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Semana 25: Día 175: Se puede vivir de correr

«Hola, primo. Una amiga de una agencia busca a un maratonista para una publicidad. Si quedás, pagan MUY bien».

Sin muchas vueltas, Vero me acercó esta propuesta. La última vez que ejercí mis dotes actorales fue en 1995, en un acto de 5to de la secundaria (los ’90 fueron hace poco, ¿no?). Siendo que nunca me sentí cómodo frente a otros seres humanos (cuando di un discurso en la entrega de diplomas de la facultad la pasé pésimo), uno pensaría que lo de actuar no se me da. Pero si nos ponemos a pensar, ¿no actuamos todos los días de nuestra vida? Cuando no sacamos boleto en el tren y nos hacemos los disimulados, cuando fingimos dormir para no cederle el asiento a las personas con movilidad reducida, cuando nuestra novia nos pregunta «¿Pensás en otras mujeres?» y le decimos «obvio que no, corazón, sólo tengo ojos para vos». Actuamos para ocultar nuestro cansancio en un entrenamiento/competencia, para evitar multas de tráfico (o para coimear al oficial de turno) y para caerle mejor a los demás. Se supone que una persona insegura DEBERÍA actuar bien…

El director del comercial quería a un atleta real, alguien flaco, fibroso, y que lleve ropa deportiva. Así que partí al que fue el segundo día de casting, enfundado con mi musculosa Puma, el número de la San Silvestre (el único que conservé de todas mis carreras) y un pantalón con calzas, que por algún motivo lo reservo sólo para competencias (tengo la infantil idea de que me trae suerte).

Llegué a las oficinas de la productora, y me anuncié. La chica de recepción me pidió mis datos (altura, talle de remera, zapatillas, edad) y qué experiencia deportiva tenía. Dije que era maratonista, aunque corrí una sola maratón (¿puedo llevar el título?) y que participaba de carreras de aventura. Cuando llené la planilla de la marca (que obviamente no puedo pronunciar) agregué que escribía un blog de running. No sé si hará alguna diferencia, pero es parte de mi CV de deportista…

Cuando me tocó enfrentar al director del casting, nos hicieron pasar a los cuatro últimos. Todos teníamos experiencias en maratón, y uno, encima era actor. Miramos a cámara («bajá la pera», «sonreí»), dimos una vuelta y nos presentamos. «Mi nombre es Martín Casanova, tengo 33 años, corro maratones, carreras de aventura y tengo un blog de entrenamiento». Ese fue mi speech. No muy lúcido, pero a tono con el resto. Cuando los cuatro hicimos esto, vino el acting. voy a describir lo que hice yo, el resto, con mejor o peor resultado, hizo lo mismo.

Siempre apuntando fuera de cámara, corro. Estoy agotado, a punto de terminar una maratón. Miro a mi alrededor, veo a la gente. Me seco la transpiración. Hago muecas de cansansio, estoy muerto de cansancio. Alguien me tira una botella de agua. Bajo el ritmo, la bebo. Me refresca. La devuelvo y sigo corriendo. Finalmente me detengo. Me apoyo en mis rodillas, cabeza gacha. Paro el reloj. No llego a procesar lo que veo que me desplomo hacia atrás. Caigo sentado, me detiene el muro a mis espaldas. Cierro los ojos, intento recuperar el aire. Miro el reloj nuevamente. La vista se pierde más allá de la hora. No lo puedo creer. Sonrío y dejo caer la cabeza, apoyándola contra la pared. Vuelvo a sonreir.

Siguiente escena. Tengo una toalla sobre mis hombros. Ya recuperé el aliento. La mirada sigue perdida, incrédula de lo que acabo de lograr. Miro a cámara. Me conecto con el espectador. Me levanto, quiero compartir esto. Me acerco un par de pasos a cámara y digo «Mi nombre es Jorge Ignacio, y corrí la maratón en menos de 5 horas». Mi tono es seguro, estoy orgulloso del logro.

Corte.

Al director de casting le gustó cómo actué mi alegría en medio del agotamiento físico. Así y todo, no creo que quede, pero la experiencia fue muy divertida. Pedí permiso para contar la anécdota en el blog (jamás había participado en un casting), con la promesa de no revelar la marca. Por el nombre «Jorge Ignacio», asumo que no es para transmitir en el país. Y obviamente está apuntada al no-deportista, porque una maratón por abajo de 5 horas no es una proeza imposible (Allan Lawrence sostenía que la diferencia entre maratonista aficionado y profesional era bajar de 3 hs 30 min).

Ahora queda saber si quedé, a pesar de mi poca experiencia actoral. Que no es lo más importante, lo cierto es que me gustó esta situación, porque significa que a) me reconocen como atleta, b) se puede llegar a vivir de correr, sin necesariamente ser un corredor de elite, y c) me dio material distinto para compartir en el blog.

Supongo que esta es una de esas situaciones en las que te llaman si quedaste y no te llaman si no quedaste (sería raro que te elijan y nadie te avise, pero podría pasar). Si llego a tener novedades, prometo contarles qué fue de Jorge Ignacio y su primera maratón.