñado de atletas de elite (entre los que se encuentra Scott Jurek, ultramaratonista vegano), esa raza que a mí me sorprende más que los tarahumaras porque son capaces de alcoholizarse, vomitar las tripas, y correr una carrera al día siguiente.

Todo el libro está narrado desde la óptica de McDougall, un corredor «como nosotros», que pone su máximo esfuerzo para llegar a la meta. No es de elite, de hecho está bastante lejos de serlo, y por eso es fácil identificarse con él.

Después pasé a «La huella de los héroes», de Arcadi Alibés, un periodista catalán que se aficionó a los 42 km de la maratón y, al momento de escribir su libro, lleva más de 120. Un día se le ocurrió participar de todas las maratones en las ciudades que hayan sido olímpicas. Así es que su libro está dividido en capítulos, contando la historia de cada uno de los juegos olímpicos, anécdotas y muchos datos que me prometí robarle algún día para el blog. La segunda mitad de cada reseña histórica es su propia experiencia corriendo en esa ciudad en la actualidad. Y si bien entre sus experiencias hay maratones por debajo de las 3 horas (algo realmente espectacular), un día decidió dejar de lado la obsesión por vencer al reloj y empezó a disfrutar de cada competencia, promediando entre 3 horas y media y 5 horas por carrera. También nos encontramos con un corredor que sufre, que a veces las cosas no le salen como las había planifcado, y alguna vez hasta debe caminar o renunciar.

Y luego de tanta humildad y experiencia de dos redactores en la madurez de su vida, pasé a «Correr o morir», un título bastante soberbio y extremo, si me preguntan. No deja de ser una obra fascinante, lo que pasa es que Kilian Jornet es un corredor de elite (uno muy joven, 23 años al momento de escribirlo), entonces tiene la obsesión por vencer a sus contrincantes a flor de piel. Se deja ver algo de placer por hacer deporte, y sigue siendo bastante apasionante leer cómo piensa alguien que vive casi exclusivamente para el deporte. Pero sí, suena medio alienígena para mí. La parte que más me gustó (no habiéndolo terminado) es cuando Kilian se fractura la pierna y en base a su tozudez se termina rehabilitando. Pero fue recién cuando demostró signos de humanidad que me pude identificar con él. El resto del libro es literalmente su título, «correr o morir». Y creo que hay muchas más cosas antes de morir. Eso no significa que meterse en la carrera de un atleta de elite no se intrigante…