Archivo del sitio

Semana 25: Día 169: Bienvenido a Tandil

image

Tenía los ojos desorbitados, la cara roja y casi que escupía espuma por la boca. Con sus 100 kilos se abalanzó hacia mí y se puso en posición de pelea. Me midió con su mano izquierda mientras su puño derecho tomaba envión.
Mientras toda mi integridad física estaba a punto de irse al diablo por un demente, me pregunté «¿Cómo llegué a está situación?».
Retrocedemos unas horas, al viernes a la noche. Estábamos camino a la ciudad de Tandil, para correr la Adventure Race. Al tráfico de víspera de fin de semana le tuvimos que sumar una espesa niebla y un percance muy tonto: quisimos inflar una rueda en una estación de servicio, y uno de los empleados, queriendo ayudarnos, desinfló la rueda todavía más. El inflador no funcionaba, asi que tuvimos que volver a la ruta con mucha más precaución.
Llegamos al complejo de cabañas, Los 5 Hermanos, a las 3 y media de la mañana. Nuestros compañeros dormían o estaban en el boliche. No sabíamos cuál nos correspondía y no pretendíamos despertar a nadie. Entramos en la que nos parecía y dormimos muy mal, muertos de frío. Tandil, de noche, es un freezer.
A la mañana siguiente Vicky fue a averiguar si nos podían prender el calefón y la estufa. El dueño, con muy mala predisposición, vino a recriminarnos que habíamos ocupado una cabaña que no nos correspondía. El tema era su tono agresivo y sobrador.
Yo no entendía lo que pasaba. Hablamos unos minutos y la conversación se fue caldeando. Se la agarró con Vicky, que no se comió su prepotencia, y me dijo «Llevatela», y agregó que no le pegaba porque era una mujer. Fui hasta ella y le dije «Deja, amor, es un idiota».
Nunca me encontré en una situación en la que un proveedor de un servicio me quisiera pegar. Siempre me imaginé que eran los clientes los que se sacaban y querían trompear a todos. Lo agarraron entre tres, mientras me gritaba que me iba a matar, además de insultos irrepetibles. «¡Me haces ponerme así, enfrente de mi hija!», me dijo.
Yo no salía de mi asombro. No lo provoqué ni creo que esta fuese una situación para resolver con  tanta violencia. De hecho no existen situaciones cotidianas que se resuelvan a los golpes.
Abandonamos Los 5 Hermanos, prometiendo no recomendarlos jamás. Nos obligaron a separarnos del resto del grupo y a buscar de urgencia cabaña. Por suerte conseguimos una al instante, no muy lejos, en un complejo mucho más lindo y barato. Todavía no entendemos en qué situación nos convertimos en okupas maleducados que venían a perturbar la paz. Presiento algo se ignorancia y perjuicio porque, entre otras ciudad, me dijo «¿Te pensás que me vas a hablar así porque sos de Capital?».
De esta manera empezamos nuestro día de aniversario con Vicky. Todo fue mejorando, pero porque arrancamos tan abajo, después de una semana tan horrible, que luego las cosas solo podían mejorar.
Ahora, luego de cenar, nos resta concentrarnos en la carrera, en las cosas sanas,y dejar toda la mala onda atrás…

Semana 25: Día 175: Se puede vivir de correr

«Hola, primo. Una amiga de una agencia busca a un maratonista para una publicidad. Si quedás, pagan MUY bien».

Sin muchas vueltas, Vero me acercó esta propuesta. La última vez que ejercí mis dotes actorales fue en 1995, en un acto de 5to de la secundaria (los ’90 fueron hace poco, ¿no?). Siendo que nunca me sentí cómodo frente a otros seres humanos (cuando di un discurso en la entrega de diplomas de la facultad la pasé pésimo), uno pensaría que lo de actuar no se me da. Pero si nos ponemos a pensar, ¿no actuamos todos los días de nuestra vida? Cuando no sacamos boleto en el tren y nos hacemos los disimulados, cuando fingimos dormir para no cederle el asiento a las personas con movilidad reducida, cuando nuestra novia nos pregunta «¿Pensás en otras mujeres?» y le decimos «obvio que no, corazón, sólo tengo ojos para vos». Actuamos para ocultar nuestro cansancio en un entrenamiento/competencia, para evitar multas de tráfico (o para coimear al oficial de turno) y para caerle mejor a los demás. Se supone que una persona insegura DEBERÍA actuar bien…

El director del comercial quería a un atleta real, alguien flaco, fibroso, y que lleve ropa deportiva. Así que partí al que fue el segundo día de casting, enfundado con mi musculosa Puma, el número de la San Silvestre (el único que conservé de todas mis carreras) y un pantalón con calzas, que por algún motivo lo reservo sólo para competencias (tengo la infantil idea de que me trae suerte).

Llegué a las oficinas de la productora, y me anuncié. La chica de recepción me pidió mis datos (altura, talle de remera, zapatillas, edad) y qué experiencia deportiva tenía. Dije que era maratonista, aunque corrí una sola maratón (¿puedo llevar el título?) y que participaba de carreras de aventura. Cuando llené la planilla de la marca (que obviamente no puedo pronunciar) agregué que escribía un blog de running. No sé si hará alguna diferencia, pero es parte de mi CV de deportista…

Cuando me tocó enfrentar al director del casting, nos hicieron pasar a los cuatro últimos. Todos teníamos experiencias en maratón, y uno, encima era actor. Miramos a cámara («bajá la pera», «sonreí»), dimos una vuelta y nos presentamos. «Mi nombre es Martín Casanova, tengo 33 años, corro maratones, carreras de aventura y tengo un blog de entrenamiento». Ese fue mi speech. No muy lúcido, pero a tono con el resto. Cuando los cuatro hicimos esto, vino el acting. voy a describir lo que hice yo, el resto, con mejor o peor resultado, hizo lo mismo.

Siempre apuntando fuera de cámara, corro. Estoy agotado, a punto de terminar una maratón. Miro a mi alrededor, veo a la gente. Me seco la transpiración. Hago muecas de cansansio, estoy muerto de cansancio. Alguien me tira una botella de agua. Bajo el ritmo, la bebo. Me refresca. La devuelvo y sigo corriendo. Finalmente me detengo. Me apoyo en mis rodillas, cabeza gacha. Paro el reloj. No llego a procesar lo que veo que me desplomo hacia atrás. Caigo sentado, me detiene el muro a mis espaldas. Cierro los ojos, intento recuperar el aire. Miro el reloj nuevamente. La vista se pierde más allá de la hora. No lo puedo creer. Sonrío y dejo caer la cabeza, apoyándola contra la pared. Vuelvo a sonreir.

Siguiente escena. Tengo una toalla sobre mis hombros. Ya recuperé el aliento. La mirada sigue perdida, incrédula de lo que acabo de lograr. Miro a cámara. Me conecto con el espectador. Me levanto, quiero compartir esto. Me acerco un par de pasos a cámara y digo «Mi nombre es Jorge Ignacio, y corrí la maratón en menos de 5 horas». Mi tono es seguro, estoy orgulloso del logro.

Corte.

Al director de casting le gustó cómo actué mi alegría en medio del agotamiento físico. Así y todo, no creo que quede, pero la experiencia fue muy divertida. Pedí permiso para contar la anécdota en el blog (jamás había participado en un casting), con la promesa de no revelar la marca. Por el nombre «Jorge Ignacio», asumo que no es para transmitir en el país. Y obviamente está apuntada al no-deportista, porque una maratón por abajo de 5 horas no es una proeza imposible (Allan Lawrence sostenía que la diferencia entre maratonista aficionado y profesional era bajar de 3 hs 30 min).

Ahora queda saber si quedé, a pesar de mi poca experiencia actoral. Que no es lo más importante, lo cierto es que me gustó esta situación, porque significa que a) me reconocen como atleta, b) se puede llegar a vivir de correr, sin necesariamente ser un corredor de elite, y c) me dio material distinto para compartir en el blog.

Supongo que esta es una de esas situaciones en las que te llaman si quedaste y no te llaman si no quedaste (sería raro que te elijan y nadie te avise, pero podría pasar). Si llego a tener novedades, prometo contarles qué fue de Jorge Ignacio y su primera maratón.

Semana 25: Día 174: Mi vida sin alcohol

Con Semana 52 hubo muchos cambios, tanto físicos como mentales. Me impuse rutinas, cambié mi dieta, y mi cuerpo se fue adaptando. Este progreso vino acompañado por cambios de actitud, y algo de aprendizaje.

Dejando de lado las cuestiones físicas, nada me sorprende más que el tema del alcohol. No quiero exagerar, y que parezca que era un borracho empedernido, que despertaba repleto de botellas vacías a su lado. La verdad es que me consideraba un bebedor social. Nunca fui una persona extrovertida; desde el momento en que detesto mi voz nasal (y el hecho que no modulo), hablar en público siempre me resultó tortuoso. Lo que se dice «miedo al ridículo». Descubrí el alcohol después de los 20, y a medida que mi paladar cambiaba, empezaba a disfrutar un poco más de este tipo de bebidas.

Pero nunca me gustó su sabor, sólo era una forma de soltarme y ser más amigable. Por algo dicen que el alcohol es un «lubricante social». El tema fue que llegó un momento en que no podía ir a una fiesta sin beber. Era lo que me daba fuerzas para bailar, sin sentir la mirada del otro (bailo tan bien como modulo al hablar). Parafraseando a Los Simpson, el alcohol hace a las mujeres más hermosas y nos vuelve prácticamente invulnerables ante la crítica. Así que lo había transformado en un aliado para poder hablarle a una chica. La ecuación diversión+bebida parecía ser la mejor forma de despejar la introversión.

Y llegó el momento de empezar Semana 52, y entre las normas que me impuse, estaba la de pasar todo el año sin una gota de alcohol («sólo en las heridas», nunca puedo evitar hacer el chiste de Les Luthiers). Días antes de empezar, tuve una señora borrachera de despedida. Y luego, empecé a contar los días y las semanas en que el entrenamiento se volvió algo central en mi vida.

Estuve en fiestas donde me negué a tomar. No fue algo tortuoso para mí, en absoluto. El tema era que, de todas formas, tenía que socializar. Y bailar, por supuesto. ¿Qué podía hacer? ¿Volver a quedarme sentado, en un rincón, como hacía en los cumpleaños de 15? De a poco me fui animando, moviendo las piernas, intentando enganchar el ritmo. Y eventualmente lo conseguí.

El sábado pasado fui a una fiesta con amigos. Había, además de cantidades industriales de fiambre para hacer sándwiches, alcohol en unas cuantas variedades. La consigna, para colmo, era que las chicas llevasen corbata y los varones pollera. Fui uno de los cuatro que se animó a ponerse la prenda femenina, y me divertí y bailé toda la noche, sin estar pendiente de si me miraban o si estaba haciendo el ridículo. Es difícil ponerse en sintonía, podríamos decir que uno se suelta cuando se da cuenta de que en realidad todos los presentes están haciendo un poco el ridículo (algunos más que otros, eso sí).

Es todo un descubrimiento darse cuenta que te apoyabas demasiado en el alcohol para soltarte, y que en realidad no lo necesitabas. Antes pensaba que me ayudaba a «quemar etapas». Pero ahora me doy cuenta de que lo usamos de excusa. Si nos excedemos ante el otro, fue «culpa» de que habíamos tomado. Lo genial de todo esto es poder divertirme toda la noche sin las consecuencias de la resaca.

¿Voy a convertirme en un abstemio de por vida? No lo creo. Mentiría si dijera eso. Al menos, la próxima vez que quiera tomar alcohol, lo haré para compartir el momento, porque hace calor y quiero refrescarme con una cerveza helada, o porque se me da la gana. Pero sé que no va a ser para enmascarar el miedo al ridículo. Hay cosas que merecen hacerse en un completo estado de consciencia (y sobriedad). Calculo que así se incorporan los hábitos, cuando sabemos por qué estamos haciendo lo que hacemos, sin atajos ni recetas mágicas.

Semana 25: Día 173: Antes de comer, leer las etiquetas

Volverme vegetariano tuvo una consecuencia inmediata, que fue la de asegurarme de que todo lo que consumía no tuviese una muerte animal en el proceso. Esta cuestión obsesivo-filosófica me hizo leer las etiquetas de todos los productos industriales que compraba. Y me llevé muchas sorpresas.

Las galletitas, tengan lo que tengan, contienen una gran cantidad de grasa. En un principio me preocupaba más por el contenido animal que las calorías o los lípidos. Y me encontré, por ejemplo, que las Criollitas, tan emparentadas con una vida sana, tienen grasa vacuna refinada. No es que la alternativa (aceite vegetal hidrogenado) sea más sana… pero a veces no queda claro qué es lo que contiene cada producto.

Leyendo las etiquetas, me enteré de que los Giacomo Capelettini de verdura tienen carne, la gaseosa Crush tiene carmín, colorante que se obtiene de un insecto (comúnmente la cochinilla), y que muchas golosinas, yogures y quesos crema tienen gelatina (que se hace con hueso, cartílagos y tejidos de vaca). Esta especie de paranoia vegetariana me facilitó interiorizarme en cuestiones relevantes al entrenamiento. Recién desde la Semana 1: Día 1 empecé a cuidarme con las comidas y a leer cantidad de grasas, hidratos y proteínas. ¿Sabías que atrás de los manteles de papel de McDonald’s está impresa una tabla nutricional? Anoche, atrapados por la tormenta que inundó Belgrano y Palermo, fuimos a refugiarnos al restaurante de los arcos dorados. Me pedí un yogur con cereales y un McQueso, mientras que mis amigos se pidieron un Cuarto de Libra y un Mini-McPollo. La diferencia de grasas totales entre las cosas que comían ellos y lo mío era abismal. No sé hasta qué punto el consumo de sal en una persona que no es hipertensa puede llegar a ser dañina, pero sus sándwiches tenían una impresionante cantidad de sodio.

Difícilmente conocer estos datos provoque un shock que haga cambiar nuestros hábitos alimenticios, pero la información está al alcance de la mano… es cuestión de buscarla. En los ingredientes y la tabla nutricional está la clave de qué cosas nos aportan nutrientes y qué productos no nos sirven en el entrenamiento. Eso, combinado con el sentido común, puede ayudar en cualquier dieta. Leyendo etiquetas podemos darnos cuenta de que el pan tiene menos grasa que las galletitas, que las Oreo en España tienen aceite (mientras en Argentina las hacen con grasa vacuna), y que muchas marcas que se la dan de naturales contienen sólo el 10% de jugo natural (el resto se reparte entre conservantes y otros productos químicos).

¿Cómo leer las etiquetas? Primero, tener en cuenta que la lista de ingredientes se muestra en orden descendente, por peso. O sea, los elementos que aparecen primero son los que se encuentran en mayor cantidad. Por ejemplo, si de entrada se menciona «Harina», será un producto con alto porcentaje de hidratos de carbono.

Luego, la cantidad de porciones. Los valores se muestran en porcentajes recomendados para el consumo diario. Si ingerimos el doble, tenemos que duplicar las cantidades que se indican. Por ejemplo, la dosis diaria recomendada de sodio es de 2300 mg, que es la cantidad exacta que tiene el Cuarto de Libra con Queso. O sea que mi amigo ya había consumido toda la sal del día en una sola comida. Todo lo que venga después, estará de más. Ni hablar si hubiese tenido intenciones de repetir el menú.

Las calorías se indican en relación al porcentaje diario. Si queremos bajar de peso, nos convendrá buscar alimentos con bajo contenido, podríamos situarlo por debajo de las 40 calorías por porción (esto es un estimativo, cada uno deberá asesorarse para saber las cantidades que debe consumir, de acuerdo a objetivos y tipo de hábitos). Las grasas totales son, como su nombre indica, la cantidad total que posee cada porción, y es un índice que tenemos que mantener bajo (3 gr o menos). Las grasas saturadas y trans mucho más, ya que son las que influyen en el colesterol malo. Un alimento de bajo contenido de sodio anda en los 140 mg. Hay que tener en cuenta que la sal es riesgosa para personas con problemas de hipertensión, los deportistas no necesariamente tenemos que huirle despavoridos. En los carbohidratos, la fibra dietaria alta es preferible (se deben consumir 25-30 gr por día), mientras que los azúcares deben ser bajos. En general se considera que un porcentaje menor de 5% de cualquier nutriente indica que el alimento tiene bajo contenido del mismo. Si es mayor de 20% se considera alto. El colesterol se encuentra sólo en alimentos de origen animal como carnes, aves, pescado, huevos y productos lácteos. Lo recomendable es que el consumo esté por debajo de los 300 mg por día. Un alimento con bajo contenido de colesterol contiene menos de 20 mg por porción.

Todos estos porcentajes son relativos, pero sirven para orientar la lectura de las etiquetas. Podemos encontrarnos varias sorpresas, y en el proceso aprender a alimentarnos más ordenadamente.

Semana 25: Día 172: Acortando distancias

Probablemente esto suene obvio para muchos, pero yo nunca me lo hubiese imaginado: Correr acorta distancias.

«¡Claro!», piensa alguno. «Corrés de una esquina a la otra, se te hace más corto que ir caminando… ¡gracias por iluminarnos!» (en tono sarcástico).

No me refería a eso. Hay un efecto secundario de entrenar y sostener el esfuerzo por mucho tiempo. Cuando empecé a trotar en Zona Norte con los Puma Runners, uno de los ejercicios que hacíamos era correr alrededor del Hipódromo de San Isidro. Al principio, ese trayecto de 5,2 km era eterno. Más de una noche, Germán, nuestro entrenador, cerraba con un «vayan a dar una vuelta», y ese era nuestro «regenerativo». Después de quejarme, a regañadientes, emprendía la marcha. Dos laterales de este terreno son muy largos, de unos 1600 metros cada uno, y parecían no terminar más. No sabría decir en qué momento fue el cambio, pero dos años después de trotar por esas calles, la vuelta se pasa volando. Seguro, estoy mejor entrenado y tardo menos, pero tampoco hago tanta diferencia. No sé si esto servirá para comprobar la Teoría de la Relatividad, pero Einstein decía que el tiempo era relativo, y que todo dependía del punto de vista. Antes, indefectiblemente, el trayecto era larguísimo. Ahora, aunque la distancia es la misma, ya no lo es.

Lo mismo me ha pasado con otros circuitos. Una de las pruebas más difíciles para mí era la de hacer fondo, solos mi cabeza y yo. Es raro que uno hable de su mente como si fuese una entidad aparte, pero juega un papel tan determinante para un corredor, que pareciera que es el cerebro el que «decide» si podemos alcanzar un objetivo o no. Pocas veces llegamos al límite del desgaste físico, generalmente nos detiene un dolor o, en el peor de los casos, una lesión. Uno de los grandes desafíos para cualquier corredor es la de resolver grandes distancias. Un verdadero ejercicio mental.

Es probable que hacer la misma ruta eventualmente se vuelva tedioso. Recorrer terrenos nuevos parece tener mucha más emoción. Pero repetir el mismo camino, sobre todo uno muy largo, es una excelente forma de entrenar la cabeza para las carreras de fondo. También nos sirve para medir cómo cambia nuestra percepción del tiempo: eventualmente, 5 km se convirtieron en «sólo» la mitad de 10 km. Más tarde fueron un cuarto de 20 km, y así, hasta convertirse en un «simple» precalentamiento.

Cuando corrí la Salvaje Cross Country estaba casi al principio de Semana 52 (recién por el día 18). Venía muy entusiasmado, cruzando lagos, saltando puentes, chapoteando en el barro, pero las pilas se agotaron cuando llegué a un tramo absolutamente recto y eterno sobre unas vías abandonadas. La irregularidad del terreno hacía que sólo se pudiese ir en fila, y ese trayecto parecía no tener fin. Ante mi indignación (¡cómo iban a poner una parte tan larga y monótona!), mi amigo Mak me sugirió que le vea el lado positivo: ese tipo de tramos educan la cabeza. Para la maratón, que corrí tres semanas después, entendí un poco más lo que me estaba diciendo. Enfrentarse a esta supuesta monotonía ejercita la mente. A medida que aumenta la experiencia y los kilómetros recorridos, la percepción de la distancia se acorta. En nuestro interior, todo se resuelve más rápido, independientemente de los minutos transcurridos.

Supongo que quiere decir que la siguiente vez que nos encontremos con un camino que nos parezca demasiado largo, será indicación de que hemos progresado, y que nos encontramos ante un nuevo desafío (mental) para conquistar.

Para ver las fotos anteriores, no dejen de visitar la sección de Progreso.

Semana 25: Día 171: Correr es perjudicial a la salud

«¿Corrés? Se te agranda el corazón… ¡y te podés morir!». Difícil olvidar una frase como esta, pero cuando uno empieza a dedicarse a entrenar, no es raro escuchar cosas así.

Ningún estudio es representativo de toda la raza humana. Si me junto con un amigo y me como dos manzanas mientras él elige quedarse mirando por la ventana, la estadística dirá que comimos una cada uno. Pero incontables investigaciones hablan de los beneficios de correr, y cualquiera lo puede comprobar día a día. En mi caso me ayudó a perder muchísima grasa, a tonificar músculo, desarrollar velocidad y ganar resistencia. Aún así, muchas personas están preocupadas por mi salud. Unas pocas me hicieron caso y se pusieron a googlear maratonistas, para ver que era muy común que un corredor que entrena intensamente tenga una estructura física muy delgada.

Pero así son las cosas, hay quienes se angustian por mi físico y me recomiendan «comer» más, o ejercitar menos, como si estuviese poniendo mi vida en riesgo. Me da más pánico el experimento de Morgan Spurlock, el documentarista que comió sólo alimentos de McDonald’s durante 30 días, en la afamada película «Supersize me». Yo sólo veo progreso en cuanto a mi salud: me enfermé mucho menos (venía invicto hasta la semana pasada) y soy más veloz que nunca.

Uno de esos estudios que relacionan el running con la salud, recomendaba correr para vivir más años. Fue replicado por la cadena Reuters, y se expandió a incontables portales de noticias. Comenzaba diciendo que los miembros de mediana edad de un club de atletismo tenían la mitad de posibilidades de morir durante un periodo de 20 años que las personas que no corrían. Correr redujo el riesgo no sólo de sufrir una enfermedad carcíaca, sino cáncer y enfermedades neurológicas como Alzheimer, todo esto comprobado por científicos de la Universidad de Stanford, en California. El estudio, publicado en el Archives of Internal Medicine, decía que 19 años después, el 15 por ciento de los corredores había muerto en comparación con el 24 por ciento de los que componían el grupo de control.

El equipo supervisó a 284 atletas y 156 personas similares y sanas como grupo de control. Todos eran personal de la facultad y tenían antecedentes sociales y económicos similares, y su edad era de 50 años o más. Desde 1984, cada voluntario rellenó una encuesta anual sobre frecuencia deportiva, peso e incapacidad para ocho actividades: ponerse de pie, vestirse y asearse, higiene, comer, andar, alcance, agarre con la mano y actividades físicas rutinarias. La mayoría de los voluntarios hacían algo de ejercicio, pero los deportistas se ejercitaban hasta 200 minutos a la semana, en comparación con los 20 minutos de los no corredores.

Al principio, los atletas eran más delgados y menos propensos a fumar en comparación con el grupo de control, y se ejercitaron más a lo largo de todo el periodo de estudio en general. Con el tiempo, todos los grupos redujeron su actividad, pero los corredores continuaron acumulando más minutos a la semana de actividad enérgica de todos los tipos. Las personas que comenzaron a hacer ejercicio cuando eran mayores también mejoraron su salud. El estudio también mostró que los corredores sufrieron menos lesiones de todos los tipos, incluyendo en las rodillas.

Hasta ahí, nada nuevo. Lo curioso fue una reacción, publicada en el periódico gratuito 20 minutos, de España (equivalente a La Razón o El Argentino, de la Ciudad de Buenos Aires). Cito textual, sin resumirlo ni nada, porque me dejó algo perplejo:

«Correr perjudica a la salud»
DIEGO MAS MAS. 13.08.2008

Los medios de comunicación pueden hacer mucho bien… o mucho mal. Uno de ellos, muy conocido, Yahoo noticias, ha titulado: “¿quiere vivir una larga vida?: corra” su resumen de un pequeño y muy sesgado estudio francés difundido por Reuters.

Correr ha sido prohibido como práctica regular en el ejército estadounidense

Estudio pequeño, por abarcar menos de 500 personas en total, y sólo durante veinte años de su vida, y encontrando diferencias entre ellos poco significativas; sesgado, porque ya de entrada los “corredores”, por ejemplo, fumaban menos que el grupo de control, sino, sobre todo, porque confunde el “correr” con el hacer ejercicio; es un clásico ejemplo más, y aquí trágico por sus consecuencias, de “mentir con estadísticas”.Por supuesto, hacer ejercicio es sano. Pero también sabemos que, como otros ejercicios violentos, el correr (no digo el andar) no sólo no es bueno, sino que perjudica gravemente la salud, por lo que ha sido incluso prohibido como práctica regular en el ejercito estadounidense, país donde el “inventor” del “jogging” murió de infarto a los 53 años, mientras corría. Fomentar esa práctica es pues, literalmente, incitar por imprudencia a una práctica insana a que puede acabar con sus propios lectores.

Las respuestas a esta nota son jugosas y muy divertidas. Algunos apoyando al redactor, otros totalmente en contra. Hubo quienes consideraron que cualquier exceso era malo, y se aventuraron a afirmar que el aumentar las pulsaciones era dañino para al corazón. Otros, en tono irónico, aseguraban que el artículo estaba en lo cierto: comer pizza y tomarse litros de cerveza tirado en el sillón, viendo la tele, era el camino a una larga y saludable vida.

Seguro que todos los atletas se han topado en algún momento de sus vidas con este este «miedo» (no podría llamarlo de otro modo) que tienen las personas hacia el running. Como si nos estuviésemos flagelando día a día. ¿Es comparable con otros hábitos, como fumar y tomar alcohol? A mi me parece ridículo verlo de esa manera, pero aunque las estadísticas digan que correr hace bien, existe (y existirá) gente que no se siente representada y que piensa todo lo contrario.

Semana 25: Día 170: El orgullo del deportista

Todos los deportistas somos, en el fondo, seres orgullosos. Lamentablemente esta palabra ha tenido mucha mala prensa. No es para menos: las peores decisiones se han tomado en su honor.

En la Ilíada podemos ver cómo se desata una guerra de 10 años, que se origina y se termina por orgullo. Aquiles, ofendido, se niega a pelear, y disimula que no le importa la contienda. Los troyanos (no los virus, sino aquel pueblo griego) se niegan a entregar a Helena, y los aqueos no se darán por vencidos hasta recuperarla y conquistar la ciudad de muros impenetrables. Finalmente, el caballo de madera que esconde al astuto Ulises y sus cuatro guerreros, termina siendo la perdición de Troya: ingresan a la escultura (decorada con oro y piedras preciosas) al centro de la urbe, convencidos de que es un trofeo.

Con menor vuelo literario e histórico, día a día hacemos o dejamos de hacer cosas por orgullo, que no es otra cosa que una forma de cuidarnos. Nos preocupa nuestra imagen, es inevitable (y quien lo niegue, probablemente mienta). Para no generalizar ni prejuzgar, voy a ponerme de ejemplo, y quizá alguno haya pasado por algo similar. Recientemente, en el gimnasio, estaba trabajando hombros con técnica de carrera. Esto es tomar un par de pesas pequeñas, ponerse con piernas flexionadas, una delante de la otra, y empezar a mover los brazos adelante y atrás, como si estuviese corriendo. Y generalmenta hago este ejercicio frente al espejo, imaginándome que así me veo al correr. Y en esta oportunidad me distraje, hice un movimiento discordinado, y por un mísero centímetro terminé dándome una de las pesas en la cadera (sobre un hueso otrora protegido por grasa). Me dolió muchísimo.

¿Me detuve, acaso? ¿Largué las pesas y empecé a insultarme a mi mismo y a mi torpeza? No, seguí como si nada hubiese ocurrido. No era que alguien me estuviese viendo, pero ante esa remota posibilidad, intenté hacer que no pasaba nada y terminé el ejercicio. Tengo una pequeña marca roja, que dos días después sigue doliendo, pero mi orgullo está intacto: nadie me vio golpearme, y si lo hicieron, no vieron a un tipo retorciéndose de dolor. Pero no fue una acción premeditada, sino un acto reflejo.

Esta otra escena es conocida por todos: vamos caminando por la calle, tarareando para adentro una canción, pensando en la próxima factura a vencer, cuando -imprevista- una baldosa se levanta y traba nuestro andar. Nos tropezamos, pero venimos a una velocidad tan apacible que logramos mantenernos en pie. Ese trastabilleo, en el 98% de los casos, lo disimulamos con una carrerita, como si espontáneamente hubiésemos decidido echar a correr porque llegábamos tarde a algún lado. Es miedo al ridículo. Y el orgullo es un poco eso, cuidar nuestra imagen ante los demás.

En el running, este sentimiento de disimular nuestra debilidad o torpeza puede convertirse en un silencioso aliado. Más de una vez la cabeza pedía parar, el cansancio dominaba, pero esa sensación de tener ojos sobre nosotros nos obligaba a seguir (cualquier psicólogo diría que esa mirada que sentimos es nada menos que la propia). Yo soy partidario de sobrepasar los límites, porque generalmente son inseguridades. Y esa desconfianza hacia nosotros mismos, presentada en la forma del orgullo, termina alimentándonos, dándonos el impulso extra que necesitamos.

¿Es malo estar pendiente de lo que piensan los demás? Seguro. ¿Está mal usar eso para esforzarme y ampliar los horizontes? No creo. Lo que cuenta es el resultado. A un deportista, su deseo de disimular flaqueza ante los demás, le puede jugar una mala pasada. Puede llevarlo a tomar pésimas decisiones. Lo admito, el orgullo es mala consejera. Pero todos, en algún momento, hicimos de cuenta que éramos más fuertes que lo que creíamos. Y, en la gran mayoría de los casos, ese «disimulo» no era tal. Se puede fingir flaqueza, no fortaleza.

Si por orgullo no abandonamos una carrera o disimulamos nuestro cansancio, ¿no quiere decir que, en definitiva, somos mejores que lo que pensábamos?

Semana 25: Día 169: La primera carrera

No hay fórmulas, ni reglas por las cuales guiarnos. No existe un consenso de qué distancia ni qué tipo de carrera conviene que sea nuestra primera. Pero si estamos empezando a correr, en algún momento tenemos que tomar la decisión.

Quizá la palabra «competencia» tenga connotaciones negativas, y se interprete como que intentamos imponernos ante otro. En el podio hay sólo tres lugares para los cientos o miles de corredores. ¿Cuántos de ellos se disputan la terna? ¿Veinte? Todavía quedamos nosotros, los que corremos para superarnos. Nuestra competencia es contra uno mismo, para mejorar, para incentivarse a seguir progresando.

Cuando empecé a correr con los Puma Runners lo hacía por una cuestión de salud, y porque estar inmerso en un grupo me iba a ayudar a mejorar y a tener más constancia. Pero no tenía idea de si quería participar de una carrera o no. Casi diría que no tenía ganas; mis últimas experiencias, en mis años adolescentes, habían tenido pésimos resultados (principalmente porque había sido una actividad impuesta, que no podía disfrutar). Finalmente llegó la Merrel de Pinamar, a mediados de 2008, y me anoté, a último momento, en una posta. Me tocó la última parte (que combinaba arena, bosque, asfalto y pasto), que serían unos 7 km. Llegué con lo que sentí que era «lo justo». Germán, mi entrenador, me felicitó con mucho entusiasmo, pero yo en ese momento no entendía que esto del running se transformaría en una pasión, y que me llevaría a buscar más distancia y mejores tiempos.

Ahora se viene la Merrel de Tandil 2011. Estamos entrenando con mi compañero Marcelo para conquistar las cuestas (y las benditas bajadas). Él tiene un nivel excelente, es una luz, y más de una vez no pude seguirle el ritmo (en honor a la verdad y para no tirarme abajo, me tocó a mi, un par veces, tener que esperarlo). Lo curioso es que esta va a ser su primera carrera. Nunca antes participó de una competencia, y ahora empieza con esos temibles 27 km de tierra, piedras y sierras tandilenses. Cuando empezó a entrenar en los Puma Runners, su objetivo era participar de una carrera de 10 km, para después intentar una media maratón. Pero vino con años de cinta en el gimnasio y mucho aguante, y después de medio año de entrenar con nosotros, finalmente cedió ante nuestra insistencia de anotarse en la Merrel.

El caso de Marcelo no es habitual. Llegar a tener un buen nivel de running como para empezar con una carrera larga no debe ser habitual. Hoy existe una variedad impresionante de competencias, tanto en la ciudad como en las afueras. La vida sana y el deporte está en un punto muy alto, y de las modas a las que nos sumamos cada tantos años, esta debe ser la que mejores efectos va a tener sobre la gente. Pero si recién empezamos, ¿en qué carrera conviene anotarse?

Primero, una aclaración. ¿Hace falta competir? Yo creo que sí. La adrenalina de la largada, la camaradería con otros corredores, la satisfacción de cruzar la meta relojeando el cronómetro, intentando ganarte unos segundos, es increíble. Hay que experimentarlo, y es un paso muy importante para lograr compromiso con el entrenamiento. Nos da objetivos, y un puñado de lindos recuerdos (la remera, la medalla y, por sobre todo, la experiencia).

Como dije al principio, no existen reglas, más que el sentido común. Si recién empezamos y en el entrenamiento llegamos a duras penas a hacer 4 km, yo recomendaría debutar en una carrera de, como mínimo, 5. El límite está en la cabeza, ya lo dijimos varias veces, pero pasa algo en estas competencias que nos desestructuran. La emoción de estar ahí metido nos da más velocidad, nos permite aguantar más… sin dudas los tiempos mejoran respecto al entreno. Así que yo creo que hay que subir el techo (pero no demasiado). Con convicción, terminaremos llegando.

Como el running está de moda, muchas carreras que se arman en la ciudad tienen circuitos participativos, cuya distancia es la mitad o menos de la competencia principal. Es por eso que podemos encontrar carreras de 10 km, para las que uno tiene chip y un camino determinado, mientras que paralelamente se corre sin control del tiempo, por un circuito más corto. Comienzan todos juntos, y luego el trayecto se bifurca.

El cuerpo irá marcando el límite (¡no dejemos que lo haga nuestra inseguridad!). Existen carreras de 5, 10, 21 y 27 km a lo largo de todo el año. Nadie nos obliga a correr todo el tiempo, si uno sobrepasa la capacidad física,vale caminar. Lo importante es llegar. Porque la primera carrera tiene que ser la peor. Nos tenemos que sentir pésimo, ampollarnos, terminar doloridos… es lo mejor que nos podría pasar. Y después tenemos que repetir la experiencia, para darnos cuenta que no quedamos tan mal como la carrera anterior. Y volver a hacerlo, y otra vez más, y otra, y otra más, hasta que notemos que con cada competencia nos vamos fortaleciendo, tanto mental como físicamente.