Archivo de la categoría: Espartatlón III semana 52

Semana 52: Día 364: El que se atreve, gana

Los griegos dicen «O tolmon nika», que se traduce como «El que se atreve, gana». Esto quiere decir, sencillamente, que quienes se animan a enfrentar un desafío automáticamente son ganadores, y no precisamente de una medalla o un podio.

Escribo estas líneas antes de correr la Espartatlón. Por supuesto que no pude dormir todas las horas que hubiese deseado, pero tener todas estas horas antes de ir a la Acrópolis me permite preparar las cosas con más calma, contestar los mensajes de todos mis amigos que están ansiosos por mi carrera, y escribir estas líneas.

Van a ser 36 horas de carrera para muchos. Mi largada va a ser a la 1 de la mañana en Argentina, y al mediodía del sábado será la llegada.

Me siento… Agradecido. Nervioso. Con ganas de correr y no parar por nada. Hice todo lo que pude. Algunas cosas no las pude preparar como hubiese querido. Me compliqué con la comida que voy a dejar en los puestos. No sé si salir con abrigo de lluvia o no, porque sabemos que va a llover pero no cuánto. No sé qué hacer todavía con mis pies, si encintármelos o ponerme vaselina. No me preparé el pañuelo en la gorra, para protegerme del sol en la nuca. Cosas que resolveré, claro, pero igual tengo esa incertidumbre dándome vueltas en la cabeza.

Imagino que este blog no volverá a tener actividad hasta el domingo. No pudimos resolver lo de tuitear en vivo, compramos un chip con datos y llamadas internacionales que nos duró quince minutos. La mejor opción será seguir la carrera desde la página web. Soy el corredor número 183.

O pueden esperar al lunes y averiguar qué pasó. Va a ser toda una aventura. Ahora no sé si vale la pena toda esta movida para no llegar. O sea, sí, conocí a Karnazes, tuve esas enormes muestras de afecto de mis amigos del Team Puma y de mis familia (en especial de mis padres). Viajé con el mejor equipo del mundo, recorrí, me relajé, descansé y me conecté con mis raíces. Pero no viajé 15 mil kilómetros para no llegar a la meta. No me jugué todas las cartas disponibles para abandonar.

Por más que ya salgo mucho más sabio de toda esta experiencia, necesito llegar. Creo que lo merezco, o al menos voy a hacer todo lo posible por ser merecedor de ese honor. Espero que en el próximo post pueda decir «Llegué».

Semana 52: Día 363: La acreditación en la Espartatlón

Con el ansiado día de la ultramaratón tan cerca, llegó el turno del papelerío. Ya no queda nada.

Hoy alquilamos el auto que será la base de operaciones del equipo de asistencia. Mis papás vinieron al departamento donde me estoy quedando con los chicos (después de haberlos abandonado a ellos) y preparé todo lo que necesitaba: certificado médico, pasaporte y algo de dinero por las dudas.

Antes de salir me hicieron un regalo maravilloso. Yo no sabía nada, pero conectaron la notebook al LCD gigante que hay en el depto y le dieron play a un video que me hicieron los Puma Runners, cantando «Grecia, decime qué se siente», lo cual no solo hizo que el insoportable tema del Mundial tuviese relevancia para mí, sino que me llenó de emoción. Fue tan emocionante ver esa muestra de afecto de los chicos que me dejaron mudo. El día empezó de la mejor manera.

Con el auto, de 9 plazas, tuvimos montones de problemas, como por ejemplo que las puertas no trababan. Pero no los voy a aburrir con esos detalles. Llegamos a tiempo a la acreditación, completé todos los trámites y hasta me sacaron sangre y me pesaron para un estudio independiente que compara mi estado antes y después de la carrera. Eso va a ser interesante.

Después del almuerzo pude conocer en persona a Dean Karnazes, ultramaratonista y motivador, quien acuñara una de mis frases favoritas: «Las carreras son 15% entrenamiento, 15% alimentación y 70% cabeza». Sin saberlo, me perdí la charla técnica en inglés y terminé en la que se daba en griego, por lo que no entendimos absolutamente nada, al menos resolví mi única duda que era en qué lugar de la Acrópolis se largaba.

Ya con todo preparado, los 32 ítems que dejé repartidos en los 75 puestos y una buena cantidad de nervios, solo resta llegar a la meta en horario y correr. Estoy muy agradecido por toda la gente que me permitió estar acá. Espero estar a la altura.

Semana 52: Día 362: Preparando la comida

Ya no queda nada para la carrera. Solo preparar lo que voy a tomar y comer y decidir en qué momentos lo voy a consumir.

El cálculo que hizo Romina, mi nutricionista, es que tengo que consumir 60 gramos de hidratos de carbono por hora, lo que da un total promediado de 2160 carbohidratos en toda la Espartatlón. Para eso elegimos y negociamos diferentes alimentos para ir rotando la fuente de nutrientes y obtener la mayor cantidad de energía (de calidad) durante las 36 horas.

Para eso preparé cantidades industriales de pinole: nueve litros (por alguna razón hice el doble de lo que calculaba, lo que solo se explica por mi ansiedad y algo de torpeza). También hice fainá y compramos pan, manzanas, pasas de uva, galletas de arroz, nachos, pretzels, y posiblemente hoy hagamos unas hamburguesas de arroz muy sabrosas. Además tengo sales hidratantes porque el agua de aquí es de bajo contenido de sodio, y tengo Red Bull para la cafeína.

Prefiero no consumir bebidas isotónicas (por eso hice el pinole), pero ante una emergencia sé que en muchos puestos la organización entrega tanto esto como pan, frutas, pasas y muchas cosas que ignoraré por no ser veganas. Ya habían avisado que se podía negociar comida especial para quien lo deseara, pero prefiero no depender de nadie y recurrir a ellos como último recurso.

Y ya no queda nada. Con lo de la comida resuelta, solo resta la acreditación, juntarme con los otros compatriotas argentinos y ver sin consigo hablar un ratito con Karnazes. En 18 horas comienza la gran odisea…

Semana 52: Día 361: Un fondo de 20 km en Atenas

Finalmente hice mi último fondo antes de la gran carrera de mi vida. Lo hice en Atenas, donde todo comenzó.

En la capital griega hacen unos devastadores 33 grados, lo que obliga a tomar ciertas medidas: ropa cómoda y fresca, hidratación y lo que se pueda de sombra. Ante la sugerencia de mi amigo Antonios, el taxista que me trajo desde el aeropuerto, salí a las 6:30 de la mañana, cuando todavía es de noche.

Mi instinto me llevó a correr hacia la Acrópolis, porque era un lugar más o menos conocido para mí y porque podía darle vueltas hasta completar la distancia, sin miedo a perderme. Lo que no tuve en cuenta es que la mitad del recorrido es en subida. No hubo problema, estoy muy preparado de piernas para estos ascensos y la Espartatlón va a tener mucho desnivel, así que lo encaré con ganas.

Poco a poco fue saliendo el sol y las calles comenzaron a iluminarse. Le gané a todos los turistas, así que el recorrido estaba bastante despejado. Lentamente la ciudad iba despertando (algunos se iban a dormir), se baldeaban las veredas, se sacaban las mesitas a la calle y las panaderías empezaban a abrir. Me sentía como cuando corro por Buenos Aires, y voy notando a los que terminan su jornada y los que la empiezan.

Correr a la sombra del Partenón es un flash, se mire por donde se mire. Es imposible no pensar en toda la historia que está concentrada en ese lugar. Si en Ortona mi cabeza se llenaba de imágenes del pasado de mi familia, en Atenas era del pasado de la civilización occidental. Me iba imaginando a la Grecia antigua, la ciudad como era hace 2500 años, cuando tuvo lugar la batalla de Maratón, que dio origen a la leyenda de Filípides (y la Espartatlón), pero que además redefinió la historia. El mundo sería muy diferente si hubiesen ganado los persas. Es imposible decir si hubiese sido mejor o peor, pero sin lugar a dudas hoy hablaríamos otro idioma y la sociedad tendría costumbres muy diferentes.

Terminé mi fondo promediando las dos horas, por supuesto que absolutamente perdido respecto a dónde estaba mi departamento. Es que una cosa es comenzar el recorrido en la oscuridad de la noche y otra terminarlo a plena luz del día. Ubicarse en los mapas, aunque leo algo de griego, es realmente complicado. Pero estaba a 200 metros, solo me hizo falta orientarme un poco y caminar.

Ahora ya está. Me queda descansar, terminar de definir los alimentos y la bebida de la carrera, y madrugar el viernes a la mañana. Este es un lugar con mucha historia. Es hora de escribir mi propio capítulo.

Semana 52: Día 360: Densos nubarrones sobre Atenas

Uno de los grandes desafíos de la Espartatlón es enfrentar al clima. Temperaturas que algunos años han superado los 35 grados, mucho frío en la noche y la posibilidad de enfrentarse a tormentas, ya que septiembre es temporada de lluvias en Grecia. Ya el pronóstico ha confirmado que este viernes vamos a quedar pasados por agua…

El hecho de que llueva puede ser tanto una bendición como lo contrario. Sin dudas la temperatura va a bajar y el sol no va a ser tan abrasador. Pero siendo que se esperan tormentas por la noche, esto podría convertirse en un problema. La perspectiva de enfrentar las once horas promedio de oscuridad con la ropa mojada no es muy alentadora.

Se debatió mucho si el clima iba a hacer que esta ultramaratón será más sencilla o más difícil que otros años. En 2012 hubo una ola de calor que dejó afuera a muchos competidores, en una carrera que de por sí ya no era sencilla. Yo he corrido mojado y sinceramente no me entusiasma, en especial por los pies que se llevan la peor parte. Creo que tengo abrigo ligero y un rompe viento como para protegerme la parte superior del cuerpo. Posiblemente necesite una cantidad importante de medias secas para hacer recambios…

El hecho de que llueva y que las temperaturas estén por debajo de los 30 grados me daría un poco más de confianza (igual ya venía bastante confiado). Al parecer, cada Espartatlón es única, y este año no será la excepción.

Semana 52: Día 359: Xiérete, Atenas

He arribado a la capital helénica, último destino antes de la Espartatlón. Me espera un fondo de 20 km, el encuentro con mi equipo y la largada en la Acrópolis el próximo viernes.

La partida de Ortona no fue fácil. No tuvimos complicaciones, simplemente no pensé que me iba a conectar así con mi familia y con su pueblo, y de ir con desconfianza pasé a abandonar la casa de mis tíos segundos con ganas de haber pasado más tiempo ahí. Este fue otro regalo que me dio esta aventura, conocer gente maravillosa que me sorprendió con su simpleza, su generosidad y su sentido del humor.

Nos levantamos temprano, desayunamos y Anna María nos preparó una vianda para el viaje. Cuando llegamos a la ciudad de Pescara, donde íbamos a tomar el micro hacia el aeropuerto de Fiumicino, el servicio que habíamos elegido estaba completo. Quedaba otro que arribaba a destino a las 12 del mediodía, según el chofer, y nuestro avión salía 12:35. Imposible llegar. Después se disculpó y dijo que íbamos a estar en Fiumicino a las 11:15, pero nuestra desconfianza se había instalado. Fuimos y vinimos por diferentes micros, rogando que nos dejaran subir, calculando con cuál llegábamos mejor. Rocco era nuestro irreemplazable intérprete de italiano, y sabía cómo imponerse y discutir por nosotros. Finalmente tomamos el de las 11:15 porque no quedó mejor opción.

En el camino aproveché para escuchar unos podcasts que me baje al iPad. Lo puse en ese bolsillo que hay en el asiento delantero del micro, y esa fue la última vez que lo vi. Por supuesto que llegamos a nuestro vuelo con tiempo de sobra, nos dejaron despachar mi equipaje sin cargo (lo cual fue un alivio, pero no terminé de comprobar si entraba en la cabina como yo esperaba), y aunque tuvo un breve retraso, llegamos a Atenas bastante bien. Incluso estuve recorriendo la revista de la aerolínea, haciendo cuentas a ver si me convenía comprarle a mi tableta el teclado bluetooth o el parlante imantado que permite pararlo. Todo esto sin saber que mi iPad seguía en el micro de la empresa Prontobus, y que ahí se quedaría para siempre.

Cuando busqué el aparato para escuchar otro podcast, en pleno vuelo, me di cuenta que nunca lo había guardado. Fue un baldazo de agua fría. Me sentí un tonto, y mis padres intentaron consolarme con la promesa de ayudarme a comprar otro (como todo padre que consiente a sus hijos). No tenía nada de valor ahí, solo lo estaba usando para actualizar Semana 52 y ver el Facebook, además de entretenerme con los podcasts en los viajes largos y para irme a dormir.

Igualmente me di cuenta que no tenía sentido lamentarme por algo reemplazable. Sí, soy un idiota, pero agradezco no haber perdido cosas más importantes como mi pasaporte, el poco dinero que me permitieron cambiar, o mi reloj con GPS. Ya habrá tiempo para comprar un chiche nuevo, tengo cosas más importantes en las que preocuparme.

Lo primero que nos recibió en Atenas fue un calor sofocante. Nada que ver con Roma ni Ortona ni Pescara. Incluso ahora que escribo esto y es de noche, el ambiente está caldeado y solo pienso en una ducha fría. El dato pintoresco fue el personaje que nos tocó de taxista, Antonios. Era muy parlanchín, nos dijo que ni se nos ocurra ir a Mykonos o Santorini porque Grecia tiene «300 islas, 50 son mejores que esas dos», y me dijo que yo era vegano porque era soltero y no tenía una esposa que me diga «comé esto». En la conversación, en inglés, salió que yo iba a correr la Espartatlón. Antonios se dio vuelta en un semáforo, sacó su celular y me mostró su fondo de pantalla. «¿Sabes quién es él?», me dijo. era Giannis Kouros, el eterno campeón de la Espartatlón en sus primeras cuatro ediciones, una verdadera leyenda entre los griegos y entre los ultramaratonistas de todo el mundo. En la foto estaba el magnánimo corredor junto con Antonios y su pequeño hijo.

El taxista era maratonista aficionado, había recibido montones de consejos de Kouros y me los trasladó a mí. Algunos los incorporé, otros los olvidé al instante por impracticables. Me prometió salir a correr mañana conmigo el fondo de 20 km que me toca (o parte de él). No sé si cumplirá su promesa, pero ya la anécdota de que nuestro parlanchín taxista fuera corredor y amigo de Kouros fue más que suficiente.

Lamentablemente en domingo no hay supermercados abiertos en Atenas, ni siquiera las cadenas grandes. Con mi papá recorrimos grandes distancias bajo un implacable sol… ¡que se estaba ocultando! Finalmente dimos con una tienda mediana donde compramos lo que había y lo que entendimos de las etiquetas. Pude haber comprado jamón ahumado creyendo que eran cereales de maíz. Mañana en el desayuno lo confirmaré.

Semana 52: Día 358: Un fondo de 20 km en Italia

Hoy hice mi anteúltimo fondo antes de la gran carrera de mi vida. Fue una ocasión muy especial para mí, porque pude conectarme a través del running con la cuna de mis antepasados.

Correr es una de las mejores formas de conocer un lugar. Lo hice las últimas veces que estuve de viaje, ya sea en Río de Janeiro para la Maratona o el año pasado en Londres, París y Barcelona. Ya tenía programado correr 20 km, dos veces, antes del 26 de septiembre (no puedo creer que falte tan poco), y hoy me tocó hacerlo en Ortona, Italia.

Mi idea era levantarme temprano, pero todavía tengo cruzados los horarios, así que basta decir que salí de la casa de Rocco, primo segundo de mi papá, hacia la costa del pueblo, a un horario en el que en Argentina todos duermen (bueno, excepto los trasnochadores y los que salieron a bailar). Estaba nublado, así que no pude practicar en el calor similar que hará en Grecia. Espero que en mi próximo fondo, el lunes, sí lo pueda experimentar.

Salí con una de las remeras con las que voy a correr, así como las calzas y las zapatillas. Mi idea también era probar toda la ropa que voy a usar. De la casa de Rocco y Anna María hay que bajar unos cuantos metros hasta llegar al nivel del mar. Los sábados por la mañana varios ortonenses eligen este circuito de 2 km para entrenar, así que me sumé a esta movida.

Esta vereda está al costado de una vía, por lo que no hay cruces de calles. Todo termina en la subida de una autopista, que se cruza por debajo, y lleva hasta una larga escollera que desemboca en un pequeño faro colorado.

Mientras hacía este circuito varias veces me imaginaba a los Casanova de antaño, escapándose de los bombardeos durante la Segunda Guerra, y cómo mi bisabuelo había escapado muchos años antes y había echado raíces en Argentina. También pensé en la Espartatlón, en los dolores que voy a sufrir y en cómo los voy a aguantar. No tuve molestias en el metatarso, pero sí me tira un poco en los tobillos, sensación que tengo desde hace varias semanas y que, aunque me alarma, nunca me ha impedido correr.

Si bien lloviznó durante quince segundos y el sol nunca salió, estaba pesado y un poco caluroso. No sé si será el clima que voy a encontrarme en Atenas, pero necesitaba correr y lo disfruté mucho.

Mañana partimos temprano al aeropuerto para volar a Atenas, última parada antes de correr la gran ultramaratón. Todo está en orden en mi vida, y mientras corría pensé que si no llego a destino, no tengo nada de lo que arrepentirme. Eso es lo más parecido a la felicidad que sentí en mi vida.